Animal y montaña. El cerro
omnipresente que escudriña por ventanas y puertas. El verdor
inacabado, mas distante e inmenso, de la textura de su lomo
de gigantesco perro agazapado. La montaña que parece
perseguir la mirada sin importar que ésta se mueva; la
gigantesca masa, siempre visible, que va por detrás del
pueblo y del vaquero, aunque se oculte en la sombra de una
caballeriza íntima. Montaña y animales; prominencia
silenciosamente colérica. Gente de la montaña y, también,
por debajo de ella. Hombres educados como fieras por
simuladas pedagogías de la crueldad. Animales atados a una
soledad que los vuelve diminutos mientras los carcome la
tristeza de una compañía tan anhelada como impensable.
El iracundo Phil (Benedict Cumberbatch) y el prudente George
(Jesse Plemons) administran un rancho en una región apenas
poblada de Montana en la década de 1920. El primero, alguna
vez educado en Yale, ejecuta el rol del vaquero líder de una
manada de trabajadores siempre en la memoria de su mentor
difunto Bronco Henry; el segundo es un ranchero sigiloso,
sereno y pulcro que trata amablemente a las personas y,
especialmente, a las mujeres. Los hermanos Burbank
sobrellevan su relación hasta que Phil se burla de la
personalidad delicada del joven Peter (Kodi Smit-McPhee)
mientras éste ayuda a servir mesas. La disculpa que George
ofrece a Rose (Kirsten Dunst), la madre viuda del chico
humillado, establece un vínculo que los lleva al matrimonio.
Mujer e hijo se instalan en la casa de los terratenientes.
En un entorno de montañas omnipresentes, Rose lidia con la
creciente cólera de Phil mientras que Peter comienza a
dilucidar el temperamento del hombre que dificulta la
estancia de la nueva familia.
En la primera irrupción de Phil en El poder del perro,
la cámara de Ari Wegner (Lady Macbeth, 2016)
acompaña sus pasos desde el interior de la casa. La silueta
enérgica se desplaza de una ventana a otra en un horizonte
de cerros. Allá, afuera, el vaquero luce diminuto. En el
espacio exterior descubrimos cómo se impone la magnitud de
la sierra. Personas, animales, casas, autos y trenes parecen
figuras pequeñas y vulnerables gracias a los planos
generales que registran el ambiente. El pueblo todo es un
ser minúsculo. La omnipresencia de las montañas brinda algo
más que el ambiente de un drama: evoca simbólicamente un
conflicto íntimo que es, al mismo tiempo, individual y
colectivo; como si el paisaje fuera una metáfora del orden
convencional que condiciona a todos los habitantes.
Doce años después de su más reciente largometraje, y tras
dirigir a Holly Hunter y a Elisabeth Moss en la miniserie
Top of the Lake (2013), Jane Campion (Nueva
Zelanda, 1954) vuelve a las salas de cine con una adaptación
de un libro de Thomas Savage. Como ella misma lo ha
sugerido, al abordar el tema de los deseos reprimidos,
El poder del perro tiene vínculos con la película por
la que ella fue la primera mujer que recibió la Palma de Oro
en el Festival de Cannes: El piano (1993).
Las conexiones entre estos trabajos abarcan desde la
semejanza de sus protagonistas y el entramado audiovisual
entre paisaje y personajes hasta las secuencias
cuidadosamente detalladas. En contraste, la nueva entrega de
la también antropóloga por la Universidad Victoria de
Wellington tiene como eje, por primera ocasión, a un
protagonista masculino.
Al situar el relato en la etapa fundacional de una
población, el guion de Campion incluye la recreación
minimalista del antiguo oeste. Una casa y una caballeriza
aportan elementos suficientes para que el montaje calculado
de Peter Sciberras (El rey, 2019) explore temas
visuales similares con variaciones mínimas. Con ello revela
la compleja intimidad de una trama en cinco actos
articulados simbólica y simétricamente. Cada episodio está
resuelto como una progresión tonal que aporta nuevos
detalles de los objetos y de los espacios. Un banjo, una
montura de caballo o un pañuelo son gestos metonímicos de
una historia de vida que parece revelar por qué el rabioso
Phil se transforma cada vez que se encuentra en el interior
oscuro del establo o en algún riachuelo fuera del alcance de
la montaña. Animal rústico, el vaquero lidera a su manada
ante los ojos de la comunidad, pero toca el banjo, como
lamiéndose las heridas, cuando acude a la sombra para
rememorar la pérdida de un hombre querido.
De la mano de un reparto de
realismo equilibrado en el que Cumberbatch actúa como un
espacio sombrío contrastado con los personajes de Dunst,
Plemons y Smit-McPhee, Jane Campion se interesa más por
observar las caracterizaciones de los roles masculinos y el
modo en que envuelven a una mujer sin alternativas. El
poder del perro no busca distinguirse del imaginario
fundacional del western para recodificarlo, como
sucede por ejemplo con el cine de Kelly Reichardt (Meek's
Cutoff, 2010;
First cow, 2020), sino que analiza la forma en
que su cultura ha construido los roles y los espacios. Como
si estuviéramos ante la escena en que Peter desmenuza a un
conejo, la autora de Bright Star (2009) propone una
disección del género a través de una escrupulosa observación
de masculinidades (en plural). Se trata de una aproximación
a una de las temáticas esenciales del cine del oeste que no
sólo evidencia la manera en que la mirada masculina
hegemónica ha simplificado el temperamento de las mujeres,
sino incluso el de los hombres. Por ello, el guion apuesta
por la complejidad y despoja a los personajes de categorías
morales y de rasgos de género estables. Además, añade
intimidad a las emociones, el cuerpo y la morada del
cowboy para distanciarlo tanto del arquetipo como de
los estereotipos y presentarlo como un individuo irrepetible
en cualquier otro contexto.
Dado que la filmografía de Jane Campion ha ganado prestigio
desde que se aproximó a la vida de la escritora Janet Frame
con An Angel at My Table (1990), es aconsejable
mirar su más nuevo proyecto en perspectiva para descubrir
algunas constantes que reinterpreta con cada entrega. La
expresividad del silencio, la tensión atmosférica del
paisaje o la idea de un viaje interior, que también puede
irrumpir como una expedición exterior, reaparecen en El
poder del perro un tanto transformados si recordamos
que el punto de vista del relato es el de un joven que se ha
instalado en un nuevo hogar con su madre. La llegada de Rose
a la tierra de los Burbank es como el principio de un éxodo
que posee un eco lejano del personaje emblemático de Lilian
Gish en El viento (1928). Si en la película del
actor-director Victor Sjöstrom una joven confronta la cólera
de un hombre que plantea la simbiosis de temperamento y
naturaleza en las borrascas de una región inhóspita, la
protagonista creada por Kirsten Dunst se encuentra atrapada
entre la metáfora del paisaje (la dimensión simbólica de la
montaña) y el comportamiento de los personajes (la dimensión
realista) en una tensión constante con una mentalidad
opresiva y opresora convertida en atmósfera cinematográfica
(con todo y el silbido de Phil o el background
sonoro de Johnny Greenwood).
La puesta en perspectiva no puede dejar de lado, una vez
más, la referencia inagotable de El piano, una
película intensamente reivindicada en el presente por su
mirada a la potencia femenina a través de la emancipación
del deseo de Ana (Holly Hunter). Sólo que ahora se trata del
apetito de Phil: un hombre que transita por las faenas
agotadoras del rancho sin el más mínimo aseo o sin guantes
que lo protejan de heridas o enfermedades; un discípulo del
aparentemente fiero Bronco Henry que instruye desde las
pedagogías de la crueldad (en alusión al concepto de Rita
Segato). Sin embargo, su adoctrinamiento parece más bien un
disfraz pues, de vez en vez, se despoja del sombrero para
sumergirse a solas en un río en el que parece preocuparse
por el cuidado de su cuerpo y de sus afectos. Todo ello sin
dejar de lado que porta un banjo en vez de un arma y que
riñe con sus propios caballos o con un jovencito cuya madre
asume como indefenso.
Para construir un universo coherente y contrastado sobre
masculinidades, hacía falta un cuidadoso estudio de las
corporalidades y, sobre todo, de los registros gestuales y
verbales del equipo de actuación. Por ello, la escritura de
Jane Campion tuvo el mérito de idear parlamentos
significativos y situarlos en las voces más idóneas según su
temperamento. Bronco Henry, dice Phil en alguna escena, “me
enseñó a usar los ojos de una manera que otras personas no
pueden”. En esta frase hay un profundo sentido de soledad
que contrasta con el momento previo en que George confiesa a
Rose que, gracias a ella, puede vivir la posibilidad de no
estar solo. “Quería ser como tú”, afirma Peter, en otro
momento, cuando ha comprendido que era preciso explorar el
alma de la montaña para derribar las convenciones que
oprimen a los diferentes. Quizás fue por ello que el chico
pudo cabalgar y, sobre todo, mirar la sigilosa rabia del
paisaje mientras buscaba la felicidad de su madre.
Ficha
El poder del perro
Título original: The Power of the Dog
Año: 2021
Duración: 128 min.
País: Australia
Dirección: Jane Campion
Guion: Jane Campion.
Novela: Thomas Savage
Música: Jonny Greenwood
Fotografía: Ari Wegner
Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten
Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Frances
Conroy, Keith Carradine, Geneviève Lemon, Peter Carroll,
Adam Beach, etc
Compañías: Coproducción Australia-Reino Unido-Nueva
Zelanda-Canadá; See-Saw Films, Cross City Films, Max
Films Productions, BBC Films, Brightstar Films, New Zealand
Film Commission. Distribuidora: Netflix
Género: Western. Drama | Drama psicológico.
Homosexualidad. Años 20 |