Seducción

cuento de Juan Carlos Martini

Me habré dormido alrededor de las diez de la noche y desde hace cuatro cuadras me persigue, es bastante buen mozo y parece respetable como para atreverse a ciertas cosas, cruzar la plaza Martín Fierro será una aventura arriesgada pero nunca tan peligrosa como en una historia real —que en el último de los casos tenga que despertarme—, igual me pongo nerviosa y no sé qué hacer con las piernas, es lamentable que a la gente le parezca sencillo dormirse por las noches y no sospeche ni por un instante de la propia seguridad de abrir los ojos al otro día, o por rebeldía o por miedo —o por demasiada lucidez—, esto de tener conciencia hasta en los sueños, de saber que una está soñando y que todo lo que sucede es una ficción —inocentemente falso—, porque nadie, ni yo misma, puede dudar de que ahora me encuentro dormida y soñando o viviendo una pesadilla en donde un hombre me acosa desde hace tres cuadras, con piropos inofensivos, y no niego que si fuese un poco más joven intentaría cambiar unas palabras, un pequeño diálogo, para saber de quién se trata, simplemente lo esquivé con un “por favor, me compromete”, apuré los pasos varias veces, pero él sigue impertérrito, sonrisa traviesa, lo adivino —apenas giré el rostro aprovechando la esquina de San Juan, soslayando la mirada para que no advirtiese mi curiosidad— y presiento y deduzco su cara de conquistador, su triunfo de meterse en un sueño mío.

—retírese, por favor, dejesé de molestar

—.. . ah no, esa carita te queda mal -me dice y me ha rozado el brazo, siento en la piel una efervescencia extraña, no quiero creer que haya tratado de tocarme, estamos por llegar a la plaza y no me animo a cruzarla, aunque si alargo el camino por la vereda se va a dar cuenta de que lo hago por él, debo buscar a alguien, pero la calle está completamente solitaria y el final de Urquiza parece un bostezo negro tragándose los árboles, si grito quién puede venir a socorrerme, qué puedo hacer si llega a abalanzarse con otras intenciones, tal vez si le hablo en otro tono

—qué te cuesta contestar

—váyase, se va encontrar con mi esposo y le puede salir caro

—no soy celoso

—pero qué busca

—esto, hablar un poco con vos, ¿o me tenés miedo?, soy un poco mayor pero no hacemos mala pareja —en cualquier momento dejo de soñar o me despierto y se acabó todo

—no, Celia, tan fácil no es

—¿cómo conoce mi nombre?

—un pajarito

ahora sí estoy más intranquila, su presencia no inspira tanta desconfianza pero esto de que conozca mi nombre y la forma en que empieza a pegarse me inquieta ya bastante, porque me pregunto qué puede pasarme si se le ocurre abrazarme o besarme o cualquier otra cosa

—no pienso continuar con esta pesadilla, usted es un entrometido y un grosero, si no se aparta ...

—llamame Flavio

—pero cómo se piensa que . ..

—por qué te escandalizás, no querés reconocerme, tu nombre es Celia y me encanta enamorarme de una chica como vos, sé que vas a cruzar la placita, que nos besaremos

—usted está loco

—y luego entraremos en una casa blanca, subiremos una escalera y nos acostaremos en una cama de barrotes de bronce, frente a una ventana que da a la plaza

—usted está loco, ahora mismo llamo a un policía

—no veo a nadie por aquí

y ha dicho la verdad, es lo que quería escuchar, tenía que haberme imaginado todo esto, por eso intento correr, pero se interpone y me quiere tomar de los brazos, me resisto, grito —aunque sin voz—, me sacude y arrima su boca a mi cuello, y me toma con violencia, debo despertarme, me desespero y puedo soltarme y escabullirme un instante pero me vuelve a tomar y me empuja hacia uno de los árboles, grito —¿por qué no consigo articular un simple sonido? —y él se pone enfurecido, acaba de abrirme las ropas y creo desmayarme, pero que no puedo perder los sentidos y dejarme arrastrar por el sueño, y lloro y lo araño y grito —es un, aullido breve—, pero él no se detiene, me arrincona, estoy prisionera y espero sólo ya el milagro, volver a la vida consciente, el último recurso de salvación, poder escapar de sus brazos, de sus caricias, de sus besos, de esta furia que lo arrebata, que me conmueve, debo despertarme en el momento preciso, lo sé, y me resisto con vehemencia, casi con desesperación

—no seas sonsita

—no, por favor, no

he quedo encerrada en el sueño a disposición del hombre, no acierto a verme así, desconocida, con los cabellos revueltos, procurando escurrirme del dominio de alguien que ni siquiera conozco, exasperada porque no me permito esta fantasía escandalosa y menos esta sensación minuciosa —y un poco increíble en mi persona— de propender a otra Celia, enfermiza, que no pelea con la astucia debida, porque el hombre parece que precisase de mi resistencia, debo despertarme, me digo, y lo golpeo y grito —mentira, no tengo voz—, porque alcanzo a mover una mano, tal vez un brazo o el cuerpo, y me agito y hago un esfuerzo definitivo, casi con la certeza de retornar a la racionalidad, a mi justo lugar, a la vida plena, y porque resuelvo concluir de una vez por todas con el sueño, el descaro y el apetito del hombre, porque todo es posible, me digo, con la convicción inexcusable de lo incierto, y porque, asqueada, con horror, nuevamente grito

—¿Qué te pasa, amor?

Y abro, entonces, los ojos y respiro aliviada. Porque detrás de la ventana se agitan levemente las ramas de los árboles, la noche sosegada, el aroma inconfundible de la plaza.

—Nada, una pesadilla —digo. Y siento que la realidad vuelve despaciosamente: la luz del velador, el cuarto, los barrotes de la cama y luego la sonrisa de Favio que me quiero tomar necesariamente fuerzas porque observa sorprendido.

 

cuento de Juan Carlos Martini

 

Publicado, originalmente, en la revista Macedonio. Literatura – Teatro – Cine – Artes Nº 9 / 10 Otoño 1971

La revista Macedonio. Literatura – Teatro – Cine – Artes apareció en Buenos Aires, entre 1968 y 1972

Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,

que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.

Link del texto: https://ahira.com.ar/ejemplares/macedonio-no-9-10/

 

Ver, además:

 

                      Juan Carlos Martini en Letras Uruguay

 

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