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No; no tiréis de mí, sombras perdidas; de mi lengua abierta, igual a un
río.
No me busquéis así: apretando, entre las espesas horas, el desaliento.
Alguna vez me habréis visto volver del cuerpo, de las desventuras,
antiguo como una palma, abatido por las lágrimas.
¿Donde moráis, horas felices, luciendo los extremos y embellecidos ojos?
¿Donde residen mis cabellos, mi cabeza de insaciable sueño? Hermosura
crecida sin destino;
amapola sombría, verdor agrio.
¿Adónde erráis, invisibles días, cubiertos aún de luz —de desnudos
cielos transparentes—,
con mi soledad brillante y desierta, con mis crecidos y dulces
pensamientos, delicia y memoria de la muerte?
¡Oh seres, delgados vientos de la desesperación,
qué sabéis de mí como de los pájaros, de las lucientes y movedizas
hojas, de los felices ríos!
Vosotros me habéis visto crecer y angustiar para nadie los miembros, y
vivir
—vivir- entre paredes, y caminar por la tierra como entre amigos.
Ya me veis: aliento escondido —desdeñosa ternura—, boca devuelta al
vacío.
Pero aún, todavía, están vivos los árboles que vi, debajo de los cielos
altos de la planicie;
quizás algunos sentirán mi sombra pesar sobre las hierbas y recordarán
de mí,
como de una suave y larga tempestad perdida.
Quiero que no me miréis la cara ni volváis el lejano sentimiento. Las
duras dudas.
(Esta tarde unos ángeles volaban dentro de la muralla del
otoño;
yo los miraba hendir la atmósfera, separados; sus cuerpos
desasían los frutos y las hojas secas,
y vi cómo la noche les resbalaba por las fases, igual a una rama,
desprendida, sin cubrirles las mejillas resplandecientes.
Nadie me vio, acaso estuve solo —tal el cielo de muchos días-
en las
llanuras y sentí en mi ser el aire frío mover la nostalgia.)
¡Dónde estáis, días; sangre antigua, llama llena de flores!
(Ellos no despertarán ni volverán nunca, ni sabrán ya de mí, como yo no
sé de nadie,
y de nada, hasta la ceguedad más sola.)
Mi piel aún conserva el color árido de los arenales,
y mi voz es sorda y honda como la de los seres cuyos nombres nacen en el
desierto.
¡No te alegres de mí, día hermoso, como un enemigo!
¡No te vuelvas fuerte contra mis desnudos ojos y cabeza!
Déjame vivo, sucedido; inmenso de furor y aborrecimiento, dentro de mí,
para mí, en inestimable desdicha.
Hay edades que no olvidan a sus seres. Sus cuerpos viajan por los bordes
últimos del cielo,
con los brazos cubiertos de amapolas, junto a los encimados y amarillos
ríos.
Allí, donde a veces llega la tierra, hambrienta, a llorar la perdición
de sus otros hijos.
No os contentéis, días, no traigáis vuestras húmedas cabezas tan
levantadas, en el inmenso frío.
¿Quién volverá de vosotros, solitario, con la memoria interminable, y la
boca sin entendimiento, de amargura?
Inmóvil y ciego quiero cantar otro espacio: cuando el aire se llenaba de
unas flores,
y el campo era hermoso como mi rostro y pensamientos.
(No; no quiero que nadie me olvide: ni los pastos,
ni el viento dulce de
las llanuras. —Miserable y seco, nacido para la muerte.)
Hay unas horas en el sur, cuando el otoño llega con sus cielos
clarísimos a mirarse,
la corona cerrada de jacintos, en los grandes ríos
y en las lagunas quietas igual a una manta;
un instante, en que los
pájaros del verano
buscan las costas abiertas hacia el mar ligero.
Y hablamos de los seres,
de las distantes sombras; del rumor insaciable y ajeno del olvido sobre
la tierra.
(Y vosotros huís, días, entre los vendavales, igual a tormentas, con los
rabiosos labios sucios
o como Acteón, comidos y vagabundos.
¿Cuál, de todos, no vuelto aún será para mí, y para mí, con mi tremenda
soledad arrepentida?
¿Cuál arrastrará mi lengua por las incomportables praderas y el cielo,
por los inútiles años que mi cuerpo visitó el mundo?)
Los grandes patos pasaban volando detrás del sol.
Yo miraba el atardecer con mis ojos desnudos; las tierras encumbradas,
lucientes en la oscuridad.
Las ciudades, donde aún la luz resplandecía en las tinieblas.
En el sur el otoño comienza con los pájaros, que buscan los árboles de
la primavera en medio de la noche.
Con el céfiro fino, menudo, que empieza a rozar la hierba, a mover los
ríos;
a mojar el aire de la tarde.
¡Oh estériles recuerdos, nada inagotable! ¿Quién hallará mi cuerpo
en
medio del campo, ensordecido, lleno de voces,
revuelto y con los pies
resbaladizos atados con una serpiente?
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ODA DEL AIRE Y DE LAS TORMENTAS
¿Dónde andáis, años en la muerte perdidos, largas horas?
El viento de julio varea esta parte del sur, y estoy mirando mis manos y
sintiendo
cómo los cabellos me cubren la frente y los ojos, en inmenso desabrigo.
Quizás ya no dude de nada o me importe poco el vivir oscuro sobre la
tierra, en mi país.
El viento inclina unos árboles hacia otros y los grandes pájaros pasan
gritando, sin posarse.
La braveza del aire lleva la fragancia de las violetas y las suaves
hojas de “Los Talas”.
Aquí me tenéis, días, dejados espacios; sin olvido, solitario.
Tal vez nadie piense, en este instante, en mí, que permanezco igual a un
ángel en la naturaleza.
Límpido y absoluto como un horizonte sin cuerpo ni seres. ¡Ignorante y
melancólico!
Igual a Endimión quisiera estar dormido —la boca llena con la
restallante lengua—, a la sombra de los cedros, de las perennes hojas;
el alma fresca y no turbado el sueño por la memoria.
Y entrar en las florestas donde aún hermosos pájaros despiden perfumes,
como flores, y los árboles levantan lustrosas coronas al cielo.
Y cazar detrás de la muerte las oscuras furias, las soberbias faces de
la destrucción.
Y al fin, saciado y desprendido, volver a mirar los héroes; los ríos
colorados
y los arrancados estandartes, y en las enceguecidas espadas, sobre la
ceniza amarga, poner mi mano abierta y el guad de mis enojosas lágrimas.
El sur aprieta el viento contra la llanura y el pasto huele y se inclina
hasta penetrar el sucio.
(Una vez quise que su aire y el mío, que mi lengua y la suya para
siempre, para la vida y la muerte estuvieran juntos. Sin gratitud miro
las nubes y el vuelo de los pájaros. Quizás mi dolor sea intenso o esté
tan solo conmigo, diferente y terminado, entre mis tribus y muertas
banderas.
Apartados, deshechos, asomados, vuelven los días con mis impacientes
llamamientos, y nadie por mí, nadie, suspira. Huésped y cuerpo lejano me
distinguen las voces y la luz de estos jardines. Beata solituüo.
¡Oh si pudiese, detenido y ciego, atmósfera fugaz y adiós reunidos,
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desviarme en sed o invierno, con las flores!
¡Eternidad, inútil obediencia!
Quién supiera, inocente y sin espíritu, llevar el dulce pecho
embellecido a nada, al invisible y frío aliento.
Una vez quise que su voz remota, con la mía, en el tiempo y la memoria,
quedaran para siempre, y siempre —en desierto rendido, en tierra o mar,
o infierno duro—, en rama y flor prendidas.
¡Vivir, ay palmas! Mi triste cabeza apoya entre mis largos y encerrados
brazos, la frente y las ligeras venas.
La sombra de mi voz aún, todavía, humedece mi piel sola, dulcísima, y
las satisfechas penas de mi pecho, donde ciego y desnudo, memorable, se
detiene su nombre del olvido.)
El temporal juega con las hebras de mi pelo y mis muertos trabajos.
¡Hasta dónde estoy sordo esta tarde, áspero! El viento empuja las nubes
y arrastra algunas ramas por el monte.
Sí; si uno pudiera, llevado, andar por encima de los árboles; apresar la
infinita frescura del aire entre las hojas altísimas, y mirar más
llanura y mayor abandono.
Todavía, aún, a pesar del ansia, vuelvo a ti por el sentimiento, la
tempestad y el frío del agua en el campo.
Sin virtud pienso en ti —interminable, en estos días solos— y en el
perfume de tu cuerpo y en tus tendidos miembros.
Habrá flores que te recuerden, palabras, cielos;
lluvias como ésta, y vivirás sin alteración
habiendo sucedido. Quae est ista quae ascendit per desertum?
Mi piel igual a los ríos que memoran sus piedras a orillas del mar, se
atreve en la soledad a extrañarte y abatir las ternuras más altivas con
palabras que sólo recoge la luz en estas paredes de otros siglos, y de
otros seres.
¡Llueve! Y el viento combate dentro de la noche, sin mirar mis abiertas
y vanas banderas.
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ODA
.Quién viene por la tarde tañendo su laúd sobre las nubes, como dentro
de su morada!
¡Quién lo tañe, que vuelve las hojas de los árboles!
He llenado mi corazón con las sombras de las palabras: con el sueño de
algunas voces.
Y suenan en mí, sin consuelo, desprendidas: tú, nadie, mañana, espacio,
soledad, ternura, aire, vacío, ola, y nunca. Con ellas entretengo mi
ser, la angustia del cielo y la soledad durísima de la sangre.
Lavo mi boca con sus ausencias y me llamo de día y de noche, y las pongo
en mi cabeza, descubiertas, para nombrarlas al olvido, delante y debajo
del cénit de las llanuras.
Sus dioses y cuerpos he asentado entre mis labios para siempre,
enaltecidos; delante de mí soportan el aire, ay, y la impenetrable
altura de la muerte, nadie las ve como no se ve el hálito que las muda y
las gobierna duramente.
(Los ángeles andan por el espacio derramados, unos llevan faces de
trigo, otros escogen amapolas rojas, y los demás traen simientes a unos
pájaros entre los desnudos árboles.
Nadie los ve; a mí me seca la garganta de luz que esparcen sus antiguas
vestiduras. Los miro llevar la cabeza sin que les lastime el aire, y
desaparecer rápidos, bañados de claridad, ante el furor de la noche.
Ya estoy acostumbrado a verlos, dentro de mí, igual a días cuyo humo se
ha disipado
y sus reinos tendidos debajo de las cenizas esperan sin desesperación
las azucenas.)
Quisiera sacar de mí mismo la alegría; abrir los ojos, inmensamente, que
me duelan,
y mirar, mirar el horizonte hasta detrás del vacío de la nostalgia,
donde mi sombra, como un árbol, cambia las hojas con el invierno.
¡Amor; tiempo perdido!
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EL CIELO DE LAS ALONDRAS Y LAS GAVIOTAS (1963)
ESTAS COSAS
No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor de mi
mano. Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el tenor de la primavera y el tiempo
y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.
Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua. Una
palabra, aquella
sonriente y terrible de la ternura,
obscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida, permanente, sin
alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la
atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen
voluntariosa sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.
Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, ya en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo, de la calle muerta en las nubes, su
entretenimiento como un pájaro.
¡Amor, amor!, una brizna del sentido, tal vez un día donde mis labios
bebieron la sangre y todas estas nieblas azotadas e irremediables,
perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío
brillante y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado
invierno.
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ODA TERCERA A LA PAMPA
1
Cabe en la luz del cielo, en mi país, tanta planicie, su sombra verde y
esparcida, que al volver hacia sí, hasta dentro, su despiadada ternura,
retorna violenta y solitaria.
Corre el avestruz asustado con las nubes y sesga la brisa, sin sentido,
o de sus asombradas y cenizas plumas
encubre la augusta cabeza y cierra los ojos al desierto, a tanto espacio
y lontananza fugitiva.
Camina el día sobre la llanura igual al aire en su claridad naciente, y
los abiertos pasos silban, y resuenan cercanos y dispersos.
El llano coge al hombre como una brizna sin sosiego y lo endurece hasta
torcerle la palabra en céfiro.
En mi nación, sólo cantan los pájaros y revuelan al ras de los
malezales, chillando veloces,
igual a una lanza.
Diferente y quieto, y ya en mí, siento mi sangre voltear con alegría la
soledad y mi juventud perdida.
i Unicamente mi cabeza, la alcorza de mi cuerpo, respira y juega por el
tiempo!
II
De nadie sé tanto, tanto, como de la muerte, y nada de ti, amor.
Pasa el estío y las nubes, y los pájaros y el viento todos pasan.
Quizás el amor estuvo conmigo, una vez, callado, distraído.
Y yo habré visto sus ciegos ojos, su mirada eterna, ya vacía.
Abro mis manos y el aire se solaza en ellas, solo, sorprendido.
Mi piel, el gusto, la noche, saben de mí, de la ausencia soportada.
El tiempo es siempre mañana, la flor abierta y caída claramente.
F.l adiós, un día, un río, y tú con ellos dichosa
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y perdida.
El verano huye llevando sus frutas, sus mariposas, el olvido.
¿Qué entenderá de nosotros?, de mí, parado y sombrío, y sonriente.
El estío muda errante su fuente alta y reluciente, sin memoria.
Y yo estoy solo mirando, suave y alegre, en el cielo, esta tarde.
Toma venidera suerte tanto divagar desnudo, este sitio;
todo el amor y las ramas de mi boca, con el aire de mi pelo.
¡De nadie sé tanto y tanto y nada!
III
Reunido como un haz y elevado, siento mover mi alma igual a una rota
espiga sobre la tierra y escucho la voz parecida del temporal en otros
acentos entrañados y sin hallazgo.
Todo me advierte y sacude, y vuelve removido, y a veces injusto y rápido
como un león a orillas de un pantano, y bebo la sujeta agua descendida,
en insomne descanso.
Vuela un pájaro en el cénit, tan subido, que parado y sin caer goza la
luz, el esmaltado día, la naciente y viva nostalgia precisada.
Quiero a mi país igual a una flor antigua, y lo amo en su hálito y en la
obscuridad hermosa, desvelada,
cuando cruzan los patos silvestres gritando debajo de las áridas y
extendidas constelaciones de la Argentina.
¡Quizás alguien cante lejos, en las durmientes horas, en su guitarra,
mientras yo sólo espero, rodeado de susurrantes hierbas, en el rocío, la
viva y enamorada noche!
¡Tanta claridad apagada y sin espanto!
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OTROS POEMAS
NUNCA (1933)
Mui triste anda Jes e non sei en.
Al riguroso mar de tu sueño, oh cielo obscuro, ya estoy entregado. Mi
sed desnuda, desvanecida, se apoya en tu sueño. Tu sueño que es como la
sed del día.
Cielo obscuro. Montaña. El mar
orgulloso. La sombra que se queda con mi único
día entre las piedras.
Al amor se vuelve igual que a un jardín. La juncia que espera sin
olvido, y la carne que se entristece de miedo.
El mar, el mar. La soledad angustiada.
Así, perdida en el sueño, te goza mi deseo. Lo más fino del alma,
callado, vuelve hacia ti,
como la noche sobre la tarde.
Soledad. Sobre tu sueño, sobre el mío perenne,
este desesperado día,
repartido entre las montañas. Nunca.
Marváo. 26 de enero de 1933.
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HOSTERIA DE LA ROSA Y DEL CLAVEL (1933)
1
No sé si cantando se seca el viento o la voz pierde su humedad. Cuando
pienses que nadie entiende nada, y por qué vuelvo al sur.
Y que hay personas que miran la poesía
como un tiempo perdido, iguaJ a una barba griega.
(Si ellos vieran la sombra debajo de un farol, mutilándose como una
ballesta, y a cada uno de nosotros en su lucha por salvarse del odio.)
Mañana cuando vuelva el aire a cernirse sobre las flores; en las altas
paredes que custodian el mundo, y los ángeles regresen cansados a sus
árboles; cuando el horizonte cante debajo del cielo
y hayan hombres que bailen alegres, juntando los brazos vertiginosos, y
las aves del mar se quejen y vuelen alrededor de los mástiles, yo
pensaré: ¡oh, mi hogar en el sur, al oeste de un gran río, y gozaré
memorias agradables! -Alguna vez, el olvido también correrá por el mar,
y mi tierra irá callada hacia la otra tierra sin esperanza, y yo no sé
si seré feliz.
Quien no haya oído nunca al viento lamentarse por el hielo,
no sabe lo que es el recuerdo. Yo tengo los labios húmedos de mirar por
una ventana.
El olvido debe ser igual a la pampa;
así como un paseo concluido o una cabellera
que ha quedado reposando en el polvo.
Una rama de naranjas tiene el día, su color, para el que pierde el
aliento:
¡quién me pintará a mí una rosa en la más densa y alta obscuridad!
Espada, fresnos, montes de agua, mi soledad es tan parecida al frío del
cielo, que ya no tengo sed. (mañana podría cambiar todo: la gimnasia.
Vivir.
¡Si uno pudiera vivir de nuevo un día pleno, sin personas!)
Yo tengo un gran deseo en la garganta -nostalgia o viento-clamor que se
endurece: ser otro ser, plaza que no quiere verse mirada.
¡Víspera sin memoria, luna sin agua!
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UNA ROSA PARA STEFAN GEORCE
tSimilis factus stim pellicano solitudinis)
No es ¡a paciencia de la sangre lo que llega a morir, ni el sueño ni el
mármol de Delfos, sino el polvo que se calienta en las uñas.
¡Qué importa morir, que se borren las paredes corno un río seco!, que no
quede una flor en la calle con su borde de luto en la frente, ni el
viento sobre las piedras podridas
¡Qué haces allí, tronchado sin humedad, con tu dicha sin aliento, con tu
muerte tendida a los pies!
Con tu espuma llena de ceniza. Desdeñoso.
Ya vendrán los hombres con el ruido, con los gestos; pero el odio
seguirá intacto.
Todos te habrán estrechado la mano alguna vez, y tú habrás bebido la
cicuta en la soledad, como un vaso de leche.
Adiós país de nieve, de ventisca agria, sin gente que diga mal de ti.
Eterno. Desnudo.
La sangre metida en su canal de hielo
-fuego sin aire- Jordán perdido. Si el tiempo tuviera sentido como el
sol y la luna presos; si fuera útil vivir, si fuera necesario,
¡qué hermoso espanto: tengo la voluntad avergonzada!
Yo soy menos feliz que tú. Me quedo combatiendo sin honor, con un haz de
ramas en las manos.
¡Duerme! Dormir para siempre es bueno, junto al mar; los ríos secos
debajo de la tierra con su rosa de sangre muerta.
Duerme, lujo triste, en tu desierto solo.
¡Esta palabra inútil!
XII-5 1933.
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EL TABERNACULO (1934)
VII
Ya no volveré a ti -luna de tierra--; quédate en tu cielo derrumbado,
con tu piel perdida, mojada en la lluvia.
Con tu soledad llena de espejos con tu dolor partido como una fruta.
Yo quiero entrar en otro día, salir de tu sed sin dejar un solo beso
sobre una cornisa; salir igual a una llama cubierta de espumas y cenizas
a un nivel de flores.
Huir. Huir hacia donde el mar no lleve cariño en las hojas,
donde no haya asfixia y tu nombre de piedra y espinas se oculte en
montones de arena y conchas.
Pero el amor es el amor, y nadie puede desterrar una raíz de plata con
destino y latidos. Con una sombra inmóvil cubierta de memoria: con su
casta de alma,
con su paisaje resbaladizo y sus manos de arpa quemada.
Si yo pudiera olvidar sin oírte, sin dejar la huella de mi cintura
temblando
con el aire. ¡Pero el amor es amor, y el tiempo mueve juncos y adelfas
para que se encuentren con la muerte!
Cuando pienso que nunca he de volver al frío, qué ganas me llevan de
talar un árbol; de quebrar el ala de un pájaro, para que él disfrute de
un amor enloquecido.
(Cuando uno vive alegre, qué bien le debe caer
el canto de la noche sobre la carne. El canto de la noche. ¡Agua y
pinos!. Quién viera tu niebla obscura, ala de frente, pulmón muerto,
aire de vino desdichado. . .)
Pero yo quisiera volver a otro día. Siempre he soñado, perdido en la
sombra, buscar una rosa de hielo con su hoja de viento.
- La rosa que no verá la multitud,
la que espera, como yo, un largo día de fiesta
a orillas de un río del verano.
Adiós, junco húmedo, obscuridad de alondra entristecida.
Hasta nunca, si nunca es volver alguna vez: estas palabras como una flor
en su lecho de polvo, con su nunca, amando, en la garganta; con tu
sombra inmóvil, preferida.
¡Raíz de nieve, ocioso cierzo!
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EPISTOLA SATISFACTORIA (1935) 31 DE DICIEMBRE DE 1933
Si cesara el aire, si no hubiera ruido, y la alegría se cayera por las
ventanas aJ suelo. Si yo viera tu rostro mojado saliendo del río. . .
No; soy yo quien está húmedo de arena, huyendo.
Quisiera parar la luz, que no se vaya, retenerlo: lo único que tuve sin
morir, se va sin mirarme las manos.
Mañana será otro tiempo. En un día,
tanto espacio, tan incontenida muerte
Si viera tu rostro saliendo del río,
tu pecho profundo, descamado de tanto sueño inútil,
de tanta noche miserable. ¿Qué haría con mi voz,
con la desdicha de haber estado esperando
de espaldas, cercado de tradición maldita?
¡De vida llena de palabras!
El tiempo creará su niebla, pondrá otra tierra cerca de la mía; pero yo
volveré a este cielo, a esta noche del sur atlántico replandeciente,
para odiar la luz.
NAO D' AMORES
Ya estoy harto de mar, de gente, de cielo; de muerte, si Dios quiere.
Nadie podrá arrancarte de mí, sombra de sueño,
porque tengo pegada en el pecho toda tu noche de pasión horrible.
Dentro de días estaré en la llanura para cubrir mi corazón de polvo, el
aire de arena. Nuestra sola muerte
olvidada en un paraíso seco.
(Si pudiera encontrarte. Si pudiera bajar a Río, esta noche: andar por
las calles oliendo las hojas gruesas de los árboles; abandonarme en la
tierra hasta llenarme de nieblas. Distraído)
No quiero mi idioma mi otra vida, no quisiera llegar nunca. Volver si
fuera posible.
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- r.i Hkt/Wn Hg Revistas Argentinas I www.ahira.com.ar
Mago as.
Esta noche ¡así! desprendido totalmente; vuelto, devuelto, perseguido;
ajeno mío sin quererme. Caído en otra voz, resbalado.
Mi corazón negándose al polvo,
ya detrás de tu cuerpo, del aire desterrado.
Bahía de Río de Janeiro, 25 de abril de 1933.
POEMA COMO EL DESIERTO
Cuando el árbol del carbón cubra de hojas moradas los arcos, y la gente
salga a la calle a preguntar por sus muertos, y golpeen sus víboras
contra un viento triste, ensordecido de barrer las lagunas, entonces
sabrán que yo he amado: que mi rostro de perfil oscuro está en un
rincón, mirando el aire que abandonan los brazos cuando duermen.
Cuando nazca la sombra como una piedra sobre laureles, cuando el viento
cierre toda una noche sin doblar su cara de sangre
de pescado,
cuando las islas lloren el espacio del amor, el destino,
cuando haya una desdicha igual a la mía:
una vida perdida
que vuelva a su desierto a llorar
su voz de ángel sordo, su cielo lleno de cascadas.
Cuando esto suceda, qué lengua, qué viento de río melancólico moverá el
polvo, la raíz, el jugo del olvido.
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LIBRO DE LAS SOLLDADES DEL PONIENTE (1939)
ANACLETA i”
No, no me he cansado aún de pensar en ti: de noche cuando se me queda el
cuerpo sobre la tierra,
llego a tu país, allá, donde el viento sale a ventilar la arena, a
recostar en las paredes las aletas de pescado amanecidas en la calle; a
buscarme embebecido al pie de las escaleras.
Ya no sé de ti, tal vez de nadie; sólo recuerdo que me peino el cabello
dormido, con una mano que estuvo junto a tu cuerpo.
¡Qué sé yo de nada! De lo que pudo ser la voz; una hoja envenenada que
se pudre en el pecho, en otro espacio penetrante, consumido.
Ya estoy deshecho de vivir un solo día, de moverme
con tu sola alma. Dios se compadezca de mí, que entro apasionado
por las venas secas de la tarde.
ANACLETA “IV”
Quisiera que me dejaran como a un ángel perdido, en una ciénaga, que me
olviden así, abrazado y solo, volviendo a una llama seca; regresando sin
temor a la otra noche, olvidado.
Cuando se nace para vivir en la tierra, bajo un cielo de vientre de
ballena,
la soledad del hombre muerto
quiere salir de la soledad,
hacia toda la inocencia, desterrado.
Cuando me veas devuelto al olvido, abandonado, ya no me hallarás las
flores sobre el ciego hombro, ni el río melancólico donde mojabas tu
cuello de helecho secado en un jarro
Arriba está el otro viento. No me digas nada; hoy tengo la lengua
obscura, y el sentimiento, impenetrable, aborrecido.
El sur es un llano lento, que nadie entiende, donde a veces llora una
cabeza de caballo el aire desesperado. Donde mi corazón sale por la
tierra a buscar aliento.
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LA ESCUDILLA (1973)
ROSTRO, PAJARO TOSTADO
Mi voz es esta raíz, mi imagen este sueño.
Nada parecido en algo; suelta transparencia vacía de una noche en el
cielo,
en la soledad más porfiada y cálida.
¿Qué queréis de mí, si nada me sorprende, ni cosa me decide?
Cierro mi mano y no acontece lo inesperado; bajo la cabeza y siento la
tierra más lejos y extraña; fría mi cama.
Mi imagen, lo que veis lo demás, no es.
Cosa de mí se parece y ninguno la sostiene, reclama o suspira.
Imagen de la imagen, de ella desaparece.
Cubre su llama con la cara.
Nadie viene ni llegará.
Tampoco saldrá inveterada a tender el camino, lo extremo. Andará sola y
alegre, moviéndose, igual a una amapola.
Ya lo tenéis todo, flor, canto,
evasión. ¡Tonada, son!
Pájaro tostado.
Nov. 1969
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LAS SOMBRAS DEL PAJARO TOSTADO -fragmento último-
Cuando él quiso saber de mí, le dye: Anoche estuve durmiendo debajo de
un puente sobre un río en Dublin. Y no me acuerdo de ninguna otra
circunstancia visible. Sólo del verde brillante de la hierba que
asombraba y adormecía. Saber, conocer, ¡qué inutilidad! Nadie recoge
nada; acaso el amor o el olvido saben, quizás el alma, cuando abandona
la terrible máscara del cuerpo. Pero él me abrumaba con sus palabras:
¡Dime, de dónde llegas deshecho como una mazorca! No sé, le respondía,
tal vez del tiempo de la gran noche que se empapa en el mar, en las
fuentes; de un árbol moribundo del páramo visto en un día de sol,
cansado de avanzar sus sombras, de perder sus hojas moradas y ardientes
dentro del temporal. O bien, del espacio que empuja una pequeña nave
poblada y silenciosa entre las nubes opacas de la atmósfera. Pero él
seguía, y yo estaba enamorado en otra vida, y el sol se hundió en el
horizonte desierto y arrebatado del océano, en Irlanda. Y las nieblas
bajas destruyeron las pegajosas preguntas, el ocioso y perdido
inquirimiento. Y otros fantasmas movían mis hirvientes ropas. ¡Dios sea
servido esta noche y siempre!
\
RICARDO E. MOLINARI nació en Buenos Aires el 20 de marzo de 1898.
Consideramos que es —entre nuestros escritores vivos— el que alcanza la
más alta expresión poética.
El poeta, “el que está en disponibilidad amorosa” según dijera el propio
Molinari, “cuando queda consigo mismo en la suprema soledad de su
destino, entonces elabora la verdad como representante verdadero de su
pueblo” (Heidegger). En esta dimensión apreciamos la obra de Molinari,
últimamente negada por ciertas posturas estéticas que oscilan entre la
convencionalidad y el oportunismo, y no logran trasponer la mera
“literatura”.
Fieles a este apasionado juicio, publicamos una breve antología para
rendir así nuestro homenaje y contribuir a la difusión de su obra entre
las nuevas generaciones.
Los poemas aquí reunidos fueron seleccionados —en su mayoría— de las
tres recopilaciones que vislumbramos como más representativas: Mundos de
la madrugada (1933-1940), Editorial Losada, 1943; Undía, eltiempo, las
nubes (1927-1963), Editorial Sur, 1964; Las sombras del pájaro tostado:
Obra poética (1923-1973), Ediciones El Mangrullo, 1975, (extrañamente
archivada en un sótano judicial).
De la vasta producción de Molinari, que incluye odas, elegías,
canciones, sonetos y romances, hemos seleccionado lo que —según creemos—
se proyecta como su testimonio más original, fundamentalmente sus Odas.
"... ¡ Y los tiempos mejorarán! Quede en pobreza esta breve lonja de la
plaia azul de la persona mío...”
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