Casa de amantes abandonada

poema de Ricardo E. Molinari

 

Aún la roja palmera en el balcón

agitará sus secos cuchillos en el viento
— ¡qué triste cabellera de destierro!—
En torno bate ese país tan áspero,

ese país tatuado por la aguja de piedra,

con seres puros y sombríos.
Feroces huracanes de silencio ruedan de las montañas

y flotan sobre huesos en el páramo,
y en las cruces de palo de las chozas, en corrales estériles.
La casa está aferrada a unas hierbas hurañas,
y los borrachos gimen en la noche bamboleando sus almas en la roca.

De día será igual: camiones conduciendo a unos indios errantes, sus semillas,
mercancías que pasan de uno a otro trocadas en codicia.
El viento allí rasguña la volcánica mueca de esa altura, asomado a otros dioses,
y abre su corazón de nata agria, de pastor sin memoria,

de llegada en el alba donde hay sólo unas bestias entre cactus y un hacha amoratada.

 

Una llama irreal.

 

La casa se desliza sin piedad a su ruina.
Lánguidamente, en lo profundo de indecisas canciones,

te peinabas: un susurro de pesados cabellos

en la cámara. Y esa crepitación

de un perfume sin nombre cautivo en esos fuegos

es un bello veneno en el aire de antaño.
Se ignora que hay pasión y ternura y terror
en los mudos espectros de tus ropas tiradas al azar
sobre muebles y cajas. Eso perdura
como el vago epitafio de muertes invisibles.
Y en las ventanas, apenas entreabiertas hacia el negro reverso de las lluvias

de entonces enterradas al pie del balcón,

hay un antro de besos sobre tumbas derruidas,

entre harapos, en el lecho de hierro.
Teme esas profecías. Ellos no están ahí,

ni en ayer, ni en mañana. Pero con un lamento

de juventud, con una endecha
de arenas, han de pedirte cuentas. Y el día que ha caído

sabe lo que musitan estas flojas paredes bajo la tempestad.
 

Sólo pidió un poder sin esperanza.


¿Quién pagará ese precio, quién hará la señal que entrega el mundo

como un puñal radiante deslizado en la mano?
No, no ha sido la dicha lo que quiso alcanzar en lo desesperado de un

     día de la tierra.
Era un vino de cólera, una virtud rebelde.
(Adiós, no es la ceniza lo que vine a buscar.
Es sólo ese gran silbo de palmeras salvajes,
esa herida de besos que nada más esperan,
ese hálito insensato que ha roto las alcobas de la casa
mientras las buenas gentes se aprietan dulcemente en sus hogares.)


poema de Ricardo E. Molinari

 

Publicado, originalmente, en: Revista "Sur" Año 19 Nº 192-194, octubre-diciembre de 1950 Buenos Aires, República Argentina

Gentileza de Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Buenos Aires, República Argentina

Link del texto: https://catalogo.bn.gov.ar/F/?func=direct&doc_number=001218322&local_base=GENER#

 

Ver, además:

 

            Ricardo E. Molinari en Letras Uruguay

 

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