La plata nunca alcanza |
Reseña del poemario “Algún día nos haremos luces” de Luis Méndez Salinas - por Diego Mora |
Algún
día nos haremos luces
es una lectura fluída y pesada a la vez: fluida porque se trata de un
poemario escrito con claridad y sorprendente exactitud en las palabras; y
pesada por el contenido salvajemente realista en el que se desenvuelve. Se
trata de un trabajo crítico sobre las mujeres guatemaltecas, planteado en
primera persona y que refleja la inquietud del joven escritor guatemalteco
por mostrar ese lado de la moneda que casi nunca se ve con tanto
desgarramiento: la mujer oprimida, explotada, violentada. El
libro se desarrolla en una sociedad patriarcal donde la indiferencia es el
pan de cada día: sí,
como no, esas cosas pasan las
esquinas y los coches pasan El
estilo es bastante libre y demuestra un manejo del espacio magistral,
combinando tamaños y tipos de letras colocadas de manera divergente de un
lado a otro de la página, demostrando que también el espacio puede
asumir protagonismo en el poema: amanecí empapada alucinada a
n o n a d a d a
vergas como ésa
no se ven todas las noches Luis
Méndez hace además una ruptura dentro de este estilo, agregando
intermedios escritos en prosa que vienen a confirmar su elasticidad y
versatilidad estilìstica, y un inusitado (des)equilibrio entre la forma y
el contenido. Dichos momentos son las “deserciones”, momentos en que
el poeta se torna más reflexivo, e introduce otra voz en su discurso para
poner los puntos sobre las íes y arremeter contra todos los mercaderes
urbanos que usurpan y ultrajan esa ciudad de cabello y tacones altos. Para
muestra un botón: /segunda
deserción (o sabotaje)/ estando
en este estado nos chorrea la sustancia, somos pura babosada, maquinita de
palabras / sí, te creo, no son pajas, yo también camino dando vueltas
tras la cola y eso, verdaderamente, es magia / puros syntes,
nada de verdad, estos ojos vieron el sonido de las teclas / los
compases, los crayones, la teoría del color / yo soy muy mujer, por eso
visto de rosa, rosadito maricón / las campanas, ¡las campanas! corro y
grito porque vienen las campanas / estos muros se rehúsan a llorar, son
bien hombrecitos, y yo creyendo que sus lágrimas nos matan… pero no,
nadie llora, sobra espacio / deja que te limpie el corazón / Otro
gran logro que alcanza Méndez Salinas es la síntesis en la mayoría de
los poemas de esta selección, con un manejo impecable del lenguaje, casi
minimalista, casi haikuista, casi epigrámico, muy de la mano de aquella
frase aún mesiánica de Ezra Pund cuando reafirmaba su posición sobre la
poesía: “Así la quiero: austera, directa, libre de babosa emoción”,
y que en este poemario se demuestra con creces: estos
son los pezones más dulces
que encontrarás en la ciudad sí, también
son los más baratos Retratada
con genialidad y crudeza, la prostituta de “Algún día nos haremos
luces” –que evoca a todas las mujeres maltratadas- es un arquetipo del
modelo machista patriarcal y agresivo en el que aún vive nuestro istmo,
territorio azotado por la violencia y la crudeza del capitalismo salvaje,
de la indiferencia social, de tantos golpes en el rostro, en las piernas y
brazos de esta dama de la noche, que algunos aún llaman Centroamérica,
la niña que vende su cuerpo para no morir de inanición: me
salieron cicatrices en la espalda voces como
ampollas reventaban en mi piel
nadie vio mi sangre nunca
hubo testigos El
gran acierto de estre libro –aún inédito- radica en la fuerza de las
imágenes, muy concentradas y bien enfocadas en un objetivo específico.
Sin caer en el efectismo tan corriente hoy en día y recurso fácil en la
poesía contemporánea, Méndez logra escabullirse de este camino para
alcanzar senderos de gran lucidez: te
lo advierto:
esto no es una cometa Poemas
como éste reflejan una madurez para condensar la metáfora en ocho
palabras, una sola oración en la que el poeta logra evocar y provocar en
el lector una suerte de duda, de presentimiento, como si lo preparara para
la golpiza, para salir a la calle; es de algún modo esa advertencia final
antes de que la noche lo devore. Finalmente,
existe a lo largo de este poemario un juego preverso con el cinismo y el
paroxismo que atrapan al lector, porque es un disurso de doble sentido,
aparentemente gracioso, quizá para los más inocentes, pero se
trata de risas que corroen de adentro hacia fuera: y
al tercer día… las
hormigas se acabaron el pastel El poemario se puede leer
en cinco minutos, eso siempre y cuando omita los silencios, las voces
ocultas y sobretodo ignore a esa dama que le mira en la esquina para
explicárselo todo, por un módico precio. El poema final es una gota de
insolencia pura, de ácido en
los ojos avizores, una señal mal colocada en la vía que nos deja
abandonados en algún callejón sin salida, a menos que volvamos a leer el
libro, ya
que prometimos luces y
destellos y rebotes —las
más sinceras disculpas: la plata no alcanzó— |
Diego Mora
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