Ya otras
veces he dicho que detesto los lugares comunes, pero, ¡qué se le va a
hacer!, reconozco que hay verdades que de tanto ser repetidas se
convierten en lugares comunes, y no por ello pierden lo que tienen de
verdad. Es lo que pasa por ejemplo con aquella célebre frase, "los
pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla", que se
endilga a los autores más variopintos, de Churchill a Cicerón. Lo peor
es que esta verdad conlleva a menudo ironías muy amargas, porque eso de
que la historia se repita en el mismo lugar con personas diferentes que
aparentemente no tienen que ver unas con otras, y a muchos años de
distancia, da mucho qué pensar.
Siempre he dicho que la historia de Venezuela es la más bella del mundo.
Claro que como venezolano no soy la persona más imparcial para hacer
semejante afirmación. Sin embargo, yo compararía la historia de nuestro
país con la de España o la de Grecia sin ningún complejo. Me estoy
refiriendo a la historia humana, a los dilemas, las ideas, las pasiones
y las circunstancias de los hombres y mujeres de carne y hueso que
construyeron este país; no a las proclamas, las frases heroicas, las
fanfarrias y demás clichés del imaginario cuartelero, que más bien
pertenecen a la antología del ridículo y la ignorancia. No tengo que
decir que estoy muy agradecido de haber tenido maestros que me enseñaran
aquella historia, la de los hombres y las mujeres reales, la que
realmente importa y enseña.
La historia de la Batalla de La Victoria es bien conocida. El sábado 12
de febrero de 1814 a las siete de la mañana según unos, a las ocho según
otros, se enfrentaron en el pueblo de La Victoria cuatro mil soldados
realistas bajo el mando de Francisco Tomás Morales contra mil quinientos
republicanos al mando de José Félix Ribas. Morales, segundo de José
Tomás Boves, el "taita", la "Bestia a caballo", "el azote de Dios", como
lo llamó Bolívar, había sido enviado a La Victoria con el objeto de
cortar las comunicaciones entre Caracas y Valencia, donde se encontraba
el Libertador. Ribas, que estaba en Caracas, sale al encuentro de
Morales, llegando a La Victoria el jueves 10. Ha reforzado su escuálido
ejército de doscientos jinetes y cinco cañones con unos cuantos
universitarios y seminaristas, con los que pretende repeler las furiosas
lanzas de los llaneros de Boves. Días después, cuando Ribas escriba a
Bolívar la relación de la memorable jornada, no olvidará contarle que se
había estado encomendando a la Virgen durante todo el combate. Tampoco
será necesaria mucha fantasía para imaginar el pavor que debieron sentir
estos adolescentes, sin ningún tipo de preparación militar,
acostumbrados apenas a las sutilezas del latín y la filosofía, que se
enfrentaban a aquellos bárbaros llaneros en el año más cruento de
nuestra guerra. La crónica narra sin embargo cómo lograron repeler a lo
largo del día, sin duda con la ayuda de Nuestra Señora, las nueve
violentas cargas de la caballería realista. Finalmente, a eso de las
cinco de la tarde, ocurrió el milagro: un patriota merideño nacido en
Castilla la Vieja, el teniente coronel Vicente Campo Elías, llegaba en
auxilio con 220 jinetes desde San Mateo, rompía el cerco realista y
ponía en fuga al ejército de Morales.
Recientemente, un artículo del padre Ugalde mostraba la responsabilidad
que había tenido el Decreto de Guerra a Muerte del año 1813 en la
pérdida de la Segunda República año y medio después, y nos recordaba
cómo el mismo Bolívar había terminado lamentándose por la violencia y la
destrucción que entonces se habían desatado. La irracional condena a
muerte de "españoles y canarios, aun siendo inocentes," había sido causa
de una radicalización de la violencia capaz de producir hechos tan
pavorosos como la matanza de Valencia o la emigración a Oriente. Por
otra parte, la acentuada división social había dado a Boves y a Morales
excelente ocasión para explotar a su favor el resentimiento y el odio de
clases que se habían acumulado entre los más desfavorecidos en contra de
las elites criollas.
Doscientos años después parece que la historia quisiera repetirse
cuando, en un país dividido, bandas de bárbaros y violentos, cuyo odio y
resentimiento han sido cultivados cuidadosamente y exitosamente
explotados en beneficio de intereses extranjeros, atacan de manera
cobarde a los estudiantes de Venezuela, que no tienen más armas que las
de su coraje y su sentido de la justicia. Ojalá que Nuestra Señora esté
dispuesta a ayudarnos de nuevo. |