Paul Celan. |
"Todo
Celeste velozmente pasa.
Pero
no en vano." Hölderlin . |
I.
EL HUÉSPED.
Mucho antes del
anochecer
entra en tu casa
quien cambió un saludo con la oscuridad.
Mucho antes de
amanecer
despierta
y enciende, antes de
irse, un sueño,
un sueño resonante
de pasos:
lo oyes medir las
lejanías
y hacia allí lanzas
tu alma.
Paul
Celan
II.
MUCHO
ANTES.
"Parió
la Noche… y engendró la tribu de los sueños", se lee en la Teogonía
de Hesíodo. Y, antes que Dios hable, cada antes de su "
fiat
lux
" es siempre la noche,
una
noche que espera, una y otra vez, ser encendida.
Una noche que es vigilia.
Espera.
Aquí,
en el poema de Paul Celan, lo primero no es la noche, una voz nos dice que
es “
mucho antes de anochecer
”:
esa
voz, el heraldo o el poeta,
es
lo primero.
Aún
la noche es la palabra noche:
la
palabra es lo inicial.
Esa
voz nos dice eso: antes aun que la noche,
es
la palabra, la que poetiza:
la
que abre un ámbito de sentido en la oscuridad de las sombras, en el
adentro de la noche;
la
que anuncia e inicia un mundo:
inicia el poema que tratamos
de escuchar.
La
escucha en la que escribimos.
En
la que dejamos decir.
No
es un principio, es un antes, es un hacia atrás abierto:
antes,
mucho
antes de anochecer. Después también será antes: antes de amanecer.
Es
el tiempo anterior al tiempo: es siempre.
Es lo posible de cada ahora.
Antes
de la noche y antes del día: de lo oculto y lo manifiesto,
lo
velado y lo desvelado:
antes
la palabra,
y
para nosotros -los oyentes, los lectores-, antes el silencio encarnado: la
escucha.
Aún
día pero casi noche,
crepúsculo:
la
frágil duda entre el miedo y la esperanza.
el nunca ya o el aún siempre.
Anochece.
Las
sombras silencian las formas. Es el tiempo del oído, no de la mirada. La
hora en que todo se concentra descentrándose.
Retomando
su lugar, no su utilidad.
Retornando a lo propio.
Es
la hora de la oración, o la del sereno, como la llaman aún en el campo.
La
oración, el sereno o la serenidad de la oración: hora de la escucha,
hora en que se calla.
Se
deja venir a la escucha.
Se
recoge lo extendido.
Entre
el anochecer y el amanecer, un espacio, tajo o diferencia: bordes.
Espacio
al rojo.
Ni
noche ni día, tampoco tiempo, orillas que no se tocan, como bordes de una
herida,
pero
por eso mismo bordes que abren:
bordes desde los que se nace,
no donde se termina.
Límite
y, por eso mismo, cita.
Apuesta
por la espera.
Esperanza
de no abandonar la espera.
La
espera no es mera pasividad, es acto. La espera es don: ofrecimiento:
acogida
incondicional.
La
puerta abierta y el fuego encendido.
Ámbito
de germen.
Espera
de lo otro. O del otro: el que viene:
el
huésped
que cambió un saludo con las sombras.
El
que espera abre, no la puerta:
la
espera.
El
espacio del otro,
lugar de su aparición.
El
huésped entra, no golpea:
se
sabe esperado: ve lo abierto iluminado, lo antes que todo:
la
espera.
El
que entra saludó a la oscuridad.
El
saludo es umbral, entrada: inicio del encuentro.
Inicia.
Iniciación
y oscuridad, iniciación a la oscuridad, revelación velada, no desvelada.
(La oscuridad inicia en lo
oculto ocultando, borrando: libera de los reflejos,
desnuda
los espejos.)
El
saludo dice también familiaridad, también dice relación a la salud,
también a lo salvado.
No
lo sabemos, pero es de suponer que quien saluda a la oscuridad viene de
lejos, de hondo.
Donde
lo oscuro no oculta: envía.
El
que viene trae aquello desde donde viene: trae el saludo de la oscuridad:
el anuncio de la noche:
el
sueño:
la
transparencia de las sombras.
El
llamado y la inspiración de la noche, su revelación:
el
poema que escuchamos.
Lo que en nosotros despierta.
III.
LA CASA.
Primero fue el tiempo, su
color: la rotación de luz y sombra. De sombra y luz.
Pero es tiempo poético: el
tiempo cuando suspende su utilidad, repliega su linealidad,
cuando no va hacia el proyecto
sino hacia el encuentro.
No es el tiempo que pasa, es
el tiempo mítico, el que salva del paso del tiempo.
El que no pasa ni corre:
brota.
Es creación.
Antes el tiempo, ahora el
espacio.
El espacio separado, la
separación como condición y posibilidad de acogida.
Espacio separado y habitado:
la casa.
La casa abierta, albergue o abrigo:
acogida.
El
huésped viene desde la oscuridad y entra en la casa.
La
casa, la morada,
es
donde lo incierto se calma, lo fugaz se demora.
El
irse de todo, en la casa, se hace tregua.
La
tregua se aloja.
También
el tiempo descansa:
se
pertenece presente.
La
casa es el recogimiento de lo propio en su propio rito.
Pero
lo propio abierto:
lo íntimo, no lo cerrado,
la
interioridad que abriéndose no deja de ser interioridad:
la intimidad:
lo que la hospitalidad abre.
Es
lo propio, no lo apropiado.
Donde
se está, no lo que se tiene.
En
la casa mi ser se sedimenta espacio, en la casa ser y estar se reúnen, la
unidad no se anula identidad:
se
habita.
En
lo propio la casa da casa: intimidad abierta que se dilata abriéndose
hospitalidad.
Así,
habitando, recibimos, acogemos: tomamos cuidado de lo que viene.
Damos
hospedaje.
Recibimos.
Dar
amparo, recibir, es recibir lo que nadie puede darse a sí: la alteridad.
El
don inconquistable que cada huésped es.
La
casa recibe al huésped, pero recién allí, en el recibimiento, el huésped
cumple su identidad: ser hospedado y el hospedero la suya: ser acogida.
Abrir
en sí mismo la casa del otro.
Pasividad
activa:
cobijo.
Uno
y otro, huésped y hospedero, mismidad y alteridad, se cumplen en lo que
dan.
Son lo que entregan.
Abren el lugar. Habitan el
don.
Cuando
la casa se abre hospitalidad, el ser y el tener se reúnen, el repliegue
de la posesión se redime en el despliegue del don.
Esa
unidad, es el abrirse. Esa reunión es lo abierto.
Ese lugar, esa apertura,
es la hospitalidad poética.
La
acogida da, no quita.
El
poeta acoge callando.
La
escucha se dice. El escuchar habla:
el silencio da. IV.
EL SUEÑO.
También
la noche da casa.
La
noche es el adentro donde se enciende lo que la misma noche salva.
Huésped
y hospedero duermen.
El
poema calla.
Calla
hasta el “
antes del amanecer
”,
antes del despertarse, antes de encenderse el don.
Antes
del don está el dormirse: aprendizaje de la entrega, ejercicio de la
confianza.
La
entrega, ahora, durmiendo, es darse sin saberse; después será seguir
la eferencia de los pasos, no el camino.
Será inaugurar errancias, nacerse.
Noche
y entrega: sueño.
Pasividad.
Aprendizaje
en el no poder poder, solo estar en lo recibido, lo que viene disponiendo:
dormir
es entrega,
aprendizaje
y discípulado del morir.
El
que duerme aprende que todo es igual sin él, por eso aprende: aprende a
recibir.
A
deponer su dominio.
A
deponer de sí.
Dormir
es entregarse: la entrega que acoge el sueño,
el
roce de la noche:
su entrega.
Don
de la noche, un don que se nos da por haberlo recibido:
hay
que crearlo; aceptarlo.
Aceptarlo
sin siquiera la violencia de haberlo merecido.
En
ese silencio la noche se cumple, se oculta en sí, se reserva.
Pero
cuando algo se cumple, no termina: rebasa.
Germina.
Acoger es dejar que lo otro se
abra en uno:
el huésped enciende un sueño,
el hospedero lo sueña.
Soñar
es, también, soñarse:
ser
lo otro de uno.
El
extranjero en lo familiar.
El errante en el seno del
estar.
Sueña.
O
más y quizás, lo escucha, escucha los pasos:
el
pasar del sueño en la noche de su acogida.
Escucha los pasos medir la
lejanía.
En verdad los pasos miden la
desmesura: dicen lejanía no distancia, dicen lo inmensurable:
el
espacio en tanto substracción,
el
horizonte en tanto tajo:
hacia
donde va no se llega,
es
decir, no se vuelve.
El
sueño nos rebasa por dentro. Nos llama de lejos.
El hombre que soñó no es el
mismo que se acostó. Soñar no es dormir, es transfigurarse.
Despertarse
en otro lugar.
El
que dio hospedaje escucha y obedece, obra:
sigue
los pasos,
hace
de la escucha respuesta.
Así
el sueño, en cada noche más antiguo, revela lo que alumbra. Lo que la
noche guarda.
Lo que ella preña.
Entre
lo oculto y lo manifiesto, entre la noche y la luz, se encendió otra luz:
la que fecunda las sombras:
soñar:
forma
del desear y del imaginar: de salir de uno mismo.
De
realizar lo humano.
Donde
alguien sueña, el sueño enciende la noche: ese encenderse es el sueño,
el
que da a luz lo que esa luz revela, crea.
El
sueño que es el alumbrar de la noche. Su decirse humana.
La
noche no lo apaga:
lo
arropa, lo custodia,
lo
protege con sus sombras de la luz de la razón,
el exceso de claridad que lo
vela.
El
sueño se enciende hasta el alba: la luz no lo apaga,
lo
trasparenta.
Después
queda acoger el fulgor de la ausencia:
reflejarlo.
Después
el poema.
V.
EL HUÉSPED.
Queda
para el final lo que estaba en el origen: el umbral y anuncio, el
título:
el huésped.
¿Quién
es el huésped?: no lo sabemos, de saberlo no sería el otro,
lo
otro, lo que llega y entra,
el
que se va y nos lleva.
El
huésped es el tránsito entre algo que se pierde y algo que nace en la
huella misma que deja.
El camino que traza.
El don de la pérdida.
Huésped
sin rostro y sin nombre: encuentro con quien no es eco de la espera: el
desconocido
(no es lo que busco, es lo que viene a mi búsqueda).
El
huésped no seduce, no repite: invita:
se ausenta.
Huésped
de paso.
Pasante
que pasa pero para quedarse, no él, su don: el que dona pasa, pero su
paso abre camino, surca noches, regala huella.
Huella
y traza.
Vestigio.
Trazo
primero: el trazo que avanzando borra. La estela de un tajo en la comunión
de las sombras.
Lo
que se va es más y otra cosa que lo que alguna vez estuvo:
es
lo que nos llama a encontrar lo otro.
El
huésped entra.
El
que saludó a las sombras conoce el camino de las sombras,
el
que llega nos recorre, nos revela.
Lo
propio se nos da como lo que nos viene de otro.
El
otro revela lo propio y revela eso: que no llegamos a nosotros mismos
cuando nos encaminamos hacia nosotros:
el
camino hasta la propia identidad es el de la alteridad acogida.
El
otro, el huésped,
llega
hasta nosotros sin que podamos hacer otra cosa que dejarnos visitar,
ofrendarle
hospitalidad e invitarlo para que permanezca con nosotros, en nosotros,
o
más aún,
que
nos hospede en el sueño que enciende.
Nos
fecunde en la noche fecunda,
la familiar, la que él
saluda.
El
huésped es también lo otro,
el
extranjero,
lo
ajeno,
lo
otro como otro: lo que nos adviene.
El
que no podríamos esperar porque no le conocemos, al que no podemos llamar
por no saber su nombre,
por no hablar su idioma.
Por
ser palabra nueva.
Es
el poema el que nos habla.
En
el poema, este poema, el hospedero calla. El huésped tampoco habla: hace
señas:
se ausenta.
Calla.
Lo
otro anuncia lo otro,
lo
que se sustrae, lo que parte partiéndonos,
nos
trae tras él.
El
que llega a nosotros es el que nos lleva hasta nuestra última
posibilidad:
la
de salir de nosotros mismos,
posibilidad
sin regreso,
transparencia
sin reflejo.
El
huésped, el que viene, es el que nos lleva hasta el final,
hasta
donde no sé que estoy yendo.
Recién
ahí -donde me completa y me falto-
partir
es lo propio. VI. EL POEMA.
Casa
y sueño, hospedaje y huésped,
el
poema anuncia al huésped, ese anuncio es el poema. También el huésped.
Ni
uno ni otro se agotan en lo mutuo, se cubren rebasándose, se aúnan para
dilatarse: para darse.
Para
hospedarnos.
El
poema es ritmo, cadencia, tono: entonándonos a él latimos su ritmo:
escuchamos sus pasos.
Seguimos su huella, su íntima
lejanía
(la lejanía que todo poema verbaliza,
también
calla).
El
huésped, el poema es lo que pasa, se va, pero no dejándonos, llevándonos
hacia lo propio:
hacia lo siempre otro de sí.
El
poema fue el huésped,
el
que abriendo el libro nos abrimos a él, el que leyéndolo dejamos entrar.
El
que entrando nos habita, yéndose,
sustrayéndose,
nos nace otros:
nos
lleva a lanzar el alma
hacia
una lejanía más otra que todo afuera,
hacia
el rebasarse de la vida,
su abrirse lenguaje: poesía:
su ser creación. |
Hugo Mujica
Tomado “Poéticas del vacío. Orfeo, Juan de la Cruz, Paul Celan, la utopía, el sueño y la poesía”
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