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Venía la mañana en el viento del verano,
y de repente sucedió. Mejor
es no contar qué fue ni cómo fue,
porque viene otra historia, que quedará.
Fue hoy y fue aquí, en el suelo de la patria,
donde el voto, secreto como el beso
al principio del amor, y universal
como el pájaro en vuelo, siempre fue
un derecho y un deber sagrado.
De repente dejó de ser sagrado,
de repente dejó de ser derecho,
de repente el voto dejó de ser.
Dejó de ser completamente todo.
Dejó de ser encuentro y ser camino,
dejó de ser deber y de ser cívico,
dejó de ser apasionado y bello
y dejó de ser arma — de ser su arma,
porque el voto dejó de ser del pueblo.
¿Dejó de ser del pueblo y no ha sucedido
ni ha pasado nada, pero nada?
Por ahora no.
Nunca sabe nadie el tiempo
que el pueblo tiene para cantar.
pero al final canta de verdad.
Aunque carezca del voto,
no por eso el pueblo va a dejar de cantar
ni va a dejar de ser pueblo.
Puede haber perdido el voto,
que era su arma y su poder.
pero no perdió su deber
ni su derecho de pueblo,
que es el poseer su arma
siempre al alcance de la mano.
De canto y de paz es el pueblo,
cuando es dueño del arma que guarda
la alegría de su pan.
Pero si ya no es dueño del voto,
que le fue arrebatado a traición,
otra defensa necesitará, y al pueblo
no le costará averiguar cuál ha de ser.
Nadie sabe nunca cuánto tiempo
tendrá el pueblo para alcanzarla.
El pueblo es sabio, yo no.
Solo sé que es un deber,
solo sé que es un derecho.
Ahora sí que resulta sagrado
que cada cual posea su arma
para cuando llegue el momento
de defender, más que la vida,
la canción de la vida,
para defender la llama
de libertad encendida
en lo más hondo del corazón.
Que cada cual posea la suya,
cualquier arma, aunque sea
algo tan ligero e inocente
como este poema en que canta
la voz del pueblo: un simple canto
de amor.
Pero de amor armado.
Que es el mismo amor. Solo que ahora,
careciendo del voto, el amor canta
en el tono que sea más necesario
siempre en la defensa
de su derecho de amar.
El pueblo, por ello
no va a dejar de cantar. |
