El caminante ha muerto |
El caminante ha muerto. Detrás de sus huellas hay un centenar de valles irrigados con su mensaje de palabrero zenú. Era su estirpe la del guerrero que cree más en el fuego, en el filo y en la contundencia del verbo iluminado. La del cantor que decidió contagiar el paisaje de alegría con sus cantos y decirles a las golondrinas y a los camajones que no todos los hombres se miden en la vara de los sueños. El caminante ha muerto. Y con su muerte se recienten las cuitas de las ceibas milenarias y de los bocachicos rebeldes que luchan en silencio contra la tempestad de las palmeras salvajes. El caminante ha muerto y con él muere el porro del hermano y la risa antídoto de la mala ventura. Y por él están llenos de flores negras los montes y veredas, el río de sus padres ancestrales corre con la velocidad de la tristeza y un espasmo sacude la epidermis del valle de Melxión, como si la tierra toda con sus hijos sintieran su partida y reclamaran su querencia. El caminante ha muerto porque después de recorrer tantos caminos con sus cuentos y de sembrar tantas semillas de verdad con sus voces, decidió abonar con su cuerpo y con su luz la
tierra que hoy lo llora. Montería, febrero de 2011 |
Antonio
Mora Vélez
amoravelez@yahoo.com
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