–Sigues tú —me dijo el hombre calvo de las gafas ridículas.
Todos me observaron con minucia. Me sentí nervioso, con un miedo
sobrecogedor. Había luchado tanto para olvidar esta historia que
narrarla era algo in sólito; sin embargo, no existía otra cura.
—Ocurrió un sábado por la noche —dije de forma tímida—, una noche
fría, congelante, de esas que calan. Me encontraba solo, bebiendo
whisky en mi casa con un ánimo cabizbajo.
”Debido al silencio dominante, muy cerca se alcanzaba a oír el ruido
de las manecillas del reloj, ese so nido continuo, monótono, muy
similar a la muerte. Levanté la mirada y vi la hora: quince minutos
para las once. Comencé a pensar en el reloj, en el tiempo, en la
ausencia.
”La quietud se interrumpió por un movimiento violento de la puerta
de mi cuarto, se abrió por completo y súbitamente, con la misma
violencia, se volvió a cerrar. No pude ver nada, todo estaba tan
negro, tan oscuro. La negrura me había cegado toda la noche, pero
alimentaba mis melancólicos pensamientos. Olvidé la puerta y su
cerrar y abrir repentinos, al recordar la fecha: era 12 de
diciembre.
—¿Qué tiene de particular esa fecha? —me interrumpió un hombre
delgado de playera verde.
—Ése fue el último día que vi a Laura, mi esposa —contesté de
inmediato—. Me gustaba llamarla así. En realidad no estábamos
casados, sólo vivíamos juntos. Nuestra unión duró tres años; el
primero fuimos felices, los demás fueron de constantes pe leas, de
buscar la libertad. Un 12 de diciembre se marchó.
”El caso es que estaba en casa bebiendo whisky, maldiciendo al
tiempo y con pensamientos negros. Entre tantas cosas, el cansancio
llegó y decidí ir a dormir. Un raro presentimiento anidaba en mí, me
orillaba a imaginar que algo sucedería esa noche.
”Caminé del estudio al cuarto por aquellos corre do-res inundados de
oscuridad. Es cuché de nuevo el lamento que emitía el reloj: cada
segundo, cada sonido que lanzaban las manecillas, caía en mí como un
martillazo en el corazón. Entré a mi cuarto. La luz de la luna
fusiona da con la de los faroles alumbró tenuemente el espacio.
Debido a esto, la habitación parecía cubrirse de una ligera capa
plateada. Para mi sorpresa, descubrí a Laura recostada en la cama.
Resaltaba con más claridad su sonrisa un tanto siniestra. Reme moré
todos los momentos vividos con mi esposa, y cuando pude salir del
trance, me sentí desconcertado. Olvidé las manecillas del reloj y su
lamento. Me pregunté si la imagen ante mí era real o provocada por
las altas dosis de whisky. Laura se levantó de la cama y, descalza,
caminó hacia mí con pasos ligeros. Me abrazó. Ex pe rimen té un
sentimiento afable, una gran calidez. Laura cargaba mi dolor en sus
brazos. Enseguida me besó muy lento. Incrédulo ante lo que pasaba,
también la besé. Con mis manos recorrí todo su cuerpo, ese cuerpo
tan aprendido por mí. El éxtasis de los mejores tiempos regresó.
Poco a poco, tumbados en la cama, Eros nos envolvió. El tiempo pasó,
pero pareció detenerse, volverse infinito.
”La luz de la mañana me despertó. Me sentí frío, solitario. Observé
alrededor del cuarto. Laura no estaba. Recorrí toda la casa, pero no
había ningún rastro de ella. La tristeza invadió mi cuerpo y, con
mayor severidad, la decepción. Concluí que todo había sido un teatro
montado por mis fantasías. Me negaba a creer en esa hipótesis por
que todo había sido tan real, tan nítido: los olores, su cuerpo, los
besos. Y así transcurrieron…
—Tu historia está fuera de lugar. ¿Qué tiene que ver tu relato con
historias de fantasmas y sucesos extraordinarios? —intervino,
visiblemente fastidiado, el hombre calvo de las gafas ridículas.
—Al principio, esta historia puede parecer producto de mi
imaginación o de unos cuantos tragos y de mis enormes ganas de
reencontrarme con mi esposa. Yo pensaba igual, pero ahora que ha
pasado tanto tiempo, no puedo atribuir estos sucesos al alcohol o a
las fantasías de mi mente. Ésas serían unas explicaciones fáciles a
una serie de apariciones que yo mismo he llegado a odiar —dije con
firmeza; después respiré hondo y continué—. Seguido a mi encuentro
con Laura o con el fantasma de Laura, sucedieron unos días sin
grandes sacudidas, rutinarios. Mis actividades se reducían a ir de
la casa al trabajo y del trabajo a la casa, tal vez hubo alguna no
che de insomnio que pasé viendo televisión. Transcurrieron los días,
las semanas, y llegó el 12 de enero. Todo pasó con normalidad hasta
que, cuando tomaba café y leía los encabezados del periódico,
observé la fecha. Esta información entró en mi mente como un
flechazo. Las manos me sudaban y mis nervios se encresparon. Comencé
a caminar de un lado a otro como poseído por un demonio. Me re costé
y traté de calmar me. El foco de la luz se apagó y todo quedó en
penumbras. Al segundo, la bombilla volvió a encenderse y al
siguiente se apagó. El macabro juego continuó por un rato
prolongado, tanto que decidí ignorarlo. La tranquilidad regresó a mí
poco a poco y el sueño empezó a vencerme. Alguien abrió la puerta de
mi cuarto. No pude distinguir las formas por la completa oscuridad.
La luz apareció y las formas de Laura se iluminaron; una extraña
combinación de sentimientos abordó mi cuerpo, algo entre felicidad,
des con cierto y amargura. La vez anterior no escuché a Laura decir
una sola palabra. Esta vez la interrogué: ¿cómo estás?, ¿a dónde
fuiste? Sin inmutar se, sólo sonrió y clavó su mirada en la mía.
Acto seguido, me abrazó e intentó besarme, pe ro no la dejé y
cuestioné otra vez: ¿dónde has estado todo este tiempo? No con
testó, era como si no alcanzara a escuchar mis palabras, como si la
única forma de comunicarnos fuera con miradas, caricias y besos. Su
mirada embelesadora me dominó, volvió a abrazarme y a cargar mi
dolor en sus brazos, a cargarlo con su silencio, y nos enredamos en
besos. Su tez morena se mezclaba con la oscuridad y sus caricias
parecían una extensión de las sombras. Laura era la noche.
”Después, completamente agotados, nos recostamos en la cama y Laura
durmió en mis brazos. Sentí el poderoso deseo de dormir, pero me
mantuve despierto. Quería asegurarme de que mi esposa no escapara de
nuevo, cualquier intento de huida se ría repelido. Transcurrieron
las horas. Por la ventana se escurrió el primer rayo de luz de la
mañana. Laura empezó a desvanecerse, como borrándose. Su imagen era
cada vez más tenue, hasta que al final desapareció. Me sentí muerto.
Mi cama era mi tumba. Todo arropo de esperanza se había ido.
”Las apariciones de Laura se hicieron constantes. Los días 12 de
cada mes volvía a mi casa. Era un juego interminable, un laberinto
sin fin del que no podía huir. Trataba de disfrutar el juego,
disfrutaba de esa única noche al mes en que podía poseer a mi
esposa. Al amanecer, cuando se iba, me invadía una cruda espiritual,
un vacío insondable.
—Entiendo lo difícil que es que tu esposa se aparezca cada mes, a
final de cuentas esta historia me pareció terrible —dijo el hombre
delgado de playera verde.
—Debe de ser más difícil estar con el fantasma de la mujer que amas.
Porque la amas, ¿verdad, Javier?
—comentó un hombre alto de voz fuerte que parecía conocerme.
Pero no contesté nada. Busqué una respuesta a la pregunta. No para
él ni para todo el auditorio, sino para mí. La amaba, pero también
la odiaba.
El salón se convirtió en un caos, en una caldera de voces
entrecruzadas.
Así pasaron unos cuantos minutos y luego, entre el barullo, escuché
a una joven que decía:
—Muy buena fecha para contar la historia. Hoy es 12 de diciembre.
El comentario me dejó atónito. Había pasado por alto la fecha. Eché
el último vis tazo al salón. Miré al hombre calvo de las gafas, al
joven de la playera verde, al hombre que parecía conocerme, y
después, con rapidez, escapé. Caminé hasta la casa. Estaba
relativamente cerca, cuando mucho a un kilómetro; sin embargo, el
camino se hizo interminable. Todo se encontraba en completa
oscuridad, era como ca minar con los ojos cerrados. En los pocos
tramos iluminados, las sombras de los autos, de los árboles, me
parecían tenebrosas, parecían hablarme.
Llegué a casa. Sospechaba que Laura estaría esperándome. No perdí el
tiempo y rápidamente me dirigí al cuarto. Ahí estaba mi esposa. Con
la sonrisa de siempre, que por un momento me pareció maligna. Se
lanzó sobre mí y nos besamos con un ansia ilimitada. Acarició mi
cuerpo toda la noche, se convirtió en medusa, en orfebre. Esa noche
sentí una desesperación diferente, ese día hicimos el amor con una
añoranza anormal.
Ya acostados, mientras Laura dormía, me invadió un sentimiento de
tristeza y desesperación inconmensurable. Sabía a la perfección que
mi esposa se iría antes del amanecer y que al mes siguiente
regresaría, incansable, infinita, muy parecida a la muerte. El sueño
me venció.
Desperté muy entrada la mañana, examiné todo a mi alrededor y no me
sorprendió descubrir que estaba solo. Me dirigí a la cocina para
prepararme el desayuno. Cuando entré al comedor, quedé perplejo por
lo que vi. Observé a Laura desayunan do. Las mismas líneas, el mismo
cuerpo. Era ella. De pronto escuché: —Buenos días, Javier, te
preparé el desayuno.