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José Luís Mangieri: editor y poeta |
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José Luís Mangieri tal vez
haya sido el emblema del editor de izquierda en nuestro país. Un
“agitador cultural” que conservó inalterada la estirpe de los macizos
artesanos y que tuvo la virtud de construirse rincones soberanos para
conservar todos los sueños de justicia y desmesura, jamás concebidos -al
modo de los pusilánimes- como el inicio de una tragedia. José Luís
también creía que no necesariamente toda certidumbre es una desolación
condenada a ser llamada malentendido en el futuro. Por eso era un poco
Fausto (ágil de sueños), un poco mago (de corazón espacioso) un poco tótem
(con todos, entre todos). José Luís además de editor
era poeta en el sentido más abarcador del término. Los 15
poemas y un títere de 1963 y los Poemas
del amor y la guerra de 2004, son sólo la porción escrita de su poesía.
En realidad toda su obra de editor y de militante puede ser concebida como
el fruto de su espíritu poético. Ese espíritu poético era el
fundamento de su amor por las verdades desnudas de artificios, de su
coherencia, de su humor, de su generosidad y de su desprecio por los burócratas
de todas las especies. Por cierto, a través de ellos, José Luís
canalizaba su repudio a la normalidad aplastante y a los sujetos que por
algún formato de “seguridad” (material, política, etc.) aceptaban
convertirse en tiesos accesorios al servicio de alguna objetividad.
Evidentemente desentonaba en el ámbito político y no encajaba en el ámbito
editorial (el visible, oficial, institucional y comercial). José
Luís logró articular en diferentes campos la épica y la lírica, el
gatillo con la luna. Y si bien el sentido de lo épico, de lo lírico, del
gatillo y de la luna, se modificó históricamente, él nunca perdió la
brújula. Lejos del mito elitista, siempre
decía que los libros no cambiaban al mundo, pero que había libros que lo
cambiaban más que otros. Por eso, desde La
Rosa Blindada (y de algún
modo también desde Ediciones Caldén
y los Libros de Tierra Firme),
asumió con modestia una tarea que sabía necesaria pero irremediablemente
parcial. Conservó esa certeza aún en las épocas de derrota en las que
el vacío parecía amarrarse en el centro de las perspectivas, cuando
mirarnos ya no servía para alimentarnos las palabras, los códigos, los
sueños de justicia. A pesar de todo, esa derrota nunca lo apabulló,
nunca lo dejó seco de palabras. Sabía bien que la cultura sin conflictos
(conflictos sustanciales y no los conflictos de segundo orden que
instituyen los intelectuales institucionalizados) se muere de hambre en un
mundo gastado. Además
de las revistas y libros que publicó a la largo de su vida, que podrán
servir como raíz y acicate, o bien tener un destino más gris de íconos
históricos, quedará para siempre, para quienes quieran retomarlo, su
ejemplo de editor – militante que convirtió las revistas y los libros
en trincheras, que supo desarrollar una praxis contrapuesta a la lógica
mercantil, la alienación y la succión de plusvalía ideológica. Una
praxis que ya han retomado cientos de emprendimientos editoriales
autogestionarios que se conciben como partes de construcciones sociales y
políticas integrales y que reivindican horizontes de transformación
radical de la sociedad. En esos fuegos, como ceniza encabritada a la
espera de lo nuevo, vivirá para siempre José Luís. A mí, además, me acompañará para siempre su mirada cálida e inapelable vislumbrada en el vértigo de alguna ginebra. |
Miguel Mazzeo
Lanús Oeste, 2 de noviembre de 2008