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El Juani Politano, perdón…El Ingeniero
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En
la residencia universitaria, a las 7:10 de la mañana sonó un
despertador, al cual apagó con un rutinario y exacto movimiento. Se
estiró en la cama, con su clásica elongación de desperezo, y a esto le
siguió un sonoro bostezo. Se levantó y camino en
calzoncillos a la ducha, mientras se rascaba su prolija barba. Antes de entrar al baño, dirigió su mirada a una lámina pegada en la pared, que ilustraba al jugador Palermo, que por aquel tiempo usaba el cabello bicolor, también había un banderín de su otra pasión, el club Deportivo Moto Kart Jovita y una fotografía con los chicos de la escuela municipal de deportes, lugar en donde enseñaba educación física durante el verano, por pura pasión, nomás. Luego, se vistió con un clásico Jean y remera gris, mientras se ajustaba el cinturón miraba hacia la Universidad, su desafío de todos los días. Inevitablemente
pensaba en su primer día y cuando llegó a la Universidad, desde su
pueblo natal. Atrás estaba quedando un rendimiento académico en el que
conjugaba el esfuerzo y la brillantez. Ese
día era una jornada ventosa y cálidamente pesada. Calentó agua para tomar
mate amargo, ese compañero silencioso de todos los estudiantes. No le gustaba usar termo, mientras se cebaba unos cimarrones, abrió su computadora portátil, en ella repasaban unos cálculos y notas para: el proyecto final de industrias, única materia que le faltaba aprobar, ya era un responsable ayudante de segunda, de la materia operaciones unitarias I. |
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Miró
la hora y abrió su teléfono celular y le habló a su novia quien
estudiaba en la ciudad de Córdoba. Salgo
para Córdoba a las 12 horas, me pasa a buscar “el perro”, Lovagnini
-nos encontramos en el lugar convenido, no te vas a olvidar las entradas-
le dijo. Es
que por fin había llegado ese 5 de diciembre, día en que iban a asistir
a un recital de Sabina y Serrat en el Orfeo, para el que habían adquirido
con mucha anticipación sus entradas. Soñaban
con escuchar del mismísimo catalán: “No hago otra cosa que pensar en
ti” Calentó
nuevamente el agua y fue a despertar a su hermano, Fabrizio, pero él no
dormía estaba estudiando, porque un examen final se le avecinaba. Sí…,
las medallas en Química que aquilataban estos hermanos, no eran producto
del azar. Mientras le cebaba unos
mates a su hermano le comentó sobre lo avanzada que estaba la investigación
en la Planta Piloto. El director proyecto decía:- estamos
cerca, muy cerca de disminuir el nivel de hexano
en el aceite de soja. Es
muy importante para el país que los chinos y demás mercados mundiales sigan comprando nuestro aceite.- Se
despidió de su hermano, tomó su computadora y unas carpetas y se marchó. Salió
de la residencia universitaria rumbo a la Facultad, en el camino tarareaba
una canción, “hoy puede ser un gran día” ¡duro con él! No
era para menos se dirigía a entregar el tramo final, proyecto de
industria, con el cual se graduaría como: Ingeniero Químico, además ese
día iba a disfrutar de Serrat. Llegó
a la planta piloto, se dirigió a firmar el registro de asistencia, en el
lugar se encontró con su “mamá” de Rio Cuarto: Gladys Baralla y
Liliana Giacomelli a quienes saludó con un beso, quiso el trapero destino
que fuera el último. Posteriormente,
se equipó con su guardapolvo blanco, gafas de seguridad y guantes e
ingreso al sector operativo de la planta, en donde
lo esperaban los investigadores: Carlos Ravera y Damián Cardarelli. Luego
ese fatídico momento gris, en que nadie sabe que sucedió o peor aún,
nadie sobrevivió para contarlo. Un
accidente, un derrame tal vez, las llamas se encendieron con fiereza. Un
infierno se desató en segundos, por lo volátil de ese remaldito
solvente, llamado hexano. Juani
tuvo la suerte de estar cerca del portón y alcanzo a salir. Los
gritos de desesperación, de dolor retumbaban por doquier. Alcanzó
a ver cómo alumnos y Profesores se tiraban por las ventanas. Los alaridos
lastimeros no cesaban. Pero
él tenía atados a su cuello, sus principios de vida, sus ideales. Ese
jugarse sin palabras por otros. Renunciando a su suerte volvió a entrar a
la planta, para socorrer. -No
pibe, -¡no!- le gritaron unos operarios. Ya
en el interior de la planta la explosión de un tanque, lo recibió de
furiosa manera. Esos
seis carbones en cadena mostraban su faz más destructiva. Una lengua de
fuego que superaba largamente el nivel del techo, mientras el intenso humo
negro con escalas descendientes en gris, escapaba de la planta a
bocanadas. Ese
cinco de diciembre un cuadro de dolor se pinta en mi mente: bomberos,
ambulancias, policías, el llanto de tantos alumnos y Profesores. La
confusión y el pánico se generalizan, todos quieren ayudar y se instaló
el caos. No
sé si Juani sale por sus medios, pero lo cierto es que lo veo en el
suelo, a su lado hay una enfermera y un estudiante de veterinaria cortándole
la ropa con un bisturí, para que la misma no se le adhiera a la piel
quemada. Cuando
le quieren cortar su paño menor, levantó levemente su cabeza, pidió por
su pudor y por agua, la enfermera accedió y no se lo quitó. Sólo
unos instantes después lo suben a una ambulancia, ya no lo volveré a
ver. Aún
se escuchaban las sirenas de las ambulancias, cuando su hermano Fabrizio
se abría paso entre la multitud corriendo. Y salimos al encuentro y lo
contenemos. Le
decimos que tiene quemaduras en su piel, pero, que habla y camina. Nos
miró ya agitado y con sus
ojos desorbitados. Salió corriendo tras la ambulancia, como si quisiera
alcanzarla. Un móvil de la Policía Federal se percata de ello y salen
tras él; lo alcanzan, lo suben al móvil y raudamente con sirenas y
balizas se dirigen al hospital. Nosotros
no sabíamos que sus lesiones eran interiores. Luego
de un largo tiempo de estupor, comienza la desconcentración en el lugar,
pero yo me quedo sentado en el césped. Después
me asomo por una ventana y lo primero que veo es una puerta impregnada de
hollín tan negro como el día. Veo nítidas dos manos de alguien que
quiso salir por una puerta cerrada, luego el desgarrante dibujo toma
dirección del piso, inequívocamente, la caída final de
alguien. Veo
un termo azul, el mate
derramado, papeles en el suelo y un vapor con un olor que no voy a
olvidar. Entre
las pertenencias que están diseminadas por el suelo alcanzo a ver el
trabajo final de Juani, mojado. Un sentimiento de pertenencia me invade y
quiero entrar a buscarlo, pero un policía me franquea el paso. Su
novia lo espera en Córdoba con los boletos del recital en su bolsillo. Llegará
a Córdoba, de otra manera, en una forma que ella no esperaba. A
pasado el tiempo, esa cosa que dicen que da resignación, que todo lo
puede. Se
habla de culpas, de responsabilidad, que ya nadie quiere discutir. Un
accidente de investigadores y alumnos, que dieron su todo, sin retaceos,
hasta llegar al extremo límite de la vida. Hoy
me conmueve ver a los alumnos que rinden su última materia, de cualquiera
de las carreras dirigirse hasta el lugar donde están esos árboles
de homenaje, los alumnos la llaman la “placita del Juani”. Aún no
tiene mástil. Sí estuve allí, cuando
le entregaron a sus padres su diploma post mortem. El aplauso fue tan
emotivo por el dolor que llevaba insito. Todos
estaban con los ojos enrojecidos, nos mordemos los labios por angustia e
impotencia, pero muchos no logran esquivar el llanto. Los
Politano estaban sentados en primera fila y vieron pasar a cada uno de los
graduados. Cuando
convocaron a sus padres,
apreté los dientes, la lengua se me pega al paladar y la saliva no me
fluye. Su
madre dice que el está muy cerca, que ha venido vestida para la ocasión
tal cual el se lo había pedido Es
un homenaje venir a retirar su diploma, porque el: nunca dejo una tarea
sin concluir, nunca hizo algo a medias - dijo Me
quiebro, ya sin disimulo. Cuando
se retiraron sus padres y hermanos me
mantuve lejos, se que deseaban estar solos, pero los sigo. Los
veo caminar hacia el auto, cabizbajos. Tenían
el diploma pero faltaba nada menos, que el factor humano. Su madre llevaba el
diploma en la mano, su esposo la llevaba del hombro, dos pasos atrás sus
otros hijos. Antes
de abrir la puerta del automóvil, su madre, Adriana, le entregó a su
hijo menor, Mariano, el diploma. Este
abrazó a su madre fuerte y largamente. Intuyo en ello un mensaje, un
pacto, algo que no logro descifrar. Fabrizio
sería quien conduciría, se dio vuelta nos miramos lento desde
lejos y sin mediar palabras, porque éstas sobran, me levantó la mano,
como saludándome. Me
quedo allí buscando una explicación que no voy a encontrar. Pero
me prometo una y otra vez ser mejor hijo, mejor compañero y alumno. Decido
regresar a la residencia universitaria, y en el camino recuerdo, las veces
que golpeo mi puerta con la excusa de unos mates, aunque la finalidad era
siempre la misma: ayudarme en alguna materia. No
lo dudes; el amaba la química. Hoy
no me entienden, cuando en
ocasión del día del amigo brindo con dos copas y luego la rompo contra
el piso. No
olvido lo que me dijo la enfermera que le quitó el calzado. Sus medias
habían quedado pegadas a su calzado y dentro de sus medias
había quedado adherida su piel. Por
eso ahora los alumnos decimos que, en Ingeniería, se muere con los
zapatos puestos. Sí,
catalán ¡es cierto!, no hay
caminos… se hace camino al andar. También
lo es, que todo pasa, que lo nuestro es pasar, pero Juani, dejó huellas
en la Universidad… no estelas en el mar…. Agradezco la colaboración de: Carlos Ruiz y Jorge Yorlano |
Hoy...Desde el Ayer - Juani Politano - |
por Juan Carlos Modesti
juancamodesti@hotmail.com
La
ciudad ficcional
Diario Puntal de Río Cuarto
5 de diciembre de 2010
Texto recibido en papel diario, el 10 de diciembre de 2010, digitalizado y editado, al igual que la imagen. Posteriormente se agrega el enlace al video, por mi, editor de Letras Uruguay
Twitter: https://twitter.com/echinope / email: echinope@gmail.com / facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
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