Electra en la niebla

poema de Gabriela Mistral

 

En la niebla marina voy perdida,

yo, Electra, tanteando mis vestidos

y el rostro que en horas fue mudado.
Ahora sólo soy la que ha matado.
Será tal vez a causa de la niebla

que así me nombro por reconocerme.

 

Quise ver muerto al que mató y lo he visto

y no fue él lo que vi, que fue la Muerte.
Ya no me importa lo que me importaba.
Ya ella no respira el mar Egeo.
Ya está más muda que piedra rodada.
Ya no hace el bien ni el mal. Está sin obras.
Ni me nombra ni me ama ni me odia.
Era mi madre, y yo era su leche,
nada más que su leche vuelta sangre,
sólo su leche y su perfil, marchando o dormida.
Camino libre sin oír su grito
que me devuelve y sin oír sus voces,
pero ella no camina, está tendida.
Y la vuelan en vano sus palabras,

sus ademanes, su nombre y su risa,

mientras que yo y Orestes caminamos

tierra de Helade Atica, suya y de nosotros.
Y cuando Orestes sestee a mi costado,

la mejilla sumida, el ojo oscuro,
veré que, como en mi, corren su cuerpo

las manos de ella que lo enmallotaron

y que la nombra con sus cuatro silabas

que no se rompen y no se deshacen.
Porque se lo dijimos en el alba

y en el anochecer y el duro nombre

vive sin ella por más que está muerta.
Y a cada vez que los dos nos miremos

caerá su nombre como cae el fruto

resbalando en guiones de silencio.

 

Sólo a Ifigenia y al amante amaba

por angostura de su pecho frío.

A mi y a Orestes nos deió sin besos,

sin tejer nuestros dedos con los suyos.
Orestes, no te sé rumbo y camino.
Si esta noche estuvieras a mi lado

oírla yo tu alma, tú la mía.

 

Esta niebla salada borra todo
lo que habla y endulza al pasajero:
rutas, puentes, pueblos, árboles

No hay semblante que mire y reconozca,

no más la niebla de mano insistente

que el rostro nos recorre y los costados.

 

A dónde vamos yendo los huidos

si el largo nombre recorre la boca

o cae y se retarda sobre el pecho

como el hálito de ella, y sus facciones

que vuelan disueltas acaso buscándome.

 

El habla niña nos vuelve y resbala
por nuestros cuerpos, Orestes, mi hermano,
y los juegos pueriles, y tu acento.

 

Husmea mi camino y ven Orestes.
Está la noche acribillada de ella,

abierta de ella, y viviente de ella.
Parece que no tiene otra palabra

ni otro viajero, ni otro santo y seña.
Pero en llegando el día ha de dejarnos.
¿Por qué no duerme al lado del Egisto?
¿Será que pende siempre de su seno

la leche que nos dio, será eso eterno

y será que esta sal que trae el viento

no es del aire marino, es de su leche?

 

Apresúrate, Orestes, ya que seremos

dos siempre, dos, como manos cogidas
o los pies corredores de la tórtola huida.
No dejes que yo marche en esta noche

rumbo al desierto y tanteando en la niebla.

 

Ya no quiero saber, pero quisiera

saberlo todo de tu boca misma

cómo cayó, qué dijo dando el grito

y si te dio maldición o te bendijo.
Espérame en el cruce del camino

en donde hay piedras lajas y unas matas

de menta y de romero que confortan.

 

Porque ella —tú la oyes— ella llama,

y siempre va a llamar, y es preferible

morir los dos sin que nadie nos vea

de puñal, Orestes, y morir de propia muerte.

El dios que te movió nos dé esta gracia,

y las tres gracias que a mi me movieron.

Están como medidos los alientos.
Donde los dos se rompan pararemos.
La niebla tiene pliegues de sudario

dulce en el palpo, en la boca salobre

y volverás a ir al canto mío.
Siempre viviste lo que yo vivía,

por otro atajo irás y al lado mío.
Tal vez la niebla es tu aliento y mis pasos

los tuyos son por desnudos y heridos.

Pero por qué tan callado caminas

y vas a mi costado y sin palabras,

el paso enfermo y el perfil humoso,

si por ser uno lo mismo quisimos

y cumplimos lo mismo y nos llamamos

Electra-Orestes, yo, tú, Orestes-Electra.
O yo soy niebla que corre sin verse
o tú niebla que corre sin saberse.
Pare yo porque puedas detenerte
o yo me tumbe, para detener con mi cuerpo tu carrera;

tal vez todo fue sueño de nosotros
adentro de la niebla amoratada,

befa de la niebla que vuela sin sentido.
Pero marchar me rinde y necesito

romper la niebla o que me rompa ella.
Si alma los dos tuvimos, que nuestra alma

siga marchando y que nos abandone.
Ella es quien va pasando y no la niebla.
Era una sola en un solo palacio
y ahora es niebla-albatros, niebla-camino,

niebla-mar, niebla-aldea, niebla-barco.
Y aunque mató y fue muerta, ella camina

más ágil y ligera que en su cuerpo

y así es que nos rendimos sin rendirla.
Orestes, hermano, te has dormido

caminando o de nada te acuerdas

que no respondes.


Poema de Gabriela Mistral
 

Publicado, originalmente, en: "Mundo Nuevo" Nº 1 julio 1966

Link del texto: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/3906  

Gentileza de Biblioteca digital de autores uruguayos de Seminario Fundamentos Lingüísticos de la Comunicación Facultad de Información y Comunicación (Universidad de la República)

 

Ver, además:

Gabriela Mistral en Letras Uruguay

 

Editado por el editor de Letras Uruguay

email echinope@gmail.com

twitter https://twitter.com/echinope

facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce

linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/ 

 

Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay

 

Ir a índice de poesía

Ir a índice de Gabriela Mistral

Ir a página inicio

Ir a índice de autores