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Juguemos al hombre |
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Descubrir el secreto de los vinos mojados por el tiempo. Esconderle los dados a los dioses. Meterle goles a la luna, añadir algo al mundo, morir de asombros, cargar con los sueños que inventamos. Darle de beber a las botellas, darle un abrazo fuerte a la existencia, darle tiempo al camino a que regrese. Dar con el canto del asombro, dar nuestra vida por un arma en paz. Juntar todos los pasos y oír la algazara de los sueños. Apiadarse de una pomarrosa engrifada entre la lluvia, celebrar el cumpleaños de los árboles, confiar que basta un lucero para que haya noche; un pan, para la vida eterna. Disfrutar de quien juegue con el sol y más de que el sol juegue con el niño. Sentir que el viento nos acerca a los difuntos o nos hace volver a las espigas o al fondo más lejano de los vasos. Ver en noche escura relumbrar el sueño, cantar de las contiendas la ventura, saber cuál el parentesco que a las costas de la divina antigüedad nos ata. |
Reconocerse en los pipotes de basura, en el alarido del pueblo, en su angustia, crispación y grito. Oír el clamor, el griterío, al hambre en su galope. Sentarse en el lugar del hambre, detenerse a la orilla de una lágrima, saber del diapasón del pobre. Sentir la muerte girando en los talones, los hambrones. Abrir el atajo que nos lleve al hombre. Desarmar como un niño la osamenta y dejar el juguete de nuestra estatura abandonado en un rincón. Estar vivos todavía entre las sombras, en pie de muerte andando. Pisar la sombra en busca de un instante. Enterrar hondo el desvarío mientras la muerte nos espera un rato. Ir de contragolpe hacia la muerte, cantando entre los pinos asombrados. Ir en fúlgida arrogancia componiendo la propia sinfonía. Ir de tempestad en tempestad, velar, virar mientras morimos. Comprobar que la alegría existe, auténtico gol, tal como la tristeza no otra cosa que autogol. Defendernos de la infinita goleada de la muerte, la más eterna de todas las goleadas a sabiendas de que el jaque final estará siempre en otras manos. Alcanzar un vano, donde la muerte no quepa. Convencerse del viaje hacia la sombra, echar un vistazo al mundo, quedarse en medio de la tierra, ponerle trampas a la muerte. Querer partir al infinito de cara hacia el misterio para siempre. Llegar vivos a la muerte. En noble pugna, golpe a golpe, a contragolpe, con vigor de brazo, agilidad de pies, pura danza, avanzar, frustrar hazañas, convertir. De derecha a izquierda, de izquierda a derecha, zigzagueando —ráfagas encendidas, líberos, invitados del polvo eternamente— bailar, correr, volar, ir al frente, atacar, adivinar, cumplir tiempos, correr el peligro de la vida, adelantar, vivir, sobrevivir, resistir hasta el último combate. Con la pena final en otras manos, esperar el pitazo irremediable, volver con la victoria, a tiro limpio salvar la luz, salvarnos juntos, jugar, salvar al hombre —la sal menuda de amorosos huesos—. Jamás la canción tuvo punto final. Persigamos un arte del hombre, con el hombre, para el hombre. De cara al hombre y a pesar del hombre. Un arte en el que no falte nada del mundo, nada del hombre. Nada del aire, ni del fuego, ni de la tierra, ni del mar. Un arte a sangre y fuego, a paso largo. ¡Capaz de amar, capaz de armar la paz! ¡Capaz! ¡Capaz! ¡Capaz! ¡Capaz! ¡Capaz! Caminemos tras la nueva aurora en compañía. Fortalezcamos la casa del hombre. Vivamos con el destino siempre en guerra, en guerra a muerte con la muerte. No hay tiempo que perder. Será la última experiencia si queremos resarcir vida, patria, libertad y pan. Conversemos con la esperanza muerta, con el deseo difunto, con el sueño ido, con la sangre rebelde del olvido. Mientras vivamos, juguemos al hombre, a la mañana; a la vida, a su paciencia, a su escondite. Guardemos la alegría, la rabia, la ternura, para cuando el pueblo salga o llegue o nos convide. Demos grandes zancadas hacia nosotros. Regresemos con el viento en armas a reclamar algunas y otras cosas. Escuchemos los relinchos de la noche. Conozcamos las lluvias subterráneas. Abramos la trocha que nos lleve al hombre, al mundo y a la vida. Fundemos un mundo, un país con palabras verdaderas, dignas, apasionadas; las que nos dirán cuándo, con qué fuerza, de qué modo asumir nuestro destino. A proteger al pueblo con palabras. A presenciar todas las agonías. No aullemos como perros solitarios en la noche del crimen. Carguemos con el fardo y echémonos animosamente a los caminos matinales que ilumina la esperanza. Rompamos todas las jaulas. De regreso del futuro, conquistemos la utopía. Seamos hombres con nostalgia de futuro. Juguemos, soñemos con la Paz. Al pie de la derrota, mientras la luna canjea el puesto con la muerte, fundemos la razón mientras podamos. Saquemos a la calle nuestra furia. Alcemos la esperanza entre las manos. El triunfo acuartelado por ahora. Aparecerá siempre algún cocuyo, así algunas noches haya apagones de luciérnagas. Amémonos los vivos a los vivos, que siempre no estaremos como estamos. ¡Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera, en el vaso, en la carnicería, en la aritmética! ¡Jamás tanto cariño doloroso, jamás tan cerca arremetió lo lejos! ¡Ah, desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo qué hacer! ¡Cuándo nos veremos con los demás, al borde de una mañana eterna, desayunados todos! Calla, crepúsculo futuro y recógete a reír en lo íntimo de este celo de gallos ajisecos soberbiamente, magníficamente ennavajados. ¡Cae agua de revólveres lavados! Vamos, pues, compañero, nos espera tu sombra apercibida, nos espera tu sombra acuartelada. Camaradas, varios días el viento cambia de aire. Como insomnes almácigos en guardia, en la cárcel con sueño de esperanza, estará nuestra sombra cuestionando. Esto es urgente, el tiempo apremia, el día. ¡Saludemos al sufrimiento armado! Halemos al mundo. Bebamos, nosotros que venimos de beber luceros en las altas copas de los pinos frescos. Caigamos en cuenta de esta vigilia creadora, cuando a fuego lento se decide la definitiva soledad del mundo. Velemos eternamente la emboscada. Justifiquemos esta guerra, este insomnio. Seamos labriegos de nuestra propia voz. Somos la palabra que está naciendo, la misma que se detiene y volcará como campana su acero y su sonido hacia todas las mañanas ¡Juguemos al hombre y a la vida! ¡Pan y paz para el hombre de este tiempo!
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Pablo Mora
Profesor Titular, Jubilado, de la Universidad Nacional Experimental del Táchira.
pablumbre@hotmail.com
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