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Yo sé que todos la vieron
y jamás la olvidaran.
Pero es posible que alguno,
denso de noche, estuviese
profundamente dormido.
Y a los dormidos - también
a los que estaban muy lejos
y no pudieron llegar,
a los que estando muy cerca
permanecieron sin verla,
al moribundo en su catre
y al ciego de corazón -
a todos los que no la vieron
describiré esta mañana
mafiana, cielo vertido,
cristal de la claridad -
reinando de este a oeste,
de monte a mar - en la urbe.
Pues dentro de esta mañana
voy caminando. Y me voy
tan gozoso como un niño
que me lleva de la mano.
No tengo ni trazo rumbo:
me da el rumbo la mañana,
soy llevado po el niño
(él conoce los caminos,
los mundos, mejor que yo).
Amorosa y transparente
es la sagrada mañana
que el cielo entero derrama
sobre las casas, los campos,
sobre los hombres y el mar.
Y su dulce claridad
ya se espació mansamente
sobre todos los dolores.
Lavó la ciudad. Ahora
va lavando corazones
(no el del niño, sino el mio
lleno aún de oscuridad).
Mañana tan verdadera
que há llamado otras mañanas
siempre radiantes que existen
(que a veces despuntan tarde
no despuntam jamás)
dentro del hombre y las cosas:
en los cordeles com ropa,
en los navios que llegan,
en la torre de la iglesia,
en el pregón de los pescadores,
en la sierra circular de los obreros,
en los ojos tan bellos de la niña que pasa.
La mañana está en el suelo, en las palmeras,
está en los muertos suburbanos,
está en las avenidas centrales,
está en las terrazas de los rascacielos.
(Hay mucha mañana en el niño,
mucha, y hay un poco en mi).
La belleza mensajera
de esta radiante mañana
no se resguardó en el cielo
ni se paró en el espacio, hech de sol y de viento
sobrepasó la ciudad.
No: la mañana se dio al pueblo.
La mañana es general.
Y de pronto la mañana
mañana, cielo vertido,
de claridad, claridad -
fue cambiando la ciudad
en plaza , en inmensa plaza,
dentro de la plaza el pueblo,
el pueblo entero cantando
y adentro del pueblo el niño
que me lleva de la mano.
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