Comenzó a caminar, pero en la esquina de Alsina
y Misiones vio la vieja panadería del barrio. “Le voy a dar
una sorpresa a Mabel”, pensó, y compró una docena de
medialunas de grasa, como le gustaban a ella. Luego de la
imprenta volvería a su casa y le diría a su mujer que hoy no
iba a trabajar. Y retozarían un buen rato, como en los
viejos tiempos, solos, con los chicos en el colegio. Y
después sí, se tomaría el día para caminar Buenos Aires,
leer el diario en un café y tal vez simplemente mirar por la
ventana de un bar como pasaba el día.
De la
panadería se dirigió luego a la imprenta. Entró y les dijo
lo que necesitaba. Mil tarjetas simples, blancas. Miró por
la pantalla de la computadora el diseño y quedaron en que
salían ciento veinte pesos y, que estarían en quince días.
Se despidió y se fue de vuelta a su casa. Pero noto algo muy
extraño al llegar a la esquina: En el lugar de la panadería
en la que había estado hacía tan sólo cinco minutos había
ahora una ferretería. Pensó que estaba delirando ¿cómo puede
ser, se dijo, si hace menos de un minuto estuve aquí y esto
era una panadería? La cabeza comenzó a darle vueltas, se
mareó. A duras penas se apoyó sobre la pared y meditó
quedamente. “¿Voy a entrar y les voy a preguntar de la
panadería? Van a pensar que estoy loco”. Su mente lógica y
cerebral de abogado descartó esa idea y la reemplazó por
volver a su casa con premura, como buscando desesperado el
hogar. Y hacia allá se encaminó.
Abrió la
puerta y Mabel se sorprendió gratamente al verlo entrar. Le
dio un beso y sin decir nada, dando todo como
sobreentendido, se fueron a la cama sin prisa pero sin
pausa. Al comenzar a sacarse la corbata sucedió lo
inesperado. Se abrió la puerta y por la misma entró un
hombre sospechosamente parecido a él, casi idéntico. Y al
llegar al dormitorio prorrumpió en gritos, viendo que Mabel
estaba con un extraño. Sonoros alaridos, acusaciones,
llantos desesperados. Al principio Raúl que se quiso
defender, pero a cada explicación el hombre vestido igual
que él le decía exasperantemente ¡Yo soy Raúl Echamendi!
¡Yo, entendés! Y sacaba el DNI, el carnet de conductor, la
credencial de abogado, y hasta las tarjetas, que justo él,
no tenía encima y que había encargado hacía minutos.
A la hora
estaba la policía en su casa, preguntando y preguntando. Y a
Raúl la cabeza le estallaba. No había forma de convencer a
esa gente que él era Raúl y no el otro. De hecho, cuando
terminó la indagatoria policial era claro que ya todos
habían tomado partido. Lo invitaron a retirarse de esa, su
casa. De esa, su mujer. Y de esos, sus hijos. No le
levantaban cargos, no. No había delito alguno. Descartaron
la “usurpación de identidad” por ser una figura demasiado
desconocida para la ley, a cambio de que se fuera. Sin hacer
ruido, sin problemas, sin escándalos. Mabel se tapaba la
boca con la mano y el otro Raúl con los brazos en jarras le
pedía sus llaves.
Han
pasado ya quince años de este suceso que narré. Los vecinos
de Once cuentan que el hombre estuvo como cuatro años
pasando y pasando por Alsina, ida y vuelta. Algunas veces a
paso acelerado, otras corriendo, otras de puntillas. Cada
vez era igual. Llegaba a la esquina de Saavedra y se quedaba
quieto. Esperando que pasara algo. Luego volvía sobre sus
pasos e iba a la ferretería, para acto seguido mirar al
cielo con consternación. Luis, el quiosquero lo había echado
al menos una docena de veces y la última vez a los gritos,
diciéndole que allí no había ningún Mario. En la imprenta se
cansaron de decirle que sólo hacían facturas y formularios
continuos, que jamás habían hecho tarjetas personales. Sus
hijos lo veían cientos de veces parado en la vereda de
enfrente, con los ojos llenos de lágrimas y mirando a las
ventanas. Hasta que un día “el otro” Raúl se cansó y llamó a
la policía. Cuando los vio llegar, se dio cuenta que ese no
era su lugar y escapó raudamente para nunca más volver.
Yo lo
conocí a Raúl en un bar de mala muerte de Avellaneda. Era un
pordiosero más de entre los cientos que habitaban la zona. Y
entre caña y caña un día me contó esto y la remató diciendo
que era víctima de un agujero negro o de gusano, no me
acuerdo bien. Que había universos paralelos, que él estaba
en el universo equivocado, que su mujer estaría desesperada
esperándolo en su casa, y algunas necedades más. Hace un par
de semanas que no lo vemos por el barrio. Los muchachos
piensan que se murió o que se mudó.
A mí me
resulta más grato pensar que finalmente, encontró la manera
de volver a su casa.
“Teoría de los universos múltiples de Everett.
El físico norteamericano Hugh Everett fue quien propuso la
teoría de los “universos paralelos” al sostener que cada
medida "desdobla" nuestro universo en una serie de
posibilidades, o tal vez existían ya los universos paralelos
mutuamente inobservables y en cada uno de ellos se da una
realización diferente de los posibles resultados de la
medida. El Principio de simultaneidad dimensional, establece
que dos o más objetos físicos, realidades, percepciones y
objetos no-físicos, pueden coexistir en el mismo
espacio-tiempo. Este principio se llama teoría de Multiverso”.
(Fuente: Hawking, S. W. & Ellis, G. F. R. (1973): “The
Large Scale Structure of Space-time”, Cambridge, Cambridge
University Press).
|