Aunque se trata de un documental de
ensayo, Visages villages tiene un toque del espíritu simulador
de la crónica. El paso de un proyecto a otro consigue la sensación de
narrativa continua más allá de que el objetivo de los realizadores fue,
a decir de Varda, ceder la palabra a las personas para llevarlas a una
"situación de conversación" antes que a una dinámica pregunta-respuesta
[Thibaut Gregoire, Le Rayon Verte, julio 2017]. Cada caso
implica una pausa apenas perceptible porque los segmentos contienen
parlamentos reveladores, acompañamientos sonoros, cierres temáticos con
movimientos de cámara de carácter emotivo y, sobre todo, una
organización del material que suscita variaciones emotivas. El
temperamento del cronista aparece en esos efectos emocionales
deliberadamente pensados para recrear la sensación del encuentro con los
otros que tuvieron Varda y J.R. durante el proyecto ya desde la visita a
la urbe habitada por hijos de mineros de otro tiempo. "¿Qué puedo decir?
Nada", dice Jeanine cuando mira la fachada de la casa que lucha por
preservar transformada por la intervención de los artistas visitantes,
antes de llorar alegremente.
En Visages villages, las
búsquedas de los realizadores, que recuperan elementos del documental
Los espigadores y la espigadora (2000), están potenciadas por
transiciones que crean el sentido narrativo y que también vinculan
motivos para sugerir temporalidades o para mostrar relaciones entre las
personas. Tras concretar un proyecto en las paredes de un desarrollo
inmobiliario abandonado en una de las secuencias con más hallazgos
espontáneos, un cartero joven hace una entrega en bicicleta para cerrar
la escena. La siguiente secuencia juega con un falso elemento de
continuidad al presentar a un cartero, ya veterano, que alguna vez hizo
una pintura para Agnès . El cuadro tiene una mujer pequeña y un cartero
muy alto como sucede en el proyecto de J.R. El cartero ahora trabaja en
un vehículo, pero antes lo hizo en bicicleta. En ella atravesó el campo
muchas veces tal y como lo harán Anges y J.R. para ensamblar la
secuencia de Pony, el artista que hizo una finca multicolor con toda
clase de cosas. El joven cartero introduce el pasado del cartero
veterano, así como la travesía de los artistas por el campo los lleva al
descubrimiento de la imaginación de un hombre de edad avanzada que
presuntamente es un misántropo.
Más allá de la presencia de analogías irónicas (la danza de los borregos
jóvenes alrededor de los más viejos o la referencia explícita a Band
à parte) propias del cine de Agnès Varda, quien confesó que fue la
principal encargada del montaje de la película, uno de los elementos más
significativos de este trabajo es su estructura rítmico-tonal. Hay una
armonía rítmica entre sonido y edición; más aún, la música de M (Matthieu
Chedid a ratos demasiado emotivo) recurre a texturas diversas (guitarra
eléctrica, piano, acordeón) para modificar los registros de las
secuencias. La figura musical clave crea una asociación entre Varda y
J.R. para cerrar el inserto especulativo de la obertura en la que
descubrimos que los dos artistas se conocieron a través de su trabajo;
es decir, se reconocieron mirando su respectiva forma de mirar que, en
gran medida, es la misma más allá de que la solución visual de cada uno
resulte diferente.
La importancia del montaje es que instaura un contrapunto entre la
mirada como memoria y la mirada como proyección. Agnès mira al pasado y
J.R. mira el presente, pero en el centro de las imágenes que ambos han
creado en sus trayectorias aparece el mismo motivo: la gente común con
sus relatos (evocaciones) y sus imaginaciones (proyecciones). En el
filme, Agnès acompaña los planes de J.R. y aporta ideas para
concretarlos (como las esposas de los estibadores, también trabajadoras
del gremio), pero su presencia en el filme está asociada siempre con el
pasado: fotos de archivo de colegas ya fallecidos, lugares abandonados,
Jean Luc Godard y el cine que ella pudo ver. En cambio, J.R. fragua
imágenes monumentales sobre el espacio que dan los inmuebles para
reinventarlos en presente a través de sus personas. Es la película
montada por la artista evocadora que con su cámara mira la mirada del
artista prospectivo. Visages villages consigue articular un
punto de vista único en la aspiración mutua de lograr la confianza
necesaria para que las personas cuenten sus historias antes de
convertirse en expresiones magnificadas en sus lugares de arraigo o de
faena cotidiana.
Rostros lugares otra vez. Las fisonomías son memorias, pero también
encarnan condiciones de vida en localidades concretas. Si el episodio de
Jeanine es el recuento de las miserias que padecen los mineros, el resto
de los relatos no deja de aportar una representación de la cuestión
social. Ya sea la preocupación por la preservación y el entendimiento de
la naturaleza (las cabras sin cuernos), la necesidad de crear comunidad
entre las personas (fábrica de sal) o la presencia de mujeres en
poderosos gremios dominados por hombres (el mundo de los muelles como un
motivo feminista), Varda y J.R. introducen estos temas gradualmente sin
perder la impresión emotivo-lúdica general del filme mediante una
gestión de las distancias en el encuadre. Las personas casi siempre
están cerca de la cámara o en close up. Los diálogos están
registrados a una distancia media, apropiada para captar la mímica que
los expande, como la alegría sorpresiva del trabajador de la granja
cuando ve un retrato gigante de una cabra con cuernos.
En cambio, los realizadores aparecen muchas veces rodeados de inmensidad
y de paisaje; al fondo o en lo alto, lejos y, sobre todo, de espalda.
Casi como si formaran parte de los paisajes que miran (que miramos) en
planos generales cada vez que van en la foto-camioneta, sus
interlocuciones son filmadas más allá de la distancia para convertir su
propia intimidad en algo un poco más ajeno. Casi todas sus pláticas
ocurren mientras están sentados, lado a lado, mirando al fondo del plano
como en la pintura romanticista o simplemente fuera del campo visual. Se
trata de una película donde los rostros de los otros, como sugiere el
título original, son villas enteras. Cada persona es un lugar y la tarea
de Varda y J.R. fue aproximarnos a esas regiones a través de
gestualidades y diálogos; ellos son nuestro punto de vista, pero no son
el motivo central de la película, sino meros catalizadores de nuestro
encuentro con los habitantes de cierta Francia profunda y cotidiana. Una
película con enfoque humano que explora la imaginación propia y ajena
para reinventar o resucitar experiencias de vida; para ver a las
personas de otro modo y para que ellas mismas se vean de una manera poco
familiar.
Y a pesar de la importancia que los autores de la película dan a las
personas y especialmente a su expresión, presentada monumentalmente por
los retratos J.R. o espontáneamente por los planos de Varda, hay una
trama de autorreferencialidad a lo largo de toda la película. Al
autorrepresentarse (tratamiento clínico de los ojos), Varda plasma su
trabajo con J.R. y, más aún, su amistad y la manera en que él la
representa al retratar sus ojos y sus pies para hacerlos viajar. La
estructuración del tema de la amistad tiene que ver con el principio que
rige el transfondo social-creativo de Visages villages:
establecer conversaciones porque cada persona merece ser escuchada [Álex
Vicente, El País, mayo 2017]. Muy al principio del filme, Agnès
camina hacia la izquierda del plano y J.R. hacia la derecha. Salvo por
un par de diálogos de frente en la mesa doméstica, cada vez que culminan
un proyecto dialogan mirando al horizonte mientras la cineasta insiste
una y otra vez en ver los ojos de su colega que siempre lleva lentes
oscuros. Tras un incidente que involucra al afamado realizador de Sin
aliento, Jean Luc Godard, los dos artistas visuales se verán frente
a frente, a la distancia, para ser rostros el uno para el otro.
Representan un lugar el uno para el otro porque también han aprendido a
escucharse. Sobre todo, descubrieron que su proyecto de viaje ha
instaurado entre ellos dos una mirada que une dos generaciones tanto por
sus principios artísticos como por sus rituales de socialización.
Con 88 años al momento de la realización de la película, Agnès Varda
dispone de un dominio técnico de tal dimensión que aprovecha como pocos
las posibilidades de la cámara digital. Imagen sutilmente inestable,
pero nítida y plásticamente equilibrada; comprensión del temperamento de
la luz en la profundidad de campo y en su relación con los ángulos (la
fellinesca tormenta de arena); exploración emotiva de la
estructura del encuadre y de la gestión de sus distancias; formas
imprevistas (tratamiento de ojos y pescadería) y movimientos de cámara
de velocidad calculada para describir lugares, evocar estados anímicos o
revelar delicadamente objetos y paisajes. Podría pensarse que en Visages
villages la cámara se mueve demasiado, ingenuamente incluso, como
sin sentido; pero se trata de una película donde la sensación de unidad
depende justamente de la vitalidad de todos sus componentes. El
movimiento casi permanente es una síntesis de la naturaleza viajera del
proyecto y del entusiasmo que une a los artistas, pero también es una
referencia a las personas y los anecdotarios que se vivifican cada vez
que son enunciados en una conversación ante un interlocutor que
realmente escucha.
Ficha técnica:
Rostros y lugares - Título original:
Visages villages - Año: 2017 - Duración: 90 min. - País: Francia -
Dirección: Agnès Varda, Jean René - Música: Matthieu Chedid Fotografía:
Roberto De Angelis, Claire Duguet, Julia Fabry, Nicolas Guicheteau,
Romain Le Bonniec, Raphaël Minnesota, Valentin Vignet - Reparto:
Documentary, Jean-Luc Godard, Jean René, Laurent Levesque, Agnès Varda -
Productora: Ciné Tamaris / arte France Cinéma / Social Animals - Género:
Documental |