En una lonchería american
way situada en las inmediaciones de una base militar en
Alemania, Priscilla, una pasiva, observadora y gentil
adolescente de 14 años, hija de un coronel, es invitada a
participar en una reunión en la que estará presente Elvis
Presley. La negativa inicial de sus padres se resquebraja
ante la palabra de otro sargento al grado de que la joven
acude a más de una tertulia, propicia que el músico sea
presentado a sus padres y que éstos consientan el naciente
idilio de su hija con un hombre de 24 años. El vínculo
emergente queda truncado cuando el roquero culmina su
servicio militar y vuelve a su país para convertir su
romance en un intercambio de cartas, sencillos musicales en
acetato y porcelanas domésticas. El dilema paterno-materno
se amplifica, como las emergentes guitarras electrificadas
de la época, cuando Elvis los busca para que permitan que
Priscilla viaje a Memphis y descubra, demasiado pronto sin
duda, que ya no desea volver a Europa. Un segundo viaje
definitivo muestra a un militar desasosegado cuando entrega
la mano de una joven que irá descubriendo la bifurcación de
su enamorado (el ser colectivo y el ser íntimo) y su propia
dualidad fluctuante.
Priscilla, octavo largometraje de ficción de Sofia
Coppola (Nueva York, 1971), comenzó de manera casi paralela
junto a un proyecto televisual que AppleTV rechazó al
señalar que la protagonista del relato era "antipática". El
personaje en disputa era Undine Spragg, protagonista de la
novela Las costumbres nacionales, de Edith Newbold
Jones, conocida como Edith Warthon, y a quien la cineasta
calificó como su anti-heroína literaria favorita (Rachel
Syme, The New Yorker, 2024). El papel de la
directora de Perdidos en Tokio (2003) sería como
productora. La realización de cinco capítulos contaría con
40 millones de dólares. Para entonces, Coppola ya había
leído el libro Elvis y yo, de Priscilla Ann
Beaulieu, y se sintió interesada tanto en el tema como en su
contexto visual. Obtuvo apoyo de The Apartment y A24, y
reunió un presupuesto de 20 millones. Además, Sofia invitó a
Priscilla Ann Beaulieu para que participara como productora
de una película sobre un periodo de su propia vida y logró
convencerla tanto por la filmografía que ha legado como por
su vínculo con Hollywood.
En la secuencia de créditos iniciales..."Cilla", como la
llama Elvis, es una mujer convertida en el objeto más
preciado de un microcosmos encabezado por el cantante, pero
sostenido por las personas que les rodean. Sólo que la
muchacha no es vista como un objeto de exhibición, sino como
un fetiche destinado al coleccionismo más íntimo y
caprichoso. Según dicta el presunto orden espiritual del
músico, una mezcla de puritanismo sureño y de exploración de
La autobiografía de Yogi, no debe perder el control
con "su chica". Ella es sagrada y, sobre todo, ocultable
como todas las cosas kitsch que hay en el núcleo
mismo de su inmaculada Graceland: la habitación a la que
sólo pueden ingresar el roquero y la protagonista del filme,
quien dos veces (primero simbólicamente en Alemania)
asciende las escaleras para ingresar a esa vitrina
patriarcal de un sujeto que pareciera estar en una busca
desesperada de una segunda madre.
Por ello, Cilla no sólo es el fetiche, dejado a la soledad
del cuarto o de la estancia, sino que es también el objeto
maternal anhelado por una figura pública desprovista de
madurez y resiliencia. Él espera que ella esté cuando sea
necesaria. Aquí subyace uno de los hallazgos temáticos de
Priscilla: película íntima siempre, lejos de todo
espacio público y multitudinario, los personajes podrían
pensarse como la metonimia de numerosos vínculos moldeados
por los roles y las violencias de género naturalizados en su
tiempo. La mirada de Coppola transita de un realismo
romántico, siempre inestable, que se diluye sin llegar al
naturalismo. Estas mutaciones sitúan al largometraje entre
producciones como Revolutionary road (Sam Mendes),
que desbarata el ideal colectivo de pareja, e Historia
de un matrimonio (Noah Baumbach), que desarma el ideal
de la pareja misma. Coppola va más allá: desactiva las
creencias e ideales de las relaciones de farándula para
mostrarlas como vínculos cotidianos.
Una evidente sensibilidad
formal, como la que ya vimos en Somewhere y On
the rocks, distingue la producción a cargo del habitual
equipo de Coppola de otros relatos similares. Por ello,
acude a su habitual simbiosis entre decorados y música
porque desea construir una mirada empática y adecuada para
complementar los cambios recreados por la presencia apacible
ante la cámara fija, aunque firme, de Cailee Spaeny, quien
recibió la Copa Volpi como mejor actriz en el Festival de
Cine de Venecia. Tamara Deverell, diseñadora de producción,
produjo un contraste entre la sensación monocromática, casi
en escala de grises, de la base alemana frente a las paletas
de colores con contraste de Graceland y Las Vegas. Es, según
explicó la realizadora a Hollywood Reporter, casi
como en El mago de Oz (1939). La textura de la
música, por supuesto, también se transforma cuando la
adolescente de 16 años llega a Estados Unidos y participa en
desbordantes noches que luego serán una rutina
(farra-desvelo-pastillas-escuela) con edición elíptica,
planos rítmicos y cámara móvil como evidencias de que ha
sido capturada por un vértigo ajeno similar al brazo
extendido de su querido que parece tenderle una barrera para
aprisionarla.
Resulta discutible si Priscilla dio un protagonismo
excesivo al músico si pensamos que se trata de una
biopic sobre la joven. Ante ello es posible que el
filme haya sido ideado con intención minimalista. No es la
biografía abarcadora y ambiciosa como los recientes
Oppenheimer (2023) y Napoleón (2023). Más
bien, se trata de una historia de vida; un periodo y no la
totalidad; un lapso que se asoma por los huecos de las
ventanas ―cuya luz divide el rostro de la joven en dos
mitades― a la intimidad detrás de las puertas mientras
ocurrió la relación. Es, además, un relato subjetivo que
sitúa la atención en la gestualidad silente de Spaeny quien
funge como un eco lejano de Lilian Gish (El viento)
al encontrarse, siempre rodeada de los hombres de la banda,
con un tempestivo chico con mamitis. Salvo en la secuencia
de la joven explícitamente fetichizada, que quizás fue
rodada así para romper el maniqueísmo y explicitar los
deseos que ella tenía, las violencias verbales ("es que soy
yo o una carrera, nena") o físicas (los objetos arrojados)
de Elvis están fuera de nuestro alcance visual. En cambio,
allí impera la fisonomía de la joven que, como su cabello y
su atuendo, fluctúa entre alegría y desasosiego, arreglo y
desarreglo, o Priscilla y Cilla. De allí que una elección
escénica tan elemental como el uso de un vestido con
estampados resulte una premonición.
En un contexto de producción en que el género conocido como
comming of age ha adquirido protagonismo, la
filmografía de Sofia Coppola resulta idónea cuando ella
misma ha señalado que gusta de los relatos sobre la búsqueda
de la propia identidad o la maduración de las muchachas
adolescentes. Priscilla resulta un caso extraño. Es
como una precuela de comming of age pues, esta vez,
esa parte de la película no está del todo en las imágenes.
El filme abarca una toma de conciencia de la indiferencia.
No muestra quién fue Priscilla Ann Beaulieu, la ulterior
actriz de cine, de series de televisión como Dallas
y empresaria, sino cómo encontró a Cilla. No está el proceso
de crecimiento, sino el conjunto de experiencias que
cataliza algo que está más allá de la pantalla. Antes que
emancipación, es resiliencia. Antes que maduración, es toma
de conciencia de la necesidad de salir de un paradójico
vértigo, colectivamente sostenido, en una relación de poder
cuyo ejecutor también es un prisionero.
Filme empático y solidario. Historia de un vínculo tortuoso
sin exaltación. Tránsito gozoso por los sonidos de una
época, actualizados creativamente con vibraciones
electro-pop (Phoenix otra vez) como paralelismos de los
descubrimientos de la juventud (ante la negativa de Elvis
Enterprises para que aparecieran sus canciones en la
película porque ésta no protege sus intereses). Película
interior e interiorizada. Es inevitable pensar en la manera
en que Priscilla se relaciona con la
reciente superproducción Elvis (2022), Baz Lurhmann,
y resulta difícil ignorar el enfoque político y, en
particular, la mirada que nos ofrece su política de la
representación. Lo anterior tendrá relevancia particular
porque esta película podría constituir la más política de la
trayectoria de su directora hasta el momento. No es
circunstancial que una constante del modo en que la
realizadora de Maria Antonieta (2006) nos hace ver
la relación Priscilla-Elvis consiste en que ella siempre
debía convivir con la corte de hombres que circundaban al
músico y que se sumaban a las decisiones que él tomaba sobre
ella. De manera similar a lo que propuso Pablo Larraín en Jackie
(2016), cuando muestra cómo una viuda supera el luto para
ejercer la autoridad que le correspondía entre hombres que
la menospreciaban, Priscilla debe abrirse un lugar en
espacios que, como la Casa Blanca, también eran excluyentes
con las mujeres.
De vuelta al constructo político de la mirada, Sofia Coppola
dijo a Vogue (2022), en entrevista, que la película
de Lurhmann tenía un tratamiento creativo y que apreciaba el
apego que causó con su personaje. No obstante, también
consideró que era pertinente contar con dos visiones de un
mismo hecho pues la Priscilla de aquel filme no permitió una
identificación similar. Si bien el trabajo de Lurhmann tuvo
aparentemente su máximo interés en dos procesos adaptativos
(adecuar el emblemático concierto de televisión Aloha
from Hawaii a cine y reelaborar la época del
protagonista desde una poética que disloca la temporalidad
contextual-musical como en otros proyectos), su relato, con
80 millones de dólares a cuestas, presenta a Elvis como el
chico explotado y encerrado por el mánager conocido como El
Coronel. En Priscilla, Coppola bordea con la idea
del prisionero aprisionador. Además, con dominio técnico e
inteligencia estilística, supera, como una Warthon con
cámara, la visión maniquea. Por ello, observa a los dos
jóvenes como una pareja común, con todo y su fardo de
inequidades y roles debido al mandato social que replican,
en la que alguien tuvo la voluntad necesaria para tomar el
volante de su propia vida.
Ficha técnica
Dirección:
Sofia Coppola Reparto: Cailee Spaeny, Jacob
Elordi, Dagmara Dominczyk, Raine Monroe Boland, Emily
Mitchell, Jorja Cadence, Rodrigo Fernández-Stoll, Luke
Humphrey País: Estados Unidos
Año: 2023
Fecha de estreno: 14-2-2024 Género:
Biopic. Drama Guion: Sofia Coppola
(Memorias de Priscilla Presley, 'Elvis y yo')
Duración: 110 min. |