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Del gran anhelo |
A Hugo Chávez Frías |
Alma mía, yo te he enseñado a decir “hoy”, “un día” y “en otro tiempo”, y a pasar bailando por encima de todo aquí, ahí y allá. Alma mía, yo te he librado de todos los escondrijos; he alejado de ti el polvo, las arañas y la penumbra. Alma mía, te he lavado del pudorcito y de la virtud meticulosa y te he inclinado a estar desnuda ante los ojos del sol. Con la tempestad que se llama “espíritu” soplé sobre tu mar revuelto, y expulsé de él todas las nubes y hasta estrangulé al estrangulador que se llama “pecado”. Alma mía, te he dado el derecho de decir “no”, como la tempestad, y de decir “sí” como el cielo despejado; ahora estás tranquila como la luz y pasa a través de las tempestades negadoras. Alma mía, te he devuelto la libertad sobre lo creado y lo increado: ¿y quién conoce como tú la voluptuosidad del porvenir? Alma mía, te he enseñado el desprecio que no viene como la carcoma, el gran desprecio amante, que ama más donde más desprecia. Alma mía, te he enseñado a persuadir de tal modo que las causas mismas se te rinden: así como el sol persuade al mismo mar para que suba a su altura. … Alma mía, he dado a beber a tu dominio terrestre toda la sabiduría, así los vinos nuevos como los añejos y fuertes de la sabiduría —los de tiempo inmemorial. Alma mía, he derramado en ti todo sol y toda noche, todos los silencios y todos los anhelos: entonces has crecido para mí como una viña. Alma mía, ahora estás ahí, repleta y pesada, como vid de ubres henchidas, de dorados racimos exuberantes —exuberante y abrumada de dicha, esperando en medio de la abundancia y avergonzada de tu expectación. ¡Alma mía, ahora no hay ya en ninguna parte alma más amante, más amplia y comprensiva! ¿Dónde estarían el porvenir y el pasado más cerca el uno del otro que en ti? Alma mía, te lo he dado todo, por ti he vaciado mis manos… ¡y ahora! Ahora me dices sonriendo, llena de melancolía: “¿Quién de nosotros dos debe dar las gracias? ¿No es el donante quien debe estar agradecido al que ha tenido a bien tomar? ¿No es una necesidad el dar? ¿No es lástima tomar?” Alma mía, comprendo la sonrisa de tu melancolía: ¡tu exuberancia tiende ahora las manos anhelantes! … Alma mía, todo te lo he dado, hasta mi último bien, y mis manos se han vaciado por ti: ¡haberte dicho que cantes fue mi último don! Puesto que yo te he dicho que cantes, responde pues, responde; ¿quién de nosotros dos debe dar gracias ahora? Pero no: ¡canta para mí, canta, alma mía! ¡Y déjame darte las gracias! Así hablaba Zaratustra. (Extracto de “Así hablaba Zaratustra”. De Friedrich Nietzsche. Fundación Editorial El perro y la rana, 2012 |
Pablo Mora
Profesor Titular, Jubilado, de la Universidad Nacional Experimental del Táchira.
pablumbre@hotmail.com
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