La conversación, al parecer, tuvo lugar
hace pocos días en el cafetín de la Facultad de Humanidades de la ULA,
en la Escuela de Letras. Un colega preguntaba a otro, profesor éste de
literatura, por qué la Feria del Libro de Mérida había sido dedicada
este año a Octavio Paz, García Márquez y Cortázar, y no había en el
programa prácticamente ninguna actividad dedicada a algún escritor o
tema de literatura venezolana. Si a ver vamos, la pregunta era válida,
pues aunque es verdad que este año se celebra el centenario de dos
escritores cuya obra es fundamental para nuestras letras
hispanoamericanas, y aunque es menester despedir y homenajear como se
debe a uno de los novelistas más influyentes del siglo XX, mi colega se
preguntaba por qué en uno de los acontecimientos culturales más
importantes de Venezuela no se incluía ninguna actividad acerca de la
obra de algún escritor venezolano. En realidad, mi colega pasó por alto
el merecido homenaje que el jueves se rindió a Domingo Miliani. Sin
embargo, y esto es lo que me interesa, la respuesta de nuestro profesor
no pudo ser más contundente, terrible y lapidaria: "la literatura
venezolana no existe".
Vamos a ver, que en realidad la respuesta tampoco está del todo
descaminada, porque si concebimos la literatura como un asunto de fama y
notoriedad, como un problema de entrevistas, cámaras y flashes, de
lanzamientos y de premios, en fin, cuestión de escenarios y utilería, es
verdad que la literatura venezolana apenas existe. Y es que en un tiempo
en que la imagen y la promoción mediática cuentan mucho más que la
valoración y el estudio serio de las obras literarias, parece que lo más
importante para un libro es que se "bautice", que se promocione, que sea
capaz de promover a su autor en tanto que personaje mediático, vamos,
que lo haga famoso. Hoy, para muchos, lo que menos importa de un libro
es que se lea.
Y esto en Venezuela tiene razones muy concretas. En un país en el que
apenas puede subsistir la industria alimentaria, la existencia de una
verdadera industria editorial y de una industria cultural que se
encargue de cultivar y promocionar el talento literario parece un
chiste, de manera que esta labor fue asumida, al menos la de promoción y
de modo muy precario, por los medios de comunicación, es decir, quedó en
manos de los periodistas y no de los editores ni de los especialistas.
Por otra parte, el Estado venezolano nunca se interesó verdaderamente
por promover nuestra literatura, ni hacia adentro ni hacia afuera. Con
pocas y notables excepciones como la Biblioteca Ayacucho o Monte Ávila
Editores, que fueron más proyectos regionales que nacionales, las
políticas culturales para promocionar nuestras letras se limitaron a la
repartición de unas cuantas becas, cargos burocráticos y agregadurías
culturales, que hicieron y aún hacen muy poco. Pero tampoco se crearon
las condiciones para que esta labor fuera asumida por la industria
privada. Así, un país carente de personajes literarios, que no de buenos
aunque anónimos escritores, comenzó a buscarlos fuera de sus fronteras,
y cundió la idea de que la gran literatura latinoamericana se hacía en
otros países como Argentina, Colombia, México o Perú. Peor aún, que esa
gran literatura poco o nada tenía que ver con una supuesta mediocridad
de nuestras letras. Inmersos en esta idea desgraciada y fruto de la
ignorancia, no debe extrañarnos, pues, que incluso algunos de nuestros
estudiosos se muestren deslumbrados por tal concepción mediática de la
literatura.
Esta situación ha sido trasladada a las instituciones universitarias, y
no pocas veces nuestras Escuelas de Letras han sido señaladas por no
estudiar, o al menos no suficientemente, la literatura venezolana. Nada
más falso, pues yo puedo decir que en la Universidad de Los Andes tuve
maestros que supieron transmitir toda la fascinación y la pasión por el
estudio de nuestras letras. Ahí están Lubio Cardozo y Ramón Palomares,
por ejemplo. También sé que en otras universidades otros maestros se
ocupan de la misma tarea con el mismo ahínco. Y también puedo dar
nombres de colegas entusiastas, cuyos trabajos se abocan con la mayor
seriedad y solvencia científica al estudio y valoración de la literatura
y la cultura hechas en nuestro país.
Entonces, ¿existe o no la literatura venezolana? Tendríamos que
responder que si nos dejamos encandilar por una concepción de la
literatura en la que priman las premisas mediáticas y los numeritos de
la industria editorial, ciertamente hoy las letras en Venezuela apenas
subsisten. Pero más allá del resplandor de los flashes, los brindis y
las entrevistas, a aquel que quiera indagar de verdad le será imposible
no toparse con una orgullosa tradición que va de Andrés Bello a
Gallegos, de Cecilio Acosta a Picón Salas, de Juan de Castellanos a
Montejo, de Ramos Sucre a Cadenas. |