Manuela Sáenz: la insurrección, la nación y la patria ensayo de Cecilia Méndez Mora[1] eulaliaalvarez1957@hotmail.com Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Cuenca
Manuela Sáenz, retrato de época, realizado por Pedro Durante en 1825 - Lima (Perú)
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Introducción El presente texto pretende continuar una reflexión surgida en torno a la figura política de Manuela Sáenz Aizpuru. En un trabajo anterior titulado “Manuela Sáenz: cinco veces tu nombre” se planteó una visión insumisa del personaje. El empeño se centró en mostrar a una muj er cuya percepción política iba más allá de aquella que en la historiografía latinoamericana y nacional la miró siempre como la muj er del Libertador y en virtud de ello se convirtió en una figura importante del proceso independentista. La insumisión, como concepto básico de búsqueda permanente de una personalidad forjada desde los espacios de lo privado y lo público, se dirigió a evidenciar que Manuela fue por derecho propio y por convicción la “Libertadora”. Destaca de manera clara su singular y férreo temperamento demostrado en la extraordinaria capacidad de resiliencia que poseyó, quizá, desde su nacimiento, temperamento rubricado a cada paso de su intensa participación pública, y por el cual enfrentó lo social, lo colectivo, que finalmente conformó el espacio que la fortaleció vitalmente a pesar de las permanentes obj eciones que en torno suyo se hacían[2]. En esta oportunidad trabajo el memorial histórico de Manuela Sáenz desde tres nociones básicas: la insurrección, la nación y la patria; cruzadas las tres por esa formidable consecuencia y militancia libertaria que le permitió hilvanar una propuesta político-militar que tuvo como protagonistas a hombres y mujeres, enfrentados al poder y a la muerte por el rigor de la campaña. Manuela: la insurrección La insurrección, como proceso social, ha estado siempre presente en la historia de la humanidad; todos los pueblos de la tierra han hecho uso de ella, curiosamente para reafirmarse como pueblos y como portadores de la libertad. América Latina es un subcontinente donde la insurrección estuvo presente desde la conquista y colonización. Como proceso social involucró a pueblos enteros; sus dirigentes fueron siempre los que encarnaron la oposición política, ideológica y militar al orden social establecido. El proceso independentista fue un desafío insurgente y radical y, como tal, implicó una larga sedimentación histórica en la que destacan periodos, hechos, acciones y, por supuesto, personajes, razón por la cual la Independencia no arranca con los ejércitos independentistas; la preceden todas las luchas que han forjado el ideal libertario de la América morena, en la que inciden de manera directa los indios, y en primer lugar la insurrección de Túpac Amaru. Sin duda alguna, existen hechos claramente diferenciadores entre la insurrección tupac-amarista y la independentista. Resalto fundamentalmente dos: el primero relacionado con el proyecto libertario, el objetivo de los independentistas bolivarianos era deshacerse de las ataduras coloniales y realistas; los tupacamaristas, en cambio, tenían un proyecto para sí mismos. El segundo, la causa independentista concitó la participación de todos los sectores sociales: montubios, indios y negros pelearon junto a los mestizos y blancos, hecho que garantizó su triunfo. Los insurrectos tupacamaristas atraj eron a sus filas sólo a su propia etnia. Como gigantesco proceso histórico, anudo varios periodos y sucesos históricos y señalo dos que tienen que ver directamente con Manuela Sáenz. Nacida en 1797, creció en medio de un ambiente social y político cruzado en su cotidianidad por la inseguridad del modelo económico-político y administrativo que había regido, por lo menos tres centurias, a las colonias hispánicas. A los quince años, entre idas y venidas de la casa de los Sáenz de Vergara a la de los Aizpuru percibió el ambiente de sobresalto que se vivía entre las familias de descendencia española. En la casa paterna se percibía ese temor por ser su padre regidor de la Real Audiencia de Quito y José María Sáenz de Vergara Campo Larrahondo y Valencia, su medio hermano, simpatizante de la independencia. Ese contexto despertó en ella inquietudes de libertad. Manuela, hija ilegítima, pasó su infancia alejada de los salones familiares y de la vida social colonial; empero desarrolló una formidable percepción que la vinculó con su entorno inmediato: el campo del valle de los Chillos, donde todavía se encuentra la hacienda materna Aizpuru, y el campo de Catahuango, hacienda paterna donde convivió cotidianamente con indios y negros. Estas experiencias sirvieron a Manuela Sáenz de manera decisiva para su oficio de capitana de ejércitos; pues su conocimiento de estos sectores sociales y del espacio territorial del campo resultó vital a la hora de las campañas militares. A esta mixtura profunda el historiador francés Fernand Braudel la denominó geo historia. Desde pequeña Manuela escuchó hablar a su madre del indio Eugenio Espej o y lo admiró profundamente; se lo imaginaba esforzándose en controlar las enfermedades, las epidemias, comunes en esa época, y las largas noches en las que él bebía del deseo de libertad. Se lo imaginó frenético editando el primer periódico publicado en la ciudad, Primicias de la cultura de Quito, obra a través de la cual llegó a moldear voluntades dispuestas a forj ar la tarea de la libertad. Un hecho transcendental en la forja de su actitud y pensamiento insurrecto fue su viaje a Lima luego de su matrimonio con el inglés James Thorne. Allí conoció a Bernardo Monteagudo, secretario particular del Libertador San Martín. Monteagudo fue en realidad el ideólogo de la revolución en el Sur: definió el alcance de los derechos políticos y ciudadanos, alcanzó a plantear la necesidad de la democracia como única salida para los pueblos liberados; fue el primero en señalar los derechos políticos de la muj er. En este específico punto Monteagudo, más que a Bolívar, se acerca a San Martín. Manuela escuchaba con atención tales planteamientos que le dieron la oportunidad de pensar la nación. En la medida en que avanzaba en edad, el pensamiento de Manuela iba madurando también; la insurrección revolucionaria deja de ser en ella una flama para convertirse en realidad socialmente necesaria, largamente esperada, cuidadosamente alimentada con la sagacidad de Sáenz. Quizá lo que más sobresalió de su férrea personalidad sea esa sagacidad que en materia política y militar representa, más que una virtud, una necesidad de la que dependen los aciertos o fracasos de los procesos. En el paso de la expectativa de la flama revolucionaria hacia la plena conciencia de lo socialmente necesario, situó su primera y más formidable resiliencia que conservó de por vida, y que le permitió medir todos sus actos a partir de escrutar en la conciencia lo que se necesitaba para construir el proyecto revolucionario. En este marco debe entenderse la sentencia que pronunció en una de las tantas deliberaciones con Bolívar: que mueran diez para que se salven diez mil. No era su carácter —para muchos dominante, autoritario y arrogante— lo que la hacía actuar así, como ha señalado la historiografía oficial; por mi parte sostengo que fue más bien la conciencia plena de lo socialmente necesario la que guiaba sus actos. Desde las distintas posiciones de la historia y la política, la insurrección debe ser entendida no sólo como una acción que trae consigo la total movilización de la sociedad, principalmente de los sectores populares o subalternos, sino como el proceso de generación de pensamiento, lo que supone la formulación de concepciones ideológicas, posiciones políticas, visiones culturales. Sáenz fue la expresión vital, avasalladora, de ese proceso, actitud que la colocó en la mira de quienes la valoraron no sólo como una “mujer peligrosa” sino fundamentalmente como parte de un sujeto social e histórico en tanto portadora del proceso revolucionario social y popular; así lo entendieron Francisco de Paula Santander, Vicente Rocafuerte y Juan José Flores. Manuela: la nación La historia de Manuela Sáenz está intrínsecamente ligada a la construcción de la nación[3]; como patriota, estuvo al lado de la causa bolivariana y las luchas por la Independencia; su compromiso con la nación fue mucho más profundo y la llevó a allanar los intricados campos de la política, no sólo la comarcana de lo que fue la Real Audiencia de Quito sino de la región. Para los dirigentes de la Independencia la región trasciende la comprensión de la territorialidad, supera la búsqueda de la descolonización administrativa de estas tierras; fue el deseo profundo de ver surgir formas nuevas de pensar, de actuar, de imaginar el mundo, una nueva mentalidad que antepuso el integracionismo, atreviéndose a cuestionar la tradición. Desde esta perspectiva, la lucha de Manuela Sáenz por la libertad adquirió dimensiones regionales y continentales, de ahí que en la actualidad se le conozca más allá de las fronteras de su patria. Su participación activa en los problemas de la vida pública la dotó de una especial predisposición para entender los momentos políticos por los que atravesaron las campañas libertarias; fundamentalmente la construcción de la nación grancolombiana, sueño que compartió con Bolívar. En este sentido, fue una verdadera estratega en tiempos de guerra. En los muy pocos tiempos de paz, Manuela estuvo siempre en guardia; sabía por experiencia propia que los tiempos de relativa calma son los más propicios para conspirar contra los hombres adelantados a su tiempo como lo fue Bolívar; pero allí precisamente se alza la personalidad de Manuela no sólo para protegerlo, como aconteció en la histórica noche del 25 de septiembre de 1828, sino básicamente para desplegar su sagacidad, en la alerta política que poseía y de la que se percataron tempranamente los opositores del Libertador, de manera especial Francisco de Paula Santander. Manuela, muy perceptiva, fue capaz de detectar problemáticas profundas y ubicar actitudes, puntos de vista, discursos y acciones políticas de aquellos colaboradores cercanos o lejanos que rodeaban no sólo a Bolívar, sino a todo el proyecto libertario que animó. Los principales dirigentes de la revolución independentista se encontraban apremiados por romper la dependencia de España, pero también por marcar distancia con la gran nación del norte: Estados Unidos. Pensar la nación fue una formidable tarea para Bolívar, para Manuela, para Sucre, porque implicó a todo el espacio social y territorial que suponía crear la Gran Colombia. El tema territorial fue una preocupación central para Bolívar que desde las tempranas Campañas del Sur orientó su acción a la creación de una gran nación que fuera capaz de presentar igualdad de condiciones al Norte. Este espíritu alentó también en San Martín que, al igual que Bolívar, antepuso la unidad en todos los actos de la vida pública y privada, aspectos en los que pone énfasis el insigne liberal ecuatoriano José Peralta en su obra La esclavitud en América Latina[4]. Inmersa en estas discusiones Manuela mantuvo por largo tiempo relaciones políticas muy cercanas con Sucre y Monteagudo, quienes proyectaron la viabilidad de una nación única, soberana e independiente de cualquier poder, lo que incluía a Estados Unidos y sus rapaces presidentes y plenipotenciarios entre los que destacan John Adams y Collingwood. Respecto al vínculo que liga a Manuela directamente con la construcción de la nación, destaco tres hechos cuya importancia desvela la visión de la “Libertadora” y rubrica la afirmación de que para ella la nación no era sólo un entusiasmo, un pensamiento, un sentimiento; era sobre todo una realidad geoestratégica y política que había que trabajar, cuidar y proyectar. El primer hecho tiene que ver con la consolidación de la territorialidad. Una vez que las campañas libertarias se consolidaban una tras otra, Guayaquil se convirtió en un asunto delicado tanto para San Martín como para Bolívar, debido a que los dos libertadores tenían miradas diferentes acerca del puerto. Mientras San Martín quería que Guayaquil se anexara a Perú, Bolívar sostenía la potestad de Colombia sobre la ciudad. Este eventual impasse representó un momento crítico en las campañas libertarias, pues ponía de manifiesto dos miradas diferentes acerca de la construcción de las nuevas naciones y su territorialidad. Pero ninguno de los dos proyectos se percató de la pretensión de los notables guayaquileños que plantearon abiertamente a Bolívar su deseo de ser autónomos[5]. Dirimir el tema de Guayaquil ocupó la atención de los principales dirigentes de la Independencia. Manuela —dirigente indiscutible— declaró el 26 de octubre de 1821: “Guayaquil y su puerto son vitales para Quito”. Su afirmación es avalada por su conocimiento del medio. Guayaquil había sido la antigua sede de la Real Audiencia, un territorio de altura que desde tiempo atrás había perdido importancia como centro de producción y distribución de bayetas y que encontró dificultad en convertirse en un centro agrícola importante, precisamente porque tenía serios inconvenientes en la transportación y la utilización del puerto debido al fuerte regionalismo de la élite costeña, en especial de aquellas familias que tenían raigambre directamente española, entre ellas los Garaycoa. La conciencia de que Guayaquil no podía separarse de la Gran Colombia llevó a Manuela a calcular el peso político del carácter del Libertador San Martín, información que en su tiempo le fuera proporcionada por Rosa Campuzano[6]. La resolución del tema Guayaquil conllevó el encuentro de los libertadores en esta ciudad. La decisión de Bolívar de anexarla a la Gran Colombia posibilitó la consolidación de lo que posteriormente sería el territorio ecuatoriano. En perspectiva de la construcción de una sociedad menos diferenciada, Bolívar socavó la primera intentona de autonomía que las élites porteñas de Ecuador tenían sobre su territorio llevadas por el afán de eludir todo tipo de control o de dirección[7]. Con todos estos criterios de por medio, Bolívar sabía qué hacer. Consecuente con su propio ideario político compartido con sus correligionarios, entre los que destaca la coronela Sáenz, el 2 de enero de 1822 en enérgica carta a José Joaquín de Olmedo responde en los siguientes términos: Excelentísimo Señor: Contesto su apreciable donde me participa de la situación de esa provincia informándome de los futuros proyectos de esa Junta Honorable por los notables miembros que la conforman. Usted sabe mi amigo que una ciudad con un río no puede formar una nación. Que tan absurdo sería un señalamiento de un campo de batalla para dos estados belicosos que lo rodean. Usted sabe de los sacrificios que hemos hecho, en medio de nuestros propios apuros, por auxiliar a Guayaquil, que Colombia ha enviado allí sus tropas para defenderla mientras el Perú ha pedido auxilio a ellos. Quito no puede existir sin el puerto de Guayaquil [...] Las relaciones de Guayaquil son todas con Colombia [.] Todo lo que en derecho más lato permite a un pueblo comprendido bajo una asociación, o bajo límites naturales, es la compleja y libre representación en la Asamblea Nacional. Toda otra representación es contraria a los derechos sociales[8]. El segundo tema que destaco en la construcción de la nación es el relacionado con la creación de la “Nación Bolívar” a la que posteriormente se le dará el nombre de Bolivia. Manuela apoya de manera decidida la creación de esta nueva república, señala criterios geoestratégicos y políticos con los cuales se pretende crear equilibrio en la región, porque ella conocía de las intenciones de los peruanos y seguía de cerca, a través de Monteagudo, las aspiraciones argentinas de restar primacía a la Gran Colombia fraccionando su territorio, rompiendo el extenso corredor andino, testigo milenario de dos gestas históricas asombrosas; la primera relacionada con la grandeza y ocaso del gran imperio inca, la segunda precisamente la gesta libertaria independentista bolivariana. La conciencia política de la coronela Sáenz se manifestó claramente cuando textualmente señala a Bolívar en carta del 9 de mayo de 1825: “Mucho me alegra conocer su sana ambición de crear esa nueva república que tanta falta le hace como equilibrio a la organización política del Sur, dando lugar a establecer un orden y un principio, regulando al Perú y a la Argentina el espacio de sus territorios”[9]. Como se observará, la posición de Manuela Sáenz dista mucho de ser sólo la de una amante; fue ante todo una gran estratega geopolítica que demandó incluso de Bolívar la firmeza en la conducción de los asuntos de Estado. Así lo demuestra en carta del 28 de mayo de 1825 cuando, evidenciando la permanente oposición de Santander, le dice al Libertador: Estimo conveniente que Usted resuelva en correspondencia a este señor, su posición y educación de Usted así como todo lo que S.E. conoce y sabe tanto de libros sabios que Usted ha estudiado como instrucción de milicia desde niño le calme las dudas e intrigas a satisfacción de la propia ignorancia de él. La inteligencia de S.E. sobrepasa a los pensamientos de este siglo y bien sé que las nuevas generaciones de esta provincia y de América seguirán el resultado de las buenas ideas de Usted, en procura de una libertad estable y haciendas saludables[10]. Un tercer elemento relacionado con su concepción acerca de la nación tiene que ver con su permanente oposición a la conspiración. Entendía que ésta era un tema de Estado y de política pública, en tal sentido estaba presente no sólo en Colombia, con Paula de Santander, no sólo en Venezuela con Páez, sino también en Perú con Torre Tagle, quien luego de ser parte de los que se beneficiaron del poder colonial se pasó a las filas independentistas creyendo que lo que se postulaba para el futuro era un régimen monárquico; al descubrir que los libertadores rechazaban esa idea y promulgaban la democracia, se alzó en armas intentando engañar a San Martín. Torre Tagle encabezó una postura que reclamaba un Perú independiente, tanto de Argentina como de Colombia, a pesar de Ayacucho. Manuela fue implacable con él, en carta del 27 de febrero de 1824 dice a Bolívar: “Mañana salgo con algunos patriotas y tropa de Lima pues son noticias frescas el que los peninsulares junto con los traidores de Torre Tagle dan ultimátum a esta ciudad”[11]. Sin duda la empresa libertaria conllevó siempre dificultades, pero en el caso de Perú éstas se potenciaban porque generales y coroneles peruanos como José de La Mar, Manuel Salazar y Baquij ano, sintieron que Bolívar, Sáenz, Sucre, O’Leary y el mismo Luis Perú de Lacroix, eran extranjeros que no tenían nada que hacer en su tierra; lo cual resultaba inadmisible para la causa integracionista de la Gran Colombia y demandaba que el Libertador y su Estado Mayor General, del que era parte decisiva la coronela Sáenz, tuvieran especial cuidado. No se equivocaron en ello, pues Santander —el militar que se negaba a obedecer órdenes de Bolívar en los campos de batalla—, convertido en vicepresidente de la Gran Colombia por manipulación política, había establecido contacto con los peruanos descontentos olvidando que él mismo se oponía a que Bolívar auxiliara a Perú en su independencia. En este episodio Manuela revela una vez más su condición de política y estratega, así lo desvela una carta de Santander en la que pretende defenestrar a Bolívar de la presidencia con el siguiente argumento: “Dejemos que el Libertador se pase al extranjero, al Perú sin autorización, a fin de cuentas hace lo que le da la gana. Así será cómo el Congreso podrá librarse de él y de esa astuta mujer que es su compañera fiel; no le enviaremos tropas ni pertrechos, se joderá la cosa y no sabrá qué hacer ya; sin gobierno ni mando”[12]. En carta del 10 de marzo de 1822, Francisco de Paula Santander señala: “Excelentísimo Señor:/ Permítame llamar su atención a las cosas que conviene a la República de la presencia de V. E. aquí en Santa Fé [.] Por lo demás, los ciudadanos de la República ven con malos oj os el que los suyos vayan a pelear a territorio extranj ero. Dios guarde a V E. muchos años”[13]. En carta del 26 de marzo Bolívar increpa a Santander su posición anticolombiana y antipatriota: “Aseguro a usted que de no hallarme capacitado para esto, la campaña sería una ruina [.] pues que los soldados tengan despedazados los pies por falta de alpargatas, no anima a ningún Ejército en forzarles al combate”[14]. Santander conspiró permanentemente contra Bolívar; odió a Manuela Sáenz, a quien se refería como “esa astuta mujer”. Santander no desperdició la oportunidad de relacionarse con los generales descontentos de Perú, a los que otrora llamó extranjeros, para impusar desde la sombra, desde el acecho, una tras otra, conspiraciones de las que se cuidó siempre de salir bien librado. La única vez que tuvo el “desliz” de ser manifiesto fue usado por Manuela para demostrar la dimensión de “ladino traidor” que ella siempre observó en él. Manuela: la patria Entiendo por patria la construcción material e imaginaria de un espacio social y territorial en el que hemos nacido y desarrollado la cotidianidad de la vida, donde se afinca nuestro hogar, la familia, la vecindad, el simbolismo de los héroes, el relato de la historia, la fijación de la cultura. Sin duda la comprensión de la patria tiene mucho que ver con la nación; juntas constituyen la firme base de la identidad y de una experiencia común a la que respondemos de acuerdo con las circunstancias. Manuela pensó la patria como la más profunda experiencia libertaria que dio sentido a su intensa vida. Quito-Ecuador fue el espacio social y territorial que llevó en su conciencia, en su corazón, desde el comienzo de su vida hasta su muerte. Como política, como estratega, como militar que era, pensó la patria en el doble registro que su construcción exige, el material y el imaginario de lo simbólico. El pensamiento y sentir de la coronela Sáenz en torno a la patria se relaciona con los elementos que a continuación expongo. La práctica y el discurso de la unidad es una necesidad que en tiempos de guerra y de oposición radical de la sociedad se convierte en el valor más preciado debido a que construye la idea de la nación y de la patria. Los dirigentes de la Independencia iniciaron la larga y sorprendente jornada libertaria desde Carabobo hasta Ayacucho teniendo a la unidad como eje ordenador de los pueblos que pretendían liberar. Fue la unidad el tema que concitó la animadversión y la animosidad de unos y otros; pero logró consolidar en el pensamiento, en la acción, en el sentimiento, la más formidable movilización político-militar, única en América Latina. El proyecto de unidad tuvo su máxima expresión en el denominado Congreso de Angostura en el que sobresale particularmente el Discurso de Angostura, que se levantó sobre la dura experiencia de negación permanente a la unidad de Colombia, expresada en las innumerables muestras de oposición encabezadas por Francisco de Paula Santander. Bolívar lo sabía, Manuela Sáenz tenía especial cuidado sobre este personaje y no dejó de alertar al Libertador acerca de su peligrosidad. Santander participó en todos los atentados contra la vida no sólo del Libertador sino de los otros dirigentes de la Independencia. Lo que estaba en juego no era sólo la presidencia de la nación grancolombiana, sino todo el proyecto libertario de Bolívar y su Estado Mayor General compuesto por mariscales, generales, coroneles y una coronela: Manuela Sáenz. Luego de los primeros años de lucha contra las fuerzas realistas españolas, sobrevino la miope mirada de hombres con trayectorias poco brillantes que no tenían la capacidad de comprender el proyecto bolivariano que se resumía en la unidad de los pueblos liberados, en férrea mancomunidad; tal fue la idea ordenadora que guió la vida y la práctica política y militar de Bolívar, Sáenz y demás. Tras la liberación de Perú se cerraba la era hispánica, Bolívar y sus libertarios señalaron clara y públicamente que la unidad de la Gran Colombia incluía aliviar la situación de pobreza en las tierras americanas. Ordenaron la redistribución de las tierras, crearon leyes para impulsar la economía, organizar la educación, implantar la Constitución bolivariana y sobre todo dar forma a la obra cumbre y afán de toda la vida de Bolívar, el Congreso Anfictiónico de Panamá. Cabe subrayar con precisión que su conciencia, su pensamiento, su espíritu, estaban con la América del Sur, lejos de la del Norte; mas Francisco de Paula Santander le hizo saber que no estaba dispuesto a dej ar fuera del Congreso al águila norteamericana y esa mente corta en patriotismo y perspectiva fue muy bien percibida por Adams quien, sin mucho esfuerzo, consiguió aliados; junto a Santander trabajó incansablemente para enterrar los ideales de unidad latinoamericana. Tanto fue el deseo de unidad, que existen cartas en las que Bolívar exige a sus generales y oficiales “que prefieran la muerte antes que permitir que se encienda una guerra de hermanos y cuando fueran provocados abandonen el puesto antes que disputarlo”[15]. Dando la espalda no sólo al Libertador Bolívar, sino al único proyecto de unidad latinoamericana, Santander a propia cuenta y riesgo invitó al Congreso de Panamá a Henry Clay, secretario de Estado de Estados Unidos, el hombre que hace fracasar la obra más alta y trabaj osa de Bolívar y sus esforzados oficiales; la coronela Sáenz fue su más próxima y comprometida colaboradora, no sólo porque era la persona con la que compartía su afecto, sino porque entendió muy bien el proyecto libertario que encarnó en miles de seres humanos. El proceso fue conducido por Bolívar con “magnanimidad”, tanto que pasó por alto hechos graves contra la estabilidad de la Gran Colombia. Manuela Sáenz, en cambio, fue más realista, pero no siempre pudo influir en el ánimo de Bolívar y no consiguió convencerlo de poner fin a la vida de cuantos conspiraran contra Colombia, la patria[16]. En efecto, todo el largo epistolario de la coronela Sáenz está lleno de puntualizaciones estrictamente políticas y apreciaciones militares, además de sus certeras precisiones sobre los protagonistas de la gesta libertaria. Nadie mej or que Manuela para expresar de manera clara y categórica el peligro que para el proyecto grancolombiano significaba Francisco de Paula Santander; lo dijo, lo escribió, lo señaló mil veces llevada no sólo por su animadversión sino fundamentalmente porque su experiencia en el campo de batalla, en las calles donde el rumor se teje de forma precisa, en los salones donde se esconde la traición, la dotaron de una capacidad de percepción con la que se adelantó a los acontecimientos; por eso se convirtió en la más cuidadosa de los oficiales del Libertador y pudo responder con aplomo a situaciones límite como la del 25 de septiembre de 1828. Supo cómo actuar llevada no sólo por su profundo amor a Bolívar sino también por el certero análisis de las circunstancias. Sugiero que fue sobre todo este episodio lo que acabó por convencer a cuantos conspiraban contra Colombia: los Paula de Santander, los Páez, los Padilla, los Bustamante, los Córdova, los La Mar, los Serra, los Vidaurre, los Torre Tagle, los Obando, los López, que no bastaba acabar con Bolívar sino que se debía acabar con Manuela; por eso los traidores comenzaron a llamarla de manera sistemática “forastera”, a hacerle saber que su intención era “expatriarla”. La coronela, acostumbrada al rigor de las batallas y la confrontación, los desafió abiertamente y de manera enérgica exclamó: “nací bajo la línea de Ecuador”, para rubricar que no era ninguna forastera, y agregó: “prefiero la muerte a la expatriación”. El segundo aspecto que deseo desarrollar es el amor por la patria que profesó Manuela Sáenz y que quedó rubricado en su militante y tenaz oposición al que llamó el “Grupo de los P”: Paula de Santander, Páez y Padilla. Tres suj etos cuya vida y acciones estuvieron marcadas por la traición, por lo corto y mezquino de su pensamiento. Tras ellos hubo un sinnúmero de “descontentos”, en especial de los peruanos, que dieron la espalda a la gesta heroica de Bolívar en Juanambú y sobre todo en Ayacucho y conspiraron contra él. La Mar manchó su honra al complotarse con el “Grupo de los P” para acabar con Bolívar y con su sueño máximo de unidad latinoamericana: la Gran Colombia. Durante toda la gesta libertaria, Bolívar nunca fue más grande como en Perú; ante la pérfida negativa de Paula de Santander para enviar recursos económicos y vituallas para la guerra, el Libertador consiguió todo. Desde los clavos para herrajes, balas para la batalla, uniformes para los soldados, calzado para los desgarrados pies de su heroico ej ército, hasta las banderas con las que flameó la victoria mestiza, negra, india, zamba, mantuana de la Gran Colombia, frente al rancio dogal hispano que sometía casi a perpetuidad al Rimac. Pero nada de esto valió a la hora de conspirar contra la patria, contra sus mentaliza-dores, contra Bolívar, Sáenz y Sucre. En carta escrita en la Magdalena —centro político de la Independencia— el 11 de abril de 1826, Bolívar contesta a José Francisco Páez sobre la propuesta de instaurar una monarquía con él a la cabeza. En esta misiva centra dos aspectos fundamentales para el desarrollo de la Gran Colombia: el primero se refiere a la preocupación del Libertador por quienes ocupan cargos ejecutivos; el segundo el rechazo a la monarquía. Mi querido general: Mucho me preocupa la falta de oficio en personas que tengan que ver con el ejecutivo en momentos en que esta atención debiera estar encaminada a resolver los problemas cruciales del país [...] Quienes como Ud. intentan seducirme en el poder, no tienen en cuenta que yo lo he tenido durante algo más de 16 años y que no acaricio ninguna otra idea que no sea el vivir modestamente con mi propio peculio lo que resta de mi vida. Desestimo en sumo grado esa invocatoria suya sobre ideas monárquicas por ser de profundo fastidio para mi espíritu [.] Dios guarde a V. E. Bolívar [17] Para el 22 de noviembre de 1826, Bolívar escribía a Manuela: Te comentaré que llegue con ánimos exaltados a Bogotá y supe que Santander se aprestaba a desconocerme, no sin antes haber preparado ciudadanos en mi contra con el fin de rechazar la reprimenda que le llevaba por sorpresa, hube de recatar mi valentía y corajes para salvaguardar el orden y la disciplina por la que tanto he abrigado. Solicitaré del Congreso las facultades extraordinarias a fin de resolver bajo esta investidura las emergencias incluida la de Páez en Venezuela. Sin otro particular, te reitero mi admiración y amor que tanto te debo.
Tuyo, Bolívar.[18] Resalto de esta misiva aquello que enaltece más la visión y acción política de Bolívar, consecuente con su obra y con su vida, solicita al Congreso facultades extraordinarias para hacer frente a las emergencias de permanente conspiración y sublevación que entre 1826 y 1830 se venían dando de manera intensa. Frente a los conflictos optó siempre por el entendimiento mutuo, antes que ejercer el poder de manera violenta, éste sólo fue usado como último recurso en situaciones límite, conducta que contribuyó a que los enemigos del Libertador hicieran una sinopsis básica de la actitud psíquica y de la repercusión social de pasar por alto sus órdenes en la población, aprovechándose de las difíciles condiciones en la construcción de un territorio unificado y sobre todo en el sostenimiento del proyecto unitario grancolombiano. Sin duda no lo consideraron un hombre débil, pero sí un hombre con alto sentido moral y ético, lo que en tiempos de guerra significa, sobre todo para individuos traidores, resultados a favor porque crean en los hombres de ética un conflicto, una ruptura interna que no se resuelve en la conciencia, ni en la inconsciencia, tampoco en la voluntad sino en la “angustiosa dubitación”. Sólo bajo esta consideración que proporciona Fromm[19] puede entenderse que Bolívar, el hombre de armas más intrépido de Nuestra América, haya tenido plena conciencia de la condición humana de la oficialidad que lo rodeaba y no haya tomado decisiones que eran no sólo necesarias, sino urgentes; él mismo sentenció: “todo el cuerpo de la historia enseña que las gangrenas políticas no se curan con paliativos”[20]. En cambio la coronela Manuela Sáenz, mujer de profundo compromiso con la patria, lo percibió, lo rastreó, lo investigó y con la fortaleza de su conciencia sentenció: Dios quiera que mueran todos esos malvados que se llaman Paula, Padilla, Páez, pues de este último siempre espero algo. Sería el gran día de Colombia, el día que estos viles muriesen; éstos y otros son los que le están sacrificando con sus maldades para hacerle víctima un día u otro. Éste es el pensamiento más humano: que mueran diez para salvar diez mil.[21] Lo que proponía el “Grupo de los P” era la restauración de la monarquía, una monarquía criolla imitando sin duda a la napoleónica que se instaló en Europa y que bien hizo sonreír a la rancia aristocracia limeña que se aprestaba a respaldar tal despropósito, pensando en la fuerte influencia que tendría en la conformación de la nueva “godocracia”, dispuesta a poner fin al proyecto bolivariano. Sin duda este marco es el que ofrece mej or explicación a las acciones de estos tres individuos, cuyas actuaciones conllevaron siempre el mensaj e descontituidor de la unidad grancolombiana y la separación del territorio liberado. Frente a tanta claridad, ¿qué fue lo que llevó al Libertador a no tomar medidas contra sus detractores?, ¿cabe acaso pensar que en temas de Estado, concretamente de gobernabilidad, Manuela fue en realidad su amable loca?, ¿o fue algo más duro para su condición de Libertador y varón lo que lo vinculó al tema del poder, como saber y como acción encarnado en una mujer, la más consecuente con la causa grancolombiana, a la que más amaba, pero mujer al fin? Quizá una investigación más detenida ayude a despejar estos interrogantes. Finalmente, la concepción de la coronela Manuela Sáenz con respecto a la patria se relaciona con el fatídico año de 1830, fecha que marca el cese de la intensa y generosa vida del Libertador y que para ella significó el inicio de un nuevo frente de lucha: la defensa y custodia de la correspondencia de Bolívar. Sin duda un trabajo doblemente simbólico; defendía la memoria del hombre al que amó sin límites y su causa libertaria, su más caro sueño: la libertad, la constitución de la patria Gran Colombiana, desafiando todos los poderes, salvando todos los inconvenientes. La muerte del Libertador puso a la insumisa e insurgente coronela Sáenz al filo de su propia sobrevivencia; hasta su tumba llevó consigo, tras veintiséis años de destierro, su condición de estratega, su certera percepción política, su fina condición humana. En realidad éste fue el miedo profundo de sus detractores, por ello Vicente Rocafuerte, que tras la muerte de Bolívar acabó entendiéndose con el “Grupo de los P”, compartió y aprobó plenamente el destierro de Manuela Sáenz aduciendo: “Como es una verdadera loca, la he hecho salir de nuestro territorio, para no pasar por el dolor de hacerla fusilar”[22]. Con el alma embargada de dolor, Manuela pensó refugiarse en aquel suelo donde nació, junto a su familia materna que la quería y la recordaba. Mas nunca pudo reclinar su negra cabellera en hombros fraternos. La larga travesía por los Andes fue salvada lentamente por la solitaria coronela, acompañada sólo por sus dos inseparables negras. Despojada violentamente de todos sus derechos y sus honores precisamente por aquél a quien denunció hasta el cansancio, Francisco de Paula Santander. Éste, presuroso, la desterró, la arrancó de su patria, de su Quito amado, sabiendo que eso significaba el aniquilamiento para esta muj er que alguna vez declaró que “prefería la muerte al destierro”. Manuela, la coronela de la Libertad, de la Independencia hispánica, no bajó la guardia, se enfrentó al poder conservador y reaccionario que se había formado. Con la fuerza de su dignidad, reclamó lo más valioso que podía rescatar de esos aciagos momentos: la correspondencia del Libertador. La reclamó con altivez, antepuso su condición de custodia, la mejor que tuvo Bolívar precisamente por ser consecuente en alto grado, lo que le permitió encarnar el proyecto libertario. Juntos Francisco de Paula Santander y Vicente Rocafuerte, los responsables del destierro, no pudieron derrumbar la fortaleza de la coronela Sáenz, quien los desafió con la altivez que sólo la ética y la honradez proporcionan. Frente a la adversidad, con Bolívar y sin él, siguió siendo la misma coronela Sáenz, sus mortales detractores certificaron “su tranquilidad” teniéndola lejos, bien lejos e incomunicada. Por ello la desterraron al “fin del mundo” para asegurarse de que nunca retornara físicamente, como así ocurrió. Luego sobrevinieron el silencio y el hastío que debilitaron su alma, porque la coronela al fin era humana. No obstante, su largo y difícil destierro le permitió mirar otros ángulos de la gesta libertaria inde-pendentista, a otros actores políticos, con la paciencia que sólo el tiempo da. Manuela, la generala sin espada, la coronela de la dignidad, en sus veintiséis años de destierro y digna pobreza aprendió mucho acerca de los nuevos políticos entre los que destaca Juan José Flores, quien la engañó avivando en ella el sueño del regreso a casa, a Quito, a Ecuador. La pesadez del olvido, la sórdida lucha por el sustento cotidiano le permitieron asumir plenamente la segunda gran resiliencia de su vida, con la que pudo seguir siendo siempre Manuela Sáenz: la coronela de la libertad. Bibliografía Álvarez Saá, Carlos, Manuela Sáenz: biografía. Ensayo, Quito, Imprenta Mariscal, 1995. Anderson, Perry, Teoría, política e historia: un debate con E. P. Thompson, Madrid, Siglo xxi, 1980. Andrade Reimers, Luis, Sucre en el Ecuador, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Camón”, 1979. Chaunu, Pierre, Interpretaciones de la Independencia en América Latina, México, fce, 1973. De Ulloa, Antonio, y Jorge Juan, Noticias secretas de América, Quito, Banco Central del Ecuador, 1982, 2 vols. Fromm, Erich, Marx y su concepto del hombre, México, fce, 1965. Hamerly, Michael T., Historia social y económica de la antigua Provincia de Guayaquil 1763-1842, Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1989. Mata, Gonzalo Humberto, Manuela Sáenz, la mujer providencia de Bolívar, Cuenca, Patria, 1972. Mogollón, María, y Ximena Narváez, Diario de Campaña, en Manuela Sáenz: presencia y polémica en la historia, Quito, Corporación Editora Nacional, 1997 (Biblioteca de Historia, vol. 15). Peralta, José, La esclavitud en América Latina, Cuenca, Universidad de Cuenca, 1986. Valcárcel, Luis, Historias del Perú antiguo, 5a ed., Lima, Editorial Universitaria, 1971, vol. vi. Notas:
[1]
[2] La noción de resiliencia se refiere a la capacidad que tiene el ser humano de sobreponerse a las circunstancias fuertes que rodean su vida, debe entenderse que la vida es un gran espacio social construido en doble registro, sobre todo a partir de la modernidad: uno privado y otro público, razón por la cual la categoría puede ser aplicada no sólo a lo público y a lo privado, sino también a lo individual y a lo colectivo. Dado que la vida de las personas es sin duda una unidad y no un doble registro, la resiliencia, noción que proviene ciertamente de la psicología, ha sido desarrollada en las ciencias sociales sobre todo por la politóloga hindú Gitta Sen, quien le ha dado un uso interpretativo socio-colectivo. Desde esa perspectiva analizo la vida de Manuela Sáenz y su obra en el proceso independentista.
. [3] El concepto de nación se desprende del largo y rico epistolario de Manuela, en el que puede apreciarse que el sentido dado a dicho concepto no correspondía al pensamiento de la modernidad europea, específicamente francesa —Turgot, Diderot—, que concibió la nación como la construcción de pequeñas naciones fuertemente delimitadas y centralizadas. Para los forjadores de la revolución independentista, la nación fue un concepto multiterritorial, multiétnico, como inicialmente lo pensó Miranda, e incluyó la noción de lo que hoy conocemos como diversidad, referida por el prócer venezolano como “muchas etnias vernáculas”.
[4] En esta importante obra de José Peralta, no por extensa, cuanto por el profundo contenido político social que desarrolla, se recoge el sentimiento antiimperialista de Bolívar y de los principales dirigentes de la Independencia; véase José Peralta, La esclavitud en América Latina, Cuenca, Universidad de Cuenca, 1986.
[5]
[6] Rosa Campuzano nació en Ecuador, en la ciudad de Guayaquil; fue la compañera sentimental de San Martín, por tanto, conocía bien el carácter, la forma de pensar y las reacciones del Libertador del Sur. [7] Siempre es conveniente recordar que el tema autonómico de las élites porteñas no tuvo ningún asidero mientras Bolívar estuvo al frente del proceso libertario y de conformación de las repúblicas. Luego de diluida la Gran Colombia los intentos de autonomía se hicieron presentes fuertemente por lo menos unas tres veces: 1830, 1875 y 1944; pero, ninguno de ellos tuvo tanta fuerza como el planteado en los primeros años del siglo xxi, en plena etapa de globalización. En realidad el tema autonómico fue replanteado en 1996 en el marco de la cita denominada “Triángulo Santa Lucía” —aludiendo quizá a la masonería— en la que se reunieron los cincuenta más importantes empresarios guayaquileños y se comprometieron a impulsar y llevar a término la añorada y largamente esperada autonomía. Dentro de este proyecto debe entenderse todo el proceso de regeneración urbana llamada “más ciudad” que impulsa con profundo autoritarismo Jaime Nebot Saadi, alcalde de la ciudad puerto. Sugiero además, que cambiar el simbólico, continental y libertario nombre de “Simón Bolívar” —aquel, cuya vida quedó marcada con el pensamiento y la acción firme de la unidad de la América mestiza, liberada del yugo español— del aeropuerto internacional, por el de “José Joaquín de Olmedo”, el más preclaro autonomista del puerto, se debe a una especie de “revancha política” largamente represada en el tiempo. El nombre del poeta Olmedo en el aeropuerto más importante del país no es sólo para reconocer su lírica sino porque durante toda su vida trabajó por separar a Guayaquil de Ecuador, a nombre de un “ahogante e incompetente centralismo”. De manera que hoy, en plena globalización, este audaz acto no es sólo influencia del conspicuo y entusiasta autonomista Eduardo Maruri Miranda, sino el poner en su “cauce” aquello que no se pudo hacer en 1821 debido, fundamentalmente, al hecho de que para esa época tenían dos gigantescos inconvenientes: uno, los independentistas integracionistas latinoamericanistas encabezados por Bolívar, Sáenz, Sucre; otro que las relaciones con Estados Unidos apenas se iniciaban. Hoy la clase dominante autonomista tiene cuerpo y alma mefistofélica completamente entregada a los intereses estadounidenses.
[8] “Epistolario de Manuela Sáenz”, en Gonzalo Humberto Mata, Manuelita Sáenz, la mujer providencia de Bolívar: homenaje a Cuenca, Guayaquil y Quito en el sesquicentenario de la Batalla del Pichincha, Cuenca, Patria, 1972.
[9] Ibid
[10] Ibid
[11] Ibid
[12]
[13] Ibid
[14]
[15] Carta a Urdaneta, 15 de noviembre de 1826, “Epistolario de Manuela Sáenz”, en Mata, Manuelita Saénz, la mujer providencia de Bolívar [n. 7].
[16] Al iniciar la gesta libertaria, sus principales actores políticos y militares acordaron luchar hasta la muerte por la construcción de un solo territorio, eliminando los límites arbitrarios que España había impuesto, este esfuerzo debía tener como finalidad forjar una patria cuyo centro político estaba asentado en Colombia. Al tratarse de una gran mancomunidad lo más adecuado, lo más pertinente a las intenciones de los independentistas, era denominarla Gran Colombia, en ibid.
[17] Carta del 11 de abril, en ibid.
[18] “Epistolario: diarios inéditos”, en Dieterich, ed., Patriota y amante de usted: Manuela Sáenz y el Libertador [n. 11].
[19]
Erich Fromm,
Marx y su concepto del hombre, México,
fce,
1965..
[20].
[21]
[22] Carta de Vicente Rocafuerte a Francisco de Paula Santander, 11 de noviembre de 1835. |
ensayo de Cecilia Méndez Mora
Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Cuenca
eulaliaalvarez1957@hotmail.com
Publicado, originalmente, en Cuadernos Americanos, núm. 127 (2009), pp. 81-98
link del texto:
http://www.cialc.unam.mx/cuadamer/textos/ca127-81.pdf
Universidad Nacional
Autónoma de México
Ver, además:
Manuelita Sáenz, por Susana Dillon (Argentina) c/videos |
Editado por el editor de Letras Uruguay
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