H. A. Murena: la inversión de la
mirada |
H. A. Murena nació en Buenos Aires en 1923, en el hogar de una familia modesta, alejada de las preocupaciones del mundo intelectual de la época. Ingresó en el Liceo Militar; posteriormente se inscribió en las carreras de ingeniería, en la Universidad Nacional de La Plata, y de filosofía, en la Universidad de Buenos Aires, abandonando en ambos casos sus estudios. Siendo muy joven comenzó a escribir sus primeras páginas, y a leer, vorazmente, como lo hacen generalmente los autodidactas. De su paso por la Facultad de Filosofía y Letras le quedan amigos como Alberto Girri y relaciones con los integrantes de distintas revistas literarias. En 1946 aparece Primer testamento, un volumen de cuentos, y, desde entonces, dedica todas sus energías a la literatura y al ensayo de interpretación. En su corta vida publicó más de una veintena de títulos en distintos géneros: poesía, ensayo, novela, cuento y teatro. Existe además una recopilación de una parte de los diálogos que sostuvo con D.J. Vogelmann frente al micrófono de un programa radial; la edición, titulada El secreto claro (1978), estuvo a cargo de Sara Gallardo y del propio Vogelmann. Murena, un incansable colaborador de la revista Sur y del suplemento cultural del diario La Nación, se ganó la vida realizando tareas editoriales, asesoró a Sur de Buenos Aires y a Monte Ávila de Caracas, y codirigió la Colección de estudios alemanes de la primera, en la que se difundieron autores como: Jürgen Habermass, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Max Horkenheimer, entre otros. En los años 60 tradujo a Walter Benjamin, introduciéndolo por vez primera a nuestro idioma. En 1967 la editorial Sur da a conocer sus versiones en Ensayos escogidos, una selección de los Schriften que reúne: Sobre algunos temas en Baudelaire, Tesis de la filosofía de la historia, Franz Kafka, Potemkim, Un retrato de infancia, El hombrecito jorobado, Sancho Panza, La tarea del traductor, Sobre la facultad mimética, Para una crítica de la violencia y Destino y carácter. Este hombre de letras, fue durante tres décadas un participante activo y destacado en la vida intelectual del país, un gestor cultural que además posibilitó, con su generosidad, la edición del trabajo de otros autores en el país y en el extranjero, sin olvidar el hecho fáctico de que nos ha legado textos que se niegan a desaparecer. Entre 1946, año en que publica su primer libro, y 1975, cuando repentinamente su corazón, largamente agredido por los excesos alcohólicos, deja de bombear, median sólo 29 años. Éstos fueron suficientes para protagonizar una titánica tarea, escribir como se ha señalado una gran cantidad volúmenes, traducir al castellano autores que enriquecen nuestra propia tradición y participar activamente del duelo de las ideas de su tiempo, generando en algunos casos polémicas que aún nuestra sociedad no ha saldado. A pesar del gran aporte que hizo a nuestras letras y pensamiento, desde el día de su muerte, a los 52 años de edad, Murena comienza a ser olvidado con una sistematicidad que asusta a algunos y despierta la sospecha de otros. Sus libros se volvieron objetos inhallables en las librerías, incluso en muchas bibliotecas. La reorganización del canon literario que periódicamente realizan algunos autores en los suplementos culturales, operaciones funcionales a la constitución de una cabeza de playa en la tradición literaria argentina, convenientemente protegida por una lista de nombres de amigos con relaciones en el mundo editorial y en el de la crítica, no lo tiene en cuenta, y, cuando se consigna su nombre en letras de molde, es para dejar establecido que su obra se está convirtiendo en cenizas, o que él no supo comprender el dolor y el sufrimiento de los pobres en América Latina. No obstante el estado de cosas, en la última parte de la década de los 80 sus libros comienzan a ser buscados por un grupo de autores, en su mayoría poetas, que desean saber más acerca de la obra de este hombre que con pasión se dedicó a pensar la Argentina. Se comienza a hablar nuevamente de Murena. En bares como el Argos de Colegiales, donde la ginebra se sirve generosamente durante toda la noche, o en la pizzería Llao Llao de Barrancas de Belgrano, en las inmediaciones del Barrio Chino, su nombre flota enigmáticamente en las conversaciones. La charla de café lleva a la lectura, algunos de sus libros circulan de mano en mano, ajados y anotados. Al contrario de Borges, que participa de “un fenómeno vinculado a la cultura de masas [...] y ha ingresado, por acción del periodismo escrito, oral o visual, en el campo de lo que Roland Barthes denomina mitologías”1, Murena parece hacer pie en este misterioso territorio gracias a la voluntad de un reducido grupo de lectores. Entre ellos se encuentran Adolfo Castañón y Aurelio Major, traductores de Después de Babel 2, quienes recurrieron a sus versiones de Benjamin, de las que tomaron los pasajes incluidos por Steiner en esta obra esencial sobre la traducción. En los años siguientes comienzan a circular algunos trabajos que reconsideran diversos aspectos de su obra: Murena, la palabra injusta de Hugo Savino3; H.A. Murena de Héctor Schmucler4; Relámpago de la duración de David Lagmanovich5; Murena un crítico en soledad de Américo Cristófalo6; El intelectual ultranihilista: H.A. Murena antisociólogo de Leonora Djament7; Murena en busca de una dialéctica trascendental de Silvio Mattoni8 El silencio imposición-incomunicación con el nuevo mundo en la perspectiva mítica de H.A. Murena de Leonor Arias Saravia9 y Visiones de Babel, una antología de su obra realizada y prologada por Guillermo Piro10. Selecciones de sus poemas son rescatadas por las revistas especializadas El jabalí11 y Diario de Poesía 12. H.A. Murena atravesó el firmamento del período en el que le tocó vivir como un aerolito, como tal, se estrelló en la realidad del planeta. Los restos de su materia incandescente aún permanecen desperdigados en todos los géneros literarios. Sin embargo, se debe destacar que es en su poesía, donde hallaremos algunas pistas que nos guiarán cuando nos acerquemos al conjunto de su obra. Fue ante todo poeta. Su búsqueda vital está condicionada por esta práctica. Particularmente por aquella vertiente de la denominada poesía moderna, que en su relación con el racionalismo, protagoniza cruces y enfrentamientos, a través de los que “...los poetas redescubren una tradición tan antigua como el hombre mismo y que, transmitida por el neoplatonismo renacentista y las sectas y corrientes herméticas y ocultistas de los siglos XVI y XVII, atraviesa el XVIII, penetra en el XIX y llega hasta nuestros días. Me refiero a la analogía, a la visión del universo como un sistema de correspondencias y a la visión del lenguaje como el doble del universo”.13 Un universo que Murena parece percibir en constante creación, donde el pasado y el futuro se funden en un continuo presente, en el que intuye una oculta semántica cuya notación no le es revelada. En el prólogo de Ensayos sobre subversión, afirma que si el escritor tiene pretensiones de contemporaneidad debe comenzar por ser “anacrónico, en el sentido originario de la palabra que designa el estar contra el tiempo [...] lo que él mismo llamó: arte de volverse anacrónico. Ese arte lo movió a abrirse a las tradiciones hermetistas o religiosas. Éstas lo acercaban, dijo, a la orilla primordial del recuerdo. Esa orilla era la imagen del Paraíso, antes de la Caída. La nostalgia de Occidente es lo paradisíaco. El judeo-cristianismo acentúa hasta paroxismos sicóticos el sentimiento de culpa que lo atormentó durante su vida.”14 En distintos textos, Murena, refiriéndose a la Creación, infiere la existencia primera del logos, la palabra: “el Verbo fue lo primero que existió” o “En el principio fue el Verbo”, sin indicar explícitamente si tiene en mente el Antiguo o el Nuevo Testamento: el Génesis o el prólogo del Evangelio de San Juan: “ Al principio era el verbo,/ y el Verbo estaba en Dios,/ y el Verbo era Dios”15. Estas referencias traen de un remoto pasado la personificación de un Dios que ‘habla el mundo’ y lo hace en la lengua del Edén, aquélla signada por la comprensión absoluta, la que después de Babel se astillará en fragmentos. Pero, a diferencia de su traducido Benjamin “...que en términos derivados de las tradiciones cabalística y gnóstica, funda su metafísica de la traducción en el concepto de una ‘lengua universal’ ”16, Murena hace su propia lectura de los acontecimientos ocurridos en Babel. En La sombra de la unidad17 escribe: “ La unidad de la lengua de la que gozaban los hombres de Babel constituía en cierto modo un espejismo. Era el reflejo, el legado del saber obtenido al comer del fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Ese saber presupone un discurso único, total, según el cual la entera vida sería cognoscible incluso antes de que naciera: ese saber, ese discurso -del que surge la lengua única de Babel- es locura. Locura: que alguien vivo imagine que la energía y la libertad de la vida son totalmente previsibles, o sea que dictamine la esclavitud, debilidad y muerte de la vida. [...] La dispersión por la tierra, la confusión de la lengua, tiene por fin indicar otra vez al hombre cúal es su naturaleza, cúal es su destino: la diversidad, el reino de las diferencias. El gesto de Yahveh libera al hombre de la locura del destino único, de la obsesión del regreso: le indica que el camino de retorno está para él sólo a través de la aceptación de la diversidad.” Los peligros que para él entraña el discurso único, representado por la espiral ascendente del progreso, una de cuyas formas más perfectas es una “ciencia sin sujeto”18 que en nombre de una lógica irrebatible puede decidir la muerte de todos los sujetos; sólo podrán ser inoculados en el espíritu humano mediante la aceptación de la diversidad y de la diferencia. Estos conceptos atraviesan su angustia y desesperación creativa en un tiempo en que la faccionalidad política y cultural existente en nuestro país, más que el reconocimiento del otro, pretendía su negación. Él no pudo concebir nuestra historia o nuestra tradición literaria en estos términos, quizás por ello su obra se nos ha ido haciendo tan necesaria. Sarmiento, en su introducción al Facundo relata: “En la Enciclopedia Nueva, he leído un brillante trabajo sobre el general Bolívar, en que se hace a aquel caudillo americano toda la justicia que merece por sus talentos, por su genio; pero en esta biografía, como en todas las otras que de él se han escrito, he visto al general europeo, los mariscales del Imperio, un Napoleón menos colosal; pero no he visto al caudillo americano, al jefe de un levantamiento de las masas; veo el remedo de la Europa y nada que me revele la América.” H. A. Murena, transcurridos más de cien años, reafirma con vehemencia las palabras del sanjuanino: “Con América se da el escándalo de que –salvo frustrados intentos- ha sido y es interpretada por los americanos, según una clave puramente europea”19, un viejo mal que aquejaba al país desde la independencia y que no había pasado inadvertido para la Generación del 37. Esteban Echeverría antes de su muerte escribió: “¿Qué nos importan las soluciones de la filosofía y política europeas que no tiendan al fin que nosotros buscamos?” Murena
presiente que se han agotado todas las instancias, ya no nos queda
otro camino que buscar nuestras propias respuestas en clave local
y que debemos tener el
ánimo o el coraje para realizar esto que considera una tarea fundacional.
Está diciendo: debemos tomar esta decisión
y llevar adelante lo que él en
un momento denominó el ‘parricidio’,
término éste que en el campo de la literatura representaría una nueva
lectura apropiatoria de nuestra
tradición, actitud que él percibe con toda claridad en nuestro
poema nacional: “Martín Fierro es el exponente del decidido parricidio lingüístico- poético.
Tanto el acontecer como la forma del lenguaje del poema sólo pueden ser
aclarados totalmente sin falsedad desde el punto de vista del parricidio
histórico-cultural.”20
En Retrato del poeta, dedicado a José Hernández, refuerza su tesis: Imagínenselo: / tenía más de un metro ochenta de estatura, / cuerpo de león, /pero en el medio del pecho / un signo trémulo y fatal/ como el amor o el fuego. [...] Comprendan, se educó en los campos, / en jóvenes ciudades, vería / las libres caballadas del alba / surgiendo de lagunas brumosas, / cubiertas de misterio / con que empieza la vida, habrá tocado / criaturas humilladas, pobres, / caídas, todo el dolor argentino / en su abierta llaga, / mientras en su centro puro / la poesía se alzaba / soñando las voces nuevas / para una belleza de rostro arrasado. [...] Imagínenselo ahora, / mercaderes, capitanes, políticos, / hombres eminentes y hombres oscuros, / almas enfermas de un tiempo / que perdió el futuro, imaginémonoslo. / Su corazón late todavía / en el vivo viento de las tardes claras, / toquémoslo con el sentimiento y la mente: / será como si nos purificáramos.” 21 En este poema nos pide que soñemos las nuevas voces para una belleza arrasada, que nos acerquemos a esos textos como lo hizo Arturo Jauretche, permitiéndole decir más tarde: “La anatomía y la fisiología de aquellos libros –digamos, Facundo, para el caso- son expresiones nuestras; nuestro es el apóstrofe, nuestro es el relato y la forma de la pasión, y nuestros son el tema, la evocación, los hechos [...] y si el lector aparta el texto contrariado por la falsedad de los planteos o de las conclusiones, vuelve al mismo conquistado por el encuentro de la propia sensibilidad, por la identidad nacional que reconoce en la factura de quienes ejemplifican con hechos propios del país, por los modos de decir, que son los de sus paisanos, y por las analogías, referidas siempre al paisaje, los hombres y los hechos que le son familiares.”22 Estas palabras con las que en más de una manera coincide Jorge Luis Borges: “El tono de su escritura fue el de su voz; su boca no fue la contradicción de su mano. Fueron argentinos con dignidad: su decirse criollos no fue una arrogancia orillera ni un malhumor. Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en españoles ni degenerar en malevos fue su apetencia. Pienso en Esteban Echeverría, en Domingo F. Sarmiento, en Vicente Fidel López, en Eduardo Mansilla. Dijeron bien en argentino: cosa en desuso. No precisaron disfrazarse de otros ni dragonear de recién venidos para escribir”23, tienen la virtud de reconocer la carnadura de aquello que se expresó en una lengua cuyas inflexiones, su decir, nos son cercanos, que estableció el tono en el que todos estamos representados, la supervivencia del cual sólo se logrará si llevamos a cabo un nuevo adiestramiento de la mirada. H.A. Murena nos insta a invertir la mirada, observar la periferia desde la periferia misma, anular el centro imaginado, vernos tal cual somos. Mirarnos en nuestro propio espejo y no a través de uno ajeno, en apariencia más elaborado y lujoso, que invariablemente nos devolverá una imagen doblemente deformada de nuestra realidad. Pero también nos advierte que esta operación no puede ser protagonizada por una mente dividida, una cuyos hemisferios se enfrentan constantemente en una danza macabra, autodestructiva, augurando la cíclica reinstalación del fracaso. Referencias: 1-Jaime Rest, El cuarto en el recoveco, CEAL, Buenos Aires 1982. 2-George Steiner, Después de Babel, aspectos del lenguaje y la traducción. Fondo de Cultura Económica, México 1980. Traducción de Adolfo Castañón y Aurelio Major. 3-Hugo Savino, El innombrable, N°1, Buenos Aires 1985. 4-Héctor Schmucler, La Caja, N° 10, Buenos Aires 1994. 5-David Lagmanovich, Discursos poéticos, Universidad Nacional de Tucumán, 1998. El ensayo citado apareció por primera vez en la revista Iberoamericana, N°56, Pittsburg, 1963, E.E.U.U. 6-Américo Cristófalo,en Historia crítica de la literatura argentina (La irrupción de la crítica), vol.10, colección dirigida por Noé Jitrik, Emecé , Buenos Aires, 1999. 7-Leonora Djament, en Historia crítica de la sociología argentina, compilador Horacio González, Colihue, Buenos Aires, 1999. 8-Silvio Mattoni, Confines, N°7, Buenos Aires, 1999. 9-Leonor Arias Saravia, en La Argentina en clave de metáfora, Corregidor, Buenos Aires, 2000. 10-Guillermo Piro, Visiones de Babel (Héctor A. Murena), Fondo de Cultura Económica, México, 2002. 11-El jabalí, revista ilustrada de poesía, N° 10, Buenos Aires, 1999. 12-Diario de Poesía, N° 60, Buenos Aires, enero, 2002. 13-Octavio Paz, Los hijos del limo, Seix Barral, España, 1974. 14-Juan Liscano, Murena ,el anacrónico, 15-San Juan, Evangelio, Nuevo Testamento, cap.I, vers.I. 16-George Steiner, ibidem 2 17-H.A Murena, La metáfora y lo sagrado, Editorial Alfa, España, 1984. 18-H:A: Murena, D.J. Vogelmann, El secreto claro, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1978. 19-H.A. Murena, Los Parricidas: Edgar Allan Poe, El pecado original de América, Sur, Buenos Aires, 1954. 20-H.A. Murena, Los Parricidas: Edgar Allan Poe, El pecado original de América, Sur, Buenos Aires, 1954. 21-H.A.Murena, El círculo de los paraísos, Sur, Buenos Aires, 1958. 22-Jauretche, Arturo, Los profetas del odio y la Yapa, Corregidor, Buenos Aires, 2002. 23- Borges, Jorge Luis, El idioma de los argentinos, conferencia dictada en el Instituto Popular de Conferencias, 1926; incluida en El idioma de los argentinos, Manuel Gleizer editor, Buenos Aires, 1928, reeditado como El Lenguaje de Buenos Aires Emecé, 1963. |
Esteban Moore, Buenos Aires, 2005
Ir a índice de América |
Ir a índice de Moore, Esteban |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |