Tomás Eloy Martínez: ¿un periodista de izquierda en un medio de derecha? ¿O algo más? |
Por qué escribimos |
Sería anacrónico e
impertinente plantearse en términos casi trotskistas por qué se escribe,
para dar un ejemplo de esta semana, una crónica sobre Andrés Calamaro y
la marihuana (o viceversa) mientras ya en los lindes de Mar del Plata hay
niños que se mueren de hambre. La cultura no precisa justificación a
esta altura de la historia. Aunque sí cabe reflexionar, pero en un
sentido más profundo, por qué se elige dedicarse al periodismo cultural
como forma de la militancia. “¿Para qué un
poeta en tiempos difíciles?” se preguntaba románticamente Johann
Wolfgang von Goethe, en tiempos en que arte y vida eran dos dimensiones
indivisibles. La pregunta tiene infinitos matices y numerosas respuestas.
Algo parecido (aunque sin intentar parecerse al vate alemán) se
preguntaba el cronista en abril de 1987, en plena asonada militar
carapintada de Semana Santa. Por ese entonces él y su novia militaban en
la Universidad y en un Movimiento nacional. Una noche, el Concejo
Deliberante realizó una sesión extraordinaria con motivo de los graves
acontecimientos y en la pareja se planteó un disenso: el cronista quería
estar en el recinto del segundo piso de la Municipalidad y asistir al
debate y ella deseaba estar frente al edificio, abajo, con la gente que
una vez más quería saber de qué se trataba. Verónica —tal su
nombre— poseía una amplia militancia en los barrios marginales y no se
veía sino formando parte de ese colectivo popular. Lo más curioso es que
el cronista, aun quedándose en el recinto, tampoco renunciaba a estar del
lado y al lado del pueblo, sólo que de una manera diferente. Esa manera
lo marcó desde siempre y es la que quiere explicar en estas líneas. La Argentina siempre
fue un caso particular dentro de Latinoamérica, por la primacía de la
clase media en su tejido social. Los otros países del subcontinente casi
siempre habían sido una oposición dialéctica entre una clase baja y una
clase alta, sin ese colchón acomodado en el medio, que en nuestra nación
tanto avaló gobiernos populistas como acompañó procesos revolucionarios
de izquierda y legitimó golpes de estado militares. (En las demás
naciones de América Latina, con excepción de la Guatemala de Arbenz,
Cuba post 59 y los interregnos revolucionario en Nicaragua y, antes,
electoral en Chile, se había logrado instaurar un sistema socialista.)
Ergo, la lucha de clases que preconizaba Marx, gracias a la cual se
arribaría a la dictadura (palabra que al cronista jamás le gustó) del
proletariado era y es imaginable en Bolivia, en Perú y en otras tantas
geografías, pero no en la Argentina. En ese sentido —y pide, ruega el
cronista que se entienda bien lo que va a decir porque posee una alta
carga de ironía que prefiere explicitar por anticipado—, la izquierda
casi tendría que agradecerle al modelo económico instaurado por Martínez
de Hoz desde 1976, y que ha continuado con menos que más variantes hasta
el presente incluso a través de los gobiernos democráticos (entiéndase:
elegidos por el libre sufragio de los ciudadanos, y sólo eso), por haber
comenzado la liquidación de la clase media argentina y con ello crear las
condiciones para una eventual lucha de clases como en el resto de Latinoamérica.
Para decirlo con versos de Miguel Cantilo, “Los pobres mucho más
pobres, / los ricos mucho más ricos, / pero muchos más los pobres que
los ricos”. O, para ilustrarlo con imágenes cinematográficas, como en Después
de la tormenta, de Tristán Bauer. Pero si se está hablando de una
eventual lucha de clases y del comienzo del ascenso del proletariado al
poder, ¿por qué apelar a ejemplos de arte que los más radicales (no los
de la UCR, obvio) llamarían “burgués”? De eso se trata, en parte
porque la clase media, pese a los innegables cambios en la pirámide
social, no pudo ser aniquilada. |
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“Música
burguesa”, dijo con desprecio un espectador hace ya dos décadas en el
teatro Auditorium luego de que la Orquesta Sinfónica Municipal
interpretara obras de George Gershwin. El cronista, entonces instalado en
otro medio escrito, trinó, y cómo: ¿burgués Gershwin, que precisamente
no sólo elevó el jazz al estrato clásico sino que, fundamentalmente,
acercó ese estrato por medio del jazz a las capas populares? Y a la
semana siguiente, llegó al medio una carta en apoyo del razonamiento del
cronista: la escribía el poeta Domingo Cioppi, uno de los seres más
puros y consecuentes en su credo comunista. ¿Mingo, para quien el sol
siempre vino del Este —como lo dijo en uno de sus poemas— defendiendo
a un compositor estadounidense? Pues también precisamente de eso se
trataba. Cioppi no defendía a Gershwin como estadounidense sino como músico
popular, desde una concepción del pueblo que nunca supieron entender los
sectores más trotskistas, los mismos para los cuales la cultura es no una
manifestación de la superestructura marxista sino un mero y prescindible
bien suntuario. Pensándolo bien, no
sólo para la clase media, sino también para esos sectores, y con un poco
menos de esperanzas para las clases altas, el cronista ejerce el
periodismo cultural. “Educar al soberano”, sentenció Sarmiento, que
algo del oficio de educador y de periodista sabía. Para decirlo con todas
las letras: no habrá cambio social posible, desde ningún ángulo del
espectro ideológico, en tanto no se modifique sustancialmente la forma de
pensar de ese espectro. Cuidado: no se trata de que cronistas esclarecidos
lleguen cual vanguardias iluminadas a decirle al pueblo qué tiene que
pensar, sentir con los sentimientos y sentir con los sentidos. Pero es
inevitable que exista el periodismo cultural para que esos pensamientos,
esos sentimientos y esos sentidos se exacerben y hagan más humanos a sus
poseedores, y sólo haciéndolos más humanos se logrará que alguna vez
el sistema cambie. Y, también ya puede ir diciéndoselo, hoy por hoy ello
es patrimonio de la prensa de izquierda y de la prensa libertaria, las dos
que se permiten criticar ese sistema, pero —y he aquí el elemento
clave— no desde el autoritarismo, pues se caería en un círculo
vicioso, sino desde estrategias especialmente sutiles. El cronista dijo
“de izquierda” y “libertaria”, pero podría haber elegido, si no
estuviera tan contaminado, el término “progresista”, donde se
encuadran incluso periodistas liberales. Obviamente, no Mariano Grondona.
Pero sí, en la historia del periodismo cultural argentino, el ya citado
Sarmiento o el mismísimo Jorge Luis Borges. Respecto de éste, poco se
sabe que, además de pertenecer al aristocrático grupo Sur, en la década
del treinta escribió en una revista popular llamada El
Hogar y en el suplemento finsemanero de un diario aún más popular
llamado Crítica (y el
suplemento, aunque suene increíble para el autor de “El Aleph”, Revista
Multicolor de los Sábados). Curioso caso: un escritor de clase alta
ocupándose de autores de elevado nivel en un medio masivo sin que al mes
lo echaran por no coincidir con la línea editorial de la revista. Sin
embargo, como antes Sarmiento (su gran maestro), las estrategias de Borges
estaban muy claras, y así las describe la especialista Luz Rodríguez-Carranza
en su artículo “Disiento suavemente: un maestro como periodista
popular”: “Borges utilizó los géneros populares conocidos por los
lectores de la revista sin alterar sus propios principios, que aplicó
estrictamente para alcanzar la transformación más desafiante: la del
modo de pensar de sus lectores”. Los resultados pueden leerse hoy en las
compilaciones Textos cautivos, Borges en El
Hogar 1935-1958 y Obras, reseñas
y traducciones inéditas. Diario Crítica 1933-1934). Hijo putativo de
Borges, quien hoy desarrolla con mayor inteligencia y sutileza esta
estrategia es su mejor discípulo: Tomás Eloy Martínez. Desde siempre
identificado ideológicamente con la izquierda, escribe sin embargo en un
diario que puede ser connotado como de derecha, y que a la vez es el mejor
periódico de la Argentina: La Nación.
El primer movimiento de la estrategia del autor de Santa
Evita fue no confinarse en la sección cultural sino publicar sus
columnas en el cuerpo principal del diario; en la sección de Opinión, sí,
pero rodeadas del resto de los materiales informativos que hacen al
matutino. El segundo movimiento es la confianza que despierta la única
arma indeleble e indeclinable que posee un periodista: su firma. Un tercer
movimiento, si se quiere, es escribir brillantemente. Martínez de hecho
trabajó en un medio de centroizquierda, el diario Página/12, y podría haber seguido publicando allí como lo hizo
otro gran columnista, Osvaldo Soriano, y lo hacen cotidianamente pares
como Eduardo Galeano o Juan Gelman. Pero el corrimiento de Eloy hacia La Nación apunta justamente a despertar la conciencia de un lector
ya no (supuestamente) versado en las ideas de la izquierda como lo sería
el de Página —argumento
discutible, de todos modos, porque para el cronista este otro matutino ha
pasado a ser un adalid de la burguesía conocida como “psicobolche”—
sino del lector común pero especialmente aquel de ideas conservadoras. A
éste, Martínez es capaz de mostrarle la cara más reaccionaria de Juan
Pablo II (“La herencia del próximo papa”, 1/11/2003) desde una crónica
que introduce al receptor a través de un título insospechable y
posteriormente va creciendo no en virulencia sino en argumentos. Como era
de esperar, en los días posteriores hubo una carta de lector que condenó
el texto. Pero sólo una. ¿Cuántas personas, y más viniendo de la prosa
respetable de Tomás Eloy Martínez, habrán replanteado su concepto sobre
Karol Wojtyla? Y además, última estrategia, Martínez no escribe cómodamente
apoltronado en su casa de Highland Park, New Jersey, sino que se mantiene
del lado del pueblo argentino cuando se embarra los zapatos para dialogar
con los ex combatientes de Malvinas que aguardan en sus carpas frente a la
Casa Rosada para pedir pensiones y seguros de salud (“La pesadilla de
los héroes”, 4/9/2004). Si el periodismo cultural, que abarca asimismo un amplio espectro que va desde el sumo pontífice hasta los veteranos de guerra pasando por los cantantes Andrés Calamaro y Joaquín Sabina, la actriz María Rosa Gallo o la actriz-vedette Sofía Gala Castiglione (para citar los últimos que trató el cronista), tiene un sentido, es precisamente ése de ser el tábano socrático de una sociedad, aunque sus temáticas (como cuando Martínez escribe sobre sus recuerdos de Franz Kafka en Praga o sobre la película de Clint Eastwood Río místico) puedan parecer a primera vista, para algunos, suntuarias. Sin embargo, no hay bien cultural que lo sea, y cada uno de ellos representa un camino hacia el despertar de la conciencia. Reza un axioma del oficio que no hay temas pequeños sino maneras de tratarlos, y en esa concientización del lector menos esperado, en la lucha contra la indiferencia e inconstancia históricas de la clase media, en Sarmiento, Borges, Martínez, Soriano, Galeano, Gelman o un oscuro cronista de provincias que no pretende compararse con ellos salvo por el oficio elegido. Allí (aquí) se libra la batalla del periodismo cultural: la de abrir las neuronas, los sentimientos, los sentidos, para seres que a partir de esa —si se perdona el aire pedante de la palabra— enseñanza, de que por ejemplo los negros marginados de la ópera de George y Ira Gershwin Porgy And Bess pueden ser a la vez los cabecitas negras de la Argentina, un día se embarren también los zapatos en una villa miseria porque alguien les ha ayudado a vislumbrar el camino de ser auténticamente humano. Y en cada uno de esos casos la misión estará cumplida. |
Los 7 locos - “Lugar común, la palabra” de Tomás Eloy Martínez - 02-08-14 Publicado el 6 ago. 2014Compartimos una nueva emisión con la visita en el estudio de Gonzalo y Ezequiel Martínez, hijos del recordado escritor argentino Tomás Eloy Martínez junto a su nieta Verónica para hablar de la muestra “Lugar común, la palabra” y del primer libro de cuentos del autor “Tinieblas para mirar”. Además, una charla con María José Herrera, directora del Museo de Arte Tigre, quien comenta la exposición “Escenas del 1900”; la presencia de Juan Manuel Beati Vindel, presidente del Consejo de Promoción Cultural del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con el análisis de la Ley de Mecenazgo; y una nota con el periodista Rogelio García Lupo, con motivo del estreno del film “A vuelo de pajarito” que recorre la vida profesional del mismo. TV Pública - Argentina
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Publicado el 24 oct. 2014
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