Asesinos de Parto |
Algo se nos debe. Algo debemos a esos “demasiados muertos, /arrastrando consigo/todas las banderas, todos los fantasmas.” En este terreno preñado de sombras y fuegos, se nos han planteado varias preguntas urgentes de responder: “¿Quién tendrá el valor de alzarse en toda su virtud de mamífero parlante, de hinchar el vientre de la tierra con los colmillos ensangrentados?” Lejos de la pura anotación de melancolías, fuera por completo del romanticismo barato, hay aquí un poemario que rechaza de un golpe toda tentativa de aprehensión verbal, que nos espeta a la cara: “Asesinar la canción o padecer su ignominia con la estéril gracia de los mansos.” Ese es el reto de Asesinos de parto. Entre sus sombras en ocasiones refulge una luz, iluminaciones en forma de versos que son una sentencia para todo aquello que asesina lo porvenir. El verbo vuelve a servir para herir, y no simplemente nombrar: “Ya no volveremos a ser lo que nuestras bocas reclaman en el nombre.” |
Diego
Leonardo Monachelli (Argentina, 1975)
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