Un gato huye de un grupo de
perros, encabezado por un labrador juguetón, hasta que una
inundación los dispersa por el bosque. El felino vuelve a
una casa, aparentemente deshabitada, que ostenta
ilustraciones y esculturas. Mientras la altura del agua
incrementa, el canino sube a un bote en el que,
azarosamente, encuentra a su manada. El gato abandona su
morada y trepa una inmensa estatua que resulta insuficiente
ante el aluvión. Para sobrevivir, logra abordar una
embarcación, ocupada por un capibara, en la que vivirá
nuevos encuentros e incidentes.
Flow (2024) es el segundo largometraje de animación
de Gints Zilbalodis (Riga, 1994) luego de que produjera,
escribiera, animara y montara Away (2019). Su
método en ambos trabajos fue similar: partió de una banda
sonora, diseñó escenas sin recurrir a diálogos y dispuso de
un núcleo de personajes que deambulan en un ambiente
inquietante. Su propuesta más reciente contó con un
presupuesto que le permitió dirigir un staff más
amplio. No obstante, recurrió a un software de
animación de código abierto (Eeve de Blender) para crear un
mundo fluvial, inspirado en Piper (Alan Barillaro,
2016) y el naturalismo, para que tuviera una apariencia de
artesanía. El resultado es una audiovisualidad envolvente
que se distingue de las animaciones convencionales y que
podría relacionarse con el impresionismo en el cine.
Zilbalodis buscó convertir la mirada del gato, y la de la
cámara, en una experiencia inmersiva para la audiencia. Esto
resultó en una simplificación narrativa en la cual no actúa
el mecanismos de la fábula o el esquema de develación de un
misterio. Lo que vemos es un cambio repentino del medio que
desata una suerte de river picture. Un gato vaga
entre encuentros y desencuentros con un grupo de perros, un
capibara, un ave, un lémur y una ballena. No estamos ante un
arquetipo. Es un proyecto de reducción del mecanismo
antropomórfico de la fauna en pos de un realismo en el que
el carácter de cada animal es arquetípico porque procura ser
representativo de cada especie. Los protagonistas son
coreografías de cuerpos y maullidos que evocan a sus
referentes del universo animal. Son individualidades que,
como el gato y el perro, plantean contrastes que nos
alientan a descubrir sus experiencia y aprendizajes de
adaptación a nuevos entornos. Felino y canino despliegan las
conductas de individualidad y colectividad, respectivamente,
sin plantear analogías, muy explícitas al menos, con lo
humano. El miedo movilizador del gato es, por llamarlo de
una forma, inherente a su condición.
La guía de estilo de Léo Silly-Pélissier, director de
animación, establece que el eje de Flow consistía
en evocar el lenguaje corporal de los animales, a partir de
un enfoque documental de sus comportamientos, y plantear
cómo serían sus interacciones y reacciones en un entorno
postapocalíptico. A pesar de ello, la lectura del filme se
ha encontrado con el bagaje de la mitología entre algunas
audiencias. Si bien la atmósfera fluvial fue idónea para
desarrollar el tema de manera creíble, sus elementos están
inevitablemente ligados a las parábolas de la tradición
judeocristiana. La inundación es la huella de un aparente
diluvio; la barca del capibara, una vía de sobrevivencia que
podría remitir al arca de Noé. Si la intención era alejar a
los personajes de estos constructos pudo ser pertinente
proyectar otras formas del ecosistema poshumano y, también,
amplificar la construcción, de antemano lograda, del sonido
ambiente en lugar de las composiciones musicales. Sin
embargo, el agua implica una puesta en situación plena de
sentido. Es, más allá de las simbolizaciones, el elemento
que gozaría de inminente ubicuidad en una eventual era
geológica derivada del antropoceno.
Flow remite a dos de las condiciones originarias
del propio cine: la experimentación con la técnica y la
fascinación por el movimiento. Uno de los rasgos evidentes
de su visualidad es que la nitidez de sus texturas es
distinta si comparamos la apariencia de los animales con la
de los ambientes. En contraste con el estilo hiperrealista
de Piper, o de Ga'Hoole (Zack Snyder,
2010) y las recientes entregas de la franquicia de los
leones parlantes, el pelaje de los personajes no es tan
realista en comparación con los efectos de luz en el bosque,
la arquitectura y, sobre todo, en el agua. Pareciera que
estos seres en busca de sobrevivencia son aperturas hacia
una experiencia del movimiento en un entorno
inexplicablemente deshabitado.
Zilbalodis pudo prescindir del
relato, pero acudió al temor del gato, a las incidencias y a
la música para acercarse al mayor público posible. Sin
embargo, en el desarrollo del filme palpitan momentos
equivalentes a la recreación de los relieves arquitectónicos
de Venecia cuando los Lumiere habilitaron una cámara en una
góndola o al desborde óptico del videojuego first person.
El realizador lituano experimentó con el repertorio de
variaciones lumínicas del programa Eeve de manera análoga a
los ejercicios con lentes de un George Albert Smith
(1864-1959) al tiempo que exploró el espacio profundo como
los animadores de Las aventuras de Tin Tin (Steven
Spielberg, 2011) con menos recursos.
Estos ejercicios con las herramientas de animación enfatizan
los reflejos de luz, las variables de las sombras, las
sensaciones de textura o los efectos de profundidad que
remiten al neoimpresionismo del cine contemporáneo que, por
ejemplo, tiene un caso ejemplar en el abordaje del paisaje
en El viejo y el mar (1999), de Aleksandr Petrov.
En varios planos, los animales viajeros están enmarcados por
el sol, se convierten en contornos a contraluz o se
proyectan en reflejos variados. Son lugares y criaturas de
luz y sombra que brindan las imágenes más memorables y
memorizables del filme por su estirpe pictórica. Flow
es también una película sobre la luz.
Uno de los aspectos más destacados, que paradójicamente
implica un mecanismo antropomórfico, es el diseño sonoro.
Éste posee una genuina integración de las piezas musicales,
compuestas por Rihards Zaļupe y el realizador, y los sonidos
del entorno con el movimiento de las imágenes que recuerdan
la riqueza de paisajes y vibraciones acústicas de Eo
(Jerzy Skolimowski, 2022); otro filme, por cierto, que
relata una odisea desde la perspectiva de un animal.
Flow podría apreciarse como una interlocución entre
ambientes y atmósferas porque aprovecha tanto la potencia
realista del tratamiento documental del sonido como los
efectos rítmicos y dramáticos de la música. La acústica del
ambiente se impone en secuencias como aquella en que irrumpe
la marejada que lo arrastra todo. La atmósfera tiene
momentos formidables como el redescubrimiento de lo urbano o
los instantes de anomalía, tan inexplicables como la
presencia de las esculturas de gatos, que ofrecen mínimas
alusiones a situaciones que bordean lo irreal.
En la búsqueda de una suerte de cine puro detrás de una
anécdota mínima, el gato no es un protagonista convencional.
Es un punto de vista y un proceso. El primer efecto se debe
a que su mirada nos introduce en el mundo allí representado,
con sus incertidumbres y sus peligros, para revelar un
entorno cambiante y desafiante como catalizador de la
inteligencia de cada criatura. Después, se trata de un
proceso porque advertimos la manera en que la individualidad
se desvanece ("Flow away", dice un tema de la banda sonora)
en la colectividad. Zilbalodis ha sugerido que esta
película aborda temas como el individuo, la
sociedad y la integración, lo cuales resolvió con impecable
simplicidad visual en el motivo del reflejo, pero ha
enfatizado el rol de la cámara y el escenario para producir
la impresión de presencia. El tratamiento que brinda a las
22 secuencias posee una dinámica cuya duración abarca el
plano detalle, el cual nos identifica con un protagonista, y
el plano general, que nos recuerda la inmensidad del
paisaje. Esta interacción evidencia que el realismo no está
en el relato, sino en el ambiente. Se trata, de nuevo, de un
hábitat en sucesión que trata de liberarse de la cultura más
allá de que un gato, un capibara o un ave aprendan a
manipular el timón de un bote o a reconocerse individual o
colectivamente en su propio reflejo.
El discurso de Flow, antes que acercarse a la
fábula convencional, parece aproximarse al sencillo montaje
documental de Anima Mundi (Godfrey Reggio, 1992)
porque alude a la inteligencia de la naturaleza. Ambos
trabajos, además, podrían estar conectados por un proyecto
más profundo que consiste en descentrar a la humanidad;
sacarla del campo visual del cine. Ambas realizaciones son
síntomas que coexisten en un tiempo en que la conciencia del
impacto humano sobre el medio ambiente es objeto de intensa
disputa ideológica, política y económica a pesar de las
evidencias del deterioro. El multipremiado filme del
reciente festival de Annency no parece perseguir la metáfora
de lo humano a través de una odisea ambiental en clave de
bestiario, sino que podría apreciarse como una celebración
de los aprendizajes de la sapiencia animal cuando se
despliega como capacidad de adaptación al entorno y a sus
ocupantes en un mundo en donde el agua, que es el origen,
siempre descubre maneras de fluir.
Flow
Letonia, Bélgica,
Francia, 2024
Dirección: Gints
Zilbalodis
Guión:
Matīss Kaža, Gints Zilbalodis.
Fotografía:
Gints Zilbalodis.
Música:
Rihards Zaļupe, Gints Zilbalodis.
Producción:
Matīss Kaža, Gints Zilbalodis, Ron Dyens, Gregory
Zalcman para Dream Well Studio, Sacrebleu Productions,
Take Five.
Película sin diálogos
APTA +6
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