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Ayotzinapa, a un año de la desaparición de los 43 estudiantes |
¡Vivos se los llevaron. Vivos los queremos! |
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Hace ya mucho tiempo que el capitalismo y el neocolonialismo han
desatado una guerra contra los pueblos del mundo, en particular
contra los pobres, los trabajadores, los indígenas y las mujeres de
la periferia. Se trata de una ofensiva que pretende arrasar con
todos los espacios de cohesión comunitaria, con todos los espacios
de cooperación y de solidaridad vinculados a los territorios y las
subjetividades heterogéneas de los y las de abajo. Una ofensiva que
quiere barrer de un plumazo las conquistas obtenidas por más de dos
siglos de luchas populares. Estamos frente a una especie de moderna
“Santa Alianza” del capital contra el trabajo, de las grandes
corporaciones multinacionales contra la humanidad y la naturaleza,
del Estado burgués contra las praxis organizativas de los pueblos
basadas en la independencia y la autonomía.Hace mucho tiempo también
que esa guerra tiene uno de sus frentes principales y más intensos
–desprovisto de todo filtro– en México. (Fuente: La Haine) Podríamos recurrir a un arsenal de argumentos para demostrar que esto que decimos dista de ser una exageración que, en México, la hostilidad del sistema viene siendo impecable e implacable. Nos basta con tener presente algunas pocas cifras descarnadas. Las 22.610 personas desaparecidas en los últimos nueve años, las 150.000 personas muertas, el millón de desplazados y desplazadas, los más de mil cuerpos hallados en fosas comunes clandestinas en los últimos 3 años. (Las cifras son oficiales). Nos basta con recordar que, en México, el Estado desconoce a los sindicatos sólo por saber conservar condiciones dignas para los trabajadores y las trabajadoras, o que criminaliza a las mujeres que luchan por su derecho a decidir sobre sus propios cuerpos (mientras tanto, en sintonía, la violencia patriarcal asesina a seis mujeres por día), o que tiene permanentemente en su mira a jóvenes, pobres, indígenas, militantes populares y diferentes. Ante nosotros y nosotras la indecente exhibición de las secuelas de la etapa superior del neoliberalismo, el rostro más auténtico del capitalismo periférico: un rostro salvaje y depredador. Por cierto, el capitalismo no tiene otros rostros, aunque sabe ocultar su genotipo y desconcertar con máscaras “humanas” y fenotipos “piadosos”. Pero los pueblos saben, o por lo menos intuyen, que es absolutamente falsa la escisión entre neoliberalismo y capitalismo. Ante nosotros y nosotras el expansionismo sin fronteras que busca optimizar el territorio mundial y renueva las viejas cadenas de dependencia al tiempo que crea otras nuevas. Ante nosotros y nosotras algunos de los “efectos” del “equilibrio continental” perseguido por los Estados Unidos. Antes nosotros y nosotras el insoportable grado de degradación económica, social, política y ecológica alcanzado por la “Civilización Occidental”.
Los sucesos de Ayotzinapa (ciudad de Iguala, Estado de Guerrero) del
26 y el 27 de septiembre de 2014 constituyen un episodio de una
invariante en la historia mexicana. El ajuste estructural de la
década del 80, el Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado en 1994
con sus correspondientes abusos del poder monopólico por parte de
las empresas multinacionales y con una inserción cada vez más
dependiente del capitalismo mundial, pueden considerarse como los
hitos más cercanos de esa invariante. La extensa serie de
violaciones a los derechos humanos y a los derechos de los pueblos
perpetrada por la clase dominante mexicana, por el colonialismo y el
neo-colonialismo desde hace 500 años, constituyen sus hitos de larga
data y de persistente reiteración. Pero los sucesos de Ayotzinapa no
son una vicisitud más, poseen un carácter sustantivo porque
representan a cabalidad toda una época. Los medios y métodos de esta guerra no constituyen anomalías. Las políticas de “seguridad” sólo pueden exhibir sus efectos destructivos sobre la vida de los pueblos. Militarización, para-militarización y narcotráfico son plenamente funcionales a los objetivos del capitalismo y el neocolonialismo (con sus componentes racistas y patriarcales). Igual de funcional es la gestión del terror. No hay fallas de continuidad. No hay efectos colaterales. México muestra una estrategia de saqueo de las riquezas y de control social basada en una violencia cada vez más sistémica, casi mecánica. Una violencia que se retroalimenta con la soledad y la indiferencia, haciéndose cada vez más cruel y feroz y generando un medio saturado de impotencia y de tristeza. México muestra como los sistemas y los subsistemas de opresión y dominación de los seres humanos se interrelacionan y se potencian creando una maraña opresora que parece inexpugnable.
Pero de ningún modo existe en México un escenario hobbesiano.
Sostener esto constituye una salida fácil, superficial o cómplice. O
las tres cosas al mismo tiempo. No se trata de una guerra de todos y
todas contra todos y todas. Además, los medios utilizados, la
direccionalidad, el sentido y la “intencionalidad pedagógica” de la
violencia son demasiado evidentes. No los pueden ocultar las
artimañas de los medios de comunicación monopólicos con sus verbos
impersonalizados, con sus afinadas estrategias de ocultamiento, con
su inveterada costumbre de estigmatizar a las víctimas y de crear
estereotipos que invariablemente “dan de comer” a la violencia
estatal y para-estatal, con su deseo de “cerrar el caso” cuanto
antes y con su sorprendente capacidad para re-actualizar el
macartismo. Supo dar en la tecla esa pintada en la calle de la Reforma que decía pienso, luego me desaparecen.
Los y las que insisten en un escenario hobbesiano se olvidan del
otro México, el que viene amasándose desde abajo. El México que, con
sus espacios de socialización militante, con sus espacios públicos
alternativos, con sus organizaciones de base, con sus luchas y sus
sueños, con sus experiencias de autogobierno y de producción
democrática, con sus Caracoles y sus Comités Municipales Populares,
confronta al ritmo de sus intereses y despliega las contradicciones
inherentes del sistema. El México que sabe que la ocasión de la
libertad y la estación del advenimiento de la esperanza sólo se
encuentran en lo colectivo y por eso teje y teje con los hilos del
arco iris y del poder popular. El México que está en exceso respecto
la protesta y el deseo (indispensables pero insuficientes) y trabaja
para construir un proyecto
emancipador. El México de la “tradición larga, perdurable y nunca
rota” de la que hablaba Pedro Henríquez Ureña. El México de la
autoconciencia popular. Vemos que carece de asidero la definición de
México como “aquello que está alrededor de las fosas comunes”. La “Guerra al Narcotráfico” lanzada hace una década, se muestra como la estrategia para silenciar, perseguir y asesinar militantes populares y para desatar la violencia clasista, racista y sexista. La “Guerra al Narcotráfico” es una forma de guerra contrainsurgente en el mundo de la posguerra fría. No por casualidad deviene (en México o en Colombia, en Brasil o en Argentina, o dónde sea) en interpenetración del narcotráfico, el tráfico de personas, y otros “tráficos”, con el Estado, las clases dominantes y el imperialismo. La lógica de estos actores, en el fondo, es exactamente la misma, porque es la lógica del capital: vale lo mismo para el gas, el petróleo, el oro, el agua, las drogas, los seres humanos o algunas de sus partes. De este modo, la “Guerra al Narcotráfico” ha servido para consolidar monstruosos bloques de poder y para profundizar el proceso de enajenación de soberanía. Por factores económicos, políticos, sociales y culturales (geopolíticos), México es demasiado importante para la preservación del orden dominante a escala mundial. Al mismo tiempo, en la sociedad civil popular mexicana anidan enormes potencialidades; la misma presenta “momentos de verdad” con posibilidades de devenir alternativas concretas al sistema de capital y a las formas de la democracia liberal (delegativa, representativa, procedimental). Los sistemas comunitarios de los pueblos campesinos-indígenas, por ejemplo, no son sólo una alternativa retórica y romántica. Son una alternativa concreta y buena. El futuro tiene reservas en México. De ahí que el capitalismo y el neocolonialismo no escatimen esfuerzos y crueldades a la hora de desestructurar todo tipo de resistencia de los y las de abajo, todas las experiencias que expresan algo radicalmente nuevo. Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa pusieron en evidencia la incompatibilidad de fondo entre el mercado y la Política (así, con mayúsculas). Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa pusieron en evidencia los efectos inevitables de la mundialización neoliberal, lo que ocurre (y ocurrirá) si la regulación mercantil sigue imponiéndose a la regulación política popular, si los intereses de las corporaciones predominan sobre los intereses de los pueblos. Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa hicieron un poco más visibles los engranajes mortíferos de un sistema en guerra (la expresión es literal) contra toda estructura social contendora, contra toda forma de sociedad orgánica. Un sistema que pretende desarraigar a todos los hombres y a todas las mujeres, para luego fagocitarlos. Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa sirvieron para que muchos y muchas dentro y fuera de México tomaran conciencia del grado de descomposición de las clases dominantes y el Estado mexicanos, del abismo inexorable al que conduce la mundialización neoliberal, del altísimo grado de complicidad con la muerte que tienen aquellos y aquellas que siguen reivindicando su derecho a la indiferencia. Al mismo tiempo, nos recordaron que sólo con el desarrollo de la conciencia popular – una conciencia que no sea desdichada– será posible superar esta crisis civilizatoria y generar una alternativa sistémica. Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa tienen la dignidad de un árbol grande. Cumpliendo con sus deberes inmediatos, se han convertido en universales. Son bandera de lucha para el campesinado y para las comunidades indígenas que, cercados por las empresas multinacionales, no se rinden y defienden sus territorios; para los y las que se resisten a gastar su sangre en las plantaciones agro-industriales o en las maquilas y se organizan y luchan, para los y las que quieren escapar de la miseria, la precariedad, la prostitución, el narcotráfico y el para-militarismo, sin asumir la amarga alternativa de cruzar la frontera.
Los muertos, heridos y desaparecidos de Ayotzinapa son nuestros
héroes irreprochables. Pero son Héroes de sacrificio. De nosotros y
nosotras depende que algún día México y Nuestra América toda vuelvan
a parir héroes de triunfo.
Miguel Mazzeo es Profesor de Historia y Doctor en Ciencias Sociales. Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Miembro del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC) de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y miembro de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad. Escritor, autor de varios libros y artículos. |
por Miguel Mazzeo
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