Con esta premisa podría pensarse que la segunda colaboración
de los cineastas brasileños después de Trabajar cansa (2011)
tiene demasiados elementos y que carecen de balance por la
falta de un género fílmico dominante. Si bien las reacciones
de la audiencia pueden resultar variadísimas (de la risa al
asco; del temor a la empatía), Las buenas maneras es
un híbrido con trasfondo que tiene el mérito de articular
una metáfora a partir del principio de los cuentos de hadas
cinematográficos de la época clásica (1930-1940) de Disney
musicalizado con todo y Mary Blair (Blancanieves).
A ello añade una envoltura de terror e insertos evidentes de
otros géneros. Su motivo central no es su tradición
(fantasía), ni su punto de vista (Clara), ni su personaje
complementario (Ana); tampoco lo es la ciudad. Ni siquiera
Joel, el niño-lobo, lo es. Tampoco el departamento o la
vecindad. La luna es un mero catalizador. El centro del
filme es la oposición y, por tanto, sus distintos pares que
magnifican la diferencia para procurar que lo metafórico
sirva como un enfoque para ver lo real simbolizado.
La metáfora articuladora recorre la estructura (dividida
simétricamente en dos relatos), los protagonistas
(Ana-Clara), los personajes secundarios (niño-lobo), los
espacios interiores (departamento-vecindad), las locaciones
exteriores (residencial-fabela), los colores
(azules-naranjas), los tonos (melodrama-suspenso), la
temporalidad (día-noche), el canto en escena
(presente-ausente), el vínculo con animales
(existente-ausente) y los temas sintomáticos que
caracterizan algunos aspectos de la sociedad brasileña
(riqueza-pobreza, blancos-negros) y otros más del propio
cuento de hadas (magia, transformaciones) con el objetivo de
enfatizar el conflicto entre la persona y sus instintos, y
la persona y lo que el entorno social espera de ella.
Hay una escena en la que Clara sirve una sopa a su
patrona y alude a la cuchara apropiada para comerla. Ana
devuelve gestos de molestia y cuenta que su familia la
obligó a hacer cursos de "buenas maneras". Incluso
fanfarronea y se coloca un libro en la cabeza para dejarlo
caer en señal de desprecio a las lecciones de postura.
Estamos ante una mujer que conoce cuáles son los
comportamientos apropiados (clase, maternidad,
responsabilidad) antes de actuar como una vampiresa
(¿lésbica?) que muerde la piel de su casi amante Clara y
antes de reconocer su propio instinto nocturno ligado a los
ciclos de la luna. Es una mujer de impulsos y razonamientos.
A partir del eje rector dado por la oposición
instinto-racionalidad, la película procura una hibridación
muy actual que consiste en rechazar la posibilidad de
recurrir a un género fílmico como base única. El propio
filme rechaza las "buenas maneras" del patrón clásico. Los
realizadores procuraron que su trabajo ofreciera componentes
de muchos tipos de filmes con tal de que no adquiriera una
genealogía definitiva. Como sucede con el cine más reciente
del propio Brasil (Adirley Quieros y sus puesta en escena de
reciclaje con guiños a la ciencia ficción), Las buenas
maneras no se incorpora a un género, sino que juega con
elementos de los géneros. Y al igual que películas como
Xenia (Panos H Routras, 2014) y Los muchachos
salvajes (Bertrand Mandico, 2017), es un híbrido que
explora temas como la identidad complejizada, la
multiculturalidad o la diversidad sexual que resultan
óptimos para ensamblar poéticas multigénero o multitécnica
de modo tal que una misma película ofrece una explosión
gore de sangre, dos insertos de animación dibujada a
mano y un niño-lobo en CGI, además de toda clase de
referentes cinematográficos y literarios (...tiene ojos
grandes; una boca grande; y manos grandes…).
Rojas y Dutra consiguen recorrer con suficiente estabilidad
la ficción documental de realidades sociales, el melodrama
televisual, la animación con imágenes fijas similares a las
de un guión visual y la fantasía animalizada del hombre lobo
con pastiches de horror y gore; todo ello enmarcado
en una primera mitad dominada por la sensación ambiental de
la ciencia ficción. Luego viene una culminación con un par
de secuencias musicales que armonizan sin problema con la
segunda mitad. Aunque el montaje pudo alcanzar un efecto más
fílmico, la estructura en dos partes está justificada por la
premisa de lo central y lo periférico. Su centro está
revelado en la repetición de una misma escena en ambos
desdoblamientos: el plano en detalle en que Ana y Clara se
toman de la mano, y el instante en el que Clara y Joel
repiten la acción: blanco y negro unidos; persona y bestia
también. La comunión del instinto y de la racionalidad, o la
rebelión contra las maneras correctas que impone un orden
social hasta poner en conflicto a las personas (y a sus
bestias internas) con la colectividad.
En gran medida, la coherencia de todas estas mezclas y
referencias se debe a la uniformidad plástica que consigue
la iluminación del fotógrafo Rui Poças, inspirado en el cine
de Jacques Tournier, y el diseño de producción de Fernando
Zuccolotto, que recuperó elementos del musical infantil de
Hollywood sin dejar de lado referentes más adultos como John
Carpenter y George Romero. El resultado es una atmósfera que
boicotea su verosimilitud deliberadamente sin el propósito
de provocar humor (lo cual no logra evitar); más bien busca
distanciar al espectador y advertirle que se trata de una
fantasía con tantas sutilezas significativas que hasta en
los créditos aparece un agradecimiento a Angela Carter y
Walt Disney que no puede pasar inadvertido por la naturaleza
híbrida de este cuento de hadas social, musical, animado y
de terror.
En los episodios del departamento de Ana que ocupan la
primera mitad de la película, hay un tratamiento del espacio
apenas perceptible que resulta significativo: los personajes
masculinos están fuera del campo visual. Están hechos de
voces en off. Escuchamos al médico, pero jamás
miramos su cara. Vemos sus manos y su bata, pero se trata
solamente de una voz dialogante que nos convoca a poner
atención en las protagonistas al centro de la imagen.
Las buenas maneras, en rigor, no visibiliza la
masculinidad. El único hombre que aparece de cuerpo entero
es un dibujo que pertenece a la memoria de la noche en que
Ana concibió a Joel. En la segunda parte, el propio niño no
es de lleno un hombre (ni un animal). Su infancia acusa una
masculinidad inacabada. Es un ser sin maneras; un ser bajo
crianza. Los hombres están en la periferia de la imagen;
nunca en el centro. Aquí subyace una de las más importantes
simbolizaciones de esta fantasía fílmica: la pugna entre el
instinto y la racionalidad tiene como ámbito central el
lugar de la feminidad en una época de transformación de
convenciones que presuponían las maneras presuntamente
buenas.
Ficha técnica:
Los buenos modales / Las buenas maneras -
Título original - As boas maneiras - Año: 2017 - Duración:
135 min. - País: Brasil - Dirección: Marco Dutra, Juliana
Rojas - Guion: Marco Dutra, Juliana Rojas - Música:
Guilherme Garbato, Gustavo Garbato - Fotografía: Rui Poças -
Reparto: Isabél Zuaa, Marjorie Estiano, Miguel Lobo, Cida
Moreira, Andréa Marquee, Felipe Kenji, Nina Medeiros, Neusa
Velasco, Gilda Nomacce, Eduardo Gomes - Productora:
Coproducción Brasil-Francia; Canal+ / CNC / Dezenove Filmes
/ Filmes do Caixote / Globo Filmes / Good Fortune Films /
Urban Factory / ZDF/Arte - Género: Fantástico. Terror |
Hombres lobo. Homosexualidad
Premios
2018: BAFICI: Premio Especial del Jurado - Mención Especial
2018: Premios Fénix: Nominada a mejor película y montaje
2017: Festival de Sitges: Premio de la Crítica (Ex aequo),
Sección oficial
2017: Festival de Locarno: Competición Internacional |