El primer largometraje de la realizadora
egresada del CCC presenta un diseño de producción, a cargo de Ana J.
Bellido, que parece, en principio, de un filme de terror convencional.
Hay motivos como el doble (espejos, ventanas, sombras), el espacio
doméstico y lo monstruoso. No obstante, la iconografía emblemática se
entreteje con elementos escénicos que desafían la configuración habitual
del género. La película ensambla su mirada desde el punto de vista de
una mujer (Valeria), el sonido es realista y cotidiano, y la identidad
que se bifurca articula una experiencia de horror corporal (el llamado
body horror) que fluctúa entre la protagonista y el monstruo en
una lucha contra las imposturas que vienen con la maternidad antes que
con la gestación. Huesera cuenta un relato desde su base
genérica, la cual es la pérdida de la gestión sobre el cuerpo propio,
para conducirnos a la experiencia de un encapsulamiento doméstico.
El horror en lo cotidiano. En un diálogo acaso innecesario, por
explicativo, una chamana revela a Valeria que las perturbaciones
ocurrieron porque está capturada por una araña que es madre y
depredadora; un ser cuya morada también es una reclusión. Aunque sirva
de guía al espectador, la elocuencia de este parlamento redunda
temáticamente dado lo que dice está articulado de una manera
perturbadora en el entramado cinematográfico con todo y una telaraña
develada explícitamente por un desenfoque. La diversidad de ángulos,
sobrencuadres y reflejos contribuye a mostrar las sensaciones
del encierro en emanaciones que evocan la trampa en espacios domésticos
(muebles), públicos (puentes) y naturales (ramas y cuerpos). La mujer
embarazada es la mujer cautiva en el entramado social en la que la
manifestación más aterradora, porque está normalizada, es la impostura
de la maternidad. Esto no significa que la visualidad ideada por la
realizadora y por la cámara de Nur Rubio Sherwell se oponga a la
potencia maternal, sino que muestra los efectos de una posibilidad
natural regida por ideales y mandatos que son el síntoma metonímico de
la pulsión del sistema familiar por controlar a las mujeres.
Uno de los aportes de Huesera es que su tema audiovisual más
significativo (la mujer dual de huesos crujientes) sitúa su propuesta en
la tendencia contemporánea del terror que lo considera como una
expresión artística (elevated horror o art horror)
porque desarrolla tanto un giro de la mirada de género como una
aproximación al universo del folk horror (las chamanas y el
simbolismo de sus espacios). La clave reside en que el leitmotiv
audible, que no es otro sino el tronar de huesos humanos (y a ratos
animales), tiene su correspondencia en la imagen desde el despliegue
corporal de Natalia Solián quien, de hecho, consigue una expresión que
podría ser vista como un estudio de contorsiones de dedos, brazos y
espalda, inicialmente esporádicas, que desembocan en una coreografía
colectiva y actual. Además de lo anterior, la bifurcación audiovisiva
dispone, a su vez, de su proyección en una serie de dobles
(Valeria-Huesera; bendición-maldición; esposo-amiga; madre, hermana y
suegra-tía y chamanas) que crean un conflicto entre subordinación y
emancipación. Los personajes secundarios también siguen esta lógica y
construyen consistentemente la tensión entre el control y la autonomía
al grado de que, en los momentos límite de la joven embarazada, vemos un
plano en que suegra, esposa y médico son como una red que la rodea
mientras decide por ella con tal de preservar el cuerpo, que no la salud
emocional, de la futura madre.
Si bien Huesera dispone de imágenes capaces de sorprender fuera
de los parámetros habituales del terror como la secuencia del toquín
punk, es evidente que la producción merecedora del premio a la Mejor
Película Iberoamericana del Festival Internacional de Cine Fantástico de
Sitges fue ideada desde un diseño sonoro que, con el trabajo de
Christian Giraud, buscó coincidir con el propósito de desmontar
estereotipos. Descubrimos una sonoridad original, poco común en el medio
local, porque hace convivir el sonido doméstico con el que proviene de
la subjetividad de Valeria y con la presencia constante de ambientes
acústicos fuera del campo visual. Esta dimensión de la película es un
vaivén del presente al pasado, aporta un signo del dilema de Valeria con
canciones de punk rock ("No me gusta la domesticación") y
entrega una masa orgánica, análoga a la masa de cuerpos femeninos rotos,
que aterra con el efecto insistente, como campanilla, del crujir de
huesos que se proyecta simbólicamente en los sonidos comunes de un
hogar. El encapsulamiento doméstico es un shock sonoro que
explora los propios recursos del cine para despojarlo de la
convencionalidad del mismo modo en que substrae a Valeria, la joven
carpintera, exbajista y autónoma sexualmente, del estereotipo.
Por su enfoque temático, Huesera podría constituir una
relectura de lo maternal en el cine y, por tanto, el punto de partida
para una reflexión sociológica: advierte, quizás, que la familia y su
espacio doméstico representan la estructura que hace falta cambiar en
favor de una sociedad que permita más autonomía a las mujeres, pero
también es la estructura más difícil de trastocar porque, para ello, hay
que actuar al interior de los hogares. En entrevistas con distintos
proyectos (ZoomF7 y Letterboxd), Michelle Garza
Cervera afirmó que la finalidad era "retar el estatus quo" de modo que,
al investigar el tema del núcleo familiar, encontró el problema de la
maternidad como un concepto que no corresponde con la persona real que
implica cada mujer. En ese sentido, a nivel formal y temático,
Huesera convive con el horror corporal reciente (Babadok,
Titane, Así como en el cielo, entre otras) mientras
que sus significados implícitos se aproximan más al cine que recrea las
estructuras de control sobre la mujer (Corsage, El amor
según Dalva, Women Talking). No obstante, su conexión con
la mentalidad, el léxico, los espacios y los rituales de una localidad
concreta (Ciudad de México) propician que este filme se sitúe en aquello
que Jon Towlson denominó como horror subversivo, pues ofrece una
experiencia de shock que, como argumenta en el libro
Subversive horror cinema (2014), suele aparecer en este tipo de
cine cuando las sociedades viven momentos de crisis ideológica. Y es
que, en una época de cuestionamiento de modelos convencionales de
familia, ¿qué puede resultar más subversivo que la imagen de una
bendición bajo la fe guadalupana que actúa como si fuera una maldición
que una mujer debe exorcizar? Como el manto sagrado que cede al fuego. |