Estampas
1968. |
Llegó a principios de agosto a la Facultad de Filosofía sin que se le
esperara, agitado, con un portafolio lleno de documentos, de textos que
requerían su discusión urgente, de memorias de otras luchas que sólo
tenían sentido porque la historia es incesante, y la dialéctica solicita
de la continuidad del esfuerzo. De inmediato, incorporado al movimiento
estudiantil, el novelista José Revueltas, (el autor de Los
muros de agua, Los días
terrenales, El luto humano,
Dios en la tierra, Los
errores), traslada domicilio y obsesiones militantes a Ciudad
Universitaria. En la primera reunión de la Alianza de Intelectuales y
Artistas en Apoyo del Movimiento Estudiantil, Revueltas es nombrado
miembro de la comisión ejecutiva (con Juan Rulfo, Sergio Mondragón,
Manuel Felguérez, Jaime Augusto Shelley y C.M.), y desde el primer
instante es muy sincero: “No me
interesa participar con ustedes. Los intelectuales me aburren con sus
vacilaciones. Me interesa la praxis. Quiero ser delegado de la Alianza al
Consejo Nacional de Huelga”. Nada de lo que le decimos le convence.
Según él, los compañeros intelectuales han dado todo lo que pueden dar,
y es con los estudiantes donde está su sitio y el porvenir
revolucionario. Los jóvenes no han petrificado sus intereses, y como sea,
resultan más vitales que un gremio tan acomodaticio. Nuestros argumentos
no lo tocan, de hecho no los oye. Revueltas en Ciudad Universitaria: la producción de volantes,
manifiestos, tesis sobre la autogestión, visiones de conjunto, llamadas
radicales a la movilización. Pronto, él integra su nueva familia, se
preocupa por lo que les pasa, apoya a un sector en el CNH y desoye las
llamadas de sus amigos en el gobierno, deseosos de salvarlo del castigo y
enojados ante sus “provocaciones”. El 18 de septiembre, Revueltas
habla en la Facultad de Ciencias sobre la autogestión, y apenas sale a
tiempo, dos horas antes de la entrada del Ejército a Ciudad
Universitaria. En la clandestinidad (de la que todo el mundo está al tanto) Revueltas
sigue escribiendo, preocupado por la suerte de los detenidos, muy afectado
por la matanza del 2 de octubre. Su suerte individual no le atañe. Lo
invitan a dar una conferencia en el Auditorio de Humanidades y acepta, a
sabiendas de que será detenido. Antes de salir a C.U. escribe una carta
dirigida al jefe de la policía, que leí entonces y cuyo sentido retengo
en la memoria: Muy Señor Mío: Sé que se me busca acusándome
de subversión. Como están las cosas, mi vida, en peligro, no vale nada y
bien puedo considerarme un sentenciado a muerte. En tal condición, y como
reza la costumbre, tengo derecho a un último favor, que no se le niega a
nadie y ahora lo ejerzo. Señor jefe de la policía: este condenado a
muerte le pide, en uso de las prerrogativas de su inminente desaparición,
y con la certeza de que su deseo será complacido, que vaya usted y muy
respetuosamente chingue a su madre. Atentamente José Revueltas |
Carlos Monsívais |
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