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Exiliarme de esta carne,
exiliarme de estos huesos,
exiliarme de las uñas a los pelos,
exiliarme de los relojes,
de los espejos, de las comidas y los colectivos.
Exiliarme de los gritos y los desvelos,
de las veredas atestadas y los cementerios,
de las muelas apretadas y los sueños sin esperanza.
Exiliarme de las armas,
exiliarme de los cuadernos, de los senos
y las caderas vacías como camas.
Exiliarme del frío de las plazas,
de los bancos vacíos,
de las manos sembradas por todos lados
queriendo tocar el cielo, sobre todo en invierno...
Exiliarme de todo,
pero jamás de la memoria.
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