Padre nuestro |
Padre nuestro que estás en el trono, santificada sea tu inteligencia, venga a nosotros tu reino así se lleve el ganado, las rozas y
hasta el mismo cielo. Hágase tu voluntad sin frenos, tanto en los ubérrimos valles que te adoran como en los ajenos. Quítale a los plebeyos la sal y el pan y los dinares para libar el vino y perdónanos por no haberte comprendido cuando en verdad –según los escribanos palatinos— eres el mesías sencillo, de alpargata, que Dios y la comarca han escogido.
No nos dejes caer en la tentación igualitaria, aparta de nosotros, vade retro, las ideas justicieras y las actitudes libertarias. Regálanos –a cambio— la palabra que arde en la montaña regia que te abriga y que tú, generoso salvador, haces
rodar de villa en villa. Finalmente Gran Señor: danos de beber la ambrosía de tus redomas para sedarnos frente a las imágenes que no pueden detener tus cancerberos. Aprovecha los claros del bosque para que nos llegue la luz --tu luz-- todos los días. Ayúdanos a perdonar los yerros de los bufones que baten palmas a tu gloria. Y líbranos, amoroso rey, de los mosqueteros siniestros, de los cortesanos rebeldes y
de los condotieros.. Montería, febrero de 2011 |
Antonio
Mora Vélez
amoravelez@yahoo.com
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