Más allá de que el tema del desencuentro cultural recupera uno de los
intereses temáticos de Gallego y Guerra en su colaboración anterior,
Pájaros de verano es una película más próxima al cine de géneros
que a un ejercicio etnográfico o lírico. Sin perder de vista los aportes
de su contenido cultural, la narración encaja con la forma mitológica
para mostrar la condición épica y trágica de la mujer wayúu. El filme no
es subversivo. Ensambla sus elementos con iluminaciones interiores de
género noir, secuencias de acción propias de gánsteres y planos
abiertos de exteriores donde los personajes cruzan el espacio del
paisaje lejos de nosotros —como en la época clásica del género del
oeste— hasta recordarnos, incluso, la idea visual del desarraigo de
alguno de ellos (The Searchers, John Ford, 1956) cada vez que
vemos lo sueños con la abuela desde el interior de alguna casa.
A pesar de su adecuación a los modelos narrativos de los géneros, la
originalidad de la película escrita por María Camila Arias y Jacques
Toulemonde Vidal está tanto en el punto de vista del palabrero que
cuenta un relato de mujeres protagónicas como en la exploración lírica
de aspectos de la espiritualidad étnica de la Guajira. El resultado de
esta mezcla intercultural es que las sombras alargadas ofrecen contornos
de garzas irruptoras como encarnaciones de los muertos, la acción está
emparentada con las paletas étinicas del rojo y los indicios de la
plaga, y el viaje western es un ascenso físico a la selva que
implica un desapego con el lazo familiar de gente wayúu que, como lo
muestra el filme, suele andar sobre la planicie desértica. Estas
variantes visuales, enmarcadas en una banda sonora étnica y occidental
insuficientemente integrada, alejan a la película de las recreaciones
totalmente líricas de conflictos étnicos como Los corceles de fuego
(Sergei Parajanov, 1965) o Los gitanos van al cielo (Emil
Loteanu, 1975), pero aportan una continuidad narrativa con insertos
bucólicos que recuperan el sentido occidental de la tragedia y que, por
momentos, sí evocan la sensación de alguna secuencia de conflicto entre
clanes de Parajanov. No obstante, el palabrero que canta el amor de
Zaida y Rapayet es en realidad el coro trágico de un proceso histórico y
cultural donde la región norte de Colombia vio a los clanes enemistarse
y a las familias separarse por la irrupción de un mercado muy rentable y
muy violento llevado allí por los alijuna.
En su reciente
documental intitulado Buscando a Ingmar Bergman (2018),
Margarete Von Trotta recuperó una idea de Ruben Östlund acerca de la
necesidad de hacer converger el cine rentable con el cine destinado a
circuitos artísticos. Para el director sueco, este esquema es deseable
en el momento actual. De alguna manera, Pájaros de fuego se
aproxima a esa manera de producir. La máxima expresión de este esfuerzo
son los episodios étnicos, como el baile de Zaida que abre sus brazos
como pájaro rojo con el atuendo propio del cortejo mientras escuchamos
el timbre particular de los alientos locales, y los insertos oníricos de
la abuela que camina el desierto, registrado en atardeceres por la
fotografía de David Gallego, sobre la profundidad del plano, siempre
conectada con las mujeres vivas a través del viento. En cambio, el
trabajo con actores profesionales y no profesionales está muy
subordinado al canon narrativo por lo que hay perfiles inacabados como
los de Aníbal adolescente, el propio Rapayet o la gradualmente
desdibujada Zaida, cuya mano es el motivo visual y cultural que abre el
relato y su conflicto de ambición.
Aunque las escenas de interiores en la casona de lujo en medio del
desierto podrían recordar fotogramas emblemáticos del cine de gángsteres,
Pájaros de fuego habla sobre las matriarcas de la Guajira. Allí
encontramos el valor defiitivo del trabajo de Carmiña Martínez; su
personaje no oculta la alusión a los seres mágicos de Gabriel García
Márquez al presentarse en el papel de la matriarca del clan (y de los
sueños) que dice los parlamentos con naturalidad y elabora gestos
próximos a la tierra de la Guajira. Con Úrsula como eje de referencia, y
siempre conectadas por el viento, las figuras centrales de esta película
son su leitmotiv. El trío instaurado por la madre, la hija y la
abuela constituye una unidad: pasado, presente y futuro de una
espiritualidad de raigambre femenina cuya memoria, como dijo el
palabrero, debía ser relatada oralmente para que fuera asimilada por el
canto de los pájaros antes de que el viento la borrara. Del mismo modo,
para Cristina Gallego y Ciro Guerra, esa polifonía debía ser recreada en
una película que evocara la voz femenina para entender otro punto de
vista de los sucesos que desembocaron en un verano teñido de violencia y
que también es pasado, presente y futuro de una región donde la mujer
gobierna.
Título original:
Pájaros de verano - Año: 2018 - Duración: 125 min. - País: Colombia -
Dirección: Ciro Guerra, Cristina Gallego - Guion: Maria Camila Arias,
Jacques Toulemonde - Música: Leonardo Heiblum - Fotografía: David
Gallego - Reparto: Carmiña Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon
Narváez, Greider Meza, José Vicente Cote, Juan Bautista Martínez -
Productora: Coproducción Colombia-Dinamarca-México; Ciudad Lunar
Producciones / Blond Indian Films / Pimienta Films / Snowglobe Films /
Films Boutique / Ibermedia - Género: Drama | Drogas. Mafia. Familia.
Años 60. Años 70 |