Hacia el final del ensayo (minuto quince), el espectador ya observó
distintas convenciones fílmicas: escuchó, con grito y sirena, el terror
de la sangre sobre la nieve; conoció los nombres, las ideas y las caras
de los bailarines; vio un monstruo Adidas de cuerpos masculinos; exploró
la riqueza expresiva de un plano secuencia en el que la cámara, como
ocurrió con Pina (Wim Wenders, 2011), adaptó sus movimientos y
sus límites a los lenguajes de la danza en una coreografía contemporánea
que aprovechó las entradas y salidas del campo visual en diez minutos en
que el cine y la danza se enriquecen mutuamente. Otros códigos se
sumarán en adelante en una combinación de elementos nunca definitivos de
uno u otro género, y en citaciones quizás no tan necesarias de colores,
texturas, motivos de momentos coreográficos (Possession y Suspiria),
escenas límite del cuerpo (Querelle y Saló o los 120 días
de sodoma) o percepciones oníricas (El perro andaluz e Inauguración
de la cúpula del placer).
En contraste con el remake que Luca Guadagnino (Llámame por
tu nombre, 2017) hizo de Suspiria (2018), otra película
recién estrenada que se aproxima al mundo de la danza, Clímax no
explora a fondo los elementos de un género ni da un nuevo contexto a sus
referentes. Ambas producciones plantean una relación entre danza y
colectividad. La reciente aproximación a la idea original de Dario
Argento lleva a sus dos personajes centrales (Sara y Suzie) a un Berlín
dividido, tipográfico, gris y asediado por la banda Baader-Meinhoff para
entrar de lleno al género de terror mediante el subtema de las brujas.
Allí la danza es ritual de iniciación o, incluso, literal hechicería que
encaja mejor con la idea de la maldad colectiva como una suma de
pequeñas maldades (Hannah Arendt). En cambio, Gaspar Noé alude a la
danza como interacción entre personas diferentes que logran igualarse
por un momento; una heterogeneidad en armonía como la que procuró con la
diversidad híbrida de su propia película.
Como forma fílmica, y a la manera de un reflejo de su asunto temático, Clímax nunca
termina de ser. Su propuesta es la de un ente inacabado. Una ilusión de
logro colectivo por su tema y una ilusión de identidad en tanto cine.
Incluso, como sugiere su primer intertítulo a pantalla completa (Ser
es una ilusión fugitiva / Être est une illusion fugitive),
el proceso del filme está implicado en el producto final, pues la
anécdota de la fiesta caótica fue improvisada por el director y sus
actores a partir de una serie de cortes directos donde vemos que los
personajes conviven y dialogan. Estamos frente a un filme que muestra un
ensayo de danza en el que hubo bailarines profesionales y no
profesionales (otra dimensión de lo inacabado) al tiempo que su puesta
en escena ensaya rasgos de documental, comedia, musical y terror. Un
filme que, sobre todo, es el seguimiento del intento de preservación de
una colectividad que logró la armonía.
Si bien la anécdota de un grupo de personas que perdió el control de una
fiesta parece un pretexto insuficiente para mirarlas bailar en toda una
película, esta producción intencionalmente caótica tiene numerosos
elementos de continuidad. Selva (Sofia Boutella), la coreógrafa
principal, es el objeto de deseo de David (Romain Guillermic) y amiga y
confidente de Lou (Souheila Yacoub). Los tres personajes fungen como
ejes de referencia tanto por sus conflictos o confesiones en pareja como
por sus actos a solas. Los tres son el núcleo de las translaciones de la
cámara hacia el resto de los personajes y sus afanes; los tres son
presentados en secuencias iniciales para desaparecer y reaparecer
constantemente. Selva y Lou, además, tienen una conexión peculiar con el
espacio, pues su paso por los pasillos de la bodega implicará momentos
de transformación de la atmósfera y de la colectividad.
A los personajes nucleares se suma
el trabajo de edición de Gaspar Noé y Denis Bedlow con el que lograron
homologar el setlist de la fiesta en variaciones tonales donde
sonido, luz y color evocan la energía corporal de una danza que va
perdiendo control y ritmo frente a personas que intensifican sus vuelos
con LSD, así como sus conflictos con su propio ser (el macho, la
suicida, el gay inexperto, la adicta, el DJ
antisocial) o con otros (el acosador, la
madre solitaria, la afro racista). El epílogo es ejemplo de coordinación
entre las dimensiones rítmica y emotiva de la banda sonora con la
inclusión de "Angie", de The Rolling Stones, como pretexto para
cancelar la tensión que la película produce desde el momento en que hace
sonar una sirena a semejanza del zumbido introductorio de Irreversible (Noé,
2002).
La tensión es un elemento que, por sí mismo, produce el efecto de
unidad. Todos los comportamientos de la cámara, que en un principio
formaban una alianza con la expresividad de la danza, se vuelven
ambientes permanentemente alterados por la incertidumbre de todo lo que
sucede fuera del campo visual y, sobre todo, por la figura que produce
al emular la rotación de un vinil en una consola. El motivo de la cámara
giratoria está articulado desde que irrumpe sobre la nieve del primer
plano de todo el filme y en la transición al caos cuando la jarra con la
bebida, grabada con un picado como si fuera otro acetato que rueda, es
revelada como el catalizador que daña los cimientos del cuerpo de Babel.
En una de las primeras secuencias de convivencia entre los personajes,
Selva se aproxima a Psyche para elogiar su técnica. La propia cámara
llama nuestra atención sobre el cuerpo blanco, semidesnudo a ratos, con
muslos y pantorrillas de sólido metal, de la actriz Thea Carla Schott y
su cabello rubio con corte a la Louise Brooks (La caja de Pandora,
G.W. Pabst, 1929) y su fisonomía inalterada. Psyche destaca como
artista. Es el punto de referencia para la finalización de la pieza que
el grupo llevará a la gira. Es una individualidad, dentro de su
disciplina artística, que puso su talento al servicio de la
colectividad. A pesar de ello, Psyche también baila sola. Danza sin
mirar a los otros al tiempo que huye de una enamorada que quiere
seducirla. Su comportamiento hace pensar en los gestos de un
individualismo (no una individualidad) que, como el malestar provocado
por la bebida, contagiará al resto de los participantes.
Clímax es una película de percepciones cinemáticas sobre una
fiesta desbordada y sobre la danza contemporánea, pero también es una
plasmación de la diferencia entre la individualidad y el individualismo.
Primero es el anhelo de una colectividad que produjo una creación
felizmente controlada. Una suma de individualidades que logró un balance
significativo. Un ritual de reconocimiento mutuo. Luego es la crónica de
un cuerpo separado en muñones aislados, henchidos de sí mismos,
incapaces de armonizar con los otros. Gente que baila sola para
distanciarse y extraviarse de la comunión de la danza. Impresiones
visuales de un cuerpo colectivo disuelto en ácido. El diente de un
individualismo que enajena a su perpetrador y a la colectividad una vez
que se instala simbólicamente en los ojos de cada uno de sus
integrantes. Aunque la película más accesible de Gaspar Noé es danza por
encima de todo, su alcance temático sugiere las implicaciones de ese
egoísmo que pone al individuo (social o artístico) por encima de la
colectividad.
Clímax - Título original - Climax - Año:
2018 - Duración: 95 min. - País: Francia - Dirección: Gaspar Noé - Guion:
Gaspar Noé - Música: Varios - Fotografía: Benoît Debie - Reparto: Sofia
Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Claude Gajan
Maull, Giselle Palmer, Taylor Kastle, Thea Carla Schott, Sharleen
Temple, Lea Vlamos, Alaia Alsafir, Kendall Mugler, Lakdhar Dridi, Adrien
Sissoko, Mamadou Bathily - Productora: arte France Cinéma / Rectangle
Productions / Wild Bunch - Género: Thriller. Drama | Baile. Drogas.
Thriller psicológico. Años 90 |