Fray Joaquín Bolaños, La portentosa vida de la Muerte. Edición crítica, introducción y notas de Blanca López de Mariscal. México, El Colegio de México, 1992; 407 pp. (Biblioteca Novo hispana II). Reseña de José Francisco Mendoza - Facultad de Filosofía y Letras |
A las puertas del siglo XXI, la literatura mexicana no cuenta ni con una historia completa y crítica, ni con ediciones bien preparadas de las obras que por una u otra razón deban ser examinadas al estudiar la actividad literaria en México. Para subsanar una parte de esta deficiencia, El Colegio de México ha iniciado la publicación de la serie Biblioteca Novo-hispana, que incluye en su segundo volumen la obra de Fray Joaquín Bolaños La portentosa vida de la Muerte. El libro de Bolaños está constituido por cuarenta capítulos, un Prólogo, un Preámbulo, una Conclusión y un Testamento. En los primeros cuatro capítulos se da noticia del nacimiento de la Muerte, su patria, sus familiares y su bautizo. Del capítulo quinto al noveno se habla de varias actividades realizadas antes de comenzar a actuar sobre los hombres: publicación de un decreto en que hace saber a todos los humanos que le habrán de pagar el tributo de sus propias vidas, toma de posesión de su imperio, celebración de un contrato matrimonial con los pecadores y realización de un conciliábulo con el Demonio y el Apetito para ver la manera en que la ayuden a poblar la tierra de cadáveres. A partir del capítulo décimo y hasta el trigésimo séptimo, se presenta la actuación de la muerte en distintas épocas, diversos lugares y ante una gran variedad de tipos humanos y situaciones. Los tres últimos capítulos están dedicados al final de la Muerte de acuerdo con lo que se dice en la Biblia. En la Conclusión de la obra, Bolaños describe las penalidades que el hombre y su familia pasan inmediatamente antes de que sobrevenga la muerte. Como remate —según sus propias palabras— pone un Testamento, que es más bien una especie de guía para ayudar a bien morir a los agonizantes. |
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Más interesantes para la comprensión de la obra son el Prólogo y el Preámbulo. En el primero, Bolaños manifiesta claramente al lector el propósito de La portentosa vida de la Muerte: “Hallarás en las bibliotecas muchos libros místicos muy superiores, que por diversos modos tratan de la muerte, mas como la materia no es nada gustosa a quien está muy hallado en el mundo, nos portamos en esta vez como se porta el médico con su enfermo, que le dora las píldoras para que aun siendo tan desabridas las tome con menos repugnancia. Desabrida es la muerte mas para que no te sea tan amarga su memoria, te la presento dorada o disfrazada con un retazo de chiste, de novedad o de gracejo. Va en forma de historia porque quiero divertirte; lleva su poquita de mística porque también pretendo desengañarte; separa lo precioso de lo vil, aprovéchate de lo serio y ríete de lo burlesco”. Por pedir la naturaleza misma de la historia una noticia previa del personaje, Bolaños hace en el Preámbulo una descripción contrastiva de los rasgos de la Muerte, sus actos y las reacciones que provoca en los humanos: “Unas veces será motivo de nuestra risa, pero otras será la causa de nuestro llanto”, “Es dulce y sabrosa para los unos; y para otros muy desabrida y muy amarga”, “Es notoria y patente en todo el orbe pero en ninguna parte existe”, “Se va quando los hombres piensan que viene y se viene quando ya piensan que se fue”, “Es tan buena la muerte que hasta los justos la desean, y por otra parte es tan mala que ni los malos la apetecen”, “Entristece a los alegres porque les hace ver la brevedad con que pasan sus momentáneos gustos y alegra a los tristes porque los avecina al fin de sus trabajos”, “Todo lo trastorna y al mismo tiempo pone las cosas en orden”, “Juega con los mortales y nadie juega con ella”, etc. Lo tratado en el Preámbulo sirve también para entrar “con fixesa a examinar el asunto contenido en la narrativa” de La portentosa vida de la Muerte “y evitar los reparos en que pueda embarazarse la crítica de los sabios al ver a la Muerte, que como en un teatro representa varios papeles por distintos rumbos y baxo de una multitud de muy diferentes aspectos”. La edición que ahora saca a la luz El Colegio de México contiene una muy amplia Introducción en que Blanca López de Mariscal (BLM) habla de seis aspectos relacionados con la obra: 1) el autor, 2) el arte de novelar en la Nueva España, 3) la muerte como personaje en la literatura española, 4) la estructura novelesca en La portentosa vida de la Muerte, 5) las reediciones y la crítica y 6) la descripción de la edición de 1792, del manuscrito y de la edición crítica que publica El Colegio de México. Antes de la aparición en 1816 del Periquillo Sarniento, la primera obra que se cataloga sin objeciones como novela en la literatura mexicana, hubo algunas que muestran varios rasgos novelescos sin llegar a ser plenamente novelas: Los sirgueros de la virgen sin original pecado (1620) de Francisco de Bramón, Los infortunios de Alonso Ramírez (1690) de Carlos de Sigüenza y Góngora, El peregrino con guía de Marcos Reynel Hernández (1750), La portentosa vida de la Muerte (1792) de Fray Joaquín Bolaños y el tercer tomo del Año Josefino (1793) del mismo autor. Del análisis de estas obras y de su situación dentro del período colonial, BLM llega a tres conclusiones: Primera: La ausencia de novelas escritas conforme a los cánones de la época se debe al control de la imprenta mediante censura, a la Real Cédula del 4 de abril de 1531, que prohibía la entrada y circulación de libros de romances, a la lectura de novelas sin intenciones de enriquecimiento cultural y al mayor prestigio de la poesía frente a la prosa. Segunda: Existen ejemplos de que hubo gusto por la narración novelesca. Los sirgueros de la virgen muestra elementos de la novela pastoril, en Los infortunios de Alonso Ramírez se perciben rasgos de la novela de aventuras y la picaresca, El peregrino con guía contiene el tópico del viaje como medio de aprendizaje, en La portentosa vida de la Muerte hay incipientes muestras de la novela de personajes y de la de aventuras y El Año Josefino proporciona material para una novela biográfica. Tercera: Con excepción de Los sirgueros de la virgen, las restantes obras sustentan su estructura en un personaje central: Alonso Ramírez, el peregrino, la Muerte y San José. Cada uno de estos héroes unifican una serie de episodios relativamente aislables, esquema observable dentro de la novelística clásica en obras como El Lazarillo o El Quijote y en la mayoría de las novelas pastoriles, las de caballerías o las bizantinas. En opinión de BLM, la gestación de la novela en México es similar a la ocurrida en otros lugares. Aquí, sin embargo, en virtud de que en esa época sólo se podían publicar obras dirigidas a la formación moral y espiritual de los lectores, en este tipo de obras es donde se manifiesta la necesidad de novelar. BLM sostiene que la abundancia de sermones y amonestaciones así como el tratamiento de cuestiones morales, pedagógicas y filosóficas no son defectos de estas producciones sino el motivo de su creación. La narración novelesca, la aventura y el personaje son recursos añadidos, en los cuales se debe buscar el origen de la novela mexicana. Dentro de la literatura española de los primeros tiempos ya aparece la Muerte como personaje en las llamadas “danzas de la muerte”, de las cuales la más antigua data del siglo XIV. BLM llama la atención sobre el hecho de que esta primitiva danza y La portentosa vida de la Muerte coincidan en el propósito de mantener viva la existencia de la Muerte en la mente de los hombres. Con las danzas de la muerte en general, la obra de Bolaños coincide en presentar a la Muerte como un ser igualador de las clases sociales. De obras posteriores, BLM destaca El sueño de la Muerte de Quevedo y El criticón de Gracián, con las cuales guarda semejanza el libro de Bolaños por tratarse de obras pertenecientes a la narrativa y caracterizar a la muerte como un personaje antitético. El personaje de la Muerte aparece dentro de la literatura novohispana en el llamado “teatro de evangelización”, donde se confunde a veces con el Demonio. De las obras no pertenecientes a este tipo de teatro, BLM escoge el Coloquio XII o de la batalla naval que el serenísimo príncipe don Juan de Austria trabó con el turco de Fernán González de Eslava por aparecer en él una Muerte que difiere de la ibérica en que se le trata irrespetuosamente y en que no es del todo imparcial. En la actuación de la Muerte dentro de la obra de Bolaños, BLM encuentra tres rasgos procedentes de la tradición hispana: la función de poner cara a cara al hombre con su ineludible final, el ser democratizadora y su personalidad antitética. Como carácter americano señala el hecho de que se alía con el Demonio para sorprender al hombre en culpa, con lo cual olvida que su jurisdicción recae sobre el cuerpo, no sobre el alma. Ante la cuestión del género a que pertenece la obra, BLM considera un hecho su pertenencia al género novelesco por existir en ella “una narración episódica en la cual los capítulos adquieren una cohesión a partir del personaje central”. Es cierto que las secuencias son “relativamente aislables y casi legibles por separado”, pero también es verdad “que la trabazón de estos elementos se da gracias a la presencia del personaje central que funciona como eje estructurador de la novela”. El papel protagónico de la Muerte se pone de manifiesto en el Prólogo, el Preámbulo y en las ocasiones en que habla de sí misma. La crítica ha sido despiadada con la obra de Bolaños. José Antonio Alzate, el primer crítico, no encontró en ella ninguna virtud y tanto Alfonso Reyes como Agustín Yáñez vieron más defectos que cualidades. Para BLM, en cambio, “la obra del padre Bolaños es un riquísimo compendio de las tradiciones, las posturas frente a la vida y la muerte y la idiosincrasia de los mexicanos”. Reconoce que su lectura “no es fácil y continuará siendo siempre polémica” y declara que ha “tratado de recuperar el contexto en el cual se produjo, para que por medio de éste encontremos una brecha para acercarnos a una producción literaria que marca el origen de la novela en México”. La edición de Blanca López de Mariscal se basa en la de 1792, existente en la Biblioteca Cervantina del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey. Se seleccionó esta edición porque se encuentran incorporadas en ella las correcciones que el autor hizo en el manuscrito y porque las discrepancias entre éste y el texto impreso son mínimas. Al hacer su edición, BLM resolvió las abreviaturas, conservó la ortografía, corrigió las erratas manifiestas y ajustó la acentuación, la puntuación y el uso de mayúsculas a las normas modernas. Dentro del texto y entre corchetes va el número de página correspondiente a la edición de 1792. Constituye toda una novedad la división del texto en períodos y cláusulas, que se marcan con números y letras en el margen izquierdo. Esta división es la más apropiada a la hora de referirse a las variantes del texto. A pie de página van las notas de autor y las que señalan las variantes entre el manuscrito y la edición de 1792. Al final de cada capítulo va un tercer tipo de notas: las explicativas, en las cuales se aclara el significado de palabras en desuso y el de construcciones confusas para el lector moderno, se identifican nombres propios y citas hechas por el autor y se da la traducción de textos latinos. La edición de BLM incluye también los grabados hechos por Francisco Agüera Bustamante para la de 1792, los cuales, al igual que la obra que ilustran, han sido mal valorados. La Muerte como personaje y tema en la pintura y el dibujo españoles cuenta con una tradición y con abundantes muestras, que se pueden apreciar en la obra La muerte y la pintura española de M. Sánchez Camargo (Madrid, Editora Nacional, 1954). Entre los ejemplos incluidos está uno que aparece en el libro Cordial de Dionisio Cartujano publicado en 1491. Aquí la Muerte es representada por un esqueleto que lleva en la mano izquierda una lanza y en la derecha un féretro. A sus pies yacen once calaveras que representan a seres de todas categorías, desde papas y reyes hasta gente común y corriente. En la parte superior va una cinta ondulante con la inscripción Nemine parco q vinit i orbe. Otro ejemplo llamativo es el cuadro “Mis funerales” de Miguel Viladrich Vila, en el cual la Muerte aparece como un esqueleto con alas de mariposa ataviado con un vestido negro de mujer. La mano derecha, enfundada en un guante blanco, sostiene una flor. Más de uno de los grabados de Agüera podría haber sido incluido en este estudio. Dada la abundancia de nombres citados en el texto, la inclusión de un índice onomástico hubiera sido de gran utilidad. Faltaron algunas explicaciones, pero con toda seguridad la falta no se debe a otro factor que a la imposibilidad de localizar el lugar en que son tratadas. Ediciones como ésta sirven de estímulo y modelo y, seguramente, los años que Blanca López de Mariscal invirtió en su preparación serán apreciados por los estudiantes y los estudiosos de la literatura mexicana. |
Reseña de José Francisco Mendoza
Publicado, originalmente, en el Anuario de Letras. Lingüística y Filología
https://revistas-filologicas.unam.mx/anuario-letras/index.php/al/index
Link del texto https://revistas-filologicas.unam.mx/anuario-letras/index.php/al/article/view/725/1396
Facultad de Filosofía y Letras
Centro de Lingüística
Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas
de la Universidad Nacional Autónoma de México
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