La imprenta llegó muy tarde a Venezuela.
Podemos decir que la nuestra fue una de las últimas provincias
coloniales en recibirla. Y dicho de otro modo, la imprenta fue, tal vez
junto a la vacuna contra la viruela, el último de los regalos que
recibió Venezuela de su antigua metrópoli. A México llegó en 1539 (solo
dieciocho años después de que Cortés sometiera Tenochtitlan, menos de
cincuenta de que hubiera sido inventada), a Lima en 1584, a Guatemala en
1660, a La Habana en 1707, a Bogotá en 1739, a Santiago de Chile y
Buenos Aires en 1780, incluso a Manila había sido llevada desde 1593. En
Caracas hubo que esperar hasta 1808, con la instalación del célebre
taller de Gallagher y Lamb.
Claro que esto no significa que en la Venezuela colonial no hubiera
libros ni lectores. Ayer como hoy, a Venezuela llegaban libros
importados. El que quiera conocer la historia de las primeras
bibliotecas en nuestro país tiene que leer el trabajo de Ildefonso Leal,
Libros y bibliotecas en la Venezuela colonial, del que yo diría
que sigue siendo el estudio fundamental sobre el tema. Sabemos que desde
el siglo XVI hubo importantes bibliotecas privadas y conventuales en las
principales ciudades del país. Tenemos incluso listas de los libros que
salían por la aduana de Sevilla rumbo a La Guaira. Generalmente se
trataba de Biblias, libros religiosos, hagiografías, clásicos de la
literatura latina, diccionarios de latín y, cómo no, el Quijote,
el indiscutible "best seller" hispano de todos los tiempos. Sabemos
también cuáles y cuántos eran los libros que conformaron la biblioteca
de las dos primeras universidades venezolanas, las de Caracas y Mérida,
y de dónde salieron: con la excepción quizás de la República de
Cicerón, ninguno de ellos habla directamente de política.
Y aquí damos con la razón por la que en 1808 se precipitaron los hechos
para que apareciera por fin y de repente la primera imprenta en Caracas,
procedente de Trinidad. No es casual que apenas un mes después de que
desembarcaran los impresores en La Guaira apareciera el primer ejemplar
del primer periódico venezolano, la Gazeta de Caracas, el 24 de
octubre de 1808, es decir, siete meses después de las abdicaciones de
Fernando VII, casi un mes antes de develarse la llamada "conjura de los
mantuanos". En realidad, cantidad de propaganda impresa y "papeles
sediciosos" contra la monarquía circulaba en Venezuela desde comienzos
de siglo, de modo que el Capitán General De Las Casas, al que el
mantuanaje llevaba tiempo presionando, por fin pensó que sería buena
idea que el régimen imprimiera sus propios panfletos. No voy a decir
nada que no se sepa: la razón de la aparición de la imprenta en
Venezuela y de la publicación de los primeros periódicos en el país fue
política. Político fue también el empeño de Miranda por traerse una
imprenta en la frustrada invasión de 1806 (imprenta que no pudo
desembarcar en Coro y que fue a parar a Trinidad, y que, especulan
algunos desde Arístides Rojas, es la misma que aparece en Caracas dos
años después). Político también, cómo obviarlo, el intento de Gual y
España de hacer imprimir y circular en América la subversivísima y
peligrosísima Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano.
Que la introducción de la imprenta y la impresión de los primeros
periódicos jugó un papel fundamental en el duro debate que se suscitó
durante la Independencia es algo que los historiadores conocen ya de
sobra. Miranda mismo fundó un periódico, El Colombiano,
destinado a divulgar ideas antiespañolas. Éste circuló de México a
Buenos Aires, según nos cuenta Julio Febres Cordero en su Historia
de la imprenta y el periodismo en Venezuela, y ejerció influencia
en otras iniciativas similares como El patriota de Venezuela,
creado por Vicente Salias y Antonio Muñoz Tébar, y ni qué decir de la
Biblioteca americana y el Repertorio americano del
mismo Bello, el mismísimo Correo del Orinoco, o El
Constitucional de Leandro Miranda, el hijo del Precursor. Otro
tanto valdrá para El Semanario de Caracas, de Miguel José Sanz
y José Domingo Díaz; El Mercurio de Caracas, de Francisco
Isnardi; El Publicista de Venezuela, diario de debates creado
por la Asamblea Constituyente de 1811, y otros más que surgieron por la
época.
Que el desarrollo de la industria editorial y la libre circulación de
los impresos tiene decisivas consecuencias políticas es, pues, una
lección íntimamente asociada con el nacimiento de nuestro país como
república. Pero es una lección que se debe saber leer, porque los
celosos agentes de la corona que negaron una y otra vez la imprenta a
los ilustrados caraqueños, los mismos que pretendían controlar las
lecturas de aquellos jóvenes inquietos de comienzos del siglo XIX, solo
consiguieron acrecentar su sed de saber y de progreso. Su censura no
logró evitar el incontenible avance de las nuevas ideas, ni los
dramáticos cambios que de todos modos terminaron por imponerse. Antes
bien, los impulsó. Hoy, cuando el gobierno pretende arrodillar a
nuestras universidades, masacrar a sus estudiantes, sumir sus
laboratorios y bibliotecas en el atraso, dejar a los periódicos sin
papel, acabar con imprentas y editoriales, controlar los libros que se
importan, vigilar el uso de Internet, en resumen, terminar con la
inteligencia, exhibe de nuevo una vergonzosa ignorancia, no ya de
nuestra propia historia, sino del carácter mismo, insumiso, curioso y
emprendedor, de nosotros los venezolanos. |