De manera similar a Meek´s Cutoff, el séptimo
largometraje de la directora de Old joy (2006) nos
enfrenta con la incertidumbre del paisaje. En aquella
entrega, las rocas repletas de dibujos realizados por indios
cancelan la visión del horizonte y producen una vacilación
al convertir el desierto en una atmósfera; acá, la densidad
del bosque y la oscuridad de las expediciones nocturnas
ejercen una sensación similar mediante un ambiente
fotografiado por Chris Blauvelt. Por otra parte, tanto Emily
como Cookie participan en una caravana en la que se
distinguen de la mentalidad del resto de los viajeros.
Finalmente, ambos filmes son sugestivos ya que sus elementos
reveladores son implícitos. En el caso de First cow,
esta irresolución posibilita la exploración metafórica del
relato. Por ello, el prólogo sobre el arribo de un buque en
la era actual hace pensar que éste podría catalizar un
cambio similar al que provocó la llegada del ferri que
transportó a la primera vaca de Oregon a principios del
siglo XIX.
Un tema en que ambas producciones convergen es el hecho
antropológico del encuentro con el otro. Sólo que cada filme
apuesta por un tratamiento distinto de dicho tópico. En la
entrega de 2010, Emily y Meek desatan un pleito sobre qué
deben hacer con el nativo que han capturado. Sobre esa base,
Reichardt construyó un personaje complejo que desempeña un
rol civilizador a partir de la inmensa curiosidad de una
mujer por comprender al extraño que ella descubre por
primera vez. Así, Emily alecciona con el ejemplo a un hombre
dominado por prejuicios y, sobre todo, por el miedo que
siente ante nativos que simplemente desconoce a pesar de que
se vanaglorie de numerosas hazañas contra ellos. En
First cow, ocurre un repentino cara a cara entre los
protagonistas en el que Cookie simplemente inicia una
conversación. En ambas historias, el tema de la alteridad
conduce a una subversión de temáticas propias del
western que va de la feminidad civilizadora hasta una
masculinidad que opta por la amistad y que toma los
recipientes de cocina en lugar de las armas.
Cookie y King-Lu no luchan por territorios, ni buscan
tesoros. Son dos sobrevivientes en la infancia del
capitalismo inspirada por las ilustraciones de vaqueros de
Frederic Remington. Como dice el cantonés, saben que todos
están allí porque quieren "ese oro blando". Tampoco se trata
de dos forajidos. Son dos foráneos que procuran salir
adelante con base en una rutina metódica y silenciosa que
consiste en robar poco a poco una riqueza impensable
conformada por algunos litros de leche. Esta versión del
outlaw (el personaje fuera de la ley) encarnada por
ambos es uno de los numerosos giros con los que Reichardt
logra el mérito de repensar convenciones del western.
Para lograrlo, sólo se propuso relatar la amistad de dos
hombres que provienen de lugares diferentes y que aceptaron
y ayudaron mutuamente. Hizo del apego el motivo para
construir un dúo de personajes tan entusiasta como esa
música, ideada por William Tyler, que rescata los habituales
timbres y arpegios de cuerdas del género de vaqueros, pero
con tonalidades de vibrante curiosidad.
Con base en esa
premisa, First cow funda su expresividad en la
interacción entre la incertidumbre del bosque y la mirada
íntima de la anécdota. Paisaje y personajes articulan una
especie de conflicto sugerido. El bosque encarna un mundo
hostil poblado de buscadores, nuevos terratenientes y
heladas. Afuera subyacen esos peligros; adentro, la
intimidad de los amigos. Cookie y King-Lu son personalidades
complementarias que se brindan protección. Uno es amable y
reservado. Se preocupa por un extraño en medio del bosque o
por un bebé en la cantina. Portador de un espíritu
doméstico, cocina y es servicial. El otro es elocuente y
pragmático. Emprende sus ideas y ve con entusiasmo el
entorno porque sale a enfrentarlo. Caminante del mundo,
construye y es productivo. Uno hace cosas; el otro las
piensa. Uno cree que Oregon ya es viejo y el otro lo ve como
una novedad.
La caracterización tiene una peculiaridad que constituye un
mérito del guión de Kelly Reichardt y Jon Raymond con
epígrafe metafórico de William Blake ("El pájaro, un nido;
la araña, una tela; el hombre, la amistad") que también
aparece en la novela de origen: sus protagonistas son
personajes planos, pero nunca estereotípicos. Más aún,
Cookie y King-Lu están expandidos en otros interlocutores
que también escapan a las caracterizaciones de fórmula: el
Jefe de Factores es confiado, delicado y nostálgico ("¿Qué
clase de mujer es él?", dice King-Lu luego de conocerlo);
hay un jefe de tribu indígena que integra la peculiar clase
cosmopolita de la ciudad; otros nativos son pragmáticos o
solidarios, y acompañan a los protagonistas en una
persecución muy afín al género, aunque también con variantes
en su resolución. Un momento que, por cierto, nos recuerda
que la ganadora del Premio del Jurado del Festival de
Sundace en 1994 por River of Grass puede
recodificar un esquema genérico al mismo tiempo que
preservar aspectos esenciales del mismo (como ese duelo
final implícito entre Emily y Meek). Por ello, la directora
pudo aproximarse al tema de la masculinidad, esencial en el
western, y darle un viraje al conectarlo con el
ideal ético de la alteridad de Emmanuel Lévinas (la
protección del otro). De allí la relevancia del contraste
entre dos grupos de personajes, nunca complejos, por los que
las masculinidades estereotípicas del western (los
expedicionistas, lo bebedores, el capitán, el sirviente)
ponen bajo peligro a los ya civilizados.
La sencillez de los personajes, que se emparenta con la nula
grandilocuencia del relato y de la imagen en formato
académico, también está relacionada con los pocos incidentes
que podrían bordear en la inverosimilitud de la recreación.
En una región que no es para las vacas ni para los hombres
blancos (como dice un apostador en la cantina), y que fue
documentada por todo el equipo de producción, es difícil
aceptar que Cookie haya sobrevivido en su ruta de Maryland a
Oregon luego de trabajar en expediciones con sujetos ebrios
o armados, o de velar por la seguridad de un bebé en una
riña de saloon. Esta codificación desde aquello que
la teoría de los géneros del cine ha llamado como
masculinidad suave (Steave Neale) se opone al imaginario del
género. Sobre todo, se confronta con el peso de un acervo
histórico de secuencias de violencia ritual encabezadas por
hombres. De alguna forma, en First cow los
personajes son planos porque el entorno es complejo.
Reichardt resuelve la deriva de lo poco creíble con una
resolución del relato que apunta hacia posibilidades nunca
definitivas: la imagen circular que conecta principio y fin
mediante temporalidades diferentes.
Los pasos constituyen un motivo visual recurrente en
First Cow. En distintos momentos, vemos las botas de
Cookie como luego lo haremos con las de King-Lu. Los pasos
llevan a los descubrimientos. Así ocurre el primer encuentro
del cocinero con la vaca. No obstante, los pasos también nos
conducen a mirar el territorio. Suelo cubierto de hojas, de
hogueras, de hongos y de cosas enterradas. De algún modo,
los amigos son pepenadores en una región con un temperamento
ajeno al de ellos. Son dos extraños, y extranjeros en aquel
Oregon, que buscan fundamentalmente un lugar para emprender
anhelos: una granja o un hotel con una panadería. Cookie y
King-Lu andan detrás de un ideal que acaso no encontrarán y
que podría constituir, como el nido de los pájaros, un
hogar. Al caminar y pepenar detrás de ese proyecto doméstico
quizás no alcanzaron a descubrir que lo constituyeron al
estar el uno al lado del otro.
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