No somos angelitos, dice desde su título el nuevo libro de Gusti. Quien lo dice es, según puede verse en la tapa, un niño dibujado con el trazo del ilustrador radicado en Barcelona, que tiene toda la cara de eso que anuncia el título. Ese niño podría tener un nombre en particular, si se lee este libro como lo que, en parte, es: una suerte de continuación de Mallko y papá, el libro en el que Gusti registró, como en un diario urgente montado sobre múltiples voces, la relación con su hijo con Síndrome de Down. Sin embargo, ambos libros tienen entre otros un rasgo fascinante: al hablar de esa relación en particular, hablan de la relación de los hijos y los padres en general (y con las madres y los hermanos mayores, que también aparecen). De lo complejo y fascinante que es aprender a vivir con un hijo con discapacidad; es decir, con un hijo. De lo agotador, y al mismo tiempo lo maravilloso (todo en dosis intensas) que puede resultar. De los hijos y de los padres. Finalmente, del amor.
Gusti (hace rato que lo conocen así, sin más, a Gustavo Rosemffet) estuvo en la Argentina para presentar el nuevo libro y repasar el anterior, ambos editados por Océano Travesía, este último con gran repercusión y premios como el de la Feria de Bolonia en la categoría “Discapacidad”. Y también para terminar de dar forma al corto animado Mi otro hijo, inspirado en Mallko y papá. Gustavo Alonso y Noemi Fuhrer –director y productora del corto– conocieron a Gusti en el rodaje de El cielo otra vez, su película anterior. “Pudimos ver la multiplicidad de técnicas que utiliza en sus proyectos editoriales y sus condiciones de urban sketcher. Y empezamos a conocer su vida personal, de la que formaba parte Mallko. Cuando decidió publicar su valiente testimonio en un objeto artístico, nos propusimos que su nueva obra adquiera dimensión audiovisual en forma animada”, cuentan los realizadores.
“No lo acepté”, dice Gusti, sin vueltas, en el primer libro, cuando repasa la llegada de su hijo. “A veces, con los hijos pasa como con el dibujo: no te sale como lo imaginabas. A un dibujo lo puedes romper y volver a hacer, borrar, pero con el hijo, con el hijo de verdad... eso no lo puedes hacer”, reflexiona. “Para mí, lo importante es que no sólo soy ilustrador: también soy papá. Eso me permite ir al grano con muchas cuestiones. Como con la no aceptación al principio, algo que pasa mucho con los padres, más que con las madres, ese miedo incluso a reconocer que te da miedo. Después eso pasa factura, en la relación de las parejas, en las familias. Estas cosas te estructuran o te desestructuran. La familia puede ser la que termina discapacitada, o haciendo una buena piña y creciendo todos”, completa en diálogo con PáginaI12.