Larga es la noche

Cuento de Miguel Ángel Molfino

El oficio de soñar suele pasar, para algunos, como una misteriosa destreza propia de ángeles, poetas y quinieleros. Para otros, una expurgación del inconciente, una situación edénica en la que uno pasea por las madrugadas con sus fantasías, deseos y mambos inconclusos.

La relación de los hermanos gemelos Mario y Elena Orsi con los sueños no por singular ha sido menos terrible. Ahora, a los 78 años, lejanos ya los tiempos en que los suponían pitonisos y hasta tremebundos seres encarnados en gemelos, los hermanos evocan cuando soñaban por encargo.

A los cinco años supieron que soñaban a dúo. Luego entendieron que podían premeditar los sueños y advertirles esquirlas del futuro. Ciertas dificultades económicas empujaron al padre a montar un módico y rentable circo en torno de las operaciones oníricas de los pequeños Mario y Elena: empezaron a soñar a pedido.

Así, una vecina angustiada deseaba saber si su marido la engañaba, dejaba caer unos pesos en la caja de cartón habilitada al efecto y esperaba que los mellizos durmieran cuarenta minutos. El sueño respondía con imágenes vagas aunque elocuentes: el marido acariciaba un corpiño negro de encaje mientras miraba un gallo persiguiendo una gallina casi humana. Con esto era suficiente.

Los aciertos atrajeron curiosos de todas partes. Y los gemelos, con el fin de perfeccionar sus técnicas, antes de dormir comían una tajada de dulce de membrillo. El detalle les permitía acceder a escenas menos metafóricas, acaso más ajustadas.

Ya adolescentes terminaron soñando para familias del Barrio Norte y San Isidro. Mario y Elena por las noches, recibían los pedidos de sus adinerados empleadores. Después comían membrillo y hasta la hora del desayuno trabajaban durmiendo. De ese período es posible referir dos sueños memorables. El primero fue soñado para un terrateniente, hacia el año 1941.

El estanciero estaba inquieto por la situación política que vivía el país y quería saber en qué iba a desembocar. Mario y Elena soñaron un campo repleto de vacas insólitamente cortadas por la mitad. Este paisaje era glosado por una voz filosa de mujer que gritaba entre altoparlantes. El campo se convertía en un gran living mientras una multitud de voces coreaban: ¡Coronel! ¡Coronel!

Con el tiempo, los gemelos supieron que habían soñado el advenimiento de Juan Domingo Perón y con la voz de Eva Perón.

El segundo sueño memorable predijo el primer triunfo internacional de Fangio.

Ya huérfanos, con los frutos de sus sueños compraron un departamento en la calle Quintana y una cupé Chevrolet.

Su versación onírica les acarreó un vasto éxito en la sociedad porteña y hasta debieron renunciar a ofertas para actuar en el Circo Lowandi y en el Parque Japonés. Reducidos a meros soñadores, la soledad los fue cercando.

Elena Orsi llegó a enamorarse de un cliente, un abogado cortés, alto y canoso, que la contrató para que soñara el futuro de su matrimonio. Estremecida de amor por el hombre, comió membrillo y soñó el porvenir que le podría acontecer si se dejaba llevar por sus sentimientos. Despertó bañada en lágrimas.

Mario Orsi, por su parte, se estructuró en un hombre gordo, de facciones apopléjicas y adustas.

Jamás se le conoció mujer alguna. Jamás soñó nada para él mismo.

Solitarios, envejeciendo en el eterno ocaso de su departamento, continuaron con su cada vez más decaído oficio. Corría el año 1975.

Hacia la mitad de ese año, un desventurado cruce de calle inició el último y acaso más atroz sueño de los hermanos. Mario fue atropellado por un colectivo y estuvo grave durante un mes.

La vigilia de la internación fue un bálsamo para Elena. No pudo soñar por todo ese tiempo. El día que su hermano mostró señales favorables, Elena volvió a comer membrillo. Y soñó. Mejor dicho, soñaron.

Todo estaba iluminado por una semioscuridad olorosa. Un corredor sin fin abría a sus costados agujeros desde donde se escuchaban goteos y gemidos. Los Orsi caminaban tomados de la mano. Y vieron entonces a decenas y decenas de mujeres y hombres martirizados, desparramados en celdas, pasillos y en el piso, colgados de cadenas, agonizantes. Y oyeron más allá de los gemidos y el goteo, un zumbido helado, como de una autógena, seguido de una tormenta de alaridos. Despertaron sobresaltados.

Por las dudas, dejaron de comer membrillo. Y de soñar.

 

Cuento de Miguel Ángel Molfino

 

Publicado, originalmente, en Suplemento Literario Telam - Reporte Nacional Año I Numero 27 / Jueves 7 de junio de 2012
El primer lanzamiento de SLT, el Suplemento Literario Télam fue el 21 de noviembre de 2011 en versión digital, y desde el 8 de diciembre, en papel, cada jueves, junto al Reporte Nacional, el periódico de la Agencia de Noticias, por decisión del por entonces presidente de Télam, Carlos Martín García.

Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/slt-n-27/

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

 

Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce   

Email: echinope@gmail.com

Twitter: https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

instagram: https://www.instagram.com/cechinope/

Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Miguel Ángel Molfino

Ir a página inicio

Ir a índice de autores