La familia de Bashir (Jalal
Altawil) llega en avión a Bielorrusia con el objetivo de
entrar a la Unión Europea a través de Polonia. Una mujer
afgana, Leïla (Behi Djanati Atai), se ha sumado al
contingente tras conocer a la genealogía siria en el vuelo.
Poco después del aterrizaje, cruzan la frontera entre
traficantes, soldados, sobornos y disparos para extraviarse
en los bosques. Jan (Tomasz Wlosok) es un guardia fronterizo
asignado a la zona de exclusión polaca. Casi diariamente,
debe expulsar personas hacia el lado bielorruso. Un
operativo violento excede su rutina por dos razones: dos
personas huyen y un video del mismo, el cual muestra el
maltrato a una mujer embarazada, llega a manos de su esposa
también gestante. Mientras la familia siria va y viene entre
los dos países, Julia (Maja Ostaszewska), una terapeuta,
descubre a una mujer y un niño atrapados en un pantano al
borde del perímetro prohibido. Ella se integra a una brigada
de activistas.
En septiembre de 2021, dos
ministros del gobierno de Andrzej Duda acusaron a
migrantes árabes de terrorismo, pedofilia y zoofilia. Para
Agnieszka Holland (Varsovia, 1948), tales señalamientos
buscaron producir percepciones de inseguridad y reacciones
de desprecio entre los polacos ante la crisis migratoria con
Bielorrusia. La presidenta de la Academia Europea de Cine
(2021 a la fecha) tuvo apremio por hacer un filme sobre un
problema que comenzó en 2014 y que propició el
establecimiento de una zona fronteriza de exclusión a
medios, ciudadanos y brigadistas. Entrevistó a personas en
movilidad, habitantes, activistas e investigadores, buscó
financiación al margen de los recursos estatales y planificó
un rodaje sumamente discreto. Fue una extensa investigación
documental que derivó en un largometraje de ficción: La
frontera verde.
Las primeras secuencias muestran el vaivén de una familia
entre dos fronteras. La estructura replica esta oscilación:
vamos del punto de vista de Bashir al del soldado Jan o al
de la terapeuta Julia. Tres situaciones en paralelo que
llevan a la audiencia a adentrarse o apartarse de la zona de
exclusión. Miradas de contraste entre aquellas personas que
están a la merced del bosque y aquellas que lo transitan,
pero que pueden volver a casa. Este contrapunto brinda dos
experiencias cinematográficas diferentes: el terror de una
familia a la deriva de pantanos, heladas y soldados; o el
conflicto mental y emocional de dos ciudadanos ante la toma
de conciencia de un sistemático quebrantamiento de derechos
humanos. Una película de atmósfera y una película realista
unificadas por la fotografía en blanco y negro con una
palpitante cámara en mano.
La frontera verde muestra un dominio del cine
narrativo que recurre a los métodos propios del modelo
clásico: intensificación y continuidad; montaje paralelo de
tensión creciente; mutaciones del ambiente hacia atmósferas
que bordean, quizás intencionalmente, el género de terror;
disimulación de la técnica para causar mayor implicación.
Sin embargo, la directora de En la oscuridad (2011)
evita la plena identificación del espectador con algún
protagonista mediante el juego de múltiples puntos de vista
para introducir un realismo directo cercano a que desarrolló
su generación en Europa. Su tono está a medio camino entre
Ven y mira (1985), de Elen Klimov, y
Generación (1955), de Andrezj Wajda (ver
reseña en Atalante 65). Su intención no fue exaltar una
crisis humanitaria, sino propiciar la reflexión de sus
causas.
Un aspecto que podría resultar dilemático en La frontera
verde es la presentación de violencia. Hay algunas
secuencias demasiado explícitas. Estas escenas podrían
resultar cuestionables desde la perspectiva de una ética o
de una política de la representación. No obstante, es
posible que Holland haya recurrido al blanco y negro no sólo
para otorgar una impresión histórica, sino para matizar
estas recreaciones. Quizás intentó una sensación de tiempo
pasado, así como un efecto documental derivado de imágenes
fuertemente arraigadas a sus referentes factuales. Hay,
incluso, una secuencia rodada como testimoniales. Además,
los momentos límite están recreados en escenas nocturnas. El
bosque, como en las fábulas literarias, semeja más una
atmósfera que un ambiente. Su irrealidad es palpable. Es una
puerta hacia imágenes que no están allí para agredir al
espectador ni tampoco para exaltar la miseria de las
condiciones límite en que viven millones de personas. Esto
es evidente en los incidentes más severos contra la familia
de Bashir pues ocurren fuera del campo visual.
La filmografía de Agnieszka Holland tiene una naturaleza
sintomática. La sensibilidad de la directora de Europa,
Europa (1990) frente a los procesos sociohistóricos ha
tornado en una clase de prospectiva sobre posibles
disrupciones. El epílogo de La frontera verde
acentúa esta condición. Desmonta plenamente el código del
realismo clásico para convertirlo en un cine crítico. La
comparación entre situaciones distintas en dos fronteras de
un mismo país se pregunta por la dirección que ha tomado
Europa ante la migración. También sustenta una retórica
contra las visiones apologéticas de la Unión Europea. Antes
de ese cierre, el filme ofrece diálogos tan explícitos (la
rescatista radical que se burla de la terapeuta) contra la
idealización que podían bordear la inverosimilitud. Hay
otros planos, mucho más útiles porque están articulados con
un sencillo lenguaje cinematográfico, como el momento en que
la familia siria de Bashir descansa en una banqueta ante una
pared con un maltrecho mural de las estrellas del logo de la
unidad europea. Holland ha conseguido potenciar nuevamente
el cine de época para convertirlo en una lectura
cinematográfica de la historia.
El valor de interpretación
histórico-política de La frontera verde es
indudable. Su argumento apunta a la importancia geopolítica
de la migración en el presente. El respaldo documental del
guion, elaborado por la realizadora junto con Maciej Pisuk y
Gabriela Lazarkiewicz, muestra a las personas migrantes como
material de interés político. Son usadas como un mecanismo
para hacer política en distintos sentidos: desde la
disuasión hasta la negociación y deliberación. Más grave
aún, como recurso de guerra. Este hallazgo es generalizable.
No importa si se trata de personas en tránsito desde Siria o
Afganistán hacia Europa. Podría tratarse de recorridos de
Rumania a Italia, de Birmania a Myanmar, de México hacia
Estados Unidos, de las naciones de Centroamérica y el Caribe
hacia México, o de Palestina (que es un Estado) a Egipto.
Incluso, como sucede en el epílogo de la propia película, de
Ucrania a Polonia. Con este filme podemos preguntar si,
desde que existen naciones y fronteras, las personas en
situación de movilidad han sido fundamentalmente un
instrumento en favor de los intereses de grupos en el poder
ya sea de carácter político o económico, así como de
aquellos de tipo ideológico debidos a doctrinas emergentes o
a aquellas que se han restablecido como sucede hoy con las
ultraderechas.
Tanto por el tipo de realismo que trata la película como por
su política de representación, podríamos pensar que se trata
en un filme que no sólo busca interpretar procesos
históricos, sino proponer algún tipo de intervención. Los
hechos que recrea con modalidad de ficción son muy
recientes; pero, aunque refiere fundamentalmente al
conflicto en Siria, también alude al que transcurre en
Ucrania. Esta vinculación hace inevitable que pensemos en
otros sucesos que rebasan la experiencia y el alcance de la
propia película como, por ejemplo, la cuestión Palestina.
Mientras que otros filmes sobre límites históricos requieren
de clarificaciones por parte de sus productores, como
sucedió de alguna forma con Zona de interés
(Jonathan Glazer, 2023) en la ceremonia de la academia
norteamericana, realizaciones como La frontera verde
permiten pensar en un cine de ficción que, desde
herramientas clásicas adaptadas por una modernidad crítica,
logran focalizar una cuestión histórica como un problema de
derechos humanos en tiempo presente. La propia Holland dijo
a Hollywood Reporter que considera que la ficción
puede suscitar una identificación empática con los otros si
ésta es honesta y directo.
Entre los posibles desbordes que enfrentó La frontera
verde se encuentran el acento fatalista que predomina
en el primer bloque sobre la familia siria y, sobre todo, la
evidente separación de los tonos asignados a cada punto de
vista para conseguir contrastes. El montaje a cargo de Pavel
Hrdlička no crea alternancias entre estos registros desde el
principio. La película fluye linealmente para que el
espectador se identifique y mantenga atento. Este efecto
pudo ser contraproductivo ante la búsqueda de una empatía
reflexiva, pero el conjunto de las escenas presenta
situaciones dilemáticas que dan lugar a protagonistas
ambiguos y complejos, así como a acciones reivindicativas.
La complejidad del contexto exigía mentalidades perplejas y
cambiantes. El reparto central, y especialmente la labor de
Tomasz Wlosok y Maja Ostaszewska, requería recrear
decisiones límite, que podemos llamar hipotéticas, que
seguramente resultaron del bagaje documental del guion. Este
abordaje también debió tener su raíz en la finalidad
humanista del filme que es notoria en el modo en que el
relato pone en relación a personajes secundarios para
evidenciar la afinidad cultural entre juventudes de orígenes
distintos.
El estilo de La frontera verde no se subordina a
los mandatos del realismo idealista del canon clásico, pero
tampoco es una película sin esperanza. Es un filme de
linderos. Habita tanto la crudeza del documental directo
como la capacidad alegórica de la ficción histórica.
Película de dualidades, como la propia Europa diría Holland,
sus escenarios y sus personajes articulan dos facetas. El
entorno es un ambiente realista profundamente documentado al
tiempo que una atmósfera terrorífica. Es ese plano inicial
panorámico en el cual el verdor del bosque muta a blanco y
negro. Sus protagonistas, sobre todo el soldado Jan, son
signos desplegados de maneras diferentes. Refieren a lo
factual, pero también aglutinan significado simbólicamente.
Encarnan una doble personalidad. Tienen dos fronteras: una
severa; otra, gentil. Jan es un portador del horror al
tiempo que una persona horrorizada. Sintetiza el dilema
cotidiano de los ciudadanos ante la intransigencia del orden
político: la inevitabilidad de tomar decisiones al límite
que repercuten en las vidas de los otros. |