Aprehensión hermenéutico – semiológica del signo. |
Un solo camino narrable queda: que es. |
Tanto
las formas de comunicación como las de significación e interpretación
operan en la praxis humana bajo el acontecimiento de los signos. Por tal
razón, con los signos se busca explicar el universo de la comunicación a
través de los variados ámbitos del mundo del lenguaje. En
efecto, con ellos se señala, que desde el mismo momento en que un
enunciado entra en relación con el sujeto, la significación se ordena,
se articula y se despliega en función del fenómeno
comunicativo, lo cual viene a confirmar el sentido interpretativo
del lenguaje. Se
puede hablar entonces, que interpretar, es siempre una acción, un
comprender y un modo del “ser humanos” que se legitima y se convierte
en sentido a causa de las vinculaciones establecidas en el fundamento del
lenguaje, como objeto configurado de interpretación, en un dispositivo de
conocimiento expresado en las instancias de la comunicación. Esta
interpretación, que se pone de relieve en la hermenéutica contemporánea,
se sitúa en un “hacer suceder” comprensivo que requiere de la relación
dialéctica en una urdimbre significativa de signos manifestados en un
texto. Por
consiguiente, si se trata de comprender, se requiere una explicación en
el orden puramente hermenéutico, porque el hombre es, si queremos
entenderlo en su habitus social, en su dimensión social, homo
parlante y homo symbolicus; alguien que se dirige desde las palabras y
la condición humana a la dimensión simbólica y ontológica de las
acciones comunicativas. Naturalmente,
la correspondencia producida en la hermenéutica por medio del lenguaje
está destinada al hecho de crear y descubrir el sentido del texto en términos
“de juego del lenguaje” mediado por los signos, y convertirse en una
unidad que produce y propicia en las consideraciones de lo real, lo
vivencial o lo virtual, la experiencia dinámica en el escenario de las
interrelaciones enunciativas de la comunicación en la sociedad.
Sin
duda alguna, la hermenéutica del signo, la hermenéutica en general y la
semiótica, transdisciplinariamente se dirigen entonces desde lo que
llamamos el ser del signo al ser
objeto de la interpretación por medio de las acciones interpretativas
del lector en un proceso acontecido en el cuerpo del texto por medio de
los signos del lenguaje, manifiestado en un “continuum de
complejidades” que exige aprehender la realidad para acceder al saber de
cara a las experiencias del mundo. En
este mismo horizonte se puede decir que el hombre se redefine como zoé
comunicatio bajo la misma relación de soma
comunicatio implicado en un modo de ser conferido a la mediación dialéctica
de la realidad de una manera dualéctica
para estar en el mundo, para reinterpretar el mundo, implicado sin duda en
un sentido lenguájico-sígnico a través de la referencia del yo-tú (bivocal). Hay
que admitir, pues, que el signo requiere de la explicación causal y de la
vinculación con las acciones y acontecimientos particulares del enunciado
o mensaje (kerygma) en la
comunicación, expresado en un sistema dinámico, y como tal, sometido y
circunscripto en un razonamiento pragmático latente, pero fundado en una
relación dialéctico-ontológica. De esta manera, el enfoque de dicha
complejidad se debe situar en el núcleo semántico del enunciado y en el
proceso global de sus prácticas para abrir y cruzar mediante diversos
procesos comunicacionales que se proyectan desde el ámbito dinámico de
los bordes hacia el propio sentido de su polivalencia semántica.
Desde
aquí, desde esta condición fundamental, se hace necesario acceder a una
hermenéutica compleja, en la aprehensión interpretativa bajo las huellas
culturales de la historicidad de su ciencia para reconstruir en un
contexto más universal las teorías del signo asignadas
esencialmente a la
diversidad y unidad de los
lenguajes y poder tener
una mejor comunicación de la realidad de nuestro tiempo. A
decir verdad, en lo concerniente a la hermenéutica,
las mismas aporías interpretativas del signo han surgido de la semiótica,
en la medida en que por ella misma circulan acciones de lenguaje
expresadas dentro de una dimensión epistemológica amplia y compleja que
emergen en el hablar, el leer, el entender y consecuentemente con el
sujeto, el texto y la significación. Debe
decirse entonces, que la
noción de signo distingue los acontecimientos de la designación de la
pragmática con lo significativo de la acción. Con él se puede explicar
y comprender el modelo semiológico, porque aquí la explicación en el
sentido ricoeuriano, es tan sólo una comprensión desarrollada por
preguntas y respuestas, porque siempre aparecen nuevos puntos de vista,
cuando se plantean nuevas preguntas y respuestas, en sentido gadameriano
que aplazan todo una y otra vez. Por eso, según Heidegger y Gadamer, el
preguntar abre un camino, y es aquí entonces donde se
empieza a comprender. Además, en el sentido heracliteano, el
comprender es la suprema perfección, y la sabiduría se revela en el
hablar. Por
otra parte, se
puede comprender al mismo
tiempo, el acercamiento de la semiótica con la comunicación
desde la referencia hermenéutica
del signo, lo cual nos permite dilucidar y establecer las complejas
relaciones comunicacionales con las diversas funciones narrativas del
lenguaje-texto en una red implicativa de signos manifestados fenomenológicamente
en el acontecimiento comunicativo. Se
ha demostrado, que la eficacia de la
interpretación en sentido abierto del término, se da en un acto
extratextual que sitúa a la obra, al
texto local en un fuera de sí que crea sentido, mostrando que en la
apertura de la comunicación el horizonte del lenguaje no tiene límites,
y que en la interacción trinitaria, sujeto,
objeto y/o texto y signo, la
configuración de la hermenéutica se ha de enunciar y consolidar desde la
aprehensión diádica del ipse versus el alter
(alteridad) del sujeto con el objeto, pero bajo la referencia del objeto
del signo, del lenguaje y la sociedad como base de dicha comunión dialéctica.
Es
necesario mostrar en esta distinción siguiendo a Peirce, que cuando se
piensa en alteridad, naturalmente se piensa en dos objetos o
en dos sujetos, reaccionando, un primero y un segundo, que son
entonces, primeridad (primarily) y segundidad (secondly) en plena
interacción, porque la ipseidad, en efecto se hace posible, si se significa en
correspondencia a la alteridad, para dar lugar al acontecimiento
comunicativo a través del lenguaje.
En
lo particular, la
búsqueda y el constante cuestionamiento acerca del acto de la enunciación
del signo en la comunicación, conduce a la determinación de esbozar en
el “ juego complejo del lenguaje” su fundamento filosófico, en una
especie de nóus del ser social entre distintas acciones-funciones del lenguaje
escrito e icónico, determinando que al representar el acto en un
enunciado, se puede implicar a la misma vez un sujeto al que se comunica
el texto enunciado o al que se enuncia sobre dicha comunicación.
Puede
entenderse, que en cualquiera de sus acepciones, el signo revela ser el
principio fundamental del lenguaje que hace posible la función dialéctica
en tanto pueda ser acción y manifestación social producida en el
significado. Sin duda alguna, se le puede atribuir el carácter
interpretativo general de todo fenómeno a partir del hecho social que
constituye la naturaleza del proceso colectivo de reunión-comunión (chrésis
en el sentido platónico), caracterizado en la relación y organización
de la experiencia comunicativa en un “hacer-ocurrir” a la manera de
Ricoeur. Entonces,
la investigación llevada a cabo en esta tesis, da respuesta a la interrogante
científica al mostrar con fuertes fundamentos la caracterización de
la hermenéutica en la interpretación del signo considerando la compleja
distinción comunicativa acaecida en lo enunciado, es decir, cómo se
despliega desde la hermenéutica la trascendencia y devenir del signo en
la comunicación, destacando su centralidad, pero sin reducirlo a su único
objeto. En
este sentido, la hipótesis prueba que la función hermenéutica del
lenguaje adquiere desde la filosofía una función de organon
con una traductibilidad discursiva contextual muy significativa, que
despliega en el mismo plano y en el mismo orden de la narración del texto
las respuestas a las preguntas, es decir, desde el enfoque hermenéutico,
es posible entender el signo como fundamento de la comunicación en su
relación articular, ontológica y holística. La
tesis, cumple los objetivos propuestos, al revelar el devenir histórico
del signo, su fundamento filosófico y sus funciones comunicacionales, así
como la determinación filosófica del mismo, en tanto acto de enunciación,
vinculación, narración, comprensión e interrelación en el discurso
comunicativo, y por todo ello, al mostrar las posibilidades del discurso
hermenéutico del signo en la comunicación.
Al
mismo tiempo, se demuestra, que en la inmensa diversidad del lenguaje, el tema hermenéutico no se agota en los términos de remisión-
asociación, y que es mediante su vinculación histórica que se pueden
mantener vivas las mediaciones performativas sígnicas que constituyen la
expresión y la comprensión de los actos comunicativos.
Desde
aquí, queda entonces por
formular y completar en un amplio terreno social las diversas acciones
narrativas (interpretar un libro, interpretar un poema, interpretar una
imagen, interpretar la tecnología o interpretar la realidad, por ejemplo)
que conciernen al discurso enunciado considerado como texto en el cual la
palabra al operar como vehículo del conocimiento hermenéutico-semiológico-filosófico,
y en esta misma medida el signo sirva como intermediario
real para la sustancia de la conciencia a su forma espiritual en el
sentido cassirereano, de la comprensión del mundo, el lenguaje se sitúe
entonces en la conexión lógico-hermenéutica y posibilite el continuum
de la relación entre signum y res en un campo abierto hacia el despliegue de lo que está y de lo
que no está dado mediante la designación de un espacio y lugar
enunciados sujetos a posibles definiciones e interpretaciones. Desde
luego, también se puede sugerir rememorando a Dilthey, que sólo a este
proceso por el cual se conoce un interior a partir de signos
dados sensiblemente desde fuera, es decir, orientados hacia lo real se
le llama “comprender”. No
obstante, y a pesar de todo ello, en las expresiones de la manifestación,
la hermeneía busca en el juego
de las formas de lo enunciado, múltiples formas y referencias de
interpretación para abrir el sentido del texto, y es fundamentalmente
bajo la forma lógica de los signos del lenguaje que puede expresar ad
infinitum la naturaleza de lo comunicado. Por
lo tanto, interpretar siempre será entonces la
transposición de signos petrificados en una corriente fluida de ideas
e imágenes en el sentido gadameriano, que no son solamente un conjunto
instructivo con fines de interpretación y comprensión, sino que, como
formas de conexión espiritual interior o exterior atañen al horizonte de
la filosofía. En
cuanto a los signos entonces, también hay que tener en cuenta que el modo
de interpretar no siempre se establece en su propia constitución, sino
que es a partir de los propios indicios del texto en los cuales el signo
se sitúa como mediador en presencia de lo enunciado.
De
esta manera, siguiendo el pensamiento de Ricoeur, se puede concluir
que comprender a un autor es mostrar el poder de revelación implicado en
su discurso más allá del horizonte limitado de su propia situación
existencial, porque el acontecimiento de la comunicación es en sí mismo
un intercambio intersubjetivo que está tamizado por el hablar, el leer y
el escuchar. De ahí que la interpretación de la res
scripta presuponga una comprensión expuesta esencialmente en el eje
mismo de su representación, en cuyo telos, el proceso de significación
vincula el carácter medial del lenguaje propiciando en la articulación
dialéctica el giro lingüístico de la comunicación. Desde
luego, si somos logos unos con otros, también somos
logos en la unión del nosotros con el nosotros en el lenguaje, que es
donde quedamos ya ontológicamente (existencialmente) representados y
desde donde podemos elevarnos al mundo con y desde la palabra, ya que la
palabra es siempre un mecanismo mutuo entre el sujeto y el mundo. Por
supuesto, somos mundo, al constituirnos nosotros mismos en dialogía,
en lenguaje y realidad, porque el hombre al inscribirse en logos (razón)
en correlación al lenguaje, le confiere a su ser constitutivo particular
el sentido de su implicación en la palabra. En efecto, con la palabra ya
constituida, se puede concretar eminentemente el proceso de descripción e
interpretación que el propio lenguaje le confiere a la representación y
a la realidad del mundo. Más aún, la presencia de la realidad se ve
reflejada en el discurso del lenguaje que es el instrumento que constituye
de forma general el ser de su representación. Por eso, el lenguaje como
medio originario de comunicación se explica como objeto interpretando la complejidad de la realidad del mundo. En este sentido, lo real se
caracteriza como discurso conceptualizado de expresión y se despliega en
la interpretación-representación sobre el eje mismo de los hechos que
surgen bajo el sentido codificador de los signos en virtud de la
manifestación del lenguaje. Así
pues, desde la interpretación, y hablando entonces históricamente, “el
dios Hermes” (Mercurio), mensajero alado de la movilidad e intérprete
elegido por Zeus, se eleva mitológicamente como el traductor de los
dioses, pero también desde esta dimensión, como el
servidor y hacedor de las conexiones de la comunicación entre los
hombres bajo el orden semántico de la representación-significación,
para acceder desde su referencia al sentido fundamental de la comprensión
de los signos desde de lo verbal a lo no verbal del lenguaje que no puede
llegar a constituirse sin el acontecimiento de la hermenéutica,
pues en todo caso, a través de ella estamos expuestos como sujetos
activos a la accesibilidad aprehensiva de lo nuevo y del mismo objeto común
de nuestro mundo en la praxis del lenguaje: la communis
o koinoonía-comunicación.
De
este modo, entonces, el individuo entra en la relación social, en la
interacción del uno con el otro, de acuerdo al ejercicio interpretativo
o, si se prefiere, al inmanente reencuentro del ser con el lenguaje,
mediado por la praxis; lenguaje asignado a nosotros como espacio y condición
trascendental de conocimiento que nos prepara y nos conduce hacia el
discurso y comprensión de la comunicación y del mundo. Cabe
advertir que comprender el ser es comprender el “ser y el estar” en el
mundo, en la praxis y en el lenguaje. Esto
implica como consecuencia, la validez de una hermenéutica universal indispensable
en la interpretación y reconstrucción de un proceso argumentativo
comunicacional, guiado y fundado en la centralidad de los signos. Lo que
no significa en modo alguno, que las varias interpretaciones estén
permeadas por la cosmovisión del sujeto que interpreta.
Ahora
bien, en la medida que el lenguaje comprometa su instrumento como objeto
social valiéndose de funciones descriptivas y discursivas, establecidas
en virtud de diversas perspectivas textuales, no podrá limitarse únicamente
a un modelo semiológico genérico, sino que siempre se deberá situar en
un centro donde se recepcione un número indefinido de sistemas
comunicacionales enriquecidos de signos y sentidos, y de diversas
interpretaciones de la realidad en un continuum cognoscible y valorable,
que se hace realidad desde los signos, y por tal razón, reductibles a la
consideración de los hechos existenciales, comprensibles en la
fundamentación hermenéutica del lenguaje, por cuya coexistencia se
representa y convalida el mundo. Desde
lo semiótico entonces, se proyecta la explicación y la interpretación
de los signos, de los textos enunciados bajo el funcionamiento plausible
del lenguaje. Sin embargo, en el comprender se reconoce la activación
hermenéutica del sujeto manifestada en la relación existencial,
representada en el ámbito social comunicativo bajo la estructura dialéctica
de un yo asociado a un “con nosotros mismos”. Por
lo tanto, conviene dinamizar en la praxis humana, el universo lenguájico
(verbal, escrito o icónico) que permite circunscribir en la acción
social la comprensión del signo más allá de la consideración del círculo
hermenéutico. En realidad, el mismo círculo obliga a comprender en la
vertiente del discurso enunciado la manifestación dialéctica inagotable
y enriquecedora del lenguaje. Con
los signos, queda pues el objeto propio del ser pensado de la comunicación
en términos del acontecer y de la experiencia del mundo, bajo el ámbito
y la orientación pragmático-hermenéutica de lo interpretado, desde el
cual se puede descubrir y comprender las funciones complejas y plurales
del lenguaje. De este modo, si el objeto de la hermenéutica es interpretar y hacer comprensible el lenguaje, es tarea de la semiología desarrollar mediante los signos el enigma de la comprensión. Estos resultados pueden abrir cauces para futuras contribuciones, en tiempos que claman por nuevos enfoques interpretativos, discernimientos profundos, pero sobre todo, comprometidos con la realidad social, en un mundo dominado por la globalización neoliberal, que poco a poco va matando la razón existencial humana, a través de la enajenación y su consecuente crisis de valores y vacíos existenciales. En estas circunstancias, la hermenéutica humanista tiene mucho por decir, señalar, proponer y hacer (…) Sencillamente seguir los “latidos de los hechos de la realidad” con ansias e intenciones de significación, interpretación y comprensión humana. |
Dr. Perucho Mejía García
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