Esther (Zainab Jah) y Sylvia (Jayme
Lawson) rencuentran a Walter (Ntare Guma Mbaho Mwine) en
Nueva York después de diecisiete años. Madre e hija han
dejado Tanzania para reintegrar a una familia que tuvo que
separarse por la guerra civil en Angola. Ahora el hombre
debe resolver qué hacer con los afectos que ha emprendido en
Estados Unidos mientras que la joven se refugia en el
Kuduro (un estilo de baile) y la mujer intenta
establecer los rituales domésticos y religiosos que
realizaba en África. Conforme descubren quiénes son tanto
tiempo después, la incomunicación llega a tal punto que cada
cual experimenta aisladamente las dificultades de adaptarse
a un entorno ajeno y, sobre todo, a una nueva vida familiar.
Farewell Amor es el primer largometraje de Ekwa
Msangi-Omari (California, 1980). Estrenado y galardonado en
el Festival de Cine de Sundance (2020), el filme coproducido
y exhibido por MUBI es una nueva aproximación al tema de
Farewell Meu Amor (2016), uno de los cortometrajes de
la también directora de la webserie All my friends are
married (2016). Además de colaborar nuevamente con
Huriyyah Muhammad como productora, la realizadora, escritora
y productora afro-estadounidense contó con apoyo del Tribeca
Film Institute y trabajó con un reparto enteramente
profesional que reunió la experiencia de Ntare Guma Mbaho
Mwine y de Zainab Jah con el afortunado debut de Jayme
Lawson (ahora en el rodaje de The Batman, 2023).
Al abordar a personas en situación de migración, la
propuesta de Ekwa Msangi recurre a un enfoque humanista. El
argumento no aborda la faceta política del tema a pesar de
un par de planos que muestran una fotografía de Barack Obama
en el departamento de Walter. Más bien, el guion renuncia a
la tendencia a producir representaciones grandilocuentes,
casi siempre bajo la forma de una lucha, de personas o
comunidades afrodescendientes. La cineasta aborda dilemas
íntimos que evidencian cuán insuficientes resultan la
presencia y la proximidad de los seres queridos si no existe
comunicación. En Farewell Amor interesa más la
exploración interiorizada de las emociones debidas a la
experiencia de habitar un lugar extraño y a la coexistencia
con una nueva familia paradójicamente conformada por
personas con lazos consanguíneos.
Para sumergir al espectador en la sensación del desarraigo,
Ekwa Msangi, quien fue llevada pro su padres a vivir en
Kenia cuando tenía 5 años, ensambló una especie de tríptico
mediante el aislamiento del punto de vista de cada
protagonista. La polifonía del filme tiene el mérito de
crear un lenguaje audiovisual para cada personaje. Con
Walter predomina el espacio amplio y la relativa estabilidad
de la cámara; Sylvia implica movilidad y inestabilidad del
encuadre; finalmente, Esther es un universo de elipsis que
aceleran y fragmentan el relato. Cada perspectiva brinda
revelaciones diferentes. El filme nos sumerge en distintas
percepciones de una misma experiencia: sería más correcto
decir que una misma vivencia multiplica las experiencias de
acuerdo con la persona que las percibe.
Al interesarse en la interioridad de los personajes, el
filme vuelca sus recursos más significativos a los mundos
interiores de la familia fragmentada. Tanto la
caracterización como la sonoridad son coherentes con este
propósito. Walter baila Kizomba, el cual simboliza
un vínculo profundo entre sus practicantes, mientras que
Sylvia practica un estilo de hip-hop llamado
Kuduro, considerado como contestatario. Esther reza a
cada rato o imagina que lo hace en una liturgia que
pareciera constituir un fondo sonoro. En distintos momentos,
los personajes son aislados acústicamente, en una genuina
audiovisión cinematográfica, mientras bailan para que
atestigüemos instantes decisivos de sus dilemas de
identidad.
Una de las sensaciones más entrañables del filme es la
extrañeza establecida entre los personajes. Si bien Walter
ya se ha adaptado al idioma extranjero, a los riesgos de
padecer violencia por su origen africano y a vivir en un
departamento pequeño y ruidoso, el arribo de su familia
provoca que el chofer viva una segunda extranjería. Sylvia y
Esther también se encuentran con dos extraños: un país en el
que nunca dejarán de ser forasteras y un hombre que ya no
ora en las comidas y que no acude a las misas. La
sensibilidad de Farewell Amor reside en su ánimo de
representar el proceso migratorio y el trance cultural al
abordar un universo familiar como un lugar de otredad. Aun
en la convivencia estrecha que propicia una vivienda
reducida, madre, hija y padre se desconocen mientras
descifran la ruta para reencontrarse.
Farewell Amor evade la tendencia a convertir en
espectáculo la condición de los africanos desplazados
forzosamente porque omite la violencia. Es evidente que Ekwa
Msangi ponderó un balance entre las situaciones favorables y
desfavorables que es visible, incluso, en la tensión final
mediante el intercalado de dos sucesos simultáneos
significativos. No obstante, la poética humanista de la
directora, quien vivió parte de su vida en Kenia, ofrece un
estilo con algunas huellas de un realismo idealista que se
olvida por momentos de la hostilidad que viven los
personajes y del trasfondo de género que afecta a Esther. En
algún momento, el padre explica a su hija cuál es el código
que debe seguir para librarse de la violencia de la gente
blanca como también justificará, ante su esposa, ciertas
decisiones, como hombre, en la necesidad de sustento
emocional. A pesar de este optimismo, el filme sostiene su
verosimilitud pues fue pensado bajo una ética
representacional orientada a despolitizar a los migrantes,
según señaló la propia cineasta en distintas entrevistas.
Poco después de la llegada de Sylvia y Esther, la familia
acude a una misa dominical. La madre disfruta y canta
elocuentemente mientras que padre e hija muestran
incomodidad y asombro. Esta secuencia podría parecer
insustancial; no obstante, una de las búsquedas del guion de
la realizadora seleccionada por el Berlin Talent Campus
(2016) fue romper con los clichés que caracterizan al cine
de Hollywood (incluido el sector conocido como
independiente) cuando se ocupa de la cuestión
afrodescendiente. Con una disposición escénica más
convencional que Fences (Denzel Washington, 2016) o
La madre del blues (George C. Wolfe, 2020),
Farewell Amor no enfatiza el relieve dramático de sus
personajes, sino que lo equilibra en un registro más próximo
al de Luz de luna (Barry Jenkins, 2016) y, por
encima de todo, lo aleja de espectáculo con reparto de
star system y del repertorio común. El episodio de la
parroquia podría constituir una nota al pie (un guiño casi
metafílmico) sobre los estereotipos de africanos en Estados
Unidos no sólo por el perfil de producción del que se
distingue, sino porque evita los atuendos coloridos, los
géneros musicales y las caracterizaciones exageradas. De
allí la relevancia de que África, particularmente Angola y
Tanzania, esté fuera del campo visual y que sea sugerida con
palabras, actitudes y gestos.
Cine de impresiones emotivas y de tránsito entre
subjetividades, Farewell Amor ofrece una historia
que fluye, a pesar su forma polifónica, sin olvidarse de las
posibilidades de significación del cine. En distintos
momentos, Sylvia, Esther y Walter aparecen en al menos un
plano en que sus caras desenfocadas se definen cuando entran
a la zona de nitidez de la cinefotografía de Bruce Francis
en una suerte de metáfora del descubrimiento de su situación
identitaria en un entorno desconocido. Estos sencillos
apuntes visuales develan la intención expresiva de un relato
en que los personajes dicen adiós al terruño y,
especialmente, a la persona amada que alguna vez conocieron.
Todo ello para aventurarse, en la deriva entre idiomas e
identidades, a reaprehender a sus afectos.
Ficha
técnica:
Título original: Farewell
Amor
Año: 2020
Duración: 101 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Ekwa Msangi
Guion: Ekwa Msangi
Música: Osei Essed
Fotografía: Bruce Francis Cole
Reparto: Sanjit De Silva, Majah Hype, Zainab Jah, Jayme
Lawson, Brandon Lamar, Joie Lee, Memo, Nana Mensah, Ntare
Mwine, Maren Scott, Marcus Scribner
Productora: Jhumka Films
Género: Drama | Familia |