El 25 de mayo de 1919, el escritor Juan Zorrilla de San Martín encabezó,
junto con ministros del gobierno uruguayo e integrantes del cuerpo
diplomático, los honores fúnebres a Amado Nervo, muerto el día anterior
en Montevideo, a sus 49 años. Pronto aparecieron en publicaciones
sudamericanas dolidas elegías escritas por Edgardo Ubaldo Genta, Emilio
Fregoni, Emilio Oribe, Jesús Freire Silvar y otros poetas, para quienes
el nayarita había sido al mismo tiempo un modelo a seguir y una suerte
de hermano mayor. El traslado marítimo del cadáver embalsamado de quien
desde unos meses antes fungía como ministro plenipotenciario del
gobierno mexicano en Argentina y Uruguay reveló otra faceta de la enorme
popularidad de Nervo: escoltada por buques de guerra de varias naciones,
la comitiva fue recibida con honores en todos los puntos donde la flota
tocaba tierra, y al llegar a Veracruz una enorme multitud se presentó a
ver cómo entregaba el féretro solemnemente a las autoridades mexicanas.
Los restos fueron conducidos luego a la Ciudad de México, donde
trescientas mil personas acudieron al entierro. Es muy probable que
ningún otro escritor mexicano haya suscitado, ni antes ni después,
semejante devoción.
Naturalmente, los periodistas del mundo hispánico hicieron la crónica y
el registro fotográfico de cada uno de los episodios de este trayecto,
desde el homenaje rendido en la escalinata en la Universidad de la
República en Montevideo, hasta la sepultura del ataúd en la Rotonda de
los Hombres Ilustres en la capital de México. A esta cauda noticiosa
pertenecieron dos cintas documentales, una titulada Sepelio de los
restos del poeta Amado Nervo, filmada por una empresa uruguaya, y
otra Vistas de los homenajes rendidos al poeta Amado Nervo,
fotografiada por Enrique Coussirat y Miguel Ruiz; de esta última
sobreviven algunas escenas incorporadas a Memorias de un mexicano
(Carmen Toscano, 1950).
La obra de Nervo siguió siendo muy celebrada durante las tres décadas
que siguieron a su muerte. Los testimonios de esta popularidad en el
cine incluyen el lanzamiento de la hoy desaparecida Amnesia
(Ernesto Vollrath, 1922), inspirada en una novela suya, y el que
aparecieran algunos de sus versos en letreros o dichos por personajes en
películas como La cruz y la espada (Frank Strayer, 1933),
Guadalupe la Chinaca (Raphael J. Sevilla, 1937), Sota, caballo
y rey (Raúl de Anda, 1943), México de mis recuerdos (Juan
Bustillo Oro, 1943), Ocho hombres y una mujer (Julián Soler,
1945) y Lluvia roja (René Cardona, 1949). La figura del poeta
incluso mereció entonces una biografía cinematográfica, aunque
curiosamente no producida en México, sino en Buenos Aires.
Cuando en 1945 Luis Bayón Herrera filmó La amada inmóvil, era
un cineasta reconocido. Desde principios de los treinta había
participado como guionista o director en obras que contribuyeron a la
conformación de la industria del sonoro argentino, algunas con
intérpretes de tango como Carlos Gardel, Tita Merello y Hugo del Carril,
y otras que lanzaron como figura estelar a la simpática Niní Marshall.
La amada inmóvil fue una cinta de época en la que se recreaba
la vida de Nervo durante los primeros tres lustros del siglo XX. Primero
como joven y bohemio periodista destacado en París y después como
incipiente y empeñoso diplomático en Madrid, esa recreación, centrada en
sus relaciones con su amante francesa Ana Cecilia Luisa Dailliez, daba
pie a que se mostraran las actividades de un poeta (o su estereotipo) de
esos tiempos: escritura solitaria, alegatos en buhardillas sobre la
mujer y el arte, asistencia a fiestas, inscripciones en álbumes de
damas, publicación eventual de libros, frecuentación de coristas y,
sobre todo, recitaciones en comilonas y charlas públicas. En esta última
línea, el uruguayo Santiago Gómez Cou, quien interpretó comedidamente el
papel de Nervo, dice en distintos momentos los versos completos de “Tan
rubia es la niña”, “¡Amemos!” y “Discreteos”, así como este fragmento de
“Los dos”:
¡No te apartes de mi vera!
¡Muere tú cuando yo muera!
Llévete yo, pues te traje…
Fuiste noble compañera
de viaje…
Rimemos nuestros destinos
para todos los caminos
futuros, que a mi entender
habremos de recorrer
en lo inmenso del Arcano,
y vayamos por la muerte de la mano
como fuimos por la vida: ¡sin temer!
Como anuncia el título de la cinta, su eje es el libro La amada
inmóvil o, más bien, el acontecimiento que detonó su creación: la
muerte por tifoidea de Ana en 1912 y la solicitud de ésta en su agonía
—lo dice el personaje interpretado por la muy
joven y bonita Gloria Bernal—, de que Nervo lo
escribiera “para que todo el mundo sepa cómo me amas”. El libro,
preparado durante los años que siguieron, apareció de manera póstuma en
1922.
No fue esta película la única obra en la que se aludió a Nervo en la
cultura argentina de la primera mitad del siglo XX. El compositor
Ernesto Drangosch musicalizó algunos de sus poemas y, de forma mucho más
conocida, Alfredo Le Pera adaptó “El día que me quieras” para hacer una
canción que volvió célebre Carlos Gardel en la película del mismo
título, dirigida por John Reinhardt en 1935.
En las décadas posteriores se manifestaron algo más que ecos de la
popularidad de Nervo en diversos ámbitos. Por poner solo tres ejemplos:
a principios de los años cincuenta Francisco González Guerrero y Alfonso
Méndez Plancarte editaron para Aguilar en dos volúmenes sus Obras
completas; Editorial Novaro publicó en 1964 un fascículo de la
serie “Vidas ilustres” en el que se recreaba su vida en comic, y un
simpático borrachín dice versos suyos —para
burla de sus contertulios— mientras juega dominó
en la espléndida El callejón de los milagros (Jorge Fons,
1995), adaptación cinematográfica hecha por Vicente Leñero de la novela
del egipcio Naguib Mahfuz.
En internet es fácil encontrar recitaciones y musicalizaciones de
“Éxtasis”, “Jesús”, “Al oír tu dulce acento”, “Pero te amo”, “Por esa
puerta”, “Muerte, cómo te he deseado” y otras piezas del nayarita;
asombran por su número, por cierto, las de “En paz”, entre las que hay
una cantada por Pablo Milanés. Esta vigencia mediática, junto con el
renovado acercamiento a su obra en papel (por ejemplo, en reediciones de
poemarios o narraciones, o en la antología general de su obra El
libro que la vida no me dejó escribir coordinada en 2006 por
Gustavo Jiménez Aguirre), muestra que, a casi un siglo de su muerte,
Amado Nervo continúa sorprendentemente vivo entre nosotros. |