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Voces
pululando, resonancias vibrando en el aire;
en ese aire enrarecido por lo cotidiano
resignificado, por lo absurdo del tiempo
como medida de las cosas y de la vida;
enrarecido por los olores que tejen
continuidades entre el ser y su hálito
vital, entre el consciente desmemoriado y el
inconsciente hambriento de verdad, identidad
y recuerdo.
Un
narrador itinerante, fluctuando entre la
atmósfera fría, oscura, turbia e irascible
de lo fantástico y su proyección hacia lo
extraño, recorre las páginas de esta obra
narrativa que seduce al lector,
transportándolo por los espacios
insondables (y esquivos) de la mente; por
aquellos lugares donde no nos permitimos
divagar por temor al disgusto con lo
cotidiano, con la aburrida comodidad
capitalista y globalizadora.
Viajes
en colectivos imaginarios transitan los
temas mundanos de la publicidad mágica y
engañosa, aquélla que ofrece la solución
inmediata a los problemas del sobrepeso; el
bucear en la conciencia del hombre perdido
en la rutina y el extrañamiento ante
los lugares comunes vistos desde una psiquis
inquieta y cuestionadora.
Sí, Los
gorriones suicidantes es esto y mucho
más; mucho más porque, el autor unifica
las historias trágicas de nuestros
continentes, cuestionándonos el olvido y
advirtiéndonos que "una vida sin
pasado, por más enhiesta que se halle,
jamás poseerá futuro... sólo podrá
padecerlo". |
