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Afrodisíaco para temerarios |
Los arcanos que custodiaban mi mundo se han develado en las voces que derribaron el tabú de los falsos pudores. Mi legado se revela en atributo y apariencia y son las palabras y resonancias los delatores del asco que me sobrevive como una marea, del vértigo que me aniquila y desnuda. Aún no logro dilucidar las incertidumbres que me han anidado. Ignoro cuando urdí el artificio de la ocultación tras las denuncias nefandas de mis acusadores que vertieron sus tragedias en mis heridas, me ultimaron al suicidio de la carne y a la regeneración del pensamiento. Ese extraño arrebato lujuriosamente genial de una sensualidad perversa y atroz, de la divina meretriz es el sacramento. De su inagotable savia el placer que me devora y reanima y de mis derrames sensoriales la gestora. Dolor, no exclusividad de la miseria no presagio de utopías, no bálsamo, ni misteriosa sanación. Es el único encubridor que junto a mí ha permanecido en la zozobra de mi infortunio extenuándose.
Siento a mi espíritu trascendido, de la pesadilla mecánica liberado. Ningún delirio gravita en mi existencia; puedo afirmar sin ambages y mirándote a los ojos, que todo cuanto he vivido, ha sido dilatado por el arco del cinismo. ¿Puedo sentirme culpable de que en mi sangre haya ausencia de falacia? ¿Que esa sensualidad que nace de mi ombligo esencial me haya hecho sublime en el amor y en el odio? He saldado las deudas que he contraído con mi cuerpo. He perpetrado un prontuario de ignominias, cometiendo los actos que la pasión me exigía para reencontrarme en mi pureza originaria. Comprendí que mi sexo es la fuerza interior e íntima, mi sagrada integridad. Es el llamado al linaje y mi reconocimiento. He desacralizado mi carne en un iterado acto de valentía, para encarar las limitaciones que me confinaban, y asesinar definitivamente aquellos fantasmas que me atormentaban en la complicidad del silencio. Días interminables me liquidaban lentamente enfrentándome al espejo, a esa realidad que vivía fuera y tan dependiente de mi; a esa otra que fingía ser yo, a esa otra que me miraba desde el mundo paralelo de los silentes sentidos de las imágenes petrificadas y sin fin. La evocación de mi infancia es la úlcera que jamás he podido suturar, y sospecho que toda esa iconografía que me devuelve a la inocencia hollada, ha sido el referente que me ha regido por el resto de mi vida. Antes de que mis formas se manifestasen con violencia; ya los ojos varoniles me habían descubierto. Tal vez mi cuerpo revelaba lo que yo ignoraba, unos gestos lúbricos que me rebasaban sin saberlo, balbuceos felinos atorados en mi garganta, una acción muscular de furia espléndida, la concupiscente resonancia del gong en mis cavidades, la sabiduría de hembra que hoy me complace. Todo aquello o tal vez
nada, o la simple intuición viril de que toda
mujer es peligrosa cuando es tentada. No te niego que una llamarada incendiaba las fibras de mi carne y de mi sangre; una descarga eléctrica deliciosa me sacudía como una cálida tempestad arremolinada en los recovecos de mis íntimas denuncias. Mi conciencia acusa fervor temprano hacia la efigie derramada de los hombres. Su poder erguido como un gigantesco torbellino. Sus testículos como dos mundos sosteniéndolo, es el ícono de la virilidad que mi memoria ha recogido. Tal vez el miedo al castigo por autentificar el pecado o la rebelión de los sentidos negándose a declinar o solamente el motín de los sentimientos embriagados sometidos a la inhumana castidad, decadencia de alma y ausencia de cuerpo. Quizás por su enigma la oscuridad me atraía poderosamente como un imán anclado al fondo del espejismo, para ocultarme y gozar sin ser sorprendida, para nacer cada vez en esa boca negra de mis torturas, para escabullirme en la asombrosa fascinación que la sensualidad develaba a mis nacientes y desconocidos deseos. Babilonia en el tabernáculo de la concupiscencia. Perversa y prometedora me ungió como su vestal; fui la ritualista de la eucaristía sensual. Sensaciones y emociones me multiplicaban y jamás imaginé que estas serpientes venenosas, inocularían el olor, el sabor, el sentido del placer a cada milímetro de piel y hueso de mi naciente leyenda, envolviendo mi cuerpo en una espiral de histeria. La tentación cuando alborota penetra rauda como el veneno. No hay conventos ni desiertos que le impidan el asedio. A su voluntad se doblegan escrotos y vulvas sin edad. No insinúa su presencia, la impone y ningún antídoto detiene su escalada. Violentamente se incrustó en mi tierna mansedumbre esa zarpa. Mis manos envilecidas por el señorío todopoderoso, aprendieron a empuñar el tronco semencial exultantemente. Al amparo de la penumbra, los monstruos dejaron de ser monstruos convirtiéndose en los guardianes que me acechaban. En ese escondrijo donde furtivamente acudía al llamado del ángel irredento que hundió sus intrigas en el jardín asépalo de mi carne con una profunda caricia de escalofríos. Mis ojos-nariz-boca-piel sin presagios ni sentencias comprendieron que nada que no se te haya dado se vierte sobre ti. Rechazar el lamento de unos labios. El desesperado vacío de unos brazos; impugnar una caricia cuando el alma solitaria busca la sutil alquimia, el único juego dinámico para fundir el universo sensible; es mutilar la gran conquista de SER. Quien descubre que una caricia es el festín de los sentidos, ha descubierto la piedra filosofal del misterioso encuentro humano. Una caricia no condena ni santifica. Una caricia es redención no arrepentimiento. Una caricia es suceso cósmico y detención de todo. Quien acaricia entrega el alma y se encadena. Quien acaricia conoce el delirio y a la calma asciende. Quien acaricia no exige anuencias y concede libertades. Jamás me han abandonado aquellos recuerdos. Presiento que esas vivencias inconscientemente han surgido para posesionarse de mis sueños y demandas. Constantemente en la oscuridad y sus misterios me zambullía; volcando el reloj de arena de mis debilidades, para sentirme protegida de los infames presagios que amenazaban conturbar mi frágil pensamiento. Ya la vergüenza y los temores me han abandonado. He aprendido que en la cuerda de la experiencia se rasga la vida. Y mientras más vivimos, más exigentes y distantes nos tornamos. Hemos perdido esa capacidad de asombro y grito ante las manifestaciones del espíritu. Sofocamos nuestros sentimientos. Nos abandonamos al imperio del ego. Olvidamos que nos debemos al mundo y que éste gravita bajo nuestros pies y se diluye sobre nuestras cabezas. Aunque jamás te hayas conmovido, no debes perder la perspectiva. Los sentimientos deben ser sentidos. Las emociones, deben aflorar sin restricciones. Las sensaciones deben fulminar a la ignavia. Por eso te digo que me sigo asombrando ante los milagros de la vida. La sexualidad es la única odisea que puede ser vivida con legitimidad; he gozado de sus fuentes sin restricciones y he percibido en el deseo las claves de la vida. Más que un despropósito, una infidencia, o una presunción; quiero vomitar todo esto que me rebasa regurgitándose dentro de mí; que se corrompe en el absurdo arrojándome en el cenagal de las elegidas o de las réprobas. Mis expectativas jamás me conminaron al lecho, aunque en el tálamo se han cometido los actos de mi existencia. El mundo me vio nacer, alumbrada por una hoguera de pedernales, en ese caos primitivo donde la vida empezaba, en la anarquía del horno sideral fraguando los destinos y las sangres fusionando. Sobre la desnuda estera que nos aislaba de la dureza y sudor de la tierra; los monumentos del dolor se suicidaron en el entrecruce de la llaneza de mi madre por donde mi cabeza brotó obstinada, para cesar el jadeo y cansancio de mi gestora. En la tierra se derramaron los primeros jugos que me alimentaron. Me desprendí de mi madre-útero en el primer acto de osadía. El agua del Upano acarreada en inmensos poros purificó la vida que se iniciaba. Las manos de una comadrona envolvieron mi cuerpo de nueve lunas con los cálidos lienzos de las hojas de toquilla. El murmullo de los árboles meciéndose sobre el santuario de paja y tierra, el lejano torrente de las aguas lavando la misma sangre de la iterada herida. Las voces ululantes, desgarrantes, crujientes de las nocturnas criaturas. El rostro olvidado de los abuelos asomados al perenne milagro nuevo se juntaron en un intento homérico de celebrar la vida. Intangibles pinceladas de una pintura jamás sometida al arbitrio de las miradas. Ofrecí mi rostro al mundo para que la bofetada de la vida animara mi alma y empezara a latirme el inconformismo; para que el valor se arraigara en el grito de mi conciencia y me permitiera posesionarme de los espacios que he ganado. Sol, aire, montañas y ríos fabularon la magia de los primeros años. El rito de la ayahuasca me acercó al secreto ancestral de los señores superiores del universo a través de los espíritus del fuego, voces flamígeras y estentóreas crepitando en los ecos de la noche. El temor y los atávicos secretos tejieron el mito del guerrero. Collares de tzanzas encadenaron mis pesadillas más allá de los límites de las tinieblas. Yuca y chonta, masticada por los dioses; saliva de jaguar, lluvia y torrentes, entrañas de canela, sangre de guayusa; hilvanarían en mi vientre la fecundidad. Mi Selva, mi universo, mi morada, mi libertad. Garras y colmillos de serpientes y felinos. Desgarros, envenenamientos, mordeduras acechaban en ramadas y plasayacos. Olores y colores vertidos en mi piel. Fui la jaguaresa, la tigrilla, la tagaere, el curare, el Jurumbaino, el Kílamo, el Sangay, la changuina henchida de chontas y palmito, shigras de undurahua, piri-piri,
guayusa, malicahua, naranjo, guabo, pelma, papa china, cuy, armadillo, sajino, capiwara, ríos desbordados, vómito de volcán, pucuna y dardos letales, tahuasa shamánica, plumaje de ave refulgente. El eco de los tambores me late conmocionando las entrañas del pasado. Desde esa víscera pretérita que me embosca con la intriga del misterio; se me aproxima la inexplorada oquedad con sus criaturas sorprendentes. Soy la amazona del seno cercenado, temible y temida. Temeraria suicida del cráter que vomita deyecciones. Inaccesible jurásica de la esfera de los Tayos. De aquella cueva dimensional que el austro devoró. Serpiente devastadora que se oculta en los orificios. Cazadora nocturna, rastreadora implacable de la sangre. En mi linaje se mezclan navegantes, conquistadores. Balsas, ríos, océanos; dardos, flechas y lanzas deletéreas. El miedo, la nostalgia, la incertidumbre, desmoronamientos, crecidas, trampas por la intuición desbaratadas para que la mente no se desgarre en las fauces del dragón que sólo el seso anhela. Mi raza sedimentada por los deslaves volcánicos modeló a las Venus de Valdivia. Gualda leche de chontaduro fecunda a las boas; Svar leyenda a la selva tornó en quimera. Hombres ignaros verdaderamente libres no se corroen con el desmembramiento silencioso de la conciencia y el espíritu. Mi casa está allá, entre los árboles de naranja, guayaba, zapotes. Entre la chacra y el barranco que se desliza hacia el Upano. Mi morada está allá, en mi linaje Rivadeneira: Gertrudis y Temístocles que yacen bajo los
estremecimientos de la cordillera y los deslaves que el llanto del olvido escurre. Aventureros, colonos, fundadores, que vivieron con el espanto del jaguar clavado en la garganta con las serpientes arrastrando y enroscando el veneno. Lodazales, maleza, privaciones, enfermedades. Luz de cigarras y luna majestuosa delatando monstruos de las nocturnas pesadillas. Mi vida se inició allá, con los pies desnudos, envuelta de pelma y sol, olorosa a crisantemos, lirios, margaritas y rosas guabas, papayas, piñas, maracujá en abundancia. Bautizada por torrenciales llantos que el cielo oriental y los ríos desmadrados desbordaron sobre mí. Mi inocencia se quedó allá en el útero que se abrió a siete oasis. Mi tesoro está oculto en el alma cobriza de la canela, al final de los leños que doraron la caña. En las licenciosas pértigas de Río Blanco, Jurumbaino, Abanico polucionando sueños en los tiestos de los lavadores de oro. Mi herencia son mis muertos mis fantasmas, mis momias; las chozas con cabelleras desflecadas y fogones de leña en la tierra. Mi agua mana del ombligo subterráneo de la acequia. Mi herencia barbotea en Juan López, en las tierras que la matriarca del clan preservó; para volver a señalar los puntos cardinales del linaje. Mis cenizas retornarán al alambique de los orígenes. A la explosión que modeló estos valles y montañas. Creo que el mundo de los hombres ha reconocido en mí extremos excitantes de una aventura inolvidable, y se han acercado atraídos por los destellos salvajes de mi aura, que los cautiva poderosamente como internarse en las profundidades insospechadas de las cuevas de Jumandy, para palpitar con la persecución del terror arañándolos el vientre, sorteando estalagtitas y estalagmitas guerreras sintiéndome en la irrespirable oscuridad de sus propios latidos, gimiéndome temores en las entrañas del laberinto. Ni un paso atrás en mis dominios, enfrentados a la lanza del valor para clavarme el pendón del triunfo, propagarme el grito fálico cual neandertal que ha arrastrado a la hembra poseyéndola con salvajismo. Te abro mi alma para que la verdad que me sobrevive sea conocida y no me juzgues ni me justifiques… por lo que he hecho de mi vida y de mi cuerpo. Soy la responsable de todos los actos perpetrados. Soy la estratega silenciosa de todas las historias fraguadas lícita o ilícitamente en el refugio de mi carne. Soy la conspiradora que ha conjurado contra mí misma en un doble juego de aceptación y repudio. La imprudencia me ha arrojado a precipicios sin alma. He retado a la paciencia para forzarme al descubrimiento de las refinadas formas de ascensión al clímax. He soportado la impotencia de mi eje esencial buscando con insistencia el momento y el hombre que me elevaría en esa nube de fuego y desamor. Cortinas de bruma se cernían sobre las fortalezas como una coraza para preservarlos. Mazmorras y pasadizos laberínticos. Leyendas asombrosas de dragones y conquistas. Caballeros buscando el Grial en las entrañas. Mercenarios aplacando sus ardores inguinales. Sangre y semen fluyendo por valles y montañas. Infinitos cruzados con alas de carroñeros, picoteando el triunfo, corrompiendo el encanto. Mi sangre de hembra esquiva y de perturbadores bálsamos carnada eficaz para olfatos cazadores, olor dulce y ferroso latiéndome en los pliegues de la carne, delatándome como hembra en celo, para dejarme arrastrar en la concupiscencia de voraces apetitos. El descubrimiento de mi propio dolor en esas fauces. El abatimiento de mi altivez entre las garras de los predadores. Mi sometimiento al capricho de injuriosas lascivias, tejieron mi alma de odio y venganza, hicieron de mi un maniquí sujeto a los peores agravios. Pese a la debacle que sembró mi camino de cadáveres, jamás fui vencida aunque he sido capturada y torturada. Mi vena inagotable de placer dote de mi naturaleza selvática, de la fibra fuerte de la liana hundida en mis extremidades; del ventral quejido de la espesura extendiéndose, de los rugidos estrepitosos, de las aguas desbocándose, del acecho feroz de fieras encolmilladas y emplumadas, del shamánico ancestro que me late muy dentro, ahí donde el yagé me alucina. Me ha proclamado vencedora de los vencedores. No puede ser más fantástica ni más real la odisea de mi vida. Me estremece esa alteridad sofocada entre laureles y desengaños. Escúchame y no me interrumpas ni en los momentos en que sientas que mi voz se fractura y mi cuerpo se agobia. La noche que mi himen fue desgarrado brutalmente, cuando el ultraje me extravió en el desvarío, cuando las hienas el crimen me clavaron; el encono, la ira, el asco, la náusea no me abandonaron desde entonces. Fueron los primeros sentimientos que fructificaron al abrigo de los requerimientos clandestinos de los casuales amantes que creían haberme conquistado. Con espejismos de pasión impregné mi cuerpo para atraparlos. Desprotegidos, abandonados, ulcerados por el miedo, una vez que se habían confiado a mis ilusorios afectos; una diosa de hielo indiferente, sin reclamos ni expectativas, yacía inamovible en el lecho donde ni mi voz ni mi calor, ni mis labios, ni mis brazos, ni mi pecho brindaban el refugio anhelado después de la tempestad. Mi sardónica risa la ignominia pregonaba. El desprecio hacia esos incautos que probaron mi venganza; fue el flechazo constante para exterminarlos. La burla cruel que ejercía sin dilación al término de sus demostraciones cargadas de arrebatado amor, hería mortalmente sus congestionados sentimientos. Ni súplicas, ni deprecaciones, ni ofertas fabulosas, conmovían mi corazón condicionado para no sentir. He de decirte que nada ni nadie logró destruir mi fortaleza excepto aquella vez en la derrota de mi soledad donde todos los horrores del pensamiento me castigaban. Hastiada, dando tumbos como un guijarro por el despeñadero fustigada por el dolor que me quemaba las entrañas expuse mi desnudez a la voracidad del mundo, me extendí como un abanico y abrí mis rajas húmedas. Una línea interminable hilvanaba el crepúsculo. Las orillas de la noche atrozmente empapadas soportaron el acoso de mis manos. Respiraba los olores del cosmos que vagaban dilatando las ambiciones de mi cuerpo. Me desparramé sin esclavitudes absolví los crímenes de mi fe. Yo con mi desnudez, mi desnudez y yo Abandonada, lasa, con los tormentos sofocados gravitando en un gaseoso sumun de deseos cautivándome con el banquete de mi carne. Mis dedos ágiles y virtuosos se desviaron hacia ese caldero donde barbotean los ríos insumisos que otorgan el poder a las felinas. Apartando el vello se humedecían en las pócimas de Circe. El eje de mis abismos endurecido como un tallo enclavado en el corazón de mis confrontaciones; como una flor despetalada por el viento ebrio me infligía devoraciones deliciosas. Sensaciones extraordinarias me aprisionaban en ese desvarío preludio de las explosiones orgásmicas. Yo, gloriosa hembra de hembras se me antojaba atizarme piras de falos; holocausto y apoteosis ofrecía en mi vagina. Temblaba como cometa encumbrada en el vendaval, afiebrada conturbada por un mar de lujuria, mis ojos se perdían en el cimbrado de las sombras… A contraviento, con el oído presto y la vista aguda, a cualquier sonido del entorno cazador atento, un jaguar de iracunda cópula; la emboscada preparaba para clavar profundamente sus uñas en el espinazo de la víctima. Oteó la noche, olió el viento, husmeó en mi escondrijo… con el extracto de sus riñones marcó el territorio … …desde la distancia explota su energía contenida y se acerca muy despacio… sentí una peligrosa exhalación de frenesí fálico. Fundición de genitales en el vientre del cubil. Macho y hembra derramando sus olores. Una amalgama de sopor y delirio me invadía. como una boa opresora a mi garganta enroscada la sed de mi pasión buscaba alivio para expandirse. Con su agilidad asombrosa el jaguar… de un salto me inmovilizó… y se trepó sobre mí, su abundante pelaje dorado como la llama del fuego en su germinante vasallaje por su espalda poderosa se precipitaba en una relampagueante tempestad. Desde su piel cobriza el chasqui de los bejucos descolgó su salvaje instinto me atronó un selvático rugido, y cruzó sus garras por mi delirante carne. Abierta, sin escándalo, bajo la bóveda agreste del follaje, yo tigrilla-mujer me
incorporé, le restregué mi profundo hueco en las fauces olfateé su felina savia, la lamí, desagüé mis manantiales. El jaguar, me revolcó entre sus patas rugiéndole a la luna. Un intenso olor a mar recóndito como un oleaje lo empapó de mi infusión. Acarició su falo inflamado como una estampida; lamió y relamió su miembro dolorido, cálidos perdigones destilaba ese fusil inmarcesible. Me arrastré y a gatas lo conduje al caos para que nos reinventásemos en los raigones de la exuberancia.
El Sangay vigilaba con su ojo sísmico de coloso inalterable, la lava se fraguaba en el vientre ígneo de su cráter milenario. El rumor de la erupción bullía en el vientre de su infierno. La serpiente de la creación se revolvía en mi sangre con enajenado instinto. La histeria se apoderó de mis contracciones cada vez más violentas, mi acordeón vaginal en redobles vigorosos, ahogaba los quejidos rasgados por Mashumara, tótem de excentricidades que me profanaba obsedido. Warmi-jaguaresa de vientre fecundo, de iracundia pélvica ggrrrrrrrrrrrrrgrrrrrrrr,¡zas! Zarpazo nnniiiaaaaiii grito, rugido, arrassssstre, debacle, derrrrrumbe, latido acelerado, respiración difiiiiiiícil, jadeo exteeenuuaaaauado crrrrrrujían los hojas, los grillos y hualeques en un canto desigual unían sus voces al coro que celebraba el himeneo de los jaguares. Garrada, desgarrada, perversos afanes me aguijoneaban. Un estado de latencia, de suspenso estacionario me inmovilizó por un instante. Incapaz de racionalizar, azuzada por mi asesino instinto desenvainé mis infinitas uñas retráctiles, las hundí afiladas y letales en el vientre de mi gato. Yo hembra jaguar cerré mis poderosas mandíbulas apretando el cuello del desfalleciente félido. Su hiperbórea mirada lánguida me atravesó. En la pupila de sus alcohólicos ojos la zarpa asesina de warmi-jaguaresa se mantuvo congelada. El deseo y la soledad se confabularon. Me rapté en mi lecho para ficcionar al amante prodigioso. Métete en mi sexo como una oruga Cávame hasta que aniden tus tormentas Extiende mi carne como una
rama y cuelga de ella el capullo de tu intriga. Intenta convencerme otra vez. Muéstrame tu cuerpo de perfectas formas devuélveme el asombro; llámame con la huella de tus uñas, ábreme tus muslos y acaríciate para mí; tiéntame con el poder que te nace del pubis ofréceme tu erección como la promesa viva que se debe perennizar en mi vagina; extiende tus dedos y acaricia mi clítoris, yo soy la celebrante de tus redenciones, la que noche a noche en el tálamo se demuestra, la que a través de la daga eternidad te concede. Exige el gemido que te asciende y conturba toma entre tus brazos mi cuerpo desdoblado acércame al infierno de tu piel convulsionada trépame a tu montura y deja que galope; surcaré el desierto y no seré tentada por ese ángel. Otros mares rezumarán sus nácares otros frutos me ofrecerán su pulpa; mas, yo sólo he de beber, la lluvia que desfogas. En la fronda de mi pubis teje tus demandas tu cabeza de hombre-niño asoma al milagro, cierra tus ojos y tu no-nata vida recrea más allá del deseo que hoy te enajena. Desciende un poco más y hunde tus dedos en esa charca de diamante diluido en esa cueva donde se agudizan los sentidos donde un sinfín de complacencias se consuman.
Entonces de espaldas me arrastraré, mi vagina te abriré como una calle estrecha; ansiosa te exhortaré a develar mi locura Te hundiré mis garras y colmillos de fiera. El pecho te rasgaré, morderé tus hombros. Desde abajo te lameré y te rugiré. En el apogeo de tu avidez permaneces. Indefenso te siento y te reclamo impudores. Demandas procaces que minan tu aliento. Derrumbes pelvianos que el planeta aniquilan. Se abren tus grifos con estrepitoso desfogue. Resbala tu espuma por todos mis huecos. Mi tambor encantado en su vientre te engulle. Un nimbo de recuerdos se aglutina en mi memoria. Esas vivencias me devuelven
a los días de estreno y boato, abandono del ser, demostraciones de rebeldía, negación de la identidad para anular mi autoestima; dimisión y tolerancia de las formas de violencia. Oleada de emociones preteridas me invade. Retorno al proscenio donde las obras encarnadas destilaban ese naturalismo propio de la inexperiencia. Interpretadas con crueldad y suficiencia delataban la putrescida red de los conspiradores del alma. Mercenarios de la voluntad ocultos en la clandestinidad. Me seducían con la promesa ecuménica del gozo nunca concebido; oferta nada despreciable. En la certitud de mi espíritu los dogmas existenciales se enfrentaban. Legiones de deseos respetables, fracasaron ante la insistencia sin tregua de Mefistófeles fornicando en mi cerebro. El inconformismo y las fugas continuas de la realidad iban generando un cráter depresivo un octopus que me absorbía y me envolvía con los tentáculos de la infamia. Desesperadamente, acepté todas las argucias insubstanciales que me acercaban cada vez al mundo que repudiaba y temía. Búsqueda y exacción compulsiva de esas descargas letales. Me encontré, como una crápula tragando micropuntos de color y sellos impregnados con ácido. …se ha iniciado la persecución de los malditos, es preciso escapar, encontrar el agujero dimensional para hundirme en el espacio impreciso de lo desconocido; navego como una galaxia estallada en el viaje perpetuo hacia el acabamiento. El vertiginoso tiburón de la noche me destroza con su mandíbula poderosa de dagas afiladas. Dolor suspendido en la mordida donde se incuba el engendro de mis peores opresiones. Se entierran sanguijuelas por mi cuerpo. De mi espíritu degradado se alimentaron; en la última noche cuando los vampiros mi mortalidad se bebieron. La náusea me surca con
estremecimiento pavoroso. Los fermentos asilados en mi vientre explosionan por mi rostro, esparciéndose como un mefítico nubarrón. ¿Dónde están mis manos? ¡Estos colgajos temblorosos inánimes se desploman al costado de mi angustia! ¡Qué hago aquí! en la yema de este sahara de despojos humanos. Dónde están mis galas, mis perfumes. Esas sabandijas se hunden en mi pecho clavándome el mal. Se beben la leche de mis madres y de mis hijos. ¡Atrás, atrás! ¡gusarapos malditos! Fieras infernales mis restos de anaconda, de caimán y salamandra despedazan. mis sesgados ojos hipnotizan a la parca empecinada. ¿Es que acaso diluvia? Un deslave glutinoso mis músculos impotentes taladra; parsimonioso por mi cara resbala debilita el escenario de mis emociones. ¡Oh el poder de las absoluciones! Cruel impetración en labios de mi madre. ¡No sigas madre! ¡¡¡Ya estoy en el infierno!!! La vanidad ha establecido las ficciones del espejo. Desnuda los defectos inocultables del alma, las cicatrices de la moral esteticista, la dermoescultura de la decadencia, la cirugía paranoica del cuerpo perfecto, la búsqueda de la aceptación en el bisturí, los implantes de hipocresías; para vivir el engaño refractado impúdicamente. Repudia el aliento consagrado de la Mater Christos, la imagen de los aparecidos no devuelve y tampoco de los que medran en la noche. ¿Qué hay al otro lado? ¿Que hay en el fondo de la apariencia? ¿El mundo interior que todos ocultan y nadie conoce? ¿El mundo de afuera encubriendo la conturbada realidad coagulada en los deseos aberrantes? Vacío, dolor, Albañales de miseria. Putrefacción de la fe. Descrédito de la inocencia. Decapitación de la palabra en el pensamiento. Conciencia tergiversada. El delito en su médula. ¿Qué esconde la bruñida plata de su geometría? El engaño que nadie sospecha, cicatrices lascivas leves e inocultables labradas en las gaseosas noches, con amores robados y al amparo de un lecho clandestino. ¿Acaso soy yo mirándome desde allá o soy yo la de acá descubriendo a la que me mira? ¿Eres tú el extraño
recluido en el fondo del prisma escurriéndose de mi? ¿Cual es el ojo verdadero, el de la conciencia oculta que no mira hacia adentro, el de la farsa donde la vista no penetra o el temible cristal que la imagen desvanece ante la imposibilidad de la permanencia? Me subleva ese argento vivo que devasta mi efigie. Oh infeliz de mí yazgo en el cristal espurio que me fragmenta que esparce mi entereza, desintegra mi ser como espuma en el estallido de la ola. Soy el monstruo de mirada torva. La aberración congelada en
el celofán del terror. Soy la carcajada. El llanto. La locura. La mano que asesta la puñalada. El cordel que ciñe mi
cuerpo inanimado. Verdugo de los hijos no
nacidos. Mi propia falacia allanándome en el íntimo
santuario de mi verdad. Mi yo insoslayable. Mi yo verdadero. Mi único yo en la irisación de mi
imagen. Esa mirada me recuerda… …confusión, suspenso,
angustia, miedo momentos postreros en el umbral de la inexistencia …esa mirada… se desploma el cuerpo como una hoja flagelada por la tempestad; gritos de dolor, lamentos inútiles, apenas un sorbo, unos gramos, extradosis fascinación de la bestia del inframundo campanazos sordos y lejanos repiquetean en la bóveda gris; un llamado al recogimiento o a la renuncia de ese engaño llamado perdón. Esa mirada… ¡la mía en la dimensión del terror! …Esto apesta, como una cloaca en la calina tarde del estío. Las excreciones del sistema nos alimentan y nadie protesta. Procesados despojos de nuestros intestinos. Cánceres putrescidos en el destilador de la mutación. Mierda infestada por todas las calamidades. Coprófagos de la rancia arquitectura de pozos ciegos, antropófagos y ginéfagos coexistimos sin que nos importe que devorar no es lo mismo que ser devorado, ¡quien premedita el ataque, sobrevive! Los condenados que se agitan en el mural de la Comedia son los preferidos de la informe eternidad; el demonio absolvió las inquietudes de sus almas. El cielo es una falacia, una utopía para aletargar los sentidos. El cielo no son los campos elíseos donde vagan las martirizadas ánimas en eterna paz y armonía; es el cementerio donde las entrañas del olvido las corrompen antes que la trasmigración empiece a abandonar el cascarón mundano y estoy tan segura que el Resucitado despreció ese reino álgido poblado de mártires, beatos, inquisidores; abrazó la crucifixión y se determinó a vivir como una reliquia colgado de cuellos y paredes y en los templos de los incautos. Pero viviendo en los latidos que lo tornan inolvidable. Inhalaba cada vez con más profusión y dependencia. Me sentía desnuda y desprotegida bajo la cúpula infesta. Las descargas estimulantes me inoculaban vitalidad; me convertían en la heroína de los despojos del rush. Espero no afligirte con
los sacramentos de mi fe, deposito mi memoria en tus ojos y sólo espero que permanezcas junto a mí hasta que la serenidad confiera la absolución a esta historia que me ha atrapado entre las páginas negras donde el testimonio de mi vida me desenmascara. Mis auto infligidos atentados plagados de incertidumbre me conducían raudamente al laberinto de la iniquidad; mis espacios roídos por las distorsiones y los diversos aludes que me arrastraban, hacían de mi cuerpo un campo de concentración y experimentación. Calada tras calada en medio de explosiones hilarantes y arranques de llanto vagando desorientada, evadiendo las frustraciones que me apartaban aún más de este mundo que se empeñaba en marginarme; vivía las fantasías propiciadas por la continua fuga de mi espíritu alterado. La inconformidad con los dogmas y formas de represión, mi rechazo a las máscaras de la mitomanía conviviendo con la piel íntima de la mezquindad, servilismo parasitario impedía exponerse en el espejo de su estupidez. Cismáticas reflexiones tratando de evadir los atropellos remendados a una conciencia condicionada, me arrojaban a las calles de mi propio deterioro emocional. Cansada del desprecio, del escarnio, de la mansedumbre entraba en crisis en cuanto empezaba a litigar, apenas mi percepción sensorial se alejaba de las oscilaciones producidas por los alucinógenos. Intenté confinar mi aliento en la bóveda transformadora del ser. Probé varios venenos para asfixiar los
aleteos
dentro del cascarón que había cubierto mi inmundicia. Nada logró conmoverme para frenar la decadencia, la destrucción se había apoderado de mi cerebro y empezaba a carcomerme como la peste. Debía acabar de una vez, De un solo tajo, de un balazo, de un salto, para cruzar el umbral al otro lado de la existencia. No había urdido la forma para ganarme el epitafio que hablaría de mi última obra hacia la inmortalidad. Sumida mi vida en el cenagal de los vicios debía implantar la superstición de las tinieblas. Fósforo blanco perforando mi laberinto intestinal; atroz elección que me obligaría a dimitir. Sesos reventados por el plomo fulminante; convicción que no me imponía presionar el percutor. Bebedizos provocándome la huida en fatales delirios; lánguida agonía para una huida desesperada. Advertía que cualquier expectativa rescindía las sentencias agravadas por el miedo. Oh cuanta oscuridad me cubría. Jamás pude atreverme a reventar mi existencia. Aún conservaba un ápice de cordura ¿y dónde se escondía la cordura cuando la degeneración de la mente me asolaba? Creo que sólo la cobardía me paralizaba. Prefería inhalar esos vapores corruptos rumbo al desenfreno. El pan de los dioses me elevaría a ese cielo de alucinaciones; presurizaría mi mente desembocando la euforia en un vértigo indetenible, adrenalínico; donde la alerta se sustituiría por la parsimonia, el enajenamiento de la percepción por la distorsión. Los ataques de pánico me develarían esa incapacidad de sobrevivir ante el acoso de los pavores de la conciencia. Me perdía entre los vapores inhalados con avidez que me ofrecían el único paraíso en medio del derrumbe. Invariablemente me desconectaban del mundo, como el humo del naten deshaciéndose en el espacio y dejándome sumergida en las tinieblas de esa alteridad desconocida y estimulada por la acción de los químicos. Sedada y sumergida en un túnel sin retorno donde las voces me llegaban aletargadas, mis movimientos lánguidos proyectados como en una película silente en cámara lenta. C a í a ver ti gi no sa men te arrastrada por turbulentas emociones que me abrían las puertas del celestial infierno… Camino hacia la noche empiezan a dispersarse los aromas. Los cazadores se despiertan con los cadáveres de la última persecución: el solitario peregrino emboscado en el santuario, la adormidera en su sueño envenenador asfixiada. …Una lengua gigantesca me acorrala chasquea en la humedad de mis hendijas encendidas, saltan sortilegios que se esconden en mi tiniebla vaginal. Mi piel de infortunios y noches silenciosas se descama, se torna brillante y se extiende impudorosa. De un soplido las densas sombras se convulsionan. Retorciéndose, va surgiendo cual abanico de ave del paraíso el insuperable hombre-pájaro-serpiente-cánido que quiere hundirme su pico-viperina-garra-lengua. Despide ese olor de convulsionados genitales por la violenta fragua que barbotea en su clonado eje, inflamado terriblemente por la mano onanista. Garra-cuerno, bocas salvajes, levadura de orgías. Todo él un enorme falo que me irrita, me enceguece, me deprava, me hunde en un infierno lujurioso. Sus manos acarician con placer los morenos tamborcillos palpitantes corazones bajo la piel equinoccial, fricciona gustoso el vástago que desmesuradamente le crece. Sube inacabable el agasajo como un obelisco carnívoro. Una fabulosa verga verga verga verga verga de capullo amoratado dilatada, encabronada, maligna, me mira con su concupiscente ojo; un ardor sahárico, insoportable, como una borrasca endemoniada me conmina a aplacar el siseo de esa boa prisionera. Crece indetenible, imparable, grosera, fea. Majestuosa, tumultuosa, insoportablemente hermosa. en la confusión de olfatovistagusto; a v e l e Se cárdena, reverberante en el esplendor del derroche. Izada como un fusil para ultimar el milagro secreto. Para darme a beber la pócima de la eterna maldición. Mis esclusas trituran esa hipérbole del ofidio tentador. Magníficas mandíbulas muelen sus caderas, cruje su esqueleto como un molino de viento. Desde el abismo de su boca absorbe ese geiser descendente que no lo hastía, surge el corazón filosofal en un desafío; duelo de habilidades entre los esforzados esgrimistas, estoque al cerebro me catapulta al espacio psicodélico. Se descorren los misterios de la primera mordida. Nos penetra con el llamado del instinto. Las manzanas se han corrompido en las ramadas de la ofrenda. Nuestros cuerpos modelados con barro edénico dejan de ser divinos para encontrarse en el abrazo, apretados en una contorsión lujuriosa, sin miedo, ni vergüenza, compartimos el derecho a morir sin deudos que nos impidan la partida. Nada le debo a nadie, nada
mi cuerpo debe mi lealtad es hacia la vida; nunca mi alma se ha sometido a los horrores de la incertidumbre ni a las antojadizas morales de los amos esclavistas. Los valores vacíos jamás me cautivaron. Vivo intensamente sin reserva, ni culpa, ni temores. Mañana no es mi tiempo, mi tiempo es hoy, ahora, aquí. No digas nada… …No descubras tu rostro heterogéneo esa máscara te hace irresistible. Quiero adivinarte en tus gestos, en tu voz de graves notas, en el olor que mana de esos ejes que te atraviesan, delatando los misterios gozosos que me arrebatan. Ven, devasta toda la primavera que los elfos han cuidado. Esas criaturas quieren nuestra sangre para surtir la pila sacramental de las extremaunciones. No circuncides tus venas. ¿Cómo beberé tu esencia la próxima vez? Tu boca huele a lima, a maceración, a mundo. deliciosamente cítrica, exquisitamente madura. Exprimo los gajos de tus abultados labios. Lágrimas fragantes te sorbo lentamente, esférulas repletas estallan entre mis dientes regalándome el temblor de tu voracidad. Tus dientes mordiendo mis pezones me fascinan, déjame ornar con ellos mi lengua. Engarza tu húmedo rubí en la corona de mi boca. Derretiré esas alhajas en el báculo que me gobierna. Apostasías exhortaré en el oráculo de los aquelarres. Non plus ultra de las lealtades que me tornan consecuente. Non plus ultra de los sortilegios para revocar tormentas. La palabra y la carne se conjugan en el crisol de la verdad. La mediatés de la farsa alimenta fuegos fatuos. Abra-alma-razón-dolor-pasión-herida-cadabra. Que surjan los maestrantes de la paranoia. Ángeles negros cómplices de los enigmas humanos. Que venga la bruja con la tiara de incontables duelos y su longevidad me enrostre. Que me enfrente en el calvario de la mentira y la renuncia. Que me revuelva entre sus pócimas extirpándome los ojos, devorándome el corazón, el cosmos de mi vientre estéril invocando. Otro sorbo, otra chupada más... Ven ahora en la aparente decadencia de mi cuerpo-mente. Espétame tu burla y los deshonores por creer en la falacia. Arrójame a la hoguera del desprecio para que se extinga mi recuerdo. Esparce mis cenizas en el fango del olvido. No, no actives otra vez la trampa que me infesta. Sólo abre la jaula y déjame volar. Mira en el horizonte el batir de esas alas que un día te conturbaron. Se alejan, se hunden en el doloroso silencio que acalla tu pesar. Otra vez los bisontes curten sus pieles para cubrir mis hombros. Gacela acorralada
tu sangre enciende las pasiones remitidas tu cuerpo esbelto y tu extraña soledad te justiprecian. ¡Ay! la mordida atraviesa tus frágiles convicciones. Eres presa de la voracidad que te acanalla. Aún no, prefiero tu anonimato a la evidencia del nombre. Te reconozco bajo el tacto de todos mis sentidos. Tu
desnudez legitima el secreto para no nombrarte. Tu vitalidad no precisa de signos para descifrarte. Imagino tu rostro sin facciones que no te hacen predecible. Belleza indescifrable que el ojo no rescata. Mi voluntad magnetizas a tus movimientos inigualados. Te ofrezco mi ostra para que unjas de seda los desvaríos… …Ven, ven otra vez, deléitame con tus maldades. Con el oleaje acompasado de tu pelvis, con tus desordenadas vibraciones. Empieza con mandobles de samurai de diestra a siniestra, que esa espada preserve el territorio y vergonzosamente no se repliegue. Cauteloso lanza una estocada a uno y otro lado de los párpados verticales, salta y desciende cual ígneo vómito por encima del valle; desplázate formando curvas suaves y regulares tu voracidad alada clávame en la mitad de la sonrisa. Caracolea siguiendo el rastro de las primeras lluvias, Igual que el torero húndeme las banderillas del arrojo. Penetra y retira cual garra félida que al roedor tortura, penetra profundamente y arponea en el fondo del sísmico ojo con esa flecha que la cálida bruma rasga estremeciéndose en el corazón de la tormenta; penetra y retira suavemente confúndete en el arco iris que se esfuma cuando el sol se fortalece, penetra y retira ágilmente huye de la muerte cual venado, extiende tus alas de cóndor en los riscos, sube y baja en la convulsión del hacha truncando la arboleda. La palidez de la noche de mis abandonos se apodera. Quema tu incienso en el candelabro de las consumaciones. Los monstruos de la lujuria en el humo se vislumbran. Las sombras copulan, ondulan, ululan. Vahos recargados de extravagancias sexuales impregnan el olfato, con una ráfaga de plegarias. La bruja encaramada en el lomo de la luna pretende destruirme. Las lechuzas me vuelcan los conjuros de su risa que no me alcanza. …Señor de la máscara, rostro impenetrable a las miradas. Acércame tu cuerpo de dios resucitado por los cultos. Ámame como hombre reencarnado en las pasiones. Busca mis edenes para que plantes el árbol de la dualidad. Quiero untarme tu barro para conocer tus debilidades. Quiero sacrificar al cordero para ser la vestal de tu flamígera ara … Obsedida por la lascivia que me atormenta, te imploro hombre clandestino: toma tu daga y atraviésame. Estoy lista para desangrarme en el tálamo que prefieras. Me atrae la incógnita de tu rostro embozado. Vendaré mis ojos para que los instintos me revelen tu caudal. Ahora mis manos te descubren en la dimensión de la oscuridad. Mi olfato se dilata para atrapar la mínima delación de tus olores. Espíritus desertores de esos pomos pletóricos de herejías. Atropellan mis sentidos consumando inhibiciones. Remolinos de deseos denigran mis íconos sagrados. Abato las restricciones y con los dulces fermentos me embriago que de todos tus conventos emergen. Mis ríos internos se agolpan en mi vientre y amenazan desbocarse. Una voz se va elevando y se acrecienta en mi garganta. Se deshace en gemidos. Gemidos que me recuerdan a Kawabata Gemidos silenciosos de un hombre que no es hombre, que arrastra el dragón truncado por la tormenta hacia ese valle donde los rayos no revientan, …genarios en el crepúsculo
del degüelle bebiendo la sangre que no los reencarnará en el lecho de demandas asfixiadas; tocarán, sentirán con la fuerza de su impotencia trastornados en amor seráfico y dolorido. Oh abandonados tristes hijos de Eva. Delatados por deseos mortales de hombres amputados, resignados al deleite noctívago casi luctuoso de posar la vista en la piel que no será tocada, de las vírgenes narcotizadas sólo para sus ojos; para aplacar la desolación de la vejez, para llenar de vida la densidad de la piel envejecida. Tal vez un lamento por los días de esplendor todo el llanto por la crueldad de mirar sin ser visto dignidad que La Casa de las Bellas Durmientes concede para gozar con el
distinto sueño de aquellas a las que no alcanza en ninguna noche en ninguna extraña noche en ninguna distinta noche. Ya su gloria no se yergue como el grito de Yukio Mishima hundiéndolo en la inconciencia de la noche fugitiva, en la que extinguió su diversidad.
Se refrenda en
Memoria de mis putas
tristes
Garcíano, Macondiano,
plagiador, nonagenario de vida burdelesca y esperanza centenaria. Solitario comedor de vírgenes sacrificadas. Sublimado, redimido, angustiado y resignado por los tormentos que carcomen su abatido orgullo. Hombre que es hombre por los ardores del culo que se aposentan en su inmaculada beatitud. Fantasía de eunuco hace olvidar la escaldadura restablece los arrestos disolutos de sus lances preteridos cuando retozaba con las gacelas que en su matorral se enredaban. Durmiente contemplador de la adorada Delgadina compañera de lecho flotando en sueños de valeriana amante nocturna, piel y carne, senescente delirio, flor temprana, flor de estanque de corola no rasgada, desconocida diurna, de olores y formas conquistadas. Yasunari desde otrora escribió con letras indelebles Eguchi, serás tú el padre de las vírgenes durmientes. Ancianos del mundo uníos y reclamad vuestro derecho a vivir la dulce crueldad con los ojos vendados. Si os dormís estaréis solos y tristemente olvidados. No tendréis el valor del Incomparable Bukowski en erecciones,
eyaculaciones, exhibiciones, verdadero ángel subterráneo de alas rotas viejo indecente, procaz, cínico, único temerario sin centavo en el bolsillo que apuesta a los caballos, folla, bebe, vomita y caga. Es, simplemente es, heroicamente es, contra toda la mierda del sistema defecando calaveras. Creo que las ratas lo adoran y las arañas lo odian. Underground, maldito jodedor de letras. Agitador de coños, profanador de culos. La verdadera máquina de follar. El vagabundo intelectual que se jodió al sistema. Qué hacen ustedes merodeando en mi cabeza Comecocos de lejanas sutilezas. ¿No advierten que hago honor a las penetraciones? Gemidos sí, oh gemidos que me taladran. Gemidos a borbotones… Te siento como una efigie de mármol que se apacigua entre mis manos. Tu cuerpo extendido, escandaloso me reta. Te inflijo la mordida esperada; como estiletes me atraviesan tus dedos, mis alas de coleóptero erizan. Un himno gutural los gritos asfixia, te arrastro hacia el hondo plañido y tu cabeza apuntalo. El licor macerado de olores salíferos en tu boca se desagua. Resuelves los acertijos y la cueva se abre; la lengua hundes en el canal licencioso de tus lamentos; te apoderas de la cava bebiéndome por dentro. Tu marfileño puñal me recorre para hundirse urgido por tus temblores en el ojo de la concupiscencia. Con furia inaudita arremetes e impiadoso me espoleas. Defiendo mi heredad al anónimo estrangulando. Un ronco lamento me increpa desde el precipicio. No lo escucho, te acoso contorsionando mi pelvis. Elevando mis caderas para instarte a ultimarme. Esta noche tu piel flagelaré, te clavaré la lanza crucificado mío y esperaré el último suspiro que me inunde de fervor. El preludio de tu orgasmo me llega como un ronquido, como un zumbido quejumbroso atronando en el panal. R o d a m o s anudados, descontrolados enfangados por los delirios que nos atraviesan. Ya nada queda sin que tú y yo no hayamos devorado. Nada que el enjambre de deseos no haya agotado. No puedes detenerte, el acabamiento se avecina. Paralizado en un espasmo libertario, exhalas los últimos rencores. Derrumbado sobre mí como una hoja desprendida con el corazón latiendo en la tormenta del orgasmo. Enmascarado, anónimo… Innecesario descubrirte, el arte de tu alcoba, en este delirio me legaste. Nuestra intimidad estrujada por las violencias que nos exceden. Esa gaseosa desnudez que se precipita ante tus ojos. Te revelan las imágenes confusas de nuestros cuerpos amándose, ayer cuando la noche se ha resistido a abandonarnos. Mis vivencias las han tejido las arañas del ensueño. Cada historia me convierte en víctima o victimaria de mi fatalidad. A esos momentos de angustia y desenfreno se han adicionado papiros colmados de egolatría y predominio de aquellas suntuosidades que nos agasajan la existencia. Las esencias, aromas y perfumes me han condenado al deleite de los sentidos. Hechiceros del olfato, cómplices de mis intimidades han doblegado mi voluntad a su devoción. El incienso sosiega mi ánimo y me induce a un estado de placidez, de gozo espiritual de indefinible descripción. Aspirar el humo de sándalo, canela, lavanda, mordiéndome como una fantasía azulosa los sentidos, ha dosificado el ímpetu de mis pasiones, mas no ha atenuado la libido que se niega a ser sacrificada. Su vaporoso aroma hurga en los templos de mi carne lentamente un cúmulo de complacencias me disuelve. Las últimas manos, los últimos labios resurgen y siempre una cascabel hunde en mi negritud su siseo. Espirituoso derrame, eyaculación odorífera envuelves mi alma y a la beatitud me elevas. Espiga aromatizada reina del imperio perfumado tu médula odorante te entrona, tu virtuoso olor mi rugido interior sosiega. Cuando la angustia se empeña en perseguirme no puedo abandonarte en mis islas de clausura. Me he revelado como una mujer sensual, apasionada, turbadora, orgullosa, intrépida, extravagante y sobre todo femenina. Tejedora nubia de la
constelación de Eros Girasol eclipsado por un sol agónico Negritud misteriosa que atrae y envenena Atalaya de obsidiana, dominio de Venus Buitre engarzado entre suculentos muslos Medusa de Saba, brebaje alucinador Mensajera del corazón de África Rincón oscuro que bordea el íntimo abismo Bisonte de esas helénicas alturas Lago en reposo que invita a ser
surcado
Abertura misteriosa que rompe realidades Promesa de sensaciones no sentidas. Oscuridad vertiginosa y alada Embriagadora sensación de dulzura Suavidad acunada en el hueco de la mano Exquisitamente sensual y peligrosa Deliciosa soberana de negros laberintos En la penumbra teje su red desvelada un enjambre de manjares refinados matas de sauce ululando en la cresta. Monstruo ebenáceo anquilosado entre las ingles. Poderosa cúpula de cristal asedado. Recoge con la mirada de su ojo humedecido los inútiles intentos de escapar a la molicie. Fascinada oscuridad altiva se despliega. Sensación que sólo en la ocultación
seduce.
Ascenso y descenso, lisura, dulzura. Placer intenso que los ojos no transfieren. Soledad y gemidos convergen en su hoguera. Sensación inefable que en los dedos se enreda. Respuesta al aullido que la coherencia desgarra Legión de tentadores se desbocan en su cima Piel, carne, fluidos convergen, la sienten, la presienten, se precipitan, y nada, nada…calma el ardor de su presencia Opium me abres las puertas del extremo oriente, misterioso y fascinante, sanguinario y antiguo. Gota a gota sumiéndote en mi piel secreta asestándome tu letal mordedura confinándome en la redoma de tu ombligo lateral. Tu hálito sofisticado y original, convulsiona mis preferencias, derramándome el espíritu Imperial de la China bajo tu fragancia de honda huella. Armonía cálida, afrutada y especiada, mandarina, bergamota, muguete, absoluto de jazmín con toques de mirra roja, vainilla, clavel, pimienta, canela, polvo de oro; pachulí, opopónax, ámbar, rosa, ylang ylang, fragancias picantes y de alta concentración. Íntimas esencias extraídas por el fuego de arena y cenizas tratando de reinventar el mundo de las apariencias. Ascensión oleosa, exaltas la quintaesencia de tu perfume inquietante. Poción con virtudes divinas llevas en ti el mensaje de la lujuria, soy reclusa de tu sustancia extraída de fuentes secretas y plantas exóticas. Destilación, símbolo material de la purificación moral. Perfeccionamiento, sublimación psíquica penetrándome como una querellante roedura. Germen de la verdad que brotas en el fermento de mi fe. Opium más que Extravagance. Byzance, Panthere, Rose Noir, Tribu Jaipur, Chloe, Diva, Rome, Poison, Volupté, Montana… En la sublimación del ser, rescató mi esencia más pura del seno de la tierra, heredándome óleos, bálsamos, licores fermentados y el símbolo del fuego en este extracto de espíritu dorado. Con Opium me estrené como una mujer cosmopolita. Lo incorporé a mi personalidad como un valioso secreto de belleza. Como una joya que irradia fascinación a mi femme
fatale. Piel de la seducción, revistiendo el excitante aroma de mujer. Hoja de tabaco deshidratada
destilada en esencia opiácea. Látex desecado que manas de la herida de la adormidera. Opio descendiente de una casta de envenenadores. Restableces el narcisismo herido calmando el dolor de la injuria. Opio te casas con el hombre para inducirlo a un fetal letargo. Noble veneno deshaces la garra del pavor del corazón. Opium dulce opio, fumándome fantasías en narguiles de oro y agua. He permanecido fiel a tu exquisito veneno. Adicta a tu letal elíxir que me ha condenado a tu esclavitud. Voy a ti, posesa de un delirio que me abrasa. Tu alma líquida atrapada en el cristal elíptico que te custodia percibe mi desnudez que exige ser profanada. Tu larga lengua se a r r a s t r a por mis oídos, violentamente se enrolla a mi cuello para descender atrevida y lujuriosa por mis pechos. Mariposas diáfanas esas gotas que por mi cintura revolotean y se posan en la mata encrespada de mi flor carnívora. Opium, opiumElíxir, éxtasis, exultación Amante mío. Dame
tu cuerpo. Tu disolución. Bésame. Aletárgame para siempre con el ababol que te mana
incontrolablemente. ExtravaganceCriatura de vanidad depurada, auto diletante narcisista, librepensadora, libredecidora, cínica, cruel, loca extravagante, perseguidora de contradicciones y ofensas. Jazmín, palo de cedro, ambrax, iris negro, esencia de mandarina, alma de sirena alada. Deambulas en la noche bajo la tormenta. Buscas en Notre-Dame al ser de la penumbra. El silencio de su monstruosidad. Gritos perdidos en la lluvia de improperios. Gitana de cabellos púrpuras
y cintura de esfinge; me deshago en el follaje de esos dédalos que esconden mi silueta, que denuncian las fragancias de ese húmedo crepúsculo precipitado en el bambú interior de mi manantial lechoso, donde todas las plegarias se sumergen en un río tempestuoso de deseos satisfechos. Delicioso repudio agitado como una dulce exhalación mortífera, jerarquiza rugientes espasmos tejidos en la primorosa red del cristal orgásmico. Saboreo impasible el cianuro del odio y del desprecio; fantástico potaje que penetra en las cicatrices de mis manos donde no leo ni designios ni presagios, donde solamente mi gravedad se manifiesta en esa imperceptible e imparable oscilación. Extravagance d’amarige deshaciéndose en la sonrisa, evaporándose cuando la ropa cae cediendo a la caricia, encontrándome en mi intimidad cuando abres el pozo perfumado de mi secreto vaginal. Efluvios perfumados como un eco derramado, hasta el génesis de la civilización me trasladaron, a la antigüedad donde los mortales en rituales y ceremonias exaltaban su poder y belleza, extractando de flores, frutas y óleos subliminales, las supremas esencias, deleite de dioses. El olor de la tierra en sus primeros partos me invadió, el fuego crujiendo en las cavernas como un troglodita destructor hechicero del miedo centelleando conjuros a las fieras. Agua salvaje de diáfana pureza deslizándose a través de montañas y llanuras; el viento moviendo las aspas del tiempo, los olores esenciales cuando el ser en su inocencia, afán de pureza originado en el recuerdo del paraíso, nada codiciaba. Rituales, sensualidad, placeres sexuales. Satisfacción del triunfo en la batalla. Transmutación del plomo recreando el caos. Vértigo, adrenalina, muerte en el orgasmo. Lujo envasado en recipientes de diorita, alabastro, frascos esmerilados, cristal soplado, plumaje multicolor de la vanidad. Bagdad y Damasco volando en esterillas mágicas. Palacios de cúpulas doradas y cuentos fantásticos. Genios y brujas concediendo deseos a sus ambulantes amos. Reinas perversas, princesas oprimidas, duendes cómplices. Cenicientas y bellas durmientes conspirando por el beso. Príncipes encantados y desencantados. Bosques embrujados donde el lobo, la perversa hada, el ogro legitiman el deseo oculto a través de la mordida el zarpazo, la deglución, la penetración no consentida. Reina de Corazones, conejos presurosos. Situaciones incomprensibles recargadas de invenciones y artificios, fabulan el País de las Maravillas, punto de equilibrio entre el sentir y el razonar pesados en la balanza de la irrealidad donde las exquisitas alas de la fantasía nos elevan a los templos de la paranoia. Hilos de extraordinaria finura engalanando vestiduras exquisitas, géneros de oro y plata vistiendo la nobleza. Cantos atrapados en calabozos de mica negra. Jaipur, proliferación de gritos y alucinaciones. Seres tenebrosos del más allá tras la puerta dimensional de calosfríos. Aventureros que han dormido a las centurias para vivir el sueño de la eternidad tras la mordida. Gargantas acariciadas por maligna boca de la criatura que medra en las tinieblas. Aullidos aterradores en las noches frías del Kilimanjaro. Hambrientos mandriles hundiendo la zarpa en la huida. El grito de terror sacudiéndome en la niebla como una dentellada incesante y dolorosa; como una plegaria que se desvanece en los inciensos. Cumbres nevadas buscando el fuego entre mis muslos. Fascinante pirotecnia hundida en los pozos perfumados. Lámparas mágicas liberando a esos nubios portentosos. ¡Oh! mieles negras untándome el aroma de la brea. Potros salvajes en su belleza majestuosa. Venid a mi, azotadme con la arrogancia de vuestro linaje. Azuzad esas serpientes con colmillos de ónices y zafiros. Romped las cadenas de mis convicciones y concededme la esclavitud del deseo hundiéndome doblemente. Byzance corrómpeme con el lujo de tus esencias. Con los excesos de la juventud clavados en mi vientre. Macabeo/Viura, Sauvignon Blanc et Noirey Shiraz uvas del Ródano Oxiden en mi cava los racimos púrpuras de locura. Ahí en esos momentos desenfrenados cuando el sol asoma su cabeza fulgurante. Agua de Byzance córreme como un río impetuoso, transpórtame en el tiempo hacia la noche inagotable para que mi pasión encuentre en tu flauta de Byzance la peligrosa belleza de tu afán asesino. Byzance
abre tus cisternas para que mi ciudad sedienta beba en tu entraña tu
fresca humedad. Abre la Gran Puerta
Dorada de tu Imperio para suplicar misericordia
al Cristo de Constantino. Me uniré a los himnos de Justiniano
y Theodora y tu historia mágica como
una repetición extracta, entre el aire y el espacio
se deslizará, retumbando en los siglos
de Divina Sabiduría - Agya Sophía. Tu esencia de Mármara
y tus cúpulas de Estambul sobrevivirán a la ilusión
del fastuoso imperio y una vez más oraré antes
de salir fuera de tus muros a morir. Arrástrate por el fango de mis impudicias. Carcome la retina de mis ojos nebulosos. Resbala tu lengua exhumando todas las perversiones de mis antros.
Lámeme despacio, Saboréame… lentamente… Desgájame en tu boca. Mordida a mordida conspira el asalto de mi carne. Clava en mi espalda tus félidas garras. Devela el puñal que me ha de matar. Hunde en mi garganta tus dientes. Posesiónate de la hembra perseguida. Huele en mí el semen de tus pasadas noches. Oscila el péndulo de tu lujuria. Reconoce en mis senos el dolor que desnuda y bésame otra vez con tus látigos labios. Deja que mi boca del perseguidor se apodere. Deja que la lava de mi cuerpo te absorba. Derrámate maravilloso y pródigo. Desciende al tibio surco entreabierto. Huele el deseo que moja esos labios… Abre sus púrpuras pliegues. Chupa… lame… Sodomízame con tu lengua. Desemboca tu saliva entre las pervertidas sombras donde nuestras violencias se ensalzan. Conquista con tu catadora convulsa al tirano liliput que custodia la abertura. Ahora… húndete en el abismo anegado por mi lluvia Hondo, muy hondo… Abajo, en el cieno donde se revuelve la verdad donde el trueno potencia su bramido donde el sol su cuello adorna con las perlas que brotan de mi noche. Las fragancias florales, inagotables en la Biblia de los aromas, mensajeras erotizantes penetran y flotan como habitantes del recuerdo. En esos remolinos donde la caricia se dilata propician la fuga de sensaciones y perturbaciones ópimas. La calidez del sándalo, dulces y sensuales, esencias balsámicas, exóticas, intensas elegantes, discretas, con olor de cuero y de tabaco ahumadas, maderadas, oceánicas, fascinación atrapada para deleitar los sentidos rugido, mordida, candidez, ternura, pasión desmedida. Volupté cabálgame como una noche infinita. Piérdete en el laberinto de mi palidez, y yo seré una poliandria de afectos y sensaciones. Voluptuosidad del priorato esmeralda, esfera translúcida corazón dorado efervescente. Tu encanto fulgece a través del cristal para asesinar dulcemente con una gota en la nuca y los oídos unas gotas en los senos, la cintura, los tobillos. Fermento semencial transmutado en óleo ambarino que impetra bacanales en el lecho compartido. Alma y carácter de tu interioridad, letargo y fantasía; tu esencia rompe las membranas de la alucinosis. Montanas azules con torres de babel desgarrando el firmamento que se aleja. Vertebral extracto serpentino de grosella negra. Volutas inspiradas de pimienta y cardamomo derrochándose en el torbellino de jengibre y clavel. Tempestades que desbordan los delirios del patchoulí sólo para unirse en un dulce desenfreno de vetiver, civet, castoreum envenenando la íntima piel de mis desencuentros y perversiones bajo la seducción de mis bragas. Esfinge imperial de atuendo dorado y Organza soberbia. Tu aroma de mañana derramada duerme conmigo. Me despiertan tus flores de naranjo y gardenia; empieza a perseguirme tu nutrida madreselva; se arrastra por mi piel penetrante tuberosa para susurrar maravillosamente con notas de ylang ylang, jazmín y cedro en mis pródigas sensualidades. Trésor piramidal invertido del paraíso acuático. Poción rosácea, vainillada, dulcemente sutil. Frutos aterciopelados con suavidad de durazno. Gualdo iglú derramando su exótica esencia de piña para atraparme en el bouquet de sensualismos comprimidos por el iris, heliotropo, jazmín y sucumbir finalmente en la fortaleza de sándalo en donde el almizcle se sublima acariciándome. Agua Tórrida destilada en el canal de mis trópicos. Rosa Nocturna llevando los vientos hacia el sur. Rome encerrada en la Torre que inclina el péndulo. Púrpura corazón esmerilado de Poison en mis latidos. Esencia animal atrapada en la selva de Panthere. Tribu rastreando las rutas del aroma hacia mis raíces de lirio sepultado en el fondo del ojal. Olores a violeta y rosas denunciando mis besos. Salvia, menta, tomillo deshaciéndose en la Y de las maceraciones. Cóctel de santidad y pecado propician la fuga de los sentidos. Como una Shongay te ofrezco el aroma de mi vagina Voluptuosidad y fantasía; susurro zigzagueante seducción confinada en la densa piel misteriosa del solitario loto que arrumba su azulada infinidad hacia las cumbres lamaístas para raptar al hombre, sepultado bajo el manto eremita del erófugo monje. Los olores de la lujuria se contonean en la cintura nómada de Samsara; olores de hembra mundana, derroche-embriaguez de lucerna, descubre su desvergüenza en la roja cúpula del Chakpori donde se han abovedado las místicas plegarias del sándalo, sagrado y sensual, para permitirme renacer con el esplendor del Nirvana en un intento de escape y de renuncia al mundo de los sentidos. Zanzíbar, lamasterio de absoluciones, turbulencias ascéticas depuradas en el turbante grana que recoge los extractos de esa vanidad que te glorifica. Se reúnen, se acopian, se abrazan, se penetran. Esas esencias balsámicas con los karmas del nirvana fusionan tu abdicada oración con la avasallante sensualidad sólo para confirmar que el demonio te rascaba los testículos mientras fingías sumisión a la orden de los castratti. Esencia de mí, esencia de ti, en un sólo espíritu de
canela y mirra, lujosa apariencia del pecado. Oh espíritu del sexo posesionado de mi alcoba. Ven como el hombre múltiple, ojo, oído, nariz, lengua y piel. Descubre la fetidez y la fragancia de mi jerarquía sensorial. Te daré minúsculas lágrimas de mi misma para que tu estrategia evasiva no abandone mis turbios labios mojados por las desvergüenzas de tu acoso. Las sábanas conservan los aromas intensos e irrepetibles que se deslizaron por esos barrancos de tus cítricas intrigas. Cuando el elíxir se haya evaporado totalmente; oleré a tierra y mar, a
musgo, cardamomo, madera e incienso oleré a mi esencia de mujer, destilaré mi perfume
interior e íntimo oleré a mi misma, porque yo soy el perfume.
He sido una depredadora de hombres. Aplastada por una piedra de silencio y secretos. Mantenida y encadenada en la cámara del terror. Etiquetada por la arbitraria designación de géneros. Me he rebelado a la prostitución del amo esclavista. He descolonizado mi cuerpo amando mi propio reflejo, encauzando el potencial de mutualidad y diversidad que extendía sus raíces en mi fértil campo de realizaciones. Manifiesto de las ocultas emociones y sentimientos que me abrazaban en noches solitarias en el desierto dominio de mis represiones. Vergüenza y miedo increpándome más que la repulsa mundana. Fantasiosa virilización puberal como una alternativa para vivir mi interioridad y la reconfirmación de mi innegable feminidad. Impuse normas de conducta. Me apropié del viento, de la altura de la luna de los sonidos y colores de cada ser para incorporarlos al breviario de mis exigencias. Desprecié los conceptos que nos acorralan y exterminan. Busqué la belleza más allá de las apariencias sensibles. Amé la voluptuosidad atmosférica de las flores humanas. Aspiré el aroma de la sensualidad en todas sus manifestaciones. Descubrí mi potencial amatorio como un taladro perforando la roca en busca de la fuente escondida. Adopté la herradura como el símbolo implantado entre las ingles para resguardar mi preferencia. Siempre como objeto de deseo entre hombres y mujeres he abrazado la pluralidad de opciones para compartirme. No me he ocultado tras la mentira infame para existir. He rechazado la estigmatización sin conflictuarme. He sido defenestrada por marcar tendencias y arrebatar el dominio a la arcaica reciedumbre. La realidad ha torneado el instinto para recrearme en la diversidad de las inapreciables sutilezas. He vivido la pluralidad como una conquista. Como una respuesta al derecho de ser como soy. La perversión como una fantasía que me hizo más humana, descubriendo mis propios placeres en otra diva como yo. En el sueño de otra beija que se extravió en la isla de Lesbos. Donde hundir el desprecio de la generalidad no es castigo por develar los placeres del gineceo. Quién puede saber lo que
mi pasión reclama cuando en la molienda de fuego de mi trapiche se escurren los jugos que precisan ser chupados. Quién más que mi reflejo deleitándome con la pecaminosa procesión de ateos; quemando las cruces del engaño profanando las tumbas farisaicas demoliendo mamotretos de prohibiciones y calumnias. Yo, Mi hembra interior mi yo inalienable mi íntimo yo mi intimidad perturbada y sacrificada mi resguardado safismo mi alma recóndita mi único yo. Mi grito entrañable aún no reconocido. Mi condena y mi perdón en este edén de imperfectos. Mi vientre fecundando impúdicos honores. Mi lengua saboreando evangelios vulvares. Mis evangelios vulvares deshaciéndose en las lenguas. Mi verdad, la verdad tuya y la de otras desertoras de la vara. ¿Por qué castigar la carne si el alma exige? ¿Por qué ignorar lo que los ángeles prefieren? No me liberes, condéname. No me comprendas, repruébame. No me consideres, lastímame. No me respetes, menospréciame. Merezco este oasis aunque el desierto me sepulte. Mujer y marida, marido y amante perseguidor del gemido que agita las turbulentas aguas de los lagos prohibidos; que abre todos los laberintos donde el monstruo pernocta y devora. Eva bebiendo la miel de mis pechos y yo de su panal. Me busqué en sus labios raptores de mis ansiedades. Me encontró en el atardecer dormido de mi vientre, insatisfecha como una leona que no mata. Sus pechos y mi vulva, mis senos y su vagina. Nuestros labios y nuestras manos mordiendo y hundiéndose en la caricia abundante. Ella como yo, hembras de una misma quimera, sacerdotisas amputadas que no parirán jamás. Prófugas de este mundo creado por un dios de la otra orilla. Me reconocí en la angustia de sus ojos infinitos. Mares agitados por los imaginarios del decoro. Discípula apasionada de las ninfas de Safo. Luna derramada en las bodas eternas de las hijas mutuales. Compromiso indisoluble del misterioso amor humano. Me reflejé en el espejo de mis carencias y demandas. Acepté los retos de la carne dirimidos por mi entrega. No he negado a esos cuerpos de bellezas diversas cantarme sus deseos. Regalarme su intensa feminidad al quitarse la ropa. Encerrarme en sus movimientos de una premeditación aborigen. Copularme con las violentas convulsiones de sus lenguas. El gesto de la mano arreglando sus cabellos, olorosos a noches equívocas, a crines de yegua sublevada, esparcidos como dunas sobre mi piel abierta. Torsiones de caderas exudantes de escozor lujurioso… Porque ellas intuyen mis deseos y yo satisfago sus reclamos. Tampoco he reprimido las urgencias que me arrojaban a sus brazos como una Herodías de prodigios simulados. El mandato arbitrario ha censurado esta pasión reflexiva. Los silencios y las
soledades del desprecio han sido cómplices. Los débiles y las minorías sin contemplación han sido degollados. Ignoré las diatribas y comí de la fruta negada en el Paraíso de Eva. Coligado sendero de crestas y aros lívidos. Espacios invadidos por deseosas espadas. ¿Quién ha permitido desembozar las insumisas concavidades de mi carne? ¿Quién desató la bestia de luciférico aliento que pretende calcinar a mis diletantes discípulas? El cenit de su esplendor no me cautiva. No me atrae, no me azuza su grandeza. Mi piel sólo quiere esos lésbicos labios inhalar cada espacio con deseosa indigencia que me arranquen gemidos caricias de escándalo lenguas, dedos, partiéndome insurrectas. Otra como yo me reconoce en el juego. Otra me llueve dolores, espasmos, me lame, resbala, suave, despacio, se hunde en mi trébol, mis fantasías desborda. Ella intuye mis reclamos salaces. Ella me abunda y se bebe mis vinos. Mis manos la buscan, la llaman. La siento respirando en mis feudos. Suplico sus labios para hundirme gozosa, desfloro sus pechos besando, mamando; roncos gemidos acrecientan mis ganas late mi lengua en el holocausto atrapada. Mis secretos escarbo en sus hondos abismos. Desdoblo mis alas en su pliegue sedoso, su saliva, su leche, su sangre anegan mi túnel de húmedas fiebres, resbala, me cubre, me baña, su orgasmo me asalta me arrastra a la muerte. Danzantes de Sodoma en los ocasos carnales. Hienas azarosas de afilados instintos. Arañas que se inoculan venenos. Serpientes que se devoran y anidan. Ángeles desalados del infierno sáfico. Mi misma esencia, la que me habita. Mi espíritu azaroso e impaciente, aliento vivo de los acontecimientos vivenciales, procuraba que los pruritos sensuales fuesen satisfechos. Como única fantasía invoqué a los dioses de la carne para inmolarme en el altar de las parafilias, castigando o siendo castigada por las extravagancias. La rama de junco y la caña de bambú se alternaban para estimular mi esfera anal a un gozo kundalínico. Una tormenta de azotes sodomizantes cruzaron céleres por las esferas cárdenas de ese horizonte occiduo. Cilicio con olor a azucenas para santificar el dolor, para elevarme al altar donde las desviaciones se glorifican, para avivar la rebajada facha del frontispicio viril en una resquebrajadura del delirio. En mi búsqueda de la extravagancia erótica, convine en el escándalo para dorar mi noviciado ambiguo. Secuestré el beso de Judas para adelantarme a la traición. Me crucifiqué en la rauda soledad del orgasmo. Mis fuentes lagrimales se colmaron de perfumes atávicos; y egipcias, hindúes, japonesas, en el cenit sensual de sus misterios fluyeron a través de mis ardores. Aquellos monjes de pasiones encubiertas, destrozaron mi túnica con sus garras de ascetismo; con su onanismo solitario de renuncia a la hombría, vivieron en mi carne la castración infame del gozo terrenal. Precipitadas manos entraron y salieron de mis celdas; bebieron el cáliz de sus ausencias en mis vertederos malditos; me rociaron su semen durante siglos represado. Desposeída de mi ropaje peregriné por el monasterio de los buitres; imbuida en un gozo mundano de extrañas sensaciones; extasiada en el tormento del azote cargado de centurias; cada latigazo los pecados de los condenados me inculpaba; los gritos brotaron de las paredes de sangre salpicadas, estaciones dolorosas por el martirio evidenciadas, místicas pasiones para vindicarse ante el señor de la creación; se encadenaron enmohecidas por los efluvios del pasado a mi carne mortificada. Lapidada en el vía crucis camino a la cámara de los sacrificios, Magdala me dio a beber leche y miel de su cántaro milenario. En el paredón de lamentos de la indignidad humana, sepulcro blanqueado por justificaciones miserables pendía un Cristo crucificado con los clavos del desprecio y de la incomprensión. Judío, zelota, esenio, revolucionario, rebelde, carpintero, conspirador del orden de la
Sinagoga, hijo de Dios, Salvador; Todos en Uno. Fracasaron en el Deicidio
del rey sin trono, rey coronado de espinas y manto de harapos. Rey que en Magdalena su hombría evidenció y en Lázaro su divinidad derramó. El que el hambre de sus prosélitos satisfizo, El único grande en su miseria y sencillez. Él, mito, verdad, historia, o simplemente fe. Una muralla de cedro ocultaba el vientre en tinieblas de esa catacumba donde los apetitos perpetuos de los frailes no se limitaron a los alimentos del espíritu. Las puertas con parsimonioso arrastre tras de mi se plegaron. Mis ojos en la lóbrega caverna escudriñando tallaron un agujero en el negro cielo de ese pudridero. Sentí la respiración de los fantasmas espirándome el polvo del olvido. Con sus labios marchitos de eternidad tocándome. Yo, mortal flagelada con demandas conservadas en el hielo, sentía mi piel florecer al contacto de los incorpóreos. De cada herida donde la palmeta se había hundido; una ultrajante urticaria deliciosamente me escoriaba. Lenguas invisibles con frugalidad decantada me lamían. Los gemidos se elevaban como el humo de los inciensos. Himnos místicos de los lamasterios del Tíbet emergidos, cada rincón tejido de silencio soledoso colmaron. Carmina Burana, Carl Off, Zubin Meta. Desde la alquimia de las voces y los sonidos emociones y sentimientos anquilosados despertaron; y pronto un aquelarre de
cuerpos desnudos viajeros de las tinieblas y de mundos deshabitados, nos confundimos en las aguas espirituales y corruptas de todos los desenfrenos por las pasiones liberados. Una y otra mano una batalla libraba para atenazar mi carne vívida y tierna, para satisfacer los siglos de abandono enclaustrados en la álgida tiniebla de los tiempos perdidos. Los caballeros del limbo por la impotencia carcomidos; Los héroes defenestrados por los epónimos inventados; Las brujas incineradas en las hogueras misericordiosas, Los piadosos custodios de la fe y de una moral convenida. Papas y reyes, señores de la vida y de la muerte. Confesos e inocentes al banquete de la lujuria asistieron. Esta mesa saturada de manjares y viandas refinadas confabularon concesiones de bulas con perdones y promesas. El decálogo del NO por la herejía de los fluidos invalidado; convirtióse en el mamotreto que todos pisotearon. Ese hueco en el cielo de la bóveda me acercó la ciudad y su bullicio; las luces de las farolillos difuminando las turbaciones de la noche; el aire contaminado por los olores de la civilización; la demencia escapando de los cenagales ahítos de aviesos; el hambre negociada en las carpas de los circos gubernamentales. Un estremecimiento me recorrió como una descarga eléctrica; el vaho del delirio esfumóse… dejándome el cansancio de los siglos. Te parecerá la odisea del paraíso o el momento en que el Único creó el infierno con la hégira de Luzbel. Créeme, son vivencias conservadas en esa infinita cápsula de la memoria. Recuerdo esas sensaciones de placer intenso sofocándome, exprimiendo las vides en mis lagares de maceración. Mata Hari esparciendo veneno en mis escorpiones vulvares. Espía predadora de los goces al otro lado de la pared. Disfruté ocultándome tras las persianas para mirar furtivamente la mutua confesión de esos cuerpos entregados al placer, regalándose para mis antojos solitarios. Gemía con cada movimiento con cada oleada de pasión. El gesto evanescente perennizado en mi memoria retrotraía la imagen de sus cuerpos juveniles hermosamente engalanados. La felina acrobacia de esos trapecistas del fuego y de las sombras; la suntuosa hembra de caderas bamboleantes despojándose el vestido en una elongación lujuriosamente fantástica. Su contorneada figura los prodigios de la mocedad delataba bajo las máscaras de negra seda. Doblaba su cuerpo, revelaba su tarántula copiosa destejía las redes de sus hondas intrigas, atraía a su macho para devorarlo con ambición arrolladora. ¡Oh! cuanto sufría por delegar a mi vista fruición tan exquisita. ¡Oh! verdugos de mis ansias desconocen el tormento que me causan. Diabólicos fariseos vulneran las debilidades de mi carne plantando esos retoños que no emergerán. ¡Destrócenme, hagan en mi su voluntad y déjenme beber el dolor de la lejanía en esta ocultación que me deforma. Adelante bella niña, reconoce con tu mano la certeza que se ha de introducir en la estrechez de tu noche. Despójale de sus prendas con la inigualable parsimonia de una geisha; olfatea sus algas y plántalo en mis sentidos. Aspira para mi el dulce perfume de su jardín. Retrae la cáscara de esa fruta erguida, humedécela con el zumo de tus frescos pétalos. ¡Oh! tortura diluyéndose en los calabozos del perjurio ¡Oh! cruel Otelo hunde de una vez tu espada flamígera y permite que el fuego purifique el temple del deseo. Bello macho no desesperes en tu intento. El sol se refracta con ímpetu en el pináculo de tu orgullo. Toma para mí esas fresas que coronan las copas pálidas. Muerde suavemente paladeando con placer, conduce a la gacela de altivez escurridiza por ese bosque de amapolas, alucínate con el opio perfumado y mortal de su corola; no renuncies al aroma del mar trayéndote la vida, espera que el torbellino como una anaconda te comprima. El cristal permite traspasar la vista, mas impide el gesto de posesión y ascensión. He florecido en el ritual de la distancia. Asistí como una mártir a la celebración eucarística del amor. Truncada por toda tentativa de acercamiento, deslicé mis ojos para vivir la revelación de otras penetraciones. Me inoculé la sangre intrépida de la mancebía. Erosionó en mi triste condición de espía los deseos insumisos de una mujer que se sabe hembra. Me bebí el tiempo que mis manos hurgaron en los lechos mojados y lejanos de mis demandas. Agonicé con la dulce sensación de mi vagina colmada. Ven
a mi ahora que sabes que nada oculto. Ven
sigiloso y entráñate hasta el tuétano. Aquello
que conoces permanece inalterado. Aquí,
cerca del suicidio y de la gloria el
espanto y la armonía comparten la misma vena. Nos
desnudamos buscando las caricias que nos placen sin
contemplar que la noche ha desposado dos mil lunas y
que nuestra piel se va cubriendo de las primeras pesadillas. Sigo
siendo la que conociste en la burbuja suspendida. Sigues
siendo el loco indeciso que me atravesó la lengua. Sigo
siendo sin ser la misma en la lejanía de la tarde. Sigues
siendo sin ser tú en la romana lejana del sosiego Tu
cuerpo me derrota como una hélice partiendo el viento. Tu
palabra se debilita bajo el peso del pecado. Y
te hace falta libertad para negarme. Nos
pertenecemos en el grito y en el gesto. En
las emociones y sensaciones que nos identifican. En
el dolor de la ausencia y en la condena de la cercanía. Nos
escrutamos en el recorrido de la memoria. Sobrevivimos
a naufragios y temblores. Te
he sepultado dos veces con las arenas de mi sangre y
te he inhumando para soportar las pesadillas del silencio. Has
inhalado el opio en los aposentos de la magia y
te has recluido en mis áfricas epilépticas. Has
bebido la miel de mis profundidades y
te has derrumbado como una hoja después del cataclismo. Mujer
conjugada en el difícil verbo de la vida. Palabra
mayor en la clasificación gramatical. Nombre
propio y definido con sustancia y fundamento. Cualquier
adjetivo no magnifica mi solo nombre. No
pretendo hacerte comprender las
razones que enardecieron mis latidos, hasta
convencerme de sofocar los alaridos con
la dentellada clavada en la bestia intangible del horror. Nada
gravita en la esfera suspendida del tiempo. El
péndulo ha paralizado el movimiento y
el espejo no define la informidad de lo abstracto. En
el abismo de mis pupilas los cadáveres se aplastan bajo
el polvo indefinible de la metamorfosis. El
inevitable olor a senescencia descomponiéndose
en los sepulcros de la falacia tensa
el frágil hilo de la cordura. Soy
esa mujer que gravita entre huracanes enfebrecida,
enrarecida, acorralada por
las bestias del odio y la cobardía. Soy la loca
criminal que ha segado tus sembríos. Soy
el áspid que levanta su cabeza desde el suelo para
no perderme un solo trazo hasta la altura. Soy
esa mujer que vierte llanto y expande el grito en
el inasible epitafio de la vida. Siempre viví para acumular nombres y enamorarme de los rostros. Mis amantes llegaban precedidos de alcurnia y feudo, del nombre agnado a los ancestrales caballeros de la conquista de los reinos de ultramar buscando los tesoros sepultados. No te niego que me seducía el oro y su capacidad de convicción, la comodidad, el lujo, el poder, la opulencia. Nada en la naturaleza es tuyo, sólo está contigo hasta que el tránsito se hace necesario y la delicuescencia te absorbe; utilizas lo que necesitas y dejas tu herencia a quienes te sobreviven. Intempestivos eventos te precipitan a bogar en la tempestad y no es volitivo que el espíritu se juegue en la ruleta. La vida te depara cambios constantes sin pedir tu anuencia y se torna imperativo aprender a sobrevivir con fuego cruzado para no ser aniquilado. La experiencia te enseña que la honradez sucumbe ante el arca, la dignidad se debate entre la lealtad y la oportunidad. El compromiso es absorbido por la irresponsabilidad. La amistad florece al amparo de la lisonja ambulante. La vanidad destaca como el símbolo de la arrogancia. Lo fatuo, lo trivial, lo insustancial, marcan la decadencia del espíritu humano, siempre conflictuado por la herencia ideológica y por la dinamia con que el mundo se impone. El culto al cuerpo se ha convertido en la peor pesadilla. Anorexia, bulimia, esqueletos caminantes para satisfacer las exigencias de la estética; aún cuando el cuerpo muestra los trastornos del castigo; aún cuando la vitalidad amaina ante el sacrificio; lo utilitario se impone como una maldición de los tiempos. Todo es un artículo de consumo y renovación. El amor es una adquisición que se licita en sobre lacrado, el mejor postor se acredita el mérito de la subasta; la excelencia del producto dependerá de la inversión. Esta es la angustia existencial. Vivir cohabitados por necesidades creadas, por el marketing del Imperio que conquista… a través de la lengua, la imagen, la tecnología. Nos imponen una cultura extraña a nuestras raíces. Nos asesinan el patriotismo y la identidad. Lentamente se posesionan de la heredad. Infamemente nos despojan de la dignidad. La falocracia y la vaginocracia son pericias burocráticas oferta y demanda de favores atrapados en los turbulentos ríos de la concupiscencia. Nuevamente la conciencia visceral se impone a la razón. No es relevante en el mercado humano de la corrupción conservar las manos limpias sin laceraciones. Prolongarse en la sombra sin temores. Mirar al astro sin temor a la ceguera. Desnudarte sin vergüenza; mi cuerpo es el templo de mi existencia y ha sido profanado porque yo lo he permitido. Decir lo que piensas, hacer lo que sientes se opone a la mentira instaurada como forma de vida. La verdad es un monumento olvidado. Marginalidad y opulencia infectan la misma llaga. El hambre coagulada. El dolor acalambrado. El corazón latiendo en el ombligo se chocan, se muerden, se laceran bajo la ignominia de la orgía estatal. La infame y repugnante tiranía de la oligoplutocracia no satisface una conmoción biológica. Las heces y micciones dolorosas de riñones e intestinos purulentos, hígados perforados de miseria, a una pesadilla mecánica degradados, oxígeno por la avaricia contaminado, la vida sin dilación nos arrebatan. Parapléjicos mandantes, concupiscentes del poder. La prostitución burocrática instituyen. La usura empresarial, el dispendio del erario, las orgías sindicales y la cleptocracia, en el culmen de un aquelarre partidista se acuerda. Surgen entonces los oportunistas trepadores esgrimiendo un chantaje vergonzante; la sordera y la ceguera patrocinan silenciando la verdad en heredad de asesinatos. Se conculcan libertades, la conciencia se invade, se proscribe la moral y el destierro del espíritu, el caos se implanta en la ciudad atuguriada. Calles violentas, necrópolis de asfalto. La ascendencia caínica se impone. Muerte en el útero, daga en la razón dirimente. La decadencia social como un escupitajo, hormiguea en las cloacas de la intriga, con los deseos mutilados, con una enfebrecida algarabía del silencio, como perros destrozando la esperanza, sangrando, magullados, piedad implorando. Por haber osado existir, castigados, aplastados por el miasma del miedo deletérea alucinación predadora del habla. De los excrementos del caballo creó Dios al hombre sedentario sangre azul en los dípteros circula, coprófagos de toda clase, sangre azul hasta en los crustáceos. La aristocracia es el engaño para justificar la anarquía, de monarcas destronados y apellidos rimbombantes. Alta sociedad, Clase media, mayoría desposeída Explotadores y explotados, Tráfico de influencias, vergonzosa manipulación del poder, corrupto ejercicio del discurso, allanamiento infame de la privacidad, ludibrio y vilipendio a quien derriba la muralla, circo montado por el ápice estratégico, atropello de la dignidad, el engaño, la traición, la palabra degradada, anarquía absoluta, bandidaje de Alí y los Cuarenta Ladrones. Entre los hilos siniestros del caballero oro, que imprime su sello en las máscaras estrenadas, en el circunstante boato del dragón de turno entre el coraje de vivir y el dolor de morir entre el cadalso y el esplendor de la vida fácil entre la sangre derramada y la sangre festinada los jinetes de la componenda se beben los desfalcos. Enemigo espontáneo del ciudadano honrado es todo poder con todos los nombres llamado. Se abate la ilusión víctima del desencanto, los testículos de los prohombres se devoran, los pechos de las hembras se mutilan, las voces de los libertarios se silencian, los ojos de los visionarios se extirpan. Falos y vaginas impacientes de asesinos, ladrones y rameras, policías, periodistas, poetastros, escritores, escritorcitos, escritorzazos megalómanos, acomplejados, cohechados, violadores, violados, prófugos, discapacitados, capacitados, insolventes, intelectuales, ignorantes, insurgentes, matasanos, curas, indolentes, sidosos, pervertidos, invertidos, buenos, malos, mediocres primera, segunda, tercera edad mujeres de buena vida, mujeres buenas, solteras, casadas, divorciadas, viudas amancebadas, concubinas o simples mujeres antropófagos, acróbatas, payasos idiotas, imbéciles, estúpidos, locos AAF, autores elitistas, autores explotados, burócratas mercenarios del tiempo. Sin otra opción que sobrevivir en la metástasis, propalada por la ambición y la irrefrenable dipsomanía que el poder desborda; ante una concentrada mentira demagógica, de la conspiración del sistema escapan, revolviéndose en una deplorable búsqueda del edén al otro lado donde laten los deseos insepultos. Qué esperamos de este mundo en crisis, Colonizado, invadido, clonado, robotizado. A donde los ojos se vuelven la protervia se impone. El cambio radica en siempre empezar desde uno. Abolir la pereza, denunciar la corrupción burocrática. Conculcar los derechos a los verdugos del pueblo. Sembrar en los niños los valores sociales. Honradez, lealtad, solidaridad, respeto y amor. Invertir en la vida, combatir la
ignorancia.
Suministrar el antídoto contra el cáncer moral. Las oportunidades que sean cosecha de todos. …Mira Wambutzara como diría Etza, has abatido la dignidad sembrando hijos por doquier, te has mimetizado en el salvajismo de tu origen para imponer la ley de la especie dominante; he llamado a tu conciencia con el rayo del perdón. Has fracturado el cristal que acuñaba mi confianza, mereces padecer el suplicio de la privación de tu hombría. Saca tu pene sin lamentaciones que lo voy a cercenar. Y mientras el indio protestaba por la terrible decisión del dios; el pene crecía descontroladamente tomando la forma de una culébrida. El dios cortó el instrumento de la virilidad antes que adquiriera monstruosas proporciones. Quedóse solamente un ápice unido a su cuerpo. La parte que creció se convirtió en boa y se perdió rápidamente en la selva. Etza dijo: la boa nunca matará al hombre veneno no destilan sus colmillos. …Hasta en los momentos definitivos nunca la oscuridad será total. El dios interior proféticamente hablará. Entonces un nuevo orden nacerá. Puedes no ser el primero, puede no fructificar tu esfuerzo, pero el alma se habrá liberado de la carga inerte. Y un sol regenerado te abrirá la actitud para triunfar. Debo decirte que mis experiencias han sido múltiples. He disfrutado del espíritu teatral que enmascaran los afeites; drama, misterio, comedia, suspenso, maquillados en mi rostro. La tragedia de Madame Butterfly acercándome a la realidad oculta en la ambigüedad de mis preferencias; acaso lo que tememos expresar por temor a la censura; lo que debemos callar a gritos con ese dolor agudo que nos quema como un estallido; acaso el maquillaje obligado para pasar inadvertidos en este mundo de agresiones. ¿Quién construyó el arca de géneros definidos? ¿Quién se inventó llamarnos hombres y mujeres? ¿Quién empaquetó dentro de los cuerpos las debidas preferencias? ¿Quién formuló las leyes para excluirnos mutualmente? ¿Quién osó despojarme de mis derechos antes de nacer? ¿Quién me dio la cualidad de feminidad y sumisión; y me obligó a soportar la cruz del vasallaje? ¿Quién me condenó al ultraje y al dolor? ¿Quién se apropió de mis emociones sepultándome en el silencio más ingrato? ¿Acaso el poder de la vagina me ha heredado un trono que legitima el pensamiento? Me duelen dos milenios quizás más. Esos antropófagos del pasado mi sexo cercenaron, a la incubación de la raza me redujeron; me mataron tantas veces; tantas veces mataron a mis hijos. La igualdad es una utopía, una locura que dejó de existir cuando asesinaron a los Ches, a los Bolívares, a los Martís. Se bebieron mi llanto; Devoraron mi vida, y me devolvieron hijos sin alma. He parido mi desprecio, no pueden arrebatarme el deseo de sentir y de elegir con mis propias convicciones. Prefiero el cuerpo al vaivén de los sentimientos. El odio es más humano que el amor. la pasión es más fuerte que la ternura. La caricia se somete al desprecio, la mentira es el código del habla, la demagogia es la ciencia del ladrón, la ley suprema se escribe con ceros, los favores reposan entre las piernas. Mi ética difiere de la ética de los otros. Jamás acusará mi dedo como jamás el primer golpe lanzaré; pero a quien me afrente lo demoleré. En mi sangre el sentir paralelo se confunde. La placidez se dibuja en mi rostro por las perversiones que me alimentan. Los demás, los de allá, los de acá, fingen ignorar esos llamados que no se tamizan por las convenciones; porque son íntimos y humanos. Porque son auténticos y reales. Porque en el mundo la misoginia y la homofobia se oponen a las manifestaciones del espíritu, al verdadero yo que tiene derecho a voto. No me corresponde a mi revelarte los secretos que me han confiado. Pero sí debo decirte que en este escenario, los guiones no excluyen la misma vertiente. Es el principio de aceptar Lo que yo no soy. Sin asombro, sin censura, sin justificaciones; la apariencia cae en la trampa del embuste y nos venda los ojos del alma. Los colores dramáticos denunciaban mi estado de ánimo. Rouge a lo Marilyn Monroe para envenenar la sonrisa con barbitúricos de soledad y hastío. Pestañas postizas para alcanzar el paraíso con la mirada y perderlo en una noche desenfrenada. Uñas de tigresa tan largas como la incertidumbre del amante abandonando el tálamo donde su cuerpo se somete a las delicias de la esclavitud deseada. Serpéntidas perlas resbalando por mi cuerpo como una lluvia dorada de
demandas suntuosas que te arrastra a los mares voluptuosos donde la sangre se condena. Lentejuelas, cristales, piedras preciosas titilando en mi asombro. Vestuario lujurioso que insinúa y acosa los sentidos. Perfumes y esencias, varita mágica de la sedición embozada del deseo transportándote al delirio donde suelen quedarse desquiciadas las ensoñaciones. Vanitá vanitatum et omnia vanitá Fragüé cuidadosamente la mujer única que ambicionaba ser, ningún elemento de mi personalidad se encuentra en otra, el cincel de la naturaleza ha esculpido en mi cuerpo las fantasías glamorosas de Kamasutra. Las flores inmolaron sus pétalos para derramarme la nota secreta de su fascinación. Intelequia la peligrosa asesina de la ignorancia discrimina el razonamiento de mi percepción. Como Agya Sophía, mi fortaleza no declina y me energizo refractada en los dobleces de mi cuerpo. Incorporé un estilo de seducción refinado a mi prontuario, extravagancia y sofisticación como adeptos de mi séquito. Desprecio a la rutina prosaica que amordaza y adormece. Lujuriosa devaneaba mi belleza con efluvios de mujer. En un intento de sumisión a mí misma; domestiqué mi hermosura e indócil sensualidad que me recorrían con espasmos pavorosos. Nadie resolvió el enigma de mi soledad, a nadie conferí el galardón de la usurpación. El azar jamás me interesó con su juego ambiguo. No me aventuré con la apuesta, la suerte es el caos del cosmos. La probabilidad te juega como el alfiler en el pajar. El corazón es el péndulo de la intuición y la razón es el pulso de la coherencia. Instintos desconocidos se revelaban en el confesionario del inconsciente, rebeldías represadas y esclavizadas por el esquematismo religioso y la moral social antojadiza, perfumes subterráneos con aire indefinido desvaneciéndose en la atmósfera rosa de una diversidad que ahora empezaba a comprender y aceptar. Escuchaba gritos silenciosos de cuerpos encorsetados dentro del anonimato del armario. Caústicos pensamientos que en los últimos tiempos se han filtrado como una queja desesperada. Buscándome en el escándalo de la extravagancia, en el comportamiento equivocado o en el néctar de la verdadera esencia de mi yo. Qué empeño abandonar el secretismo de la logia para beber la amargura de la comedia cotidiana. Qué valentía, necedad o estupidez: Abrir la garganta en la opereta de los castratti, adoptar la piel del arco iris para seguir fingiendo en el mundo de los demás, en el de los otros, en el que vivimos la mascarada asquerosa renunciando a la autenticidad en el que nos vendemos para seguir siendo cómplices de la ignominia acelerada. Ese mundo lapidario que actúa en las sombras y se oculta en el río aparente de la conveniencia. El drama del tercer sexo me atraía como la mariposa alrededor del candil. Aquellos efebos extremados maquillados vistosamente, rostros imberbes extraviados en los laberintos femeninos; extraños cuerpos modelando la imagen que desprecian; deseos femeninos atrapados en la piel de los Adanes; falos que sangran el vino del deleite excepcional; seducción enmascarada que busca la noche para ser; realidad deformada en el latido que un espacio suplica. Seres que habitan dentro de mi y de todos. Los únicos que han actuado en el circo de las pasiones defendiendo el orgullo que vibra bajo la carne ansiosa. Pelucas multicolores, zapatos de tacón fino, pantaletas de mallas negras dibujando losanges sobre el perfil de siliconas; estrafalarios atuendos comprimiendo los torsos contoneos de nalgatorio en el púlpito de promesas; neblina drag en el escenario de las transformaciones. Esos mancebos andróginos en el tablado de sus libertades, interpretan el dolor interno que desgarra desde el vientre, profunda úlcera oculta que no sangra, intenso placer que brota avasallante. Sólo en la matriz nocturna cómplice de sus disoluciones, prorrumpe el grito del ser que se transfigura para vivir a través de los ojos que los codician y repudian; a través de la fantasía que las noches impregnan en el ambiente recargado de imágenes sugestivas, de esa sensualidad extraña y codiciada, de esos cuerpos que estando definidos por el nombre están modelados por la plástica del desencanto. Caricaturas vivientes de la decadencia social, colores intensos recargados en ojos y labios; rostros de rasgos exagerados y modificados pintarrajeados con obscena furia, máscaras de piel ocultándose de la infamia, sobreviviendo noche a noche tras la neblina drag. Criaturas grotescas de posibilidades fantasiosas mimesis gorgoriteando todas las frustraciones en los gestos doloridos y la voz ausente de las reinas de la transformación. Pinturas y fotos lujuriosas denunciando al ser diverso en su mundo de concupiscencia. Bocas abiertas como fauces de pterodáctilo exhortando el silencioso trino de la única ave-reptil que se emascula en su fecundidad. Sembrío de espárragos maduros en el jardín de hombres; racimos suculentos desgajados en la boca; espléndidos machos decapitando el sol. Rostros hermosos de facciones impertérritas delataban placidez por la conjunción encubierta. Atavismo greco-árabe clonado en la apetencia paralela; vaho plateado en el vínculo de soles mutuales. El olor de la perversión se impregnó en el ambiente Al
ritmo de la frenética penetración bucal mi
cabeza giraba mis
manos temblaban y
nunca conseguí fijar la vista. Rendido
deja descansar su cabeza sobre
mi pubis mi miembro junto a su cuello… Tenía la sensación de haber sido estrujada impalpablemente. Evanescido el tiempo aquel de su niñez. Fortaleza de sus pueriles emociones. Debacle de tempranas desventuras. Senda de cotidianas escisiones. Se forma su mundo incomprendido. Bifurcado de recuerdos y presagios, lánguidos años latiendo por su vida acopia legados y señales revive otroras y al mañana se proyecta. Su estirpe varios mundos ha creado, muchos ríos corriendo hacia su océano sincretizan las esencias de la sangre en el grial sagrado de la inmortalidad. El imperio del dolor en sus ojos se estremece. Las truncadas ternuras en sus manos se delatan. El horror que la hoguera de la noche su constricta alma ha sembrado de fantasmas, el aliento del día ahuyenta con sus salmos. Las humanas incoherencias enfrentadas, luchan por ganar un espacio en su sepulcro, los infiernos destronan todo juicio, los cielos ensalzan las virtudes. Sus sentidos se alienan y lo incitan a hundirse en la clausura tormentosa, arder en los días lujuriosos, revelarse en la iridiscencia de las tardes. Sólo tú arcángel de festines refinados te has hundido en las aguas del delirio. Sólo tú, el elegido de los valles solitarios te has elevado sin seráficas plegarias. Sólo tú el hijo del exilio has liberado en el alarido tus silencios. Dime: ¿por qué tu noche es nigérrima? ¿por qué el dolor gangrena tus entrañas? ¿por qué la fruición te exige el sacrificio? En el cenotafio de las impiedades te has inhumado. La bofetada de la brisa a tu rostro le has negado. Has reprimido todas las sensuales experiencias. ¡Basta! Levántate y camina. Sigue el derrotero que los cadáveres no han tomado. Desata las vendas que te han momificado. Tu ser glorioso se renueva en la barca de la noche. Con los primeros pavores del
relámpago truncado carcomido por la certeza de
un acabamiento cruel, toda tu vida parecía
encogerse ante esa dentellada
inesperada. ¡Oh! Encantador de
serpientes las notas de tu flauta son
estériles. En la cesta permanece la víbora
dormida. El hermoso y altivo lirio
blanco de tus profundidades ha sido mutilado por la hoz
de la absurda tiranía. Pobre flor insípida y
derrotada. Mana un vino que no calienta
ni embriaga; se ha enfriado en la llama
viva de su candil. Vi tu desnudez perdiendo sus
máscaras una a una. Descubrí esa desgarradura en
la denuncia de tus ojos, condensado en un grito
silencioso y desesperado; has de beber la copa hasta
las heces. Miedo al fuego de un rechazo
irresistible lo sientes en tu sangre
hirviendo como una ola de desprecio
interminable. La llama ardiente de tu
virilidad se ha consumido mas yo estaré viva hasta que
me destruyas, nos despojaremos, nos
odiaremos pero ya nunca más seremos de
nosotros. Espejo roto, Espejo empañado, Espejo deformado se ha extraviado tu imagen al
otro lado, se ha ocultado detrás de la
vergüenza. ¿Deberás ser arrojado como
un perro sarnoso al infierno del desprecio y
del olvido? Desheredada mi vida por el fracaso de la cáscara
que me recubría; mi desnudez como un maniquí
descuartizado con la abundancia de adornos
y mentiras ¿puede acaso redimirlo ahora
del crepúsculo y vengarse de él reclamando
su antigua gloria? Herido de muerte no has muerto. Te desangras en el laúd de
tu propio repudio. La paranoia te ha raptado para conservarte en su
cementerio. Tu noche no empieza ni
termina, tu día no llega ni se
muestra. Aún como las piedras del
eslabón a cuya chispa precede el
ruido; aún cuando la marea no se
resigna a estallar; ni las olas a deshacerse en
las burbujas de su espuma; ni el silencio a silenciar
los gritos del silencio; el supremo recuerdo de ese
cuerno inflamado en la esfera de mi plenitud
dilatado; el paraíso del árbol
copioso no me ofrecerá. Ya no arrojaré los leños al
fuego; no avivaré la llama fría de
la fatalidad. El recuerdo de tu gloria se
evanesce en un indefectible deliquio
de mi carne. Es inútil ya exhumar el rayo
que me rasgaba. Las paredes de mi alcoba a la que entraste hace años; te miran sin comprenderte… Movimientos, giros, gemidos enlutados se cubren con las
sombras. Yo la que ha blandido el
acero para degollar a la manada de
ysatis. Yo, la que ha despreciado la
suntuosidad ha renunciado a la opulencia, hoy me encuentro en un
sendero bifurcado donde siempre la balanza se
inclinará hacia el gólgota de cruces
devastadas. Mientras te penetra un clavo
más, enjugo tu rostro con el
lienzo del dolor; unto tu cuerpo con óleos y
aromas purificadores, libero tu noche de elfos y
duendes, me enclaustro en tu fortaleza
solitaria. Navegamos en un mar de prohibiciones revestidos de apariencias y fútiles decisiones; la verdad hiere y se la ignora; la calumnia, la falacia, la impunidad se convierten en las cortesanas bien pagadas. La miseria es la opulencia libertina del poder. Posiblemente el sueño de la venganza somos de aquel ángel desposeído de su gloria. No acuso a nadie, exenta de falta no estoy. No me pervierto confrontándome. Vivo, y amo desmedidamente. Siento esa convulsión al saberme amada, al saberme la hembra de aquel que aún me ignora. La revelación de mis intimidades me desnuda, me descubre en una dimensión de desamparo y profundo desencanto. No puedo ignorar que el tiempo se ha empeñado en retenerme en la espuma de su memoria. Y de aquella basta colección de recuerdos te infidenciaré lo que mis evocaciones no han referido. He sido pretendida por hombres sin edad. Ángeles y demonios que sus reinos me ofrecieron. Efebos, imberbes, verdaderas efigies de musculatura espléndida, rostros de belleza olímpica, nítidamente perfectos. Me debería haber bastado aquellos tesoros comprimidos en la piel para mi deleite, me debería haber bastado sentirme adorada y envidiada. Debería haberme bastado una migaja de amor por el desprecio que mi alma desplegaba. El hastío dilataba su maléfico abrazo asfixiándome con la cuerda desidiosa; empeño tras empeño se desmoronaban muy a mi pesar las obsecuencias de mis esforzados aspirantes. Así construí una necrópolis de deseos insepultos donde yo misma me inhumé para reencarnarme en la noche dorada de tu feudo. Desde
la mitad del día catorce tu
tragedia de arcángel me precipitó en tu destierro. Palabras y confesiones; conjuros
y promesas me
hicieron partícipe de tu banquete. Seducida por
tu cuerpo y
por la terrible realidad que se
alborotaba bajo la sombra de tu ombligo sucumbí
a todo intento de fuga. Atrapada en
el Laberinto
para Suicidas, tomé
el puñal de tus lapidaciones lo hundí en
mi garganta para purificarme; mas la
fiebre su incubación había iniciado. Tras las
noches me oculté. Quise
desvanecerme en la locura de tu Capitulación sin testigos
pero
sus nefandas letras me encadenaron a tu historia a
esa Caravana
del Anonimato
peregrinaje
de inconfesiones y
mutilaciones biblias
expuestas a mis ojos, donde
la metáfora de tu aterradora soledad se
deslizó como una álgida certeza de tu infortunio. Te
descubrí en el aullido de la celda donde
expiraron las libertades de los subversivos. Te
encontré latiendo en la tibia humedad matricial en
un intento de retornar al
caos primigenio de la inocencia para
recuperar las virtudes que
el mundo en expansión ha sacrificado. La
siempre oscuridad, ínsula
de perversiones y desviaciones refugio
de sicóticos, neuróticos, paranoicos. El
espejo y el laberinto. El ser informe y el ser desconocido. La
confusión y la pérdida. La tortura y la indecisión. El
puñal y el veneno. El cuello y la vena. La
lluvia y los callejones. La sicalipsis y el escándalo. El
sexo como purga y condena. La huida y el acabamiento. La
astucia y la cobardía. La
inmarcesible ausencia de amor La
renuncia y el conformismo, para alargarte mis labios convergieron, para
que Kolósimo Bartok finalmente pereciera y
emergiera del Ponto como una oleada de fuego tu
perdición y mi redención En
la Cueva de su Boca. Yo, El que un día descubrió tu nombre confundido entre otros nombres. El que persiguió tu caricia más allá del asombro y de las metáforas. Apenas un fantasma de tu noche indescifrable El misterio sagrado que ahora palpita en el fondo de tu sangre. Nada fui al amparo de las sombras Tan sólo mi ojo dibujó tu carne al otro lado de la ausencia Un rostro que lo fui adivinando desde la fascinación y el miedo Acosado por la nostalgia y aquella infamante agonía tatuada en los espejos. La desesperación se hundió en mí como un escándalo en el ocio de las tardes. Indagué mis laberintos y la memoria me devolvió Al abismo de tu camarote prohibido Al gemido de tus lluvias doradas A esta profanación que nos une y dispersa con el antiguo cristal de tus palabras y el olvido. Jamás encontré una puerta en la clamorosa pesadilla de tus días compartidos. Desde muy lejos propicié el degüelle de los faunos La destrucción de sus mundos. Y nunca pude resolver los enigmas del anverso y tus reflexos. Tan sólo la sangre y su ebriedad La salpicadura y los ejércitos abatidos en el crepúsculo Confabularon este ritual que me atormenta con su devoración en mi tarde última. Un espacio sin nombre donde los ahorcados salmodiaron tu regreso Un golpe satánico que me convirtió en el juglar de tus banquetes En el comedor de tu carne como tantos amantes que fugaron de tu lecho. Obsesionado por la seducción de las palabras abrí tu sexo para flotar en la profundidad de sus aguas y mi caída Remontado en el corazón de tu espesura Oculto entre lupanares y pantanos esperé como el jaguar que los vientos ululen más allá de sus ecos para espantar los malos espíritus de esta locura mía que nos mata. Fue entonces cuando la magia perdió su brújula y me precipitó en la revelación que ya conoces. Desde aquel vórtice de caos y de juramentos Empiezo a hundir mis dedos en tu cabellera de bruja milenaria de lobezna sin manada en el horizonte de los búfalos. Miro tu piel extendida sobre las sábanas y un lamento extraviado me ofrece la melodía de tu carne El fragor de sus lamentos olvidados La salacidad de tu lengua irrevocable que me hurga y sodomiza. Puta. Delirio mío. Ma petite amour belle Deja que mi mano te despierte Que mi ojo resbale por el sendero impenetrable de tu cintura Que mis versos desdibujen tu coherencia acostumbrada. Déjame acariciarte mientras elevo una plegaria para que mi tortura no duela tanto y nos deleite. Porque ahora En este oasis de perversión y de entrega lameré tu sexo implorando a Satán y desataré el fuego que envicia tus caderas abatidas. Voy a relamer tus vinos y mordiendo tus pechos bailaré para ti aquel danzón que te desnuda y enloquece. Baila. Baila Khira maldita Enciende mi falo con la terrible inocencia que extravió tu infancia bajo una farola Bajo aquel desboque de caballos luciféricos de donde ya luego saltaron los cuchillos Las palabras alcohólicas sus manos sucias Estos pájaros muertos que trizan la luna y te devuelven desnuda A mis calles vacías a la ciudad evanescente que repudias como un grito. Y ahora quiero sentirte aquí Al otro lado de mi cansancio Pegada a mi cuerpo como una medusa de tentáculos dorados. Te acariciaré los cabellos para despertarte los sueños Te acunaré en mis brazos sin otra intención que hundirme en tu equilibrio. Quiero extender mi mano más allá de tu zona prohibida Redescubrir tus fabulosos muslos Profanarlos sin detenerme en las sinuosidades y arborescencias de tu pubis. Deslizaré mis dedos un poco hacia arriba. Sentiré ese ligerísimo bamboleo de tus nalgas suculentas acercándose. Toda tú moviéndote y girando. Girando y moviéndote entre encaje gemidos Y la búsqueda irresistible de nuestros apetitos. Sí. Una comunión interminable. Un delicioso estallido entre tus carnes. Una felina oscilación del péndulo dentro de la esfera infinita contenida entre las siete puntas De esta inexorable estrella Desnuda y anclada en el fondo de nuestro dormitorio. Curiosos y excitados comenzarán tus labios a buscar mi contrafoque Lo besarán hasta reconocer en la cueva de su boca El frenesí inocultable que empina mi envoltorio. Lo lamerás sin descanso. Lo degustarás saboreando su tibia y salobre humedad Mientras mis manos desatarán tu pelo y buscarán desesperadas el acabóse Remontando tu espalda y desdoblándote en mitad de la cama. Lejanamente suplicarás que te abrace más fuerte Que te acaricie los pechos Que te hunda el placer entre las piernas como sólo yo puedo hacerlo. Y te abandonarás confiada en mis brazos Una y otra vez En aquel remolino De palabras y penetraciones compartidas De gemidos y arañazos donde solamente el amanecer Empezará a desanudar nuestros cuerpos aún exaltados y semidormidos. Después de ti. Apenas puedo afirmar que no he muerto. Manifiesto de aquellos días de ebriedad de total entrega y pasión inacabable todavía se levanta como una llamarada y nos mantiene flameando en la tea del amor. Halagaste mi alma aletargada y solitaria entregándome la única confesión que será mi epitafio. Y te replico: No, No te has cubierto con el sombrío manto. Una aurora perpetua el retorno te procura después del degollamiento; en tanto yo renazco de la inmolación necesaria de tu sol, del desboque de tus ríos que me nutren. Me diste a beber el rocío de la eternidad que fluye de tu copa. Te mostré el edén primigenio cuando mi carne nacida de tu barro fue condenada al exilio de este mundo, tantos y tantos pecados, tantas y tantas vidas hasta hoy. Contigo la certeza. Después de ti, una vida que desconozco. Hoy, gravito en la parábola de tu universo y me refracto en la consagración de nuestros vinos. En el anochecer de tu trébol tupido cuando tu lirio florece con su belleza definida y se planta en mi estanque como un nenúfar. Aquel ritual de todos los crepúsculos para ofrecerme tu cuerpo, esa extraordinaria desnudez que me revelas… todo tú, tu carne toda… tersa, deseable hasta el acabóse, con esa lubricidad que mi satisfacción conoce, emanando lujuria en el perfil que se agiganta en medio de esos satélites contiguos como un manojo de sauce trasnochado para exhumarte la tibia miel que aflora con el grito. Dilatas la caricia y yo estoy contigo, extiendes el placer y mi energía no se agota. La extenuación sólo se relega cuando agotados de amar y amar nos sorprende el alba entrelazados. Eucaristía nocturna acosados por esta inconsiderada locura que nos precipita como el rayo al estallido, al génesis de aquel momento que juntó nuestros destinos. Tu mano en mi seno. Mi mano en tu falo ofician el ritual del abandono, de esa instancia en que nuestros cuerpos sumidos en la inconciencia no se reconocen. Unidos por el latido unísono del tiempo que marca el retorno al lecho deseado, a la deliciosa costumbre de amarnos. Reconocernos en el opio que emanan nuestros poros para tentarnos mutuamente, ante la inmovilidad aparente y vertiginosa de la sangre que nos conmueve con el recuerdo de los últimos gemidos, arrogancias de cintura y de caderas, erecciones al compás de voraces movimientos …para atraernos a la guarida del sexo, al dominio de esa intimidad que nos alucina. En la embriaguez de las sombras aflora la vampiresa de las noches inmortales, renazco con el llamado de tu sangre, extiendo mis alas de ultratumba para volar contigo al catafalco de la eternidad. Beso tu cuello y sin dolor hundo mis demandas en el cáliz que te irriga, lamo el rocío púrpura que te anima y eres una vez más el señor de la noche. Poco a poco tu Babel me va revelando el enigma al compás vigoroso de tu mano. Me atraes hacia ti escalo tus muros incrustándome en tu piel; se posan tus labios por todo lo que es tuyo Grito, vibro… ¡corazón mío! ¡cuerpo mío! ¡gozo mío! Derramamos licores sobre nuestros cuerpos, nos libamos mutuamente, dúo de jadeo acuoso dúo entre la palabra oculta y el oído agudizado lecho hecho y deshecho tanta sombra minuciosa ocupada en unir el vientre meditativo de mi abedul al suceso distraído del fruto rodando por la tierra. Descubro las tentaciones que te han convencido, en tanto el incienso condensa los ardores bajo el corsé de encaje y randa. Los ligueros enmarcan el codiciado monte donde sin remedio tus dedos se extravían; y se enrumban hacia ese surco tibio y humedecido. Medias de negra seda mis muslos te obsequian se anudan a tu cintura en los esponsales sin censura y sin cortejo. Tacones finos desde su altura desbordan el torbellino indetenible de tu lujuria, tus deseos porfían en un mar de sensaciones. Los aliados de todas las noches nuestras obran como la mordedura de la víbora. Seducciones de alcoba, seducciones nocturnas envuelven tus sentidos para ser nuevamente la víctima de mis flagelos. Una y otra vez suplicas que el remolino de mi boca desprenda la nieve de tu magnífico arrecife. Un lamento, casi una oración se clava en mi garganta; al mismo tiempo que tus dedos me arrancan la revelación que esperas. Escarbo entre el musgo umbroso de mi declive hasta encontrar tus huellas. Aparto las celdas que la honda colmena resguarda. Abro los grifos de mi acopiado cielo. Mi gloria salina de medusa contráctil de medusa huracán y tornado; gloria de tinta blanca y lechoso espumarajo; oceánico bramido ruta de algas y corales mana y fluye como un río submarino como magma que en el agua se trasforma. Y tú penetras lentamente hasta sentir la corona de mi noche húmeda… empapándote. Te meces como el oleaje en la tempestad. Brioso como el équido cuando es libre. Yo, como una potra en la estampida esquiva, perseguida, y al fin domada, retozo bajo tus patas bajo
la vestidura temblorosa de
los trémolos de violín que ejecutas. Vuelvo a degustar los frutos
exquisitos de tu huerto, me extasío en la belleza de
tus formas, en el terso volumen
de
tu trasero vertiginoso que sopla el dardo allá en
el fondo del espejo; donde incienso, sombras,
movimientos
y sudores sucumben
en la torsión de mis caderas. Nada de ti queda sin que mis
manos y mis labios no te hayan
gozado. Somos
animales hechos
para olernos, perseguirnos, cohabitarnos destrozarnos Hembra manumisa conquistada. Única
soberana de tu fortaleza. Después
de mí, Cualquiera. Me había convertido en
deudora de la palabra. Toda una infamante locura. Un delicioso delirio del que jamás he querido
prescindir. Sigue posando tus ojos sobre
mi cuerpo entintado, no me abandones y sigue junto
a mi. Junto a mi corazón junto a las palabras que me
brotan sin cesar… Ahora, mírame con tus ojos de
esmeralda felina. Bajo el prisma de la perfidia o bajo el cristal de la
aceptación. Soy la que el camino final te
ha señalado, la que te ha estremecido con
la confesión de todos los pecados
conscientes e inconscientes. La que ha confinado tu
aletargado sino cada vez más devaluado por
los terrores del escándalo, por la consternación que la
metamorfosis origina. Soy el día en la eternidad
de tu noche. El grito que hiende tu
conciencia en el atardecer de tu vida. Renovada, acrisolada en la verdad única llego a ti en el cenit de mi
existencia. Metamorfosis de la experiencia matérica Simbiosis creada entre tú y yo amo los surcos, hendiduras y ondulaciones caprichosas que el tiempo ha sensualizado en tu piel. El cuerpo se está desplomando por la atracción de la tierra; mas los años no afectan tus genitales de claras ideas; te resta carne, cárcel y has de salir aún por encima. El cuerpo no se agota hasta desaparecer. No es acabamiento, es total ausencia y devolución a la tierra de las claves de la vida. Llega la hiena para alimentarse de la muerte. Se inmiscuye En el misterio de la entrada y la salida para que compruebes la verdad de tu muerte y tu renacimiento Y después: ausencia como vivir de la carroña que somos. Paraíso de monstruos tu cultivo entre ingles No escarbo en tu tierra para replantar mi caricia por tu pecho desfalleciente no se desliza mi mano. Necesito ausentarme de tu cuerpo y del mío… por un momento salir del envoltorio para encontrarme fuera de él con la nada, nada que me imprime un rango de muerte anticipada disolución completa de mi ser al que le sobra todo: menos deseo. El peso de tu cuerpo se modifica con la claridad de tu entrega; contrario al desvanecimiento cada estación de tu carne, tiene un umbral de entereza. Las distintas encarnaduras del deseo propician fuga de ti, fuga de mí no comunión inmediata. Yugo primario primera desvergüenza ojo que atribuye carnalidad fácil. Fuera, Allá, está el llanto, el ansia de romper las barreras, más lejos aún, nada
de lo que es. Ven
a mí en el corazón de la noche y
no me abandones jamás. El pasado es apenas un
recuerdo extraviado, una prisión de la memoria
que jamás me detendrá. Los fantasmas que emigran del
pantano no lograrán sumirme en el légamo. Soy la que te ama aún en el
extravío de tu sexo, sabiéndote investido por una
corte de crisálidas que no alcanzaron a desplegar
sus alas para volar con el aroma de la
ausencia. Mi único hombre y mi terrible enemigo; quieres mi amor y me destruyes lucho por tu amor y me detienes. En ese laberinto al que perteneces, donde la Minotaura cautivo te mantiene en la antigua ciudad confundido, por el prosaico rito destruido emerjo como Excalibur para concederte el privilegio de renacer en otra entraña. La mía, La tuya. Aún cuando la terna que el
tiempo tornó cotidiano te arraiga, me cimiento en la conquista
que me entrona, lo que se me ha concedido al
amparo de la herejía; la entrega absoluta de tu
mundo incubado; el prodigio de amarte que
anuló el letargo y evidenció que al otro lado
del muro; yo, en mi plenitud te
esperaba. Fusionados nuestros
principios albergo en mi sangre tu
herencia dicha y dolor cohabitan el sino impetra a mi entraña amarte más allá de la
oblación. No inquiero por qué es
permisible amarnos cuando nos vemos no existen
razones. No es sólo el placer que los
afanes pretenden. No es sólo el sabernos
deseados. No es sólo agotarnos en la
exigencia del lecho. Malditos, rebeldes,
desertores, seremos. El amor está vivo no es
posible ignorarlo. Ni demencia ni
olvido ni distancia ni
silencio ni heridas ni
quebrantos ni inocentes ni
culpables ni tú ni yo podremos
matar este amor. Dejaré de ser, y
el amor, vivirá. ¿Por qué tú y no otro? ¿Por
qué quiero tus manos? ¿Por qué tú y no otro? Porque al mirarte desnudo: tan
hombre, tan
mío tan
bello y perfecto Adán
de mi edén árbol
que me condena pecado
que me degusta torrente
que me arrastra rayo
que me parte ilusión
que me germina deseo
que jamás se extravía noche
que se renueva día
que regresa triunfante hombres
que fuiste y los que serás. Por prometerme tus ojos
cuando nace la aurora por
despertarme gestando por
ser la caricia que late en mis labios por
ser la locura anclada en mi pubis por
ser la promesa que el ocaso redime por
confesar que mis brazos eliges que
a otra relegas por saborear mis delicias. Por ser prohibido. Por
haberte atrevido. Por
tu libertad condicionada. Por haberte entregado. Por
ser mi dolor. Por
ser mi clamor. Por ser mi vida y
mi destierro. Por
ser mi destino. Por ser mi sangre. Por
entregarme tu sueño. Por
dormir en mi pecho. Por yacer en mi lecho. Por
hundirme tus uñas. Por
clavarme tus dientes. Por marcarme tu hierro. Por
tenerme exclusiva. Por
gritar que me tienes.
Por ser tú en mi. ¿Por qué tú y no otro? Porque
no quiero escribir sobre otros Porque este poema habla de tí Porque
en cada letra quiero amarte Porque quiero confesar que
eres mío Porque
quiero revelar lo que mi cuerpo conoce Porque quiero defender lo que
todos cuestionan Porque
jamás tu hoguera se extinguirá en mi entraña Porque eres sibarita y tu
fruición me domina Porque
me sometes y sosiegas Porque eres único y eres
todo. El
único que me ha crucificado en el orgasmo ¿Por
qué tú y no otro? ¿Por
qué sólo tú? Porque adoro tu sexo bien
dotado Porque
tu olor me desquicia Porque en el placer te
prolongas Porque
soy exigente y tú te rebasas Porque haces lo que quieres
de mi Porque
eres manjar y extracto Porque a nadie le importa Porque
puedo tenerte Para que todos se enteren Para
que ella se muera Para que tú te envanezcas Para
que derrames orgullo Para que todos te envidien ¿Por
qué tú y no otro? Por ser el señor de la noche Mi
dueño absoluto Mi rey y mi esclavo Mi
demonio y mi ángel Mi defecto y virtud Lo
único que quiero Lo único que deseo Lo
único que necesito El único a quien amo. por
eso y por mucho más Tú
y no otro. Permanezco aquí, dentro de los límites de
esta ciudad ineluctable, cercada por las miradas y la
respiración de aquellos que no conozco. Aquí, donde el ocaso me
entregó tu cuerpo hasta fundirme en tu rebelión
al amanecer. Floto dentro de esta burbuja para apartarme del mundo y evocar tu imagen haciéndome
tuya la primera noche de nuestras
vidas. Te ofrecí el dolor de mi
soledad. Un cubil sin olores de otras
fieras. Los arbitrios de mi voluntad a tus deseos subordinados. Después que la luna elevó
mi agonía: Ya
no fui jamás mía. Al unirnos en una comunión
sin condiciones dentro de la geometría de
esa habitación extraña, te cedí el dominio de mi
vida. Juré sin palabras que la
infinitud de mis horas, la péndola de tus latidos irían
acopiando. Hoy, sigo aquí, en el mismo
lugar siendo
yo sin ser mía, arrancando los días para restarle a la ausencia
el espacio, para volar soberbia como el
águila y surcar la distancia en
busca de alivio. ¿Los encantos de la
ausencia? Rea de la libertad esclava de la esperanza. Hoy, sigo aquí. Con la íntima caricia resbalando entre mis muslos. Con el calor de tu cuerpo cubriendo mi abandono. En la brizna de polvo y de
lluvia permanezco. En la imagen a la puerta
aferrada. En el beso apretado que
compromete el retorno. Aquí, de frente al sol y de frente
al ocaso. Aquí, en este lugar donde
aprendimos que la noche no es el fin y
el día no es el umbral. Aquí, en el refugio de las
tempestades nuestras donde consolidamos el amor
que nos preserva. Donde día a día, descubrimos la tortura de la
lejanía. Donde hora tras hora
construimos la infinidad que nos convierte en súbditos
de este reino deseado; en viajeros de esa fulmínea
eternidad que nos despierta ante el choque de la
mortalidad. Y voy a ti, sin importarme los presagios que se ciernen sobre mi. Subo por los escalones gélidos
y umbrosos, brutalmente desnudos,
espectralmente vivos y descubro los inexpresivos
rostros de centenas de hembras
deshaciéndose en la bruma; el frío extremado de esos
pasadizos me sobrecoge iluminados apenas con la luz
que se filtra esquiva. Todas las antorchas han
dejado de arder, el fuego se extinguió en
esta lóbrega fortaleza, me pesan las sombras que
quieren detenerme, gritos horrísonos se oyen
por doquier; me sobrecoge tanta soledad
petrificada. Cuantos secretos sepultados
en esta fortaleza. Cuantas almas demandando
libertad. Puertas y pasillos
incomunicados. Aposentos abandonados
destilando olvido. Veinte y tres recámaras
distingo en la penumbra veinte selladas y tres sin
cerrojo. Aquellas clausuradas por los
almanaques vencidos lucen una cadena por la
consunción enmohecida. El polvo que los siglos ha
dejado escurrirse cubre cualquier vestigio que pudo al tiempo habérsele
escapado. Inconcluso un pasadizo en la
oscuridad se precipita donde se abisma la preteridad
del solitario. Allí colapsan los infiernos
y paraísos abatidos. Y en una autofagia
desquiciante la devoración de la propia
vida. Como el veneno en la sangre
el dolor me carcome. Euforia-pesar,
triunfo-derrota, solectud-amparo. Los latidos de esta extraña
sensación conjugados en un tiempo que
fue mañana amenazan romper la frágil
mesura que me asiste. Mis lágrimas fluyen
insubordinadas por los fantasmas que me
acosan: esos espectros a desaparecer
se niegan; un sentimiento aún los
mantiene cautivos. ¡Háblenme espíritus
aflictos! denuncien al asesino que los
segó Impétrenme sus demandas. Carcajadas lejanas de los
muros brotaron. Suspiros apagados en los oídos
se disolvían. Voces querellantes las
estancias invadían. Esa mujer indefinida, infame
y carcelera esgrime un tratado por el
tedio invalidado, el amor hace tiempo escapó a
otro altar. Prescribió ya el compromiso
arcaico. Ese infructuoso convenio
intimida; apariencia, mentira, fugas
continuas ¿No adviertes que ya esa
jaula desierta está ? ¡Señor K…! ¡Señor K…! no se hunda en la vorágine
de las indecisiones, enfrente sus pasiones el
pecho rasgándose, es hora de ofrecer el rostro
y estampar la firma; la cobardía amordaza y el
alma paraliza, el tiempo es inexorable y no
se detiene: Recorra su existencia y
reconozca los cadáveres; momias de todos sus temores, de todos sus rechazos; de aquella que finalmente
sucumbió ante el conflicto de ya no
ser o de ser sin sombra. ¿Lástima, costumbre o acaso
obligación ha esgrimido alternativamente
para no sucumbir? ¿Cómo ha respondido al
acoso lujurioso de Circe sin que advierta su
desidia? ¿Se le hizo tolerable no
mirar a la Gárgola mientras evocaba mi recuerdo? Cuando la angustia empezaba a
desquiciarlo y mi aroma lo invadía reclamándolo ¿se hundía en el misterio e
inventaba una dolencia? Sus deseos ¿Qué pasó con sus deseos? Le conmino a levantarse en
defensa de lo nuestro ¿No
soy yo? La
que a su vida belleza ha impregnado. La
que ha revalorado su ego abatido. La que lo ha enseñado a
vivir el presente. La que lo ha exhortado a
enfrentarse. La
que lo ha respaldado en sus sueños. La
que su autoestima ha valorado. La que lo escucha en sus
horas amargas. La que aún en sus desvaríos
lo ama. La
que ha aprendido a ser como quiere. La
que le ha confesado que el infierno no
es tortura y que el cielo no es la dicha. La que no teme al dicterio
enfrentarse. La que defenestra razones inválidas. La
que aplasta serpientes. La
que por su hombre el alma condena. La que despedaza con garras y
dientes. La que con ojos de Gorgona
fulmina. La que ante nada ni nadie se
doblega. Mis deseos No los quiero aniquilados ni víctimas del silencio. No soy el cirio que en su
esplendor se derrite. No soy la emanación de su
fuego. Yo
soy mi propio fuego. Mi
propia santidad. El ojo que triunfa en su
centro. La voluntad que se emana de
si. Y soy imperfecta e imperfecta soy y te busco y te reclamo y te atraigo y en el fango del cinismo me
pervierto y en el espíritu de la
lujuria me convierto y ante el acoso de tu carne
me doblego y con toda mi soberbia me
arrastro y ante el dolor de tu
ausencia la daga suplico. Perfecta muerte agazapada en el ojo de mi
creación, triunfa en su centro ante la
necedad del cíclope cuya perfección tiende a
dilatarse en esferas amplias de la
propia plenitud. Cirio víctima de su luz que
se expande; se derrite mientras más
ilumina, se licua en las sombras de si
mismo; se emana cada vez más lejos
de sí; mas no puede resistirse a la
disolución suya que lo multiplica y lo hunde
en el caos que lo emana hasta querer
todo abarcarlo. Debo confesar que todas las manifestaciones
de mi alma han estado bautizadas con el
agua de la maldición. He abatido a los espectros
pasados y presentes. He combatido las violencias
que querían depredarme. Te revelaré que después de
una vida árida en la cresta de aquel mediodía; una violenta llamarada
incendió el cirio de mis arrebatos con una emoción vicariante
casi mística; vi al hombre que me ha
perseguido sin decoro aquel que me eternizó En
La Cueva de su Boca. Mi despiadada castidad adoró
aquel alboroto. Y desde entonces soy la
perseguidora de mi perseguidor. He recorrido el mundo, he conquistado las
distancias. para unirme a su cuerpo en aquella eucaristía que la
vida me devuelve. Habana, Febrero de 2004, viernes 6 - 13h30 He
perseguido el rastro de tu aroma flotando en
intangible abismo de ejes temporales. He
venido en busca de mi propio amor. La
confirmación de un juramento por
la distancia quebrantado. La
viviente infamia no revelada en
el cenáculo de la noche última. El
gusto corrompido de la violada fidelidad. Mi
pecado cruza el océano para hundirse en este mar. No
preciso excusas ni pretextos, no
incurro en falta alguna. Este
argumento no me preocupa más que una paja. Mi
caso está fuera del apoyo de la ley. No
hay ventura en
los corazones que pernoctan en el miedo. Soy
la dueña de mi destino y hago lo que quiero. He
llegado para encontrarme con quien me espera; el
gitano de dos aguas y el villano de la alcoba; el
desgarre de distintas latitudes como
la ola fría que me ha custodiado para
desatar el viento que zumba y ulula, que
estremece y mitiga que
trae y lleva la nostalgia y
se eleva llevándose los recuerdos. Hombre,
heme aquí, ante
la incredulidad de tu mirada ante
la denuncia de tus sentidos que
escrutan mi presencia. Ante
las contracciones de
esa íntima sensación que te delata; en
un fabuloso movimiento que asciende y
atraviesa mi bóveda vaginal como un relámpago. Tuyo
es mi espíritu, lo mejor de mi misma tú
y la verdad serán siempre mi mejor argumento. La
ciega y velada alcahueta, confinada
en su oscuro albergue. Ignoraba
que el alma aflicta es un viajero silencioso que
parte hacia ese puerto desconocido. Nada
se interpuso ni nadie me detuvo. No
hay distancia, ni tiempo, ni impedimento alguno condición
razonable, riesgosa o utópica en
que el espíritu azaroso no se precipite como
un fulgurante demonio. Komodoro
Miramar azotado por el viento y
el plañir de las olas seduce
a los nativos de latitud sur lamiéndoles
el sexo, correntazo
a los testículos, pulsaciones
vaginales inquietudes
que trepan, que
hormiguean, que
alborotan, gorgoriteo
de la sangre, carne
tumultuosa suplicando la caricia concierto
de lujuria, acopio
de maldades y pervertidas ansiedades
flamígeros
escorpiones clavándose
el aguijón de desvergüenzas. Allí,
con la cara al viento sintiendo
bajo nuestros pies el bramido del océano que
contra el acantilado muere, exhortas
tu secreto: la
revelación de la cara oculta bajo las máscaras el
descubrirte a ti mismo como un prófugo, corredor
de largo aliento, escapista
de interrogatorios y torturas, fantasma
entre hemisferios. ¿Te
cercioraste que el brebaje dure quince días para
que la alucinosis te confiera libertad y
los verdugos del miedo la lengua te liberen? Ahora
ya no puedes detenerte, el
escenario está dispuesto y la obra anunciada. Soy
el deseo que permanece
inalterado aún
cuando te asaltan, soy
la única mujer, amiga, rival,
amante y proxeneta. Soy
el amor, el odio, el delito, Soy
sobre todo la que te tiene. Y
mío eres nombrándome a la mitad de la noche con
el sexo partido entre el sueño y el horror. Oportunidad
¡Oh! enorme es tu culpa, me
has tentado con la promesa de su amor. Con
el juramento inapelable de su cuerpo. Tornóse
la desesperación muda y el
delirio frenético. El
silencio litiga con el susurro de los cuerpos. Escucho
raudos moverse los requerimientos de la carne; imposible
detenernos, la intriga ha iniciado su debacle: Encrestado
penacho ultraja la
íntima cicatriz hundiendo la cabeza húmedo
contacto siempre apetecido y desquiciante nunca
el cuerpo es suficiente cuando la pasión es iracunda. Bungalow
777, En
la penumbra del santuario, lejanamente
el delirio de la secta nos invade, hablando
sin palabras Babalao de mi espíritu se apodera, llama
que lame mis íntimos abismos, puñal
de fuego asesinando
y resucitando en mí a todas las mujeres mueren
las honradas resucitan las putas mueren
las putas resucitan las honradas. Los
tambores, los tambores... palpitan
y penetran golpe a golpe… súbito
temblor de la piel sobresaltada por
la llamarada inquietante de la sangre; mi
cuerpo se subleva, me masturbo, me acaricio poseída,
posesa,
para
no perder el recuerdo me resisto, mi
voluntad obedece a una inaudible voz que me ordena
asesinar
el tiempo, falso esclavo del deleite, lacayo
inmortal de la eternidad, antropófago
del recuerdo. Cortejo
de seducciones en vuelos de mariposa danza
frenética, contoneo, donosura, bamboleo, estremecimiento
de nalgas, vulva contráctil vorágine
desenfrenada de movimientos vapores,
agujeros, calentura, cercan
al indomable envoltorio. La
locura es el inicio y
el deleite el camino sin retorno. No
escapa nada a la sed de los instintos ni
al reclamo de la ausencia; nos
bebemos el cianuro del delirio, nos
corrompemos hasta
dejar exhaustas las exigencias del deseo, sólo
para tornar a amarnos más
precarios y animalizados, otra
vez a la sombra de la cuchicheante conspiradora, donde
mis secretos pensamientos no son míos ya. Todo
te lo he dado... para siempre. 10
- 16 de febrero de 2004 Confinados
en Línea y 4, 812 por la maga de mirada negra asediados
por las ganas y urgencias desmedidas, una
legión de deseos y perversas sensualidades descontroladas
nos atacaron, hundiéndonos
en el magma del delirio. Siempre ese latido empapado es carnada apetecida llamarada
que la carne íntima desgarra con
gusto depravado, lujuria,
protocolo y notario de la vergüenza para muchos Afrodisíaco
para temerarios, impúdico
paraíso de sensaciones, única
posibilidad de ser para
inventar el pecado sin restricciones. Discípulos
de la carne conjuramos el grito del placer. Seiscientos
días de asedio y
el félido resiste en la Kueva de mi Boka, devoración
mutua que no mengua ni mitiga los ardores, pieles
abiertas para tragarnos a mordidas y arañazos. El
retrato de mi cuerpo evidencia el vientre torturado, marcas
deformándonos la carne tras
los requerimientos y abusos gritos
diletantes revelando la consumación del orgasmo. Día
a día devotamente nos amamos y
todos supieron de nuestra gesta. Expectantes
el cansancio y
el tiempo jamás nos detuvieron. Enredados
en un laberinto de sentidos insurrectos, sólo
declinamos ante el reclamo insistente del sueño, oliéndonos
como fieras para reconocernos al despertar, para
emerger del violento abismo donde
súbitamente nos condujo la delicuescencia, alejándonos
del mundo que nos priva de sensaciones. Hans
Otto Dill extrañado por el descaro manifiesto. Patricio
y Marú en las termas cristalinas de Mar Azul; azorados
por la vorágine que nos arrastraba al
cráter del deseo, han comprendido que
cuando se ama el miedo no es excusa. He
de abrasar tu ausencia para
que el vino que escancia el abandono me embriague, he
de olvidar que hasta ayer mi carne te supo, que
hasta ayer en las sábanas la utopía humedeciste, que
la hiena de garganta lechosa desgarraba
al león de negra melena. Ayer
cuando en la ebúrnea esfera se
dilató el aullido de dos lobos apareándose más
allá de la envoltura del tiempo y
las desquiciadas ensoñaciones; más
allá de la emboscada oval donde
compartimos el estremecimiento, donde
el dolor y la angustia se evidenciaron, donde
la sensualidad y la lujuria nos
corrompían plenamente: más
allá del ocaso te amaba posesa,
asesina de todos tus orgasmos. Cuando
la noche desbrujulada te
extravíe en otro lecho; cuando
sienta la algidez de
tu fantasma que me muerde la espalda, cuando
el silencio me imponga tu recuerdo, cuando
el abandono me imponga el silencio, cuando
el dolor me clave el aguijón de la angustia, cuando
pudiendo llamarte me quedo a olvidarte; habré
demolido la escultura de mi idolatría habré
renunciado al último hombre... Cuántas
veces hablaron de ella y de sus intimidades cuántas
más la plagiaron y la prostituyeron. Habana,
la hembra más codiciada y esquiva, inasible
soberana embargada
por la infamia del septentrión americano. Naciste
libre y los sueños quieren mutilarte. Tu
ropaje blanco a los hombres de brea envuelve y
en las hembras morenas el altivo garbo realza. Amalgama
de idealismo y ausencias impuestas Adobe
disecado con la sangre en el mar regada. Belleza
inigualable gravita en esculturales cuerpos con
miradas de Caribe desbordado, desbordado
mar en la miradas. Relojes
de arena deslizando el alboroto de los sexos. Pieles
con aroma a alquitrán y obstinación. Olor
de privaciones y santidades inventadas. Tormento
de libertad y derechos conculcados. Dolorida
inocencia de virtudes impuestas. Horizonte
siempre occiduo con un sol soberbio. Despiadada
pobreza en la Isla del Tesoro. Perversidad
autosuficiente con la indiferencia del tirano. Cómo
sobrevivir entre las fauces del dragón. Cómo
vivir entre la paranoia y las pesadillas, entre
la posible fuga y el calambre estomacal. Paseo
del Prado descarado, vaporoso, insinuante espera
el pisoteo de su abierto sexo para
engendrar escandalosamente todos los hijos que
jamás parirá su útero masculino y
que jamás llevarán el nombre de la infamia. Rambla
habanera, esfinge
denegrida, virgen
de asfalto. Parfum
de toilette, esencia natural. Tritón
y Neptuno desde el celaje calan
su tridente en el atolón donde
las anguilas del deseo inundan
la noche costanera. Capitolio,
majestuoso, enclavado
en la división de Las Habanas procesa
la alquimia cultural que
por las añosas calles se evapora. Añejos
y fétidos olores dispersa la historia de
esas arterias aplastadas por el tránsito de los sueños. Aves
de caza fulminadas a tiro de fusil y de ignominias, golondrinas
enjauladas en la tumba del olvido. Ven
acá mi amol, te voa a decil que eso
no impolta ya! no
conojco otra vida que'jta vida ni
otraj calles que ejtaj donde he paseado mi donaire mira
tú, pa’que quiero eso que jamás se meá de dal soy
una hija de la Revolución y mi padre es el Che me
debo a la consigna
"Patria o Muelte" Venceremos ¿Qué
tú quuierej? Ejte e mi paí. Veldá que sí la
pobreza ej de epíritu, vamos que te pasa Mira,
nuetraj contrusione que el tiempo va detruyendo son
el ropaje que los hombre han
diseñado pa’ pelsonalisàa Cuba Como
tu véj chica, la
decadencia ha desmaquillado los frontispicioj toda
esa belleza se malchita pol
que Cuba no tiene plata pa'restaural Nada
se ha contruído depué de la Revolución
desde
el Capitolio pa’ Lhabana socialismo
sí, imperialismo no. marihuana
no, sexo sí. En
las ingles del coloso Capitolio me descubrió Cuba la
enorme mentira fraguada para convencer a los estultos. Igualdad
ni en el hambre, ni en la oportunidad, Mercado
negro de la divisa imperialista, ron
y sexo pa’ignorar que la miseria se trafica. Isla
tórrida, revolucionaria viuda del Ché. Huérfana
de afectos esperas que tus hombres nuevos te
hagan parir la patria que tantas veces te mataron. La
leyenda ha magnificado al Caballero de París transformándolo
en una estatua de bronce prodigiosa. Cuerpo
metálico tocado y manoseado, cubierto
de súplicas y deseos de crédulos errabundos tropel
de manos resbalan por su orinecida fábula en
un intento de arrancar la fantasmática concesión. Deslicé
mi mano por su endurecida entrepierna. Le
imploré en su oído indiferente y sin tiempo no
privarme de la verga que me ha fustigado, evitando
que los viandantes escuchen mis demandas, sólo
para atentar piadosamente contra la maledicencia y
desbaratar la ingenuidad como soporte de ilusos. Malecón,
piedra amurallada detiene al acróbata Atlántico cansado
de estrellar su coito frente al Maine. Monumento
que enrostra la derrota al invasor. Desde
que mi padre me insertó la ínsula en el pecho he
creído en la verdad como derecho y denuncia. He
despreciado el prosaísmo y la falsedad.
He
sido adepta del corazón y del espíritu. He
perseguido la belleza para crecer con ella. Nadie
se amaba, nadie
reclamaba una mano, un hombro o un pecho. Los
únicos invericundos apocalípticos. Los
únicos seres que evidenciaron el amor por doquier. Los
que abrazándose, besándose, oliéndose, tentándose con
descaro e indecencia en
el cónclave de la Revolución, sin
importarnos que
el socialismo es Cuba, Martí, Che y Fidel. Demostramos
que amarse es gratuito y permisivo. Que
amarse es enseñanza, no obediencia. Amarse
es creación no beatitud. Amar
es entrega, es descaro, y no pecado. El
culmen del descalabro lanzó sus dardos. En
el vientre del Alejo Carpentier. San
Carlos de la Cabaña,13 de febrero de 2004, has
declarado tu apostasía; el
auto exilio de la Puta que te abrió su matriz para gestarte, el
divorcio de aquella perturbación categórica tan
característica en tus textos; la
ruptura del cordón umbilical que
te permita desnudar tus emociones. Tu
voz monocorde, inalterada siempre, su
tono ha variado, por
una emoción demoledora estrangulada
que
mi oído como un espasmo ha podido capturar estrellándose
en los rostros atónitos de los contertulios; ignorantes
de la fulmínea descarga de tu confesión. Hace
año y medio conocí a Khira Martínez, has
declarado, poeta
entre las vertientes del deseo atrapada y
el espejismo que se esconde en las metáforas. Fueron
míos sus labios a los muros de papel condenados. Fue
mía esa aérea mirada por el tapiz del silencio aplastada. Fue
mía aún sin haberla poseído. Por
remotas callejuelas meditativo erraba, mi
pasado abominando y despreciando el presente que
me había hastiado y me estaba aniquilando. La
asfixia existencial mis ilusiones estrechaba con
violencia insistente, conturbaba
mis ideas provocándome delirios. La
postración de una vida momificada se
ha ido desdorando por el deterioro emocional, ha
sucumbido a la infamia del tedio. La
absurda cotidianidad de los días compartidos sepultaron
mi espontaneidad, hundiéndome
bajo el mismo techo donde
se han estrellado mis expectativas, el
no tener ya nada que descubrir ni inventar, todo
ese fardo de irrealizaciones y renuncias, me
estaba conduciendo al exterminio. Cuando
la lluvia me ha devuelto a la soledad encajonada he
advertido la humedad deslizándose por mi cuerpo; ensimismado
en mis reflexiones no
había descubierto sus tentáculos penetrándome.
La
parálisis con su pértiga me había dopado;
evasión
de mí mismo, descontrol de mis sensaciones.
La
estación lejanamente me espeta su presencia. Perdido
en un enjambre de gente que corría, su
perfume inconfundible me abrazó como una llamarada, el
dardo tembloroso de su olor a su presencia me arrastró. Sus
ojos inmensamente tristes, mirándola
me han sorprendido. Bella,
como el primer día en que la descubrí, ha
venido hacia mí. Nos
hablamos con la mirada y los gestos desprendidos, le
he confesado mi tragedia como una expiación, he
justificado mi cobardía con el temor al rechazo por
no haberla buscado desde que su mensaje desesperado "Lates
en mi sangre pero no te siento"
se
clavó en mi infortunio. Desde
ese día he perseguido su rastro como un lobo ávido, desde
ese día mi corazón se encadenó a su nombre y
empecé a amarla y a perseguir su belleza para
tratar de descifrar la fascinación que ejercía en mi. Ha
sido mía cuando descubrí sus labios hundiéndose
en mi desespero, desde
la denuncia inmóvil de su rostro congelado; desde
el anonimato de mis días errabundos desde
la frialdad de mi lecho compartido y solitario. Su
cuerpo sació mi voracidad y acalló mi grito aquella
tarde fugitiva cuando el sol agonizaba… con
el gong del crepúsculo que lo liquidaba. Su
fuente se vertió prodigiosamente en mi desierto. Hechicera,
ogresa, tirana, bella mía Me
devolvió el alarido y de su belleza me embebí. Ya
nada importaba. Ella
me había devuelto la luz que hace tiempo se opacó. Me
he dedicado a vivir, para amarla, a
amarla para vivir. Me
he entregado con la certeza de que ella es ese faro que
me ha de conducir hacia la salvación o
hacia las tinieblas. Dos
solitarios, prófugos de la rutina que
en sus carencias se han reconocido; que
en su dolor se han delatado; decidieron
aplacar la angustia, enfrentarse
a la nada y luchar contra el mundo para
que la muerte reúna lo que la vida no ha desunido.
Desde
entonces he vivido la vida, la
he amado como se debe amar a una mujer, todos
los días, todas las noches, sin tregua, enfebrecido, enceguecido, dolorido buscando
su cuerpo para encontrar alivio, esperando
su palabra para acudir a su llamado, solamente
a su lado he sido el hombre que nunca fui.
La
asesina burocrática no me intimidó con sus trampas. Desbaraté
toda artimaña para correr nuevamente a sus brazos, detenerme
en cada sinuosidad de su tentador cuerpo, extasiarme
en la placidez de sus orgasmos, exorcizarme
del tormento eternamente erguido, para
sentirme palpitando en el éxtasis de su boca.
¿No
es acaso más importante vivir, rendirle
tributo al amor, dedicarse
en absoluto a la mujer que uno ama? Aquello
lo concebí como un ritual todo este tiempo, ahora
ella es mi mujer, la
amante que a la hoguera de su deseo me ha condenado; la
experiencia más bella que pueda desear mortal alguno.
La
pluma fue silenciada, castrada en su creatividad, porque
fui Dios en el infierno de su carne, ya
sólo levanté mi mano para acariciarla, para
escribir en el lecho la historia que hoy ustedes conocen.
Me
he dedicado a vivir, a amar para vivir. El
crimen ha sido revelado. El
recital sólo fue la lanza que suscitó el derrame de
pieles enfebrecidas cuando
los ángeles se rindieron para adorarte. Atentado
flagrante a la virilidad de los machos atónitos. En
hembra deseada y envidiada convirtióme
la declaratoria. Se
encendieron piras en los ojos circunstantes, pretendían
carbonizarme en la hoguera de
cardos de sus lechos infructuosos. Mástiles
intentando enarbolarse donde
tú plantaste un bosque de hartura. Silencio
roto por las quejas bajo las braguetas, vaginas
defraudadas reclamando histéricas la
embriaguez de la mía. Campaneaba
el tañido del miedo lapidándome; la
ira de esas mujeres insatisfechas me fusilaba. Apoteósica
Khira, sólo se vive el momento. El
encanto de la Habana. Cálida
lengua de follaje tropical. Escarcha
swaroski derramada bajo las vestiduras. Tesoro
turquesa de los mares cristalinos. Miel
de arena poblando las edénicas playas doblegaron
tu lengua caballo mío. No
lejos de la conmoción desatada por tu confesión y
aún sintiendo los tentáculos de
admiradores y detractoras, allí
mismo me arrastraste hasta una celda para
aliviar la apremiante queja de tu opulencia. Esas
cosas tuyas, esos arrebatos tuyos me
revelan tu historia y la incertidumbre confirman. Seré
amada, hasta
cuando mi hambre permita al aullido expandirse. Y
esa noche no
se rindió al amanecer del 14 de febrero, cuando
nos reconocimos en la ebriedad de la pasión. Troneras
que en otros tiempos al mar otearon ojos
inmóviles y áridos direccionados a la bahía pasadizos
oscuros, tránsito de bucaneros y prontuariados ¿Habríanse
tallado en paredes y pisos rostros
doloridos de valientes y cobardes gemidos
y alaridos, gritos de impotencia? Sentí
como un vaho gélido y antiguo, envolverme. He
ahí, El Morro, fortaleza erigida para vigilar el mar; prisión
de aquellos a la esclavitud opuestos, de
los otros que osan ser desemejantes, de
esos que intentan combatir con la pluma al dictador. Cañones
enfilados que
antaño buitres de pólvora vomitaron; hoy
sus corroídas gargantas son
el marco para instantáneas, para
retratarte como un corsario conquistándome
a cañonazos; regalándome
la Cuba socialista que
el imperialismo intenta arrancar. Esta
noche amor mío, ponte la máscara del anonimato quiero
exorcizar a las brujas que me precedieron, estamos
en la tierra del deseo y la sangre contiene todas las
emociones que podamos exigir, invocaré
los poderes de Yemayé para
que tu danza me abra el espíritu y
me glorifique en la posesión de tu carne cuando
haya devorado tu cabeza. Has
despertado mi apetito con
la seducción que se agranda
ante mis ojos, la
madera misma en su fibra íntima talada
para la constante hoguera. Unge
tu cuerpo con los óleos inasibles del amor y
déjame beber las primeras gotas de esas tempestades que
se precipitan cuando la carne ha sido acariciada y
la sensación de placidez y ternura permanece. Ven
aquí, al lado de mi angustia y mi deseo, empieza
a deshojar la
piel marchita de los antiguos eclipses, acaricia
la piel nueva que esta mañana ha
sacrificado a las orugas para llenarse de lenta seda. Tan
sólo en la mañana, minutos hace me despertaste trepado sobre mí, dentro de mi. El
tiempo se escapa como una exhalación el
tiempo apremia amado, ponte
la máscara de los apetitos corruptos esta
noche quiero corromperme y ser la mujer perversa, quiero
ser la puta que a su antojo te domestique, quiero
alejarte de la vida muriente que te anquilosa quiero
devolverte la ilusión que has venido a buscar. Me
he vestido para tus ojos, me
he perfumado para conmocionarte y doblegarte. Urde
todas las fantasías que mi cuerpo te provoque. Desde
aquí propicio el olvido de otros mundos decadentes, el
degüelle de la última loba que devoró tus testículos. Micciona
sobre mí y
demarca el territorio que nadie ha de conquistar. Hoy
sólo quiero perderme en la oscuridad de tu atalaya, encontrar
tu orgullo erguido, lamerlo una y otra vez descender
hasta tu cóccix y
hundir mi lengua en tu apretado caracol. Cuando
tus dedos hurguen mis cabellos y
empuñes el cabestro cuando
tus caballos hayan galopado hasta la otra orilla dejaré
que tu lengua relama y succione la
raja lúbrica que te obsesiona; desataré
mis lamentos en el fondo de tu coherencia, gemido
de olas, despiadada acrobacia precipicios ardientes, lenguaje de sensaciones desbordará
mi cuerpo en un goce al que me afirmo porque tú nunca te
detienes. Empezarás
a descender por
los escalones de la abyección más deliciosa; ni
un resquicio inútil de vergüenza se
escudará en la oscuridad, la
luz de la farola nos mira sin descaro su
ojo ardiente no se complace en delatarnos. Ronca
voz, ronca súplica desde el fondo de la codicia desde
el delirio y la sensualidad de tu hazaña, me
dejo arrastrar para que te hundas por fin en el istmo. Tú, comedor de mi carne, celebrarás
como hombre la conquista de la hembra, anclarás
como animal de cuatro patas tu dominio y
hundirás tus dientes afilados como
reptil para corroerme en tus vísceras. No se agotarán las instancias del placer te regalaré mis orgasmos interminables treparé a la cima del desenfreno apremiada por tus exigencias me
doblaré y desdoblaré persiguiendo el apocalipsis llegaré al Samsara con
la promesa que no ha podido ser revocada,
mas te preservaré hasta el
final cuando toda resistencia sea
vana. Me suplicarás tatuar
en los espejos mi cuerpo enroscado a tu cintura me
mirarás por detrás en la vorágine desatada entrando y saliendo, ondulando sobre tu crisis sentiré
tu respiración agitada, miraré tus ojos extraviados, tu rostro de mártir,
me abrazaré a tu cuello cuando el desgarro te parta
el vientre cuando liberes eyaculando
el gran orgasmo en el único grito que me
posee y te crucifica. Más allá de ti y de mi
misma.
Sabrás que después de mi, sólo yo. Mi
amolll, venga pa’ movel le la bola déjese
de boberíaj chico que
rico tu ejtáj caramelito
mío. Guillotina
mortal y precipicio vivencial. Infarto
de hemisferios tiranizados
por un himen fantasmagórico. Apoteosis
dorsal en
el develizamiento de placeres opuestos. La
bautizan como el oscuro albergue donde
los extravíos se glorifican y
la sangre inicia su renacimiento. Decir vagina, es decir mujer Ser mujer es esencia y origen Vagina es dolor y placer. Vagina es identidad de hembra. Existencia oscura, cálida humedad. Túnel contráctil, plancton lechoso. Caviar para el gusto refinado. Arena movediza, mar abovedado. Decir vagina, es decir mujer mujer es universo de sensaciones; vagina es encuentro de dos mundos sarcófago, cripta de los deseos, vértigo en un abismo de tentaciones, viaje hacia la profundidad inasible, arribo a la realidad y a la fantasía, apoteósica convexión de magmas. Decir vagina, es decir mujer. Decir mujer es decir poder. Vagina es olor a océano. Vagina es misterio tras la abertura. Mordida que regenera. Cordel que se ciñe a la garganta. Acero que desgarra los lamentos. Fluidos lamiendo las orillas. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es conmoción y suspenso. Vagina es refugio bajo la cumbre. Barranco ascendente entre carnosos cardos. Prisión deseada, encanto irresistible. Incursión placentera que alaridos arranca. Odisea única hacia el orgasmo. Viaje que no termina al reconocer la autonomía. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es tierra virgen y arada. Vagina es era que recibe la semilla. Es boca que tritura con los labios. Vagina es raja lúbrica, tajo abierto. Hueco que devora los sentidos. Alambique que tamiza flujos y reflujos. Clepsidra gorgoriteando clímax. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es opuesto convergente. Vagina es arca de tesoros olvidados. Vagina es collage de inquisiciones. Territorio al placer subordinado. Cueva de temblores y rugidos. Ojo de agua en medio del desierto. Puerta que se abre a los misterios. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es verbo que construye. Vagina es cerradura siempre abierta, es oleada dentro de la bruma, lecho marino para algas seminales. Canal de aguas esenciales que no se agotan. Gotera que desagua ofertas y demandas. Vaho que se posesiona del olfato. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es árbol de la vida. Vagina es rama con la fruta. Acceso a la conciencia de los hombres. Razón que se agita en las entrañas. Credo que vindica la lujuria. Vagina es el paraíso prometido. Único infierno que es condena voluntaria. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es tratado de lo eterno. Vagina es albor y apogeo del deseo. Vagina es sumirse en el olvido del instante. No morir cuando la muerte llama. Vagina es regenerarse en su alquimia. Reflotar en un mar de turbulencias. Triunfo y derrota del alma y de la carne. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es llanura y cumbre. Vagina es calma y reposo al inicio del ascenso. Es aceptación y gloria al coronar la cima. Vagina es turbulencia en su meditada soledad. Es clamor de lluvia en el estío. Vagina es suspenso cuando la vela se despliega. Es colapso cuando naufraga el navegante. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es huracán, suave brisa. Vagina es tumulto de emociones. Íntima caricia que el aliento pasma. Vagina es conjuro que la voluntad doblega. Enigma que se revela en su GE. Vagina es la aventura que se vive, segundo a segundo sin perder la brújula. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es determinación y puerto. Vagina es altar donde el vínculo se crea. Incienso, mirra, oro, la ceremonia ofician. Es seguridad donde se ancla el sentimiento. Vagina es cultivo que germina. Es cosecha que satisface en la jornada. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es manantial y fuego. Vagina es leña que consume las pasiones. Es lava que abrasa y calcina. Vagina es llamarada de los karmas. Es rayo que se parte en la hoguera. Vagina es un torrente que no amaina. Un caudal que rebasa las represas. Decir vagina, es decir mujer. Mujer es inteligencia empírica. Vagina es gozo indescriptible. Es pedido de conquista y posesión. Vaivenes que seducen y aniquilan. Es rugido de la fiera al acecho. Es sensación de espacio y pertenencia. Vagina es el poder sobre el cerebro. Decir vagina, es decir mujer. Decir mujer, no es decir vagina. Entre las sábanas se desliza tu mano
buscándome
Sobre mi piel susurras: Tus piernas que hace poco
aprisionaban mi cintura desdobladas se desparramaron
en el lecho. Otra vez te había amado
Otra vez tu cuerpo sus aromas
me convidó. Tu cuerpo mío, enteramente bello y deseable; mío sólo mío, para mis ojos. Te reconocí y te supe mía. Mi mano ensartada a la tuya no me atreví a desatarla. No quise dejar fugar el
encanto. En la difusa oscuridad dos colgajos de semen sobrevivían en tu pubis
despoblado. Mi última sacudida delicuescía sobre ese
naciente musgo. Plácida y pálida casi cérea; con una débil humedad cubriéndote continuabas sin moverte. Ni un quejido. Ni un suspiro. Te llamé con mis ojos. Tus oídos aletargados no me
oían. Inerte seguías sumida en el
silencio. Reposando al lado de tu
asesino. Tu vientre latía
imperceptiblemente. Allí estaba la herida de
mayo respirando. Dormías Estabas viva. Anoche vigilaba tu sueño. Contemplaba tu cuerpo abierto después de haberte amado. Ha llegado el momento de
abatir la terrible sospecha que me inculpa los crímenes
que no he cometido. No acusaré a Satán
por ofrecerme la fruta corrompida. No he de condenarlo al
desierto por pretender mi alma. He de exculparlo de toda
participación en la catástrofe que hasta hoy te conturba y
te sume en el desconcierto. No tengo otra intención que impugnar las acusaciones
equívocas que desde el púlpito de los
mercenarios cuestionaste sobre mi conducta en la última
travesía. Si fragüé un escandaloso
atentado para reducirte. Si conspiré con la ciudad
para destrozar tu sueño. Si no me abstraje en tus
deleites. Si te llené de vergüenza
por la dolorosa desnudez de esa fiebre que me envolvió
en un vértigo de locura, asumiré la falta inmolando
mi soberbia y en el paredón donde a los
incautos ajustician. Purgaré estoicamente en el
columbario del exilio alejada de los terrores que
fraguaron mi caída; hasta que las cenizas de
dolor se desvanezcan. Presiento que esta
declaratoria ante el mundo es inevitable, para que mi
alma no sea deudora de tus
derrotas y lamentos. Me relevará del paredón de
los terribles dicterios que tu lengua enredada
profirió la última vez que nos vimos. Me purificará en la pila de
las absoluciones, mientras tú continuarás
enterrado en una intacta sepultura de
conveniencias, desentrañando lo
inexplicable y denunciando tu exclusión
de mis proyectos. Esa perversa obsesión calada
en el fondo de mi mente estaba incubando la horrenda
pesadilla desde el momento mismo de mi
preñez. He de admitir que ignoraba
toda la infamia que mi cuerpo iba perpetrándome
silenciosamente con esa zarpa intangible que
desgarraba mi cerebro carcomiendo lentamente mi
deleznable voluntad. El sueño no muy lejano de dejarme conquistar por la
rancia meretriz, de dejarme apasionar por la
nobleza del mundo antiguo, insistentemente me escindía entre el miedo y una íntima
ambición. Los herederos del nombre me
llamaban con la sangre. Atravesé el gaseoso enjambre
de las horas encaramada en el vientre de
la inmensa tintorera, adormecí el recuerdo para
ver con nacientes ojos el mundo desconocido desnudándose
para mí. Un concierto de aeronaves
pululaba en Le Prat El monstruo se abrió el
costado y emergimos a la floración. Flotamos en la atmósfera
senescente de los conquistadores. Retornamos al inicio cuando
los mares fronteras abatían y los bucaneros repletaban
sus naves de doblones. Barcelona se descubrió
glamorosa en el auge de la tarde. Derramaba la bella, los colores del Mediterráneo
sobre la cresta
alargada del día. La noche se retrasó a propósito
para
suspender en las retinas la rebeldía del sol negándose
a partir. En la Rambla barcelonesa Corredor sin fin, Callejón de los Milagros, Teatro mágico donde la
realidad fascina. Gran circo de la civilización
y las culturas Prodigios e ilusiones al ojo
embelesan. Ni barreras ni cerrojos se
levantan para detener el tren
inexorable de los deseos. Cómo no dejar que ese cielo
alucinante me desquicie. Cómo no sentir los delirios
de aquellos que me rozaban. Cómo negarme a la fiesta de
emociones que me regaban. Sin pensarlo habría sido la
Magdalena que luego lapidarían. El grial donde todos beberían
el vino de la transformación. Habría sido el sacramento
para los perjuros. El único pecado que el
tiempo no hubiera olvidado. La brisa del Mediterráneo nos flagelaba con gélidos
lamentos. Las embarcaciones excitadas
levemente, se bamboleaban en
la dársena impasible. La
honda boca de la noche se descoyuntaba para tragarnos. Los
olores más corruptos en una oleada de intrigas, se
disipaban en su garganta mancillada. La
oscuridad es un desvarío. Un
laberinto donde los sentidos se extravían. El
buró donde todas las ignominias del alma se pacta. Prisión
de exaltaciones donde la carne se precipita. Ceguera
preservada para ser sin escándalo. Alcahueta,
encubridora. Mujer
indefinida de fatales encantamientos. Tugurio
devastado por los excesos que nos rebasan. El
único feudo que pisoteamos y adoramos. Casa
de locos, refugio de miserables. Horizontalidad,
verticalidad, arrastre, confabulados
en la dulce caverna donde eyaculamos todas
las miserias que nos asemejan. En un tumulto de falos
comprimidos y vaginas asfixiadas, se retorcían mis
desquiciadas palpitaciones y extrañezas. Penetrándome con desvergüenza
los olores fermentados la fatiga, el odio, la
ansiedad del barullo condal; me iban hundiendo en los dantescos infiernos de
las estaciones. Desde algún lado me
estallaban lucecitas y nombres
impronunciables. Digerida por la serpiente de
cercanías su vientre angustioso,
atestado, fétido, indigesto; me provocaba un vértigo
imparable cuando intentaba mirar por
las ventanas. Corriendo hacia atrás entre
tinieblas y resplandores pretendía equilibrarme entre
el desplazamiento y la inercia Entre la persecución y el
abandono. Y Caí, Caí,
caí
caí…
Provenza, Sabadell Montaner Vaixador de Valvidriera Hospital
General Saint
Cugat Terraza Rubí…
…Apártense No permitiré que me
arranquen como a un c ó a g u l o ¡repulsivo! Aléjense de mí adefesios
sin feria. No estoy dispuesta a aceptar
el argumento que justifique el despojo. Si he de ser condenada que sea por el crimen de
amputarme la conciencia. Atrás, atrás, gusarapos
malditos. Permanezcan en el fondo de
este laberinto sin espejos confundidos en la espesura
infinita que intimida para que mis desvaríos
descubran la lejana estrella suspendida en el sextante
donde el último hombre yace sepultado. La gran conmoción de las
culturas ha desbordado a todos esos
cismáticos gesticulantes, rebeldes sin causa, causa
aparente o causa de rebeldes, parapetados en la Sagrada
Familia de Gaudí flamean la pisoteada bandera
de la igualdad. Entre tanta gente y el
fuliginoso enjambre nochero, la percusión de los metales
penetra con cada alarido con cada aullido de sus
peligrosas libertades. ¿Estarían artistas e
intelectuales confabulándose en este Foro de las Culturas
para detener la masacre? ¿Estarían dispuestos a
mutilar las manos asesinas ¿Las manos que disparan, que
envenenan, que despojan? ¿Las que escriben dictámenes
genocidas? ¿Las que se adornan con la
sangre violentada? Represión armada, terrorismo
siniestro ¿Alguien habrá denunciado
la infamia del poder? ¿Algún miserable se habrá
delatado en su inopia? El petróleo, Iraq, Afganistán,
Cuba, Venezuela Gran Cultura que el Tamerlang
imperialista ambiciona. Ideología maniquea, política
monopolar imposición del águila en el
escudo universal. Paz o conflicto el punto de
equilibrio inabordable. El mito o la realidad. El retorno a las fuentes
oponiéndose a la modernidad. Globalización frente a
identidad nacional. Educación para la integración
social o hacia el individualismo. Manifestación del
pensamiento crítico y divergente. Sensibilidad receptiva ante
la complejidad cultural. Integración, animación,
sensibilización. No despojo, no muerte. ¿Propondrían abolir el
desencanto que me iba despedazando en este cementerio de
escarnios e indiferencias? Enterrada bajo el peso de una
incomprensión faraónica, estigmatizada por tus miradas
inquisidoras y el buitre de tu
concupiscencia; aborrecí mi cuerpo y la prominencia del delito que poco a poco me iban
carcomiendo. Atroces tornarónse los colabozos de los días azotados a cada instante por
una ansiedad monstruosa que me iba vaciando la ilusión
sin descaro. Ningún apetito me despertaba
tu carne. No me conmovía el
escandaloso alboroto de ese exquisito manjar. Una terrible sensación de
repugnancia y vértigo me estaba trastornando la
existencia. Buscaba en tus llamadas el
sosiego para mis lamentos, el prodigio oculto entre los
pliegues dilatados de tu gran fantasía. Abandonarme a la intemperie prescindiendo del angustioso
dardo del pensamiento. Noche tras noche en Saint
Peré, rasgué los lienzos de mis
despojos para escurrirme bajo tu
cuerpo sintiéndome detestable. Me exigías ser el centauro
de cópula salvaje. Una maldita condenada a tu
sexo para que sobrevivieras. El objeto escandaloso de tus
urgencias varoniles. No culpas, no penas, no
pecados, No, acusaciones, ni reclamos
sin sentido No explicaciones, ni
mentiras, ni verdades defraudadas. Yo sólo he sido la víctima
del atentado de agosto. La cínica que se partió por
un rubí sin valor. Encapsulada, atuguriada, comprimida en el intestino fabuloso del
Talgo, mi angustia removió los
estados dormidos. Una persecución insoportable
me aplastaba. Esos ojos frente a mi observándome
sin decencia. Las exhalaciones de aquellos
alientos nauseabundos asqueándome; y junto a mi, grandiosas olas
de odio revolcándome en las úlceras purulentas de
tus deseos insatisfechos. Cómo escapar de aquella
tortura. El ciclópeo monstruo ha
clausurado todas las salidas. Herméticas ventanas obstaculizan el escape. No me mires, no me hables. No ves que yo en mi desvarío
te sacaré los ojos. Te arrancaré la lengua para
que ni una sola palabra me denuncie tu extrañeza. Permaneceré a tu lado con el
compromiso de tu odio hasta que tu puñal vengador
recorra todo mi cuerpo en una orgía de lágrimas y
súplicas fingidas; hasta que el claustrofóbico
túnel se derrumbe y nos aplaste con toda la
pestilencia que nos infecta. Austerlitz, macilenta, lóbrega y fría nos descubrió un claustro
deslucido por las deyecciones de esas viles palomas que
vinieron a conturbar mi ansiedad con sus mortíferos
excrementos; elevándose como una invocación
de las cloacas como una maldición oscilante
clavada en mi olfato. Con un torcido afán persecutorio y complotado. París, he llegado a ti desde la
infancia donde mi inocencia te concibió
como una mujer de aristocrática
belleza. Allí en la profundidad de
mis sueños te conservé para resucitarte en la vorágine
de ambiciones amputadas. Quiero hundirme en la
delirante fascinación que tu historia ha ido
levantando. Quiero que el corazón recóndito
de tu logia me revele las incógnitas que
he venido a buscar. Devuélveme la ilusión. Devuélveme el alma que he
perdido en este trance. Déjame llegar a tu santuario
como Magdala. Déjame iniciar el recorrido
de mi sangre en tu altar. Seré una Plantard para
conservar la estirpe del mar. En mi grial descifraré las
incógnitas crucificadas. Anularé los ensalmos para
que las lanzas no hilvanen más heridas que
impidan el retorno. Quiero descubrirte en la
fantasía de mis noches pueriles. Quiero recorrerte desnuda
para saberte mía. Hurgaré tus entrañas debajo
del asfalto. Oleré la pudrición de los
monarcas. Exhumaré a Bonaparte para
comprobar el asesinato. Víctor Hugo, Baudelaire,
Flaubert, Sartre revivirán en mi la
genialidad de su pensamiento. Pero no seré una miserable
perseguida. Ni me acosará la decadencia
del amor. En mi defensa, la náusea
transformará las apariencias y las flores del mal no
fulgurarán en mis jarrones. Abofeteada por un sol
perezoso. La bruma de esta ciudad me hundió aún más en la
horrenda desesperación, aquella a la que ignoraste
entre Perperignan y Toulouse cuando me acusaste de haberte
abandonado. Cuando esa especia con su
piel enrollada y áspera vertió vinos de discordia embriagándonos con amargas
aversiones. Apenas un gesto amortiguado una sonrisa hipócrita intenté
proyectar; ya todas mis emociones se habían
petrificado. Desconocía mi voz y aquellos
sentimientos que hasta ayer me han
mantenido fiel a tu recuerdo. Una extraña me habitaba. Otra que era yo misma dentro
de un corsé viscoso. Aborrecí mi cuerpo y el
engendro que crecía. No podía comprender como
llevando tu simiente el fermento del odio infectó
mi sangre. Atenté contra todo lo que mi
amor había construido. Sentir o no sentir no esclarece la conspiración
de mis afectos. Siempre tu desnudez me ha
causado asombro. En aquellos días tu desvergüenza
me horrorizaba. Consideré una animalidad tus
pretensiones. Tus demandas me despojaban de
mi intimidad. De mi yo cómplice en esas
horas de pesadumbre. Tus manos, me quemaban, me
herían Tu cuerpo se desmoronaba como
La Tour Eiffel que la veía abalanzarse
sobre mi, atravesarme con su armadura
ferruginosa, ensartarme millares de luces
de su esqueleto rutilante para calcinarme con su
colosal vanidad. Ese Arc du Triumph disparó las peores diatribas
con que me amedrentaste. Tus ponzoñosos halagos
rebajaron mi orgullo. Me denigraste hasta
convertirme en un esperpento abominable. Mi cansancio y melancolía
arrastrados por les rues no podían
ser más vilipendiados. De les Cimentiére Mont
Parnasse y Mont Martre; me atraía la soledad de esas
tumbas abandonadas, quise habitar una de ellas para que mi silencio no
siguiera importunándote ni mi desprecio tornándote más
vil. Pére Lachese, Tal vez esperaba inhumar lo que mi cuerpo en crisis
protegía a pesar de mi. Allí estaba la posibilidad
de lapidar mis desatinos. Lanza la primera piedra. Véngate de las humillaciones
que te hirieron. Inflíngeme: todas las brutalidades que tu
alma dolorida suplica. Termina de una vez con este
tormento que ha cavado un abismo de
profundos rencores. Que ha sembrado cardos en tu
corazón. No te arrepientas. Por esta sola vez ármate de
valor. Dególlame. Arrójame en una de aquellas
fosas profanadas. Junto a la famosa tumba de
Jim Morrison; porque mientras visiten su
sepulcro, pisotearán el mío y así, inadvertidamente la
anónima yacente jamás será olvidada. Nadie vindicará el crimen. Mis hijos exigirán las
cenizas para unir el recuerdo y el
dolor en la misma urna. Perdida vagué por las
infinitas veredas del camposanto. El llanto afloró con la
lluvia que se precipitaba. Me tomaste la mano y nos
refundimos en la estación atestada de cobardes huyendo
de los reclamos fantasmales. La serenidad me sobrevino con
la caída de las hojas. Pigale en esa pluviosa tarde nos seducía con los brazos
aspados del Moulin Rouge; con el polvo púrpura del
tiempo anquilosado en sus paredes, con las marionetas esperpénticas
de esculturales divas movidas por el fantasma del
noble libertino; el genio deforme, Prior de la
orden del Can-Can el Gran Maestro Toulouse
Lautrec. Amo y señor del antro. Ogro honrado por la magia de
su paleta y la eternidad de su trazo. Divino portento que ha
preservado para la historia el espíritu fabuloso del
baile impúdico con aquellas voluptuosas
bailarinas inmortales que ofrecían los encantos
del derriére en una efervescencia de
saltos y destapes; deslizaban la seda hasta la
mitad del muslo, donde se detenían las
miradas decorosas y el deseo su ascenso
empezaba. Ofertorio de impudores los
manjares que se exhibían. Antes cubiertos para no
vulgarizar su encanto. Ahora esa carne abundante se
prodigaba en las bandejas que todos
manoseaban. Las damas del placer nos
arrastraron hasta la intimidad sin
barreras de algún cabaré, para ofrecernos las mieles
degustadas de sus colmenas despojadas al final de una danza en la
que paulatinamente los secretos púdicos
oficiaban el ritual heleno para aturdirnos con la
sensualidad y destreza de sus movimientos lánguidos, agitadas cual libélulas en
el acabamiento, cual tarántulas en la
conjunción mortífera. La lubricidad de las
mesalinas no nos infectaba. Nuestras emociones estaban
comprimidas por un doble empaque de
frigidez. Descubrimos que una necesidad más
profunda que la carne estaba llamando a nuestros
corazones. ¡Perdóname te grité! Implorante, reducida,
afiebrada, entre aquella algarabía de
cuerpos. Me hundiste tus dedos casi
entumecidos. Desesperadamente te aferraste
a mis labios. Colgado como una mariposa chupaste el polen acopiado de
mis consunciones. Querías reanimar la pasión
que se me había congelado. Arrancarla del umbrío
desierto inconsecuente. Buscando tus mimos me envolví
en tu pecho. Me revolví entre tus brazos
intentando derretir ese témpano que me inmovilizaba. Y te lloré mi triste condición
de invalidez. Quise ¡oh cuanto lo deseé ¡ Desvanecer el maleficio que aún
no percibías y que me estaba secando el
corazón. Nos palpamos para devolvernos
las ilusiones Para sentirnos aún perteneciéndonos. Compartiéndonos en esa
penetración silenciosa. En esa respiración dolorida.
En esa confesión que la
ingenuidad nos devolvía. Que nos restituía los días
del otro lado del océano cuando sin el perfume del
odio nos amábamos. Place de Clichy humedecida por la lluvia
primaveral detonó el frío que nos
perseguía desde Barcelona. Protegidos por le paraplui
de abrazos nos internamos en el laberinto subterráneo
de trenes y metros, hasta que Saint Ambroise
empapado nos empujó al ático de Saint
Maur; bajo el adormecimiento de las
palomas que detestaba. París llegaba a su fin dejándome
acalambrada y sumida en las tinieblas del
desconcierto después del atentado de los
escalones sin fin en la oscuridad del socavón
de múltiples gargantas. En medio de la bruma que se
levantaba, surgió Alemania. Düsseldorf cálida congregación de
ciudades en una noche de ficción me
destiló el vino que adormeció esa malévola
perturbación. Bellefield, amarillado con las flores
del diesel plantó espantapájaros de
energía eólica para que el dios del viento
no sople destrucciones. Webelsburg, entre brumas y escenarios mágicos en el cielo ha pintado las
estaciones del tren. Hermes volando sin alas hacia
la fantasía, desaparece entre el celaje y
las ilusiones. Paderborn/Westfalen Hoher
Dom; Renaissance-Rathaus Frías, inmóviles, soberbias enclavadas en la médula
primaveral con sus esqueletos de granito
y alma de renacimiento han retado al diluvio de los
siglos. En las entrañas de la Hoher
Dom, el silencio de las catacumbas
el sueño de las momias ha
preservado. Delbrück me invocaba desde el fondo
del recuerdo. Entrañables brazos me
tendieron el puente del reencuentro. Tantos afectos dormidos,
tantos años vacíos enclaustrados en el ático de
la nostalgia. Allí en un rincón del
tiempo Teresa espera. Allá en otro recoveco de la
gran caverna Rómulo camina hacia el
laberinto de la nada y lo ignora. Del mismo ombligo el norte y
el sur parten Y el mismo suelo norte y sur
comparten. El centro es el vínculo que
une el este y el oeste Con ráfagas de memoria
colgando en el olvido Tal vez aquí en donde mi
existencia se confirma el cáncer que carcome mi
cerebro se eclipse y logre recuperar las imágenes
que no han acudido a mis súplicas. Rietberger Str. 31, 33129
Delbrück He llegado persiguiendo el
rastro del jaguar para reunir las huellas que
me devuelvan a mi tribu, el aroma de la leña y del
humo dispersándose en la choza de quinchas y
paja de mis antepasados. Los juegos con milillos y
sampedros el sambenito, el venado, el
escondite. Los terrores del tuío
rascando las paredes chinacuros y san jorges
espantándonos en las chacras. Pindo marañón, jerga mauca
enroscándose en la retina lejana del árbol
de naranja. Tulipanes como jamás mis
ojos concibieron me asaltaban con sus colores
exquisitos y sus cúpulas rutinarias
abiertas hacia el cielo. Los jardines del Edén habían
sobrevivido al genocidio en esta ínsula de Alemania. No recordaban los delirios
del sargento autodidacta. Eugenesia de una raza
inventada. Exterminio de judíos,
conculcación de riquezas. Hornos crematorios y cámaras
de gas para acabar con la conspiración
de un pueblo que se estaba llevando el
mundo a pedazos, que llenaba sus arcas y
ocupaba sus espacios; que imponía su espíritu y
la Ley de la Torá. El mundo en el tirano puño
del nacional-socialista. Cruces esvásticas el símbolo
nazi. Caos, demencia, arrogancia en
la botas. Siembra de sangre con
semillas de plomo. Delirio imputable al poder
del Fürher y a los perversos instintos
de lobo estepario. Verde, verde, verde Bruma, lluvia, frío en la
tierra del kaiser. Tras la niebla surgían los
sobrevivientes del pasado. El Kastillo de Kafka en plena
Metamorfosis. La muerte en Venecia ahogada
en lagos espurios. El derrumbe del Muro que
levantó la ignominia. No pudo la antropofagia
destruir el sueño más puro. Vivir el sueño de la vida
sin una vida aletargada, sin tiranos, sin cañones,
sin bombas ni metrallas, sin huérfanos de padres, de
hijos, de esposos; sin la orfandad de los
afectos porque el corazón quedó
trunco de latidos. Germania heredó la tierra gélida
y castrada. Casas esperpénticas con
gritos y aullidos desesperados ocultos tras los sótanos y
buhardillas, pisos, paredes y techos
simulados que permitían engañar a los
ojos de la Gestapo. Más de medio siglo desde que
el horror fue confinado. Otras generaciones viven el
ahora. Buscan el perdón y la paz
proclaman. La tragedia fue un cáncer
que fulminó el pasado. No existe memoria de la
persecución más horrenda. Sólo esa dama diacrónica se
empeña en la denuncia. Finge para que tu pesar no me
alcance has proclamado. Miénteme que no puedo
soportar tu invalidez. Píntate ese rostro demacrado
para que no me espantes ¡¡¡¿No te has visto el
horror añejo que te delata?!!! Dónde está tu bella cara y
la fina maldad de tus gestos. El opio que tantas veces me
adormeció en tu vientre. Tu juguetona seducción que
me empinaba sin demora. Ingratas y malévolas ofensas
proferiste, las más dolorosas y letales que hubiera querido oír de
labios de mi amado. ¿Cómo podía modificar mi conducta si
mi cerebro estaba escindido de mi cuerpo? ¿Cómo detener esa procesión
interna que me inhabilitaba? No podía imponerles a mis
sentidos y emociones que la conspiración
abortasen, si estaban empeñados en
degenerarme, en sangrarme hasta la última
gota de cordura. Tú otra vez me abandonaste en el avispero de mis
tinieblas. Seguí derrumbándome sin que
hicieras nada para ayudarme. Te lamentabas de mi silencio
mas no aligeraste mi calvario. Tus manos de Poncio Pilatos me clavaron en la cruz de tu
cobardía, mientras veías desde la
ventana las tumbas que el sueño te
espantaron. Qué maleficio ha caído
sobre mi. Qué desconocidas desgracias
me acechan. Ya ni el dolor con el cual he
convivido lograba apartarme de la
obsesión que me taladraba. Todas las noches moría con
el vientre aplastado. Con la asfixia comprimiendo
mis pulmones. Con la terrible angustia de
no despertar jamás. Sobresaltada, en la oscuridad
reteñida me levanté. Encendí la lámpara y te miré
desnudo al otro lado de la distancia. Un sacrílego mandato te
imploré. Un débil ruego que reunía
el polvo de mis fuerzas. Un deseo implorante de que me
ultrajes por última vez. Sólo esa queja dolorida,
casi gutural. Casi como un ronquido disparado desde el fondo de
las entrañas. ¡Culéame! ¡Culéame! Te grité desfalleciente. Atónito, asustado, no condenaste la blasfemia. Con un alarido el carnicero
inguinal despertó. Mi lecho fue invadido por
hambrientos escorpiones. La inmunda a la que
aborreciste te suplicaba perpetrar otro atentado
contra su roída fortaleza. En mi sepulcro de
iniquidades, en mi confín de torturas en mi jergón de faquir consumamos todas las
violencias relegadas. ¿Soy tu hombre?
me inquiriste con un lamento atorado y
tembloroso. ¡Sí!,
¡sí lo eres! Alcancé a barbotear en el
ojo de la oscilación, desde el trapecio donde tu
pasión me había encumbrado. ¿No ves mi sangre corriendo
por mis piernas? ¿No me sientes indefensa y
deshecha ofreciéndote mi carne como
en la última cena para que tus zarpas me
marquen como otra de tu hato? ¿Buscando nuevamente mi
infierno en tu cuerpo? Permanecimos uno dentro del
otro. Sin proferir ni una sola
palabra más. El Kastillo que había
levantado se estaba desmoronando. Yo soy tú al otro lado de la
puerta El miedo que te desangra El veneno que te paraliza El espejo donde tu rostro no es más que el mío desde el navajazo de mi
demencia. Estampida de búfalos salvajes tu atormentado pubis deleite que desenmascara las violentas intimidades cuando la mano descubre la caricia ineludible. Caleidoscópico laberinto de elipses atrozmente bellas. Perfectas esferas seminales de irritante intriga. Hartazgo de uvas maduras prontas a sangrar. Tu retorcida sangría rocías sobre mis ambiciones leche milagrosamente intacta añejada en la impía invocación autosuficiente. Tú, hombre mío, vigor mío, poder mío, has oprimido a los festinadores de mi carne depravados e insumisos tentadores. Las lágrimas que no han podido ser lloradas han brotado en cuanto has degollado mi tragedia, exudando los profundos rencores que me confinaban. Ese agujero de diamantes diluidos, acecha con una emoción castamente perversa el derrumbe vertiginoso de tu priápico alboroto. Esclavitud semencial a golpe de crucifixiones. Saxófono vertiginoso tu concierto carnal. Pisoteado por el aliento vivo de la pezuña salaz me ofertas la persecución sin tregua de mis gemidos, la desgarradura, la herida, la sangre, la asfixia, inundaciones, desbordamientos, plenitud. En la íntima humedad escarba solitaria esa torre temblorosa de púrpura capilla, acecha y se conjura con su médula esencial para ser ascendida y descendida en su firmeza. Trepada en tu cima te descifro mi incógnita. Te abro mis cántaros se derraman mis bocas. En la yerma noche de mis violetas sombrías, casi con devoción, con terror contemplativo, el inmenso deseo arponea la carne apretada, ansiedad reverbera en mis labios estriados. ¡Oh! Dolor que acalambra y acanalla. Descarga, ramalazo, suplicio instantáneo, quemadura, desgarro, insolente demanda, esa fiera indomada me hunde el colmillo, su azote fustiga mis últimos hitos; en su armadura se desgarra la grieta; mis piernas intentan comprimir tu cintura, clavada en el lecho mis caderas vomitan. Paralizada, con el terror florecido, crucificada por los dolores del mundo, mis lamentos decrecen en una escandalosa agonía. Hábilmente en mi oído Se desliza una húmeda víbora. Tacto y ojo, tacto y sabor Pavura… dolor… ansiedad ¡ya no importa! Desflorado mi espíritu en el abandono se exulta. Vencida en mi ofrenda, me doblega tu caos. Inusitada experiencia en hembra perfecta me torna. Lánguida, abatida entre mis alas caídas, me invade el olor de tu orgullo inviolado. Tu recoveco me atrae como el puñal al sicario. Me conturba esa espiral vociferante y cerril. Me deprava el fango donde se quebranta el espíritu. Extiendo mi aliento por tu palpitante sutura. Eclosionan tus flancos con bárbara oleada. Se posesiona mi boca de ese manjar improbado, degusto, siseo, arrastro mi lengua sinuosa, vibrante, royendo, mojando tu ego; la introduzco en esa tibieza inviolada. Tu ovillo apretado poco a poco me abre rutas de aroma, desconocidos olores. Ráfaga de espasmos inundan ese vicariante camino. Despiadada pureza a mi olímpica lengua se rinde. Sensaciones extremas en ese culto te inician. Me hundes tu grito, tu noche me entregas. Ahora soy, la cancerbera de mi Kastillo tomado. Una sola alga arrollada a la
balsa Una sola hebra abrazada a tu
espalda. El solo murmullo del placer
gritando. Una sola voz, una sola
imagen. En la desnuda soledad te
late. Un cuervo destroza mi nombre. El minotauro aplasta mi
rostro. El fuego calcina mis huesos. Un alarido te cuelga del
vientre. Unos ojos acechantes
destrozan tu pecho. Tu corazón quiere, tu corazón,
sólo. Vientre y espalda el látigo
fustiga ¡Si, sí! la amo,
la amo gritas mi corazón a ella se lo he
dado. Mi
corazón pendulando irregularmente en
la espiración de ese mayo noctívago; enfrentado
al reloj de la soledad turbulenta y
a aquellos golpes sordos en el fondo de mi entraña; no
extinguió uno solo de sus latidos. Sentía
bajo mis caderas una sensación incesante y
densa de miedo intestinal a la muerte. La
cuchilla del carnicero empezó a desmigajar el
tibio algodón carnoso de mi vientre. Acorralada
como un animal en el sacrificio mis
ojos se iban extraviando en la arbitrariedad de
lo absurdo. Mi
boca conservaba el sabor a náusea. Como
un inmenso gong resonaba en mi cerebro… ectópico ectópico ectópico ectópico ectópico ectópico ectópico
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