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Afrodisíaco para temerarios
Khira Martínez

Los arcanos que custodiaban mi mundo

se han develado en las voces

que derribaron el tabú de los falsos pudores.

Mi legado se revela en atributo y apariencia  

y son las palabras y resonancias los delatores

del asco que me sobrevive como una marea,

del vértigo que me aniquila y desnuda.

 

Aún no logro dilucidar las incertidumbres

que me han anidado.

Ignoro cuando urdí el artificio de la ocultación

tras las denuncias nefandas de mis acusadores

que vertieron sus tragedias en mis heridas,

me ultimaron al suicidio de la carne

y a la regeneración del pensamiento.

 

Ese extraño arrebato lujuriosamente genial

de una sensualidad perversa y atroz,

de la divina meretriz es el sacramento.

De su inagotable savia

el placer que me devora y reanima

y de mis derrames sensoriales la gestora.

 

Dolor, no exclusividad de la miseria

no presagio de utopías,

no bálsamo, ni misteriosa sanación.

Es el único encubridor que junto a mí ha permanecido

en la zozobra de mi infortunio extenuándose.

 

Siento a mi espíritu trascendido,

de la pesadilla mecánica liberado.

Ningún delirio gravita en mi existencia;

puedo afirmar sin ambages y mirándote a los ojos,

que todo cuanto he vivido,

ha sido dilatado por el arco del cinismo.

¿Puedo sentirme culpable de que en mi sangre

haya ausencia de falacia?

¿Que esa sensualidad que nace de mi ombligo esencial

me haya hecho sublime en el amor y en el odio?

 

He saldado las deudas que he contraído con mi cuerpo.

He perpetrado un prontuario de ignominias,

cometiendo los actos que la pasión me exigía

para reencontrarme en mi pureza originaria.

 

Comprendí que mi sexo es la fuerza interior e íntima,

mi sagrada integridad.

Es el llamado al linaje y mi reconocimiento.

He desacralizado mi carne

en un iterado acto de valentía,

para encarar las limitaciones que me confinaban,

y asesinar definitivamente aquellos fantasmas

que me atormentaban en la complicidad del silencio.

Días interminables me liquidaban lentamente

enfrentándome al espejo,

a esa realidad que vivía fuera

y tan dependiente de mi;

a esa otra que fingía ser yo,

a esa otra que me miraba desde el mundo paralelo

de los silentes sentidos

de las imágenes petrificadas y sin fin.

 

La evocación de mi infancia

es la úlcera que jamás he podido suturar,

y sospecho que toda esa iconografía

que me devuelve a la inocencia hollada,

ha sido el referente

que me ha regido por el resto de mi vida.

 

Antes de que mis formas se manifestasen con violencia;

ya los ojos varoniles me habían descubierto.

Tal vez mi cuerpo revelaba lo que yo ignoraba,

unos gestos lúbricos que me rebasaban sin saberlo,

balbuceos felinos atorados en mi garganta,

una acción muscular de furia espléndida,  

la concupiscente resonancia del gong

en mis cavidades,

la sabiduría de hembra que hoy me complace.

Todo aquello o tal vez nada,

o la simple intuición viril

de que toda mujer es peligrosa cuando es tentada.

 

No te niego que una llamarada incendiaba

las fibras de mi carne y de mi sangre;

una descarga eléctrica deliciosa me sacudía

como una cálida tempestad arremolinada

en los recovecos de mis íntimas denuncias.

 

Mi conciencia acusa fervor temprano

hacia la efigie derramada de los hombres.

Su poder erguido como un gigantesco torbellino.

Sus testículos como dos mundos sosteniéndolo,

es el ícono de la virilidad

que mi memoria ha recogido.

 

Tal vez el miedo al castigo por autentificar el pecado

o la rebelión de los sentidos negándose a declinar

o solamente el motín de los sentimientos embriagados

sometidos a la inhumana castidad,

decadencia de alma y ausencia de cuerpo. 

Quizás por su enigma la oscuridad me atraía poderosamente

como un imán anclado al fondo del espejismo,

para ocultarme y gozar sin ser sorprendida,

para nacer

cada vez en esa boca negra de mis torturas,

para escabullirme

en la asombrosa fascinación que la sensualidad

develaba a mis nacientes y desconocidos deseos.

 

Babilonia en el tabernáculo de la concupiscencia.

Perversa y prometedora me ungió como su vestal;

fui la ritualista de la eucaristía sensual.

Sensaciones y emociones me multiplicaban

y jamás imaginé que estas serpientes venenosas,

inocularían el olor, el sabor, el sentido del placer

a cada milímetro de piel y hueso

de mi naciente leyenda,

envolviendo mi cuerpo en una espiral de histeria.

 

La tentación cuando alborota

penetra rauda como el veneno.

No hay conventos ni desiertos que le impidan el asedio.

A su voluntad se doblegan escrotos y vulvas sin edad.

No insinúa su presencia,

la impone

y ningún antídoto detiene su escalada.

Violentamente se incrustó en mi tierna mansedumbre

esa zarpa.

Mis manos envilecidas por el señorío todopoderoso,

aprendieron a empuñar el tronco semencial exultantemente. 

Al amparo de la penumbra,

los monstruos dejaron de ser monstruos

convirtiéndose

en los guardianes que me acechaban.

 

En ese escondrijo donde furtivamente acudía al llamado

del ángel irredento que hundió sus intrigas

en el jardín asépalo de mi carne

con una profunda caricia de escalofríos.

Mis ojos-nariz-boca-piel

sin presagios ni sentencias comprendieron

que nada que no se te haya dado se vierte sobre ti.

Rechazar el lamento de unos labios.

El desesperado vacío de unos brazos;

impugnar una caricia

cuando el alma solitaria busca la sutil alquimia,

el único juego dinámico para fundir el universo sensible;

es mutilar la gran conquista de SER.

Quien descubre que una caricia es el festín de los sentidos,

ha descubierto la piedra filosofal

del misterioso encuentro humano.

Una caricia no condena ni santifica.

Una caricia es redención no arrepentimiento.

Una caricia es suceso cósmico y detención de todo.

Quien acaricia entrega el alma y se encadena.

Quien acaricia conoce el delirio y a la calma asciende.

Quien acaricia no exige anuencias y concede libertades.

 

Jamás me han abandonado aquellos recuerdos.

Presiento que esas vivencias

inconscientemente han surgido

para posesionarse de mis sueños y demandas.

Constantemente en la oscuridad y sus misterios

me zambullía;

volcando el reloj de arena de mis debilidades,

para sentirme protegida de los infames presagios

que amenazaban conturbar mi frágil pensamiento.

 

Ya la vergüenza y los temores me han abandonado.

He aprendido que en la cuerda de la experiencia

se rasga la vida.

Y mientras más vivimos, más exigentes y distantes

nos tornamos.

Hemos perdido esa capacidad de asombro y grito

ante las manifestaciones del espíritu.

Sofocamos nuestros sentimientos.

Nos abandonamos al imperio del ego.

Olvidamos que nos debemos al mundo

y que éste gravita bajo nuestros pies

y se diluye sobre nuestras cabezas.

Aunque jamás te hayas conmovido,

no debes perder la perspectiva.

Los sentimientos deben ser sentidos.

Las emociones, deben aflorar sin restricciones.

Las sensaciones deben fulminar a la ignavia.

Por eso te digo que me sigo asombrando

ante los milagros de la vida.

 

La sexualidad es la única odisea

que puede ser vivida con legitimidad;

he gozado de sus fuentes sin restricciones

y he percibido en el deseo las claves de la vida.

Más que un despropósito,

una infidencia,

o una presunción;

quiero vomitar todo esto que me rebasa

regurgitándose dentro de mí;

que se corrompe en el absurdo

arrojándome en el cenagal de las elegidas

o de las réprobas.

 

Mis expectativas jamás me conminaron al lecho,

aunque en el tálamo se han cometido

los actos de mi existencia.

El mundo me vio nacer,

alumbrada por una hoguera de pedernales,

en ese caos primitivo donde la vida empezaba,

en la anarquía del horno sideral fraguando los destinos

y las sangres fusionando.

Sobre la desnuda estera 

que nos aislaba de la dureza y sudor de la tierra;

los monumentos del dolor se suicidaron

en el entrecruce de la llaneza de mi madre

por donde mi cabeza brotó obstinada,

para cesar el jadeo y cansancio de mi gestora.

En la tierra se derramaron

los primeros jugos que me alimentaron.

Me desprendí de mi madre-útero

en el primer acto de osadía.

El agua del Upano acarreada en inmensos poros

purificó la vida que se iniciaba.

Las manos de una comadrona

envolvieron mi cuerpo de nueve lunas 

con los cálidos lienzos de las hojas de toquilla.

El murmullo de los árboles meciéndose

sobre el santuario de paja y tierra,

el lejano torrente de las aguas lavando

la misma sangre de la iterada herida.

Las voces ululantes, desgarrantes, crujientes

de las nocturnas criaturas.

El rostro olvidado de los abuelos

asomados al perenne milagro nuevo

se juntaron en un intento homérico de celebrar la vida.

 

Intangibles pinceladas de una pintura

jamás sometida al arbitrio de las miradas.

 

Ofrecí mi rostro al mundo

para que la bofetada de la vida

animara mi alma

y empezara a latirme el inconformismo;

para que el valor

se arraigara en el grito de mi conciencia

y me permitiera

posesionarme de los espacios que he ganado.

 

Sol, aire, montañas y ríos

fabularon la magia de los primeros años.

El rito de la ayahuasca

me acercó al secreto ancestral

de los señores superiores del universo

a través de los espíritus del fuego,

voces flamígeras y estentóreas

crepitando en los ecos de la noche.

 

El temor y los atávicos secretos

tejieron el mito del guerrero.

Collares de tzanzas encadenaron mis pesadillas

más allá de los límites de las tinieblas.

 

Yuca y chonta,

masticada por los dioses;

saliva de jaguar,

lluvia y torrentes,

entrañas de canela,

sangre de guayusa;

hilvanarían en mi vientre la fecundidad.

 

Mi Selva,

mi universo,

mi morada,

mi libertad.

 

Garras y colmillos de serpientes y felinos.

Desgarros, envenenamientos, mordeduras

acechaban en ramadas y plasayacos.

Olores y colores vertidos en mi piel.

 

Fui la jaguaresa, la tigrilla, la tagaere, el curare,

el Jurumbaino, el Kílamo, el Sangay,

la changuina henchida de chontas y palmito,

shigras de undurahua, piri-piri,

guayusa, malicahua,

naranjo, guabo, pelma, papa china,

cuy, armadillo, sajino, capiwara,

ríos desbordados,

vómito de volcán,

pucuna y dardos letales, 

tahuasa shamánica,

plumaje de ave refulgente.

 

El eco de los tambores me late

conmocionando las entrañas del pasado.

Desde esa víscera pretérita 

que me embosca con la intriga del misterio; 

se me aproxima la inexplorada oquedad

con sus criaturas sorprendentes.

Soy la amazona del seno cercenado,

temible y temida.

Temeraria suicida del cráter que vomita deyecciones.

Inaccesible jurásica de la esfera de los Tayos.

De aquella cueva dimensional que el austro devoró.

Serpiente devastadora que se oculta en los orificios.

Cazadora nocturna, rastreadora implacable de la sangre.

En mi linaje se mezclan navegantes, conquistadores.

Balsas, ríos, océanos;

dardos, flechas y lanzas deletéreas.

El miedo, la nostalgia, la incertidumbre,

desmoronamientos, crecidas,

trampas por la intuición desbaratadas

para que la mente no se desgarre

en las fauces del dragón que sólo el seso anhela.

Mi raza sedimentada por los deslaves volcánicos

modeló a las Venus de Valdivia.

Gualda leche de chontaduro fecunda a las boas;

Svar leyenda a la selva tornó en quimera.

Hombres ignaros verdaderamente libres

no se corroen con el desmembramiento silencioso

de la conciencia y el espíritu.

Mi casa está allá,

entre los árboles de naranja, guayaba, zapotes.

Entre la chacra y el barranco que se desliza hacia el Upano.

Mi morada está allá,

en mi linaje Rivadeneira: Gertrudis y Temístocles

que yacen bajo los estremecimientos de la cordillera

y los deslaves que el llanto del olvido escurre.

Aventureros, colonos, fundadores,

que vivieron con el espanto del jaguar clavado en la garganta

con las serpientes arrastrando y enroscando el veneno.

Lodazales, maleza, privaciones, enfermedades.

Luz de cigarras y luna majestuosa

delatando monstruos de las nocturnas pesadillas.

Mi vida se inició allá,

con los pies desnudos,

envuelta de pelma y sol,

olorosa a crisantemos, lirios, margaritas y rosas

guabas, papayas, piñas, maracujá en abundancia.

Bautizada por torrenciales llantos que el cielo oriental

y los ríos desmadrados desbordaron sobre mí.

Mi inocencia se quedó allá

en el útero que se abrió a siete oasis.

Mi tesoro está oculto en el alma cobriza de la canela,

al final de los leños que doraron la caña.

En las licenciosas pértigas de Río Blanco,

Jurumbaino, Abanico

polucionando sueños en los tiestos de los lavadores de oro.

 

Mi herencia son mis muertos

mis fantasmas, mis momias;

las chozas con cabelleras desflecadas

y fogones de leña en la tierra.

Mi agua mana del ombligo subterráneo de la acequia.

Mi herencia barbotea en Juan López,

en las tierras que la matriarca del clan preservó;

para volver a señalar los puntos cardinales del linaje.

 

Mis cenizas retornarán al alambique de los orígenes.

A la explosión que modeló estos valles y montañas.

 

Creo que el mundo de los hombres

ha reconocido en mí

extremos excitantes de una aventura inolvidable,

y se han acercado atraídos

por los destellos salvajes de mi aura,

que los cautiva poderosamente

como internarse en las profundidades insospechadas

de las cuevas de Jumandy,

para palpitar con la persecución del terror

arañándolos el vientre,

sorteando estalagtitas y estalagmitas guerreras

sintiéndome en la irrespirable oscuridad

de sus propios latidos,

gimiéndome temores en las entrañas del laberinto.

 

Ni un paso atrás en mis dominios,

enfrentados a la lanza del valor

para clavarme el pendón del triunfo,

propagarme el grito fálico cual neandertal

que ha arrastrado a la hembra

poseyéndola con salvajismo.

 

Te abro mi alma

para que la verdad que me sobrevive

sea conocida y no me juzgues ni me justifiques…

por lo que he hecho de mi vida y de mi cuerpo.

Soy la responsable de todos los actos perpetrados.

Soy la estratega silenciosa de todas las historias

fraguadas lícita

o ilícitamente en el refugio de mi carne.

Soy la conspiradora

que ha conjurado contra mí misma

en un doble juego de aceptación y repudio.

 

La imprudencia me ha arrojado a precipicios sin alma.

He retado a la paciencia

para forzarme al descubrimiento

de las refinadas formas de ascensión al clímax.

He soportado la impotencia de mi eje esencial

buscando con insistencia el momento y el hombre

que me elevaría en esa nube de fuego y desamor.

 

Cortinas de bruma se cernían sobre las fortalezas

como una coraza para preservarlos.

Mazmorras y pasadizos laberínticos.

Leyendas asombrosas de dragones y conquistas.

Caballeros buscando el Grial en las entrañas.

Mercenarios aplacando sus ardores inguinales.

Sangre y semen fluyendo por valles y montañas.

Infinitos cruzados con alas de carroñeros,

picoteando el triunfo, corrompiendo el encanto.

 

Mi sangre de hembra esquiva

y de perturbadores bálsamos

carnada eficaz para olfatos cazadores,

olor dulce y ferroso

latiéndome en los pliegues de la carne,

delatándome como hembra en celo,

para dejarme arrastrar en la concupiscencia

de voraces apetitos.

El descubrimiento de mi propio dolor en esas fauces.

El abatimiento de mi altivez

entre las garras de los predadores.

Mi sometimiento al capricho de injuriosas lascivias,

tejieron mi alma de odio y venganza,

hicieron de mi un maniquí

sujeto a los peores agravios.

 

Pese a la debacle

que sembró mi camino de cadáveres,

jamás fui vencida

aunque he sido capturada y torturada.

Mi vena inagotable de placer

dote de mi naturaleza selvática,

de la fibra fuerte de la liana

hundida en mis extremidades;

del ventral quejido de la espesura extendiéndose,

de los rugidos estrepitosos,

de las aguas desbocándose,

del acecho feroz de fieras encolmilladas y emplumadas,

del shamánico ancestro que me late muy dentro,

ahí donde el yagé me alucina.

Me ha proclamado vencedora de los vencedores.

 

No puede ser más fantástica

ni más real la odisea de mi vida.

Me estremece esa alteridad sofocada

entre laureles y desengaños. 

Escúchame y no me interrumpas

ni en los momentos en que sientas

que mi voz se fractura

y mi cuerpo se agobia.

La noche que mi himen fue desgarrado brutalmente,

cuando el ultraje me extravió en el desvarío,

cuando las hienas el crimen me clavaron;

el encono, la ira, el asco,

la náusea no me abandonaron desde entonces.

Fueron los primeros sentimientos que fructificaron

al abrigo de los requerimientos clandestinos

de los casuales amantes

que creían haberme conquistado.

Con espejismos de pasión

impregné mi cuerpo para atraparlos.

Desprotegidos,

abandonados,

ulcerados por el miedo,

una vez

que se habían confiado a mis ilusorios afectos;

una diosa de hielo indiferente,

sin reclamos ni expectativas,

yacía inamovible

en el lecho donde ni mi voz ni mi calor,

ni mis labios, ni mis brazos, ni mi pecho

brindaban el refugio anhelado

después de la tempestad.

Mi sardónica risa la ignominia pregonaba.

El desprecio hacia esos incautos

que probaron mi venganza;

fue el flechazo constante para exterminarlos.

La burla cruel que ejercía sin dilación 

al término de sus demostraciones

cargadas de arrebatado amor,

hería mortalmente

sus congestionados sentimientos.

Ni  súplicas,

ni deprecaciones,

ni ofertas fabulosas,

conmovían mi corazón

condicionado para no sentir.

He de decirte que nada ni nadie

logró destruir mi fortaleza

excepto aquella vez en la derrota de mi soledad

donde todos los horrores del pensamiento

me castigaban.

 

Hastiada,

dando tumbos como un guijarro por el despeñadero

fustigada por el dolor que me quemaba las entrañas

expuse mi desnudez a la voracidad del mundo,

me extendí como un abanico y abrí mis rajas húmedas.

Una línea interminable hilvanaba el crepúsculo.

Las orillas de la noche atrozmente empapadas

soportaron el acoso de mis manos.

Respiraba los olores del cosmos que vagaban 

dilatando las ambiciones de mi cuerpo.

Me desparramé sin esclavitudes

absolví los crímenes de mi fe.

Yo con mi desnudez, mi desnudez y yo

Abandonada, lasa, con los tormentos sofocados

gravitando en un gaseoso sumun de deseos

cautivándome con el banquete de mi carne.

Mis dedos ágiles y virtuosos se desviaron

hacia ese caldero donde barbotean los ríos insumisos

que otorgan el poder a las felinas.

Apartando el vello se humedecían en las pócimas de Circe.

El eje de mis abismos endurecido como un tallo

enclavado en el corazón de mis confrontaciones;

como una flor despetalada por el viento ebrio

me infligía devoraciones deliciosas.

Sensaciones extraordinarias

me aprisionaban en ese desvarío

preludio de las explosiones orgásmicas.

 

Yo,

gloriosa hembra de hembras

se me antojaba atizarme piras de falos;

holocausto y apoteosis ofrecía en mi vagina.

Temblaba

como cometa encumbrada en el vendaval,

afiebrada conturbada por un mar de lujuria,

mis ojos se perdían en el cimbrado de las sombras…

 

A contraviento, con el oído presto y la vista aguda,

a cualquier sonido del entorno cazador atento,

un jaguar de iracunda cópula;

la emboscada preparaba

para clavar profundamente sus uñas

en el espinazo de la víctima.

Oteó la noche,

olió el viento,

husmeó en mi escondrijo…

 

con el extracto de sus riñones marcó el territorio …

 

…desde la distancia explota su energía contenida

 

y se acerca muy despacio…

 

sentí una peligrosa exhalación de frenesí fálico.

 

Fundición de genitales en el vientre del cubil.

Macho y hembra derramando sus olores.

Una amalgama de sopor y delirio me invadía.

como una boa opresora a mi garganta enroscada

la sed de mi pasión buscaba alivio para expandirse.

 

Con su agilidad asombrosa el jaguar…

de un salto me inmovilizó… y se trepó sobre mí,

su abundante pelaje dorado 

como la llama del fuego en su germinante vasallaje

por su espalda poderosa se precipitaba

en una relampagueante tempestad.

 

Desde su piel cobriza

el chasqui de los bejucos descolgó su salvaje instinto

me atronó un selvático rugido,

y cruzó sus garras por mi delirante carne.

 

Abierta, sin escándalo,

bajo la bóveda agreste del follaje, 

yo tigrilla-mujer me incorporé,

 le restregué mi profundo hueco en las fauces

olfateé su felina savia,

la lamí,

desagüé mis manantiales.

El jaguar,

 me revolcó entre sus patas rugiéndole a la luna.

Un intenso olor a mar recóndito

como un oleaje lo empapó de mi infusión.

 

Acarició su falo inflamado como una estampida;

lamió y relamió su miembro dolorido,

cálidos perdigones destilaba ese fusil inmarcesible.

 

Me arrastré y a gatas lo conduje al caos

para que nos reinventásemos

en los raigones de la exuberancia.

 

El Sangay vigilaba con su ojo sísmico

de coloso inalterable,

la lava se fraguaba

en el vientre ígneo de su cráter milenario.

El rumor de la erupción

bullía en el vientre de su infierno.

La serpiente de la creación

se revolvía en mi sangre

con enajenado instinto.

La histeria se apoderó de mis contracciones

cada vez más violentas,

mi acordeón vaginal en redobles vigorosos,

ahogaba los quejidos rasgados por

Mashumara,

tótem de excentricidades

que me profanaba obsedido.

 

Warmi-jaguaresa de vientre fecundo,

de iracundia pélvica

ggrrrrrrrrrrrrrgrrrrrrrr,¡zas!  Zarpazo nnniiiaaaaiii

grito,

rugido,

 arrassssstre,

debacle,

derrrrrumbe,

latido acelerado,

respiración difiiiiiiícil,

jadeo exteeenuuaaaauado

crrrrrrujían los hojas,

los grillos y hualeques en un canto desigual

unían sus voces al coro que celebraba

el himeneo de los jaguares.

Garrada, desgarrada,

perversos afanes me aguijoneaban.

 

Un estado de latencia, de suspenso estacionario

me inmovilizó por un instante. 

Incapaz de racionalizar,

azuzada por mi asesino instinto

desenvainé mis infinitas uñas retráctiles,

las hundí afiladas y letales

en el vientre de mi gato.

 

Yo hembra jaguar 

cerré mis poderosas mandíbulas

apretando el cuello del desfalleciente félido.

 

Su hiperbórea mirada lánguida me atravesó.

En la pupila de sus alcohólicos ojos

la zarpa asesina de warmi-jaguaresa

se mantuvo congelada.

 

El deseo y la soledad se confabularon.

Me rapté en mi lecho

para ficcionar al amante prodigioso.

 

Métete en mi sexo como una oruga

Cávame hasta que aniden tus tormentas

Extiende mi carne como una rama

y cuelga de ella el capullo de tu intriga.

 

Intenta convencerme otra vez.

Muéstrame tu cuerpo de perfectas formas

devuélveme el asombro;

llámame con la huella de tus uñas,

ábreme tus muslos y acaríciate para mí;

tiéntame con el poder que te nace del pubis

ofréceme tu erección como la promesa viva

que se debe perennizar en mi vagina;

extiende tus dedos y acaricia mi clítoris,

yo soy la celebrante de tus redenciones,

la que noche a noche en el tálamo se demuestra,

la que a través de la daga eternidad te concede.

 

Exige el gemido que te asciende y conturba                   

toma entre tus brazos mi cuerpo desdoblado

acércame al infierno de tu piel convulsionada

trépame a tu montura y deja que galope;

surcaré el desierto y no seré tentada por ese ángel.

Otros mares rezumarán sus nácares

otros frutos me ofrecerán su pulpa;

mas, yo sólo he de beber, la lluvia que desfogas.

 

En la fronda de mi pubis teje tus demandas

tu cabeza de hombre-niño asoma al milagro,

cierra tus ojos y tu no-nata vida recrea

más allá del deseo que hoy te enajena.

Desciende un poco más y hunde tus dedos

en esa charca de diamante diluido

en esa cueva donde se agudizan los sentidos

donde un sinfín de complacencias se consuman.

                                                                                                                                                                                                                     

Entonces de espaldas me arrastraré,

mi vagina te abriré como una calle estrecha;

ansiosa te exhortaré a develar mi locura

Te hundiré mis garras y colmillos de fiera.

El pecho te rasgaré, morderé tus hombros.

Desde abajo te lameré y te rugiré.

 

En el apogeo de tu avidez permaneces.

Indefenso te siento y te reclamo impudores.

Demandas procaces que minan tu aliento.

Derrumbes pelvianos que el planeta aniquilan.

Se abren tus grifos con estrepitoso desfogue.  

Resbala tu espuma por todos mis huecos.                            

Mi tambor encantado en su vientre te engulle.

 

Un nimbo de recuerdos se aglutina en mi memoria.

Esas vivencias me devuelven

a los días de estreno y boato,

abandono del ser,

demostraciones de rebeldía,

negación de la identidad

para anular mi autoestima;

dimisión y tolerancia

de las formas de violencia.

 

Oleada de emociones preteridas me invade.

Retorno al proscenio

donde las obras encarnadas destilaban

ese naturalismo propio de la inexperiencia.

Interpretadas con crueldad y suficiencia

delataban la putrescida red

de los conspiradores del alma.

Mercenarios de la voluntad

ocultos en la clandestinidad.

Me seducían con la promesa ecuménica

del gozo nunca concebido;

oferta nada despreciable.

 

En la certitud de mi espíritu

los dogmas existenciales se enfrentaban.

Legiones de deseos respetables,

fracasaron ante la insistencia

sin tregua de Mefistófeles

fornicando en mi cerebro.

 

El inconformismo

y las fugas continuas de la realidad

iban generando un cráter depresivo

un octopus que me absorbía y me envolvía

con los tentáculos de la infamia.

Desesperadamente,

acepté todas las argucias insubstanciales

que me acercaban cada vez

al mundo que repudiaba y temía.

Búsqueda y exacción compulsiva

de esas descargas letales.

Me encontré,

como una crápula tragando micropuntos

de color y sellos impregnados con ácido.

 

…se ha iniciado la persecución de los malditos,

es preciso escapar, 

encontrar el agujero dimensional

para hundirme

en el espacio impreciso de lo desconocido;

navego como una galaxia estallada

en el viaje perpetuo hacia el acabamiento.

 

El vertiginoso tiburón de la noche me destroza

con su mandíbula poderosa de dagas afiladas.

Dolor suspendido en la mordida

donde se incuba el engendro

de mis peores opresiones.

Se entierran sanguijuelas por mi cuerpo.

De mi espíritu degradado se alimentaron;

en la última noche cuando los vampiros

mi mortalidad se bebieron.

 

La náusea me surca con estremecimiento pavoroso.

Los fermentos asilados en mi vientre

explosionan por mi rostro, esparciéndose

como un mefítico nubarrón.

¿Dónde están mis manos?

¡Estos colgajos temblorosos

 inánimes se desploman al costado de mi angustia!

¡Qué hago aquí!

en la yema de este sahara

de despojos humanos.

Dónde están mis galas, mis perfumes.

Esas sabandijas se hunden en mi pecho clavándome el mal.

Se beben la leche de mis madres y de mis hijos.

¡Atrás, atrás! ¡gusarapos malditos!

 

Fieras infernales

mis restos  de anaconda,

de caimán y salamandra despedazan.

mis sesgados ojos

hipnotizan a la parca empecinada.

 

¿Es que acaso diluvia?

Un deslave glutinoso

mis músculos impotentes taladra;

parsimonioso por mi cara resbala

debilita el escenario de mis emociones.

¡Oh el poder de las absoluciones!

Cruel impetración en labios de mi madre.

¡No sigas madre!

¡¡¡Ya estoy en el infierno!!! 

 

La vanidad ha establecido las ficciones del espejo.

Desnuda los defectos inocultables del alma, 

las cicatrices de la moral esteticista,

la dermoescultura de la decadencia,

la cirugía paranoica del cuerpo perfecto,

la búsqueda de la aceptación en el bisturí,

los implantes de hipocresías;

para vivir el engaño refractado impúdicamente.

Repudia el aliento consagrado de la Mater Christos,

la imagen de los aparecidos no devuelve

y tampoco de los que medran en la noche.

¿Qué hay al otro lado?

¿Que hay en el fondo de la apariencia?

¿El mundo interior que todos ocultan y nadie conoce?

¿El mundo de afuera encubriendo la conturbada realidad

coagulada en los deseos aberrantes?

Vacío, dolor,

Albañales de miseria.

Putrefacción de la fe.

Descrédito de la inocencia.

Decapitación de la palabra en el pensamiento.

Conciencia tergiversada.

El delito en su médula.

 

¿Qué esconde la bruñida plata de su geometría?

El engaño que nadie sospecha,

cicatrices lascivas leves e inocultables

labradas en las gaseosas noches,

con amores robados

y al amparo de un lecho clandestino.

¿Acaso soy yo mirándome desde allá

o soy yo la de acá descubriendo a la que me mira?

¿Eres tú el extraño recluido en el fondo del prisma

escurriéndose de mi?

¿Cual es el ojo verdadero,

el de la conciencia oculta que no mira hacia adentro,

el de la farsa donde la vista no penetra

o el temible cristal que la imagen desvanece

ante la imposibilidad de la permanencia?

Me subleva ese argento vivo que devasta mi efigie.

Oh infeliz de mí

yazgo en el cristal espurio que me fragmenta

que esparce mi entereza,

desintegra mi ser como espuma en el estallido de la ola.

 

Soy el  monstruo de mirada torva.

La aberración congelada en el celofán del terror. 

Soy la carcajada.

El llanto.

La locura.

La mano que asesta la puñalada.

El cordel que ciñe mi cuerpo inanimado.

Verdugo de los hijos no nacidos.

Mi propia falacia

allanándome en el íntimo santuario de mi verdad.

Mi yo insoslayable.

Mi yo verdadero.

Mi único yo

en la irisación de mi imagen.

 

Esa mirada me recuerda…

 

…confusión, suspenso, angustia, miedo

momentos postreros

en el umbral de la inexistencia

 

…esa mirada…

 

se desploma el cuerpo como una hoja

flagelada por la tempestad;

gritos de dolor, lamentos inútiles,

apenas un sorbo, unos gramos, extradosis

fascinación de la bestia del inframundo

campanazos sordos y lejanos

repiquetean en la bóveda gris;

un llamado al recogimiento

o a la renuncia de ese engaño llamado perdón.

 

Esa mirada…

 

¡la mía en la dimensión del terror!

 

…Esto apesta,

como una cloaca en la calina tarde del estío.

Las excreciones del sistema nos alimentan y nadie protesta.

Procesados despojos de nuestros intestinos.

Cánceres putrescidos en el destilador de la mutación.

Mierda  infestada por todas las calamidades.

Coprófagos

de la rancia arquitectura de pozos ciegos,

antropófagos y ginéfagos coexistimos

sin que nos importe que devorar no es lo mismo

que ser devorado,

¡quien premedita el ataque, sobrevive!

Los condenados

que se agitan en el mural de la Comedia

son los preferidos de la informe eternidad;

el demonio absolvió

las inquietudes de sus almas.

 

El cielo es una falacia,

una utopía para aletargar los sentidos.

El cielo no son los campos elíseos

donde vagan las martirizadas ánimas

en eterna paz y armonía;

es el cementerio donde las entrañas del olvido

las corrompen antes que la trasmigración empiece

a abandonar el cascarón mundano

y estoy tan segura que el Resucitado

despreció ese reino álgido poblado de mártires,

beatos,

inquisidores;

abrazó la crucifixión

y se determinó a vivir como una reliquia

colgado de cuellos y paredes

y en los templos de los incautos.

Pero viviendo

en los latidos que lo tornan inolvidable.

 

Inhalaba cada vez

con más profusión y dependencia.

Me sentía desnuda

y desprotegida bajo la cúpula infesta.

Las descargas estimulantes

me inoculaban vitalidad;

me convertían

en la heroína de los despojos del rush.

 

Espero no afligirte

con los sacramentos de mi fe,

deposito mi memoria en tus ojos

y sólo espero que permanezcas junto a mí

hasta que la serenidad confiera la absolución

a esta historia que me ha atrapado entre las

páginas negras donde el testimonio de mi vida

me desenmascara.

 

Mis auto infligidos atentados

plagados de incertidumbre

me conducían raudamente

al laberinto de la iniquidad;

mis espacios roídos por las distorsiones

y los diversos aludes que me arrastraban,

hacían de mi cuerpo

un campo de concentración y experimentación.

Calada tras calada en medio de explosiones hilarantes

y arranques de llanto

vagando desorientada,

evadiendo las frustraciones

que me apartaban aún más de este mundo

que se empeñaba en marginarme;

vivía las fantasías propiciadas por la continua fuga

de mi espíritu alterado.

La inconformidad

con los dogmas y formas de represión,

mi rechazo a las máscaras de la mitomanía

conviviendo con la piel íntima de la mezquindad,

servilismo parasitario impedía exponerse

en el espejo de su estupidez.

Cismáticas reflexiones tratando de evadir los atropellos

remendados a una conciencia condicionada,

me arrojaban a las calles

de mi propio deterioro emocional.

Cansada del desprecio,

del escarnio,

de la mansedumbre 

entraba en crisis en cuanto empezaba a litigar,

apenas mi percepción sensorial

se alejaba de las oscilaciones

producidas por los alucinógenos.

 

Intenté confinar mi aliento

en la bóveda transformadora del ser.

Probé varios venenos para asfixiar los aleteos

dentro del cascarón

que había cubierto mi inmundicia.

Nada logró conmoverme para frenar la decadencia,

la destrucción se había apoderado de mi cerebro

y empezaba a carcomerme como la peste.

Debía acabar de una vez,

De un solo tajo,

de un balazo,

de un salto,

para cruzar el umbral

al otro lado de la existencia.

No había urdido la forma para ganarme el epitafio

que hablaría

de mi última obra hacia la inmortalidad.

 

Sumida mi vida en el cenagal de los vicios

debía implantar la superstición de las tinieblas.

Fósforo blanco

perforando mi laberinto intestinal;

atroz elección

 que me obligaría a dimitir.

 

Sesos reventados

por el plomo fulminante;

convicción que no me imponía

presionar el percutor.

 

Bebedizos

provocándome la huida en fatales delirios;

lánguida agonía

para una huida desesperada.

 

Advertía que cualquier expectativa

rescindía las sentencias agravadas por el miedo.

Oh cuanta oscuridad me cubría.

Jamás pude atreverme a reventar mi existencia.

 

Aún conservaba un ápice de cordura

¿y dónde se escondía la cordura

cuando la degeneración de la mente me asolaba?

Creo que sólo la cobardía me paralizaba.

Prefería inhalar esos vapores corruptos

rumbo al desenfreno.

El pan de los dioses

me elevaría a ese cielo de alucinaciones;

presurizaría mi mente desembocando la euforia

en un vértigo indetenible, adrenalínico;

donde la alerta se sustituiría por la parsimonia,

el enajenamiento de la percepción

por la distorsión.

Los ataques de pánico

me develarían esa incapacidad de sobrevivir

ante el acoso de los pavores de la conciencia.            

Me perdía entre los vapores inhalados con avidez

que me ofrecían

el único paraíso en medio del derrumbe.

Invariablemente me desconectaban del mundo,

como el humo del naten

deshaciéndose en el espacio

y dejándome sumergida en las tinieblas

de esa alteridad desconocida

y estimulada por la acción de los químicos.

Sedada y sumergida en un túnel sin retorno

donde las voces me llegaban aletargadas,

mis movimientos lánguidos proyectados

como en una película silente en cámara lenta.

C

  a

    í

     a

         ver

 ti

               gi

                  no

                      sa                   

                         men

                               te

 

arrastrada por turbulentas emociones

que me abrían las puertas del celestial infierno…

 

Camino hacia la noche empiezan a dispersarse los aromas.

Los cazadores se despiertan

con los cadáveres de la última persecución:

el solitario peregrino

emboscado en el santuario,

la adormidera

en su sueño envenenador asfixiada.

 

…Una lengua gigantesca me acorrala

chasquea en la humedad de mis hendijas encendidas,

saltan sortilegios que se esconden en mi tiniebla vaginal.

Mi piel de infortunios y noches silenciosas se descama,

se torna brillante y se extiende impudorosa.

De un soplido las densas sombras se convulsionan.

Retorciéndose,

va surgiendo cual abanico de ave del paraíso

el insuperable hombre-pájaro-serpiente-cánido

que quiere hundirme su pico-viperina-garra-lengua.

 

Despide ese olor de convulsionados genitales

por la violenta fragua que barbotea en su clonado eje,

inflamado terriblemente por la mano onanista.

Garra-cuerno, bocas salvajes, levadura de orgías.

 

Todo él un

enorme falo

 

que me irrita, me enceguece,

me deprava, me hunde en un infierno lujurioso.

Sus manos acarician con placer los morenos tamborcillos

palpitantes corazones bajo la piel equinoccial,

fricciona gustoso el vástago que desmesuradamente le crece.

Sube inacabable el agasajo como un obelisco carnívoro.

 

Una fabulosa  verga                      

                        verga

                        verga

                        verga

verga

de capullo amoratado  

 

dilatada,

encabronada,

maligna,

 

me mira con su concupiscente ojo;

 

un ardor sahárico, insoportable,

como una borrasca endemoniada

me conmina a aplacar el siseo de esa boa prisionera.

 

Crece indetenible,

imparable,

grosera,

fea.

Majestuosa,

tumultuosa,

insoportablemente hermosa.

 

 

                      en la confusión de olfatovistagusto;

 

   a

            v

          e

        l

     e

Se

 

cárdena, reverberante en el esplendor del derroche.

Izada como un fusil para ultimar el milagro secreto.

Para darme a beber la pócima de la eterna maldición.

 

Mis esclusas trituran esa hipérbole del ofidio tentador.

Magníficas mandíbulas muelen sus caderas,

cruje su esqueleto como un molino de viento.

Desde el abismo de su boca

absorbe ese geiser descendente que no lo hastía,

surge el corazón filosofal en un desafío;

duelo de habilidades entre los esforzados esgrimistas,

estoque al cerebro me catapulta al espacio psicodélico.

Se descorren los misterios de la primera mordida.

Nos penetra con el llamado del instinto.

Las manzanas se han corrompido

en las ramadas de la ofrenda.

Nuestros cuerpos modelados con barro edénico

dejan de ser divinos para encontrarse en el abrazo,

apretados en una contorsión lujuriosa,

sin miedo, ni vergüenza,

compartimos el derecho a morir sin deudos

que nos impidan la partida.

Nada le debo a nadie, nada mi cuerpo debe

mi lealtad es hacia la vida;

nunca mi alma se ha sometido

a los horrores de la incertidumbre

ni a las antojadizas morales de los amos esclavistas.

Los valores vacíos jamás me cautivaron.

Vivo intensamente sin reserva,

ni culpa, ni temores.

Mañana no es mi tiempo,

mi tiempo es hoy,

ahora,

aquí.

 

No digas nada…

…No descubras tu rostro heterogéneo

esa máscara te hace irresistible.

Quiero adivinarte en tus gestos,

en tu voz de graves notas,

en el olor que mana de esos ejes que te atraviesan,

delatando los misterios gozosos que me arrebatan.

 

Ven,

devasta toda la primavera

que los elfos han cuidado.

Esas criaturas quieren nuestra sangre para surtir

la pila sacramental de las extremaunciones.

 

No circuncides tus venas.

¿Cómo beberé tu esencia la próxima vez?

Tu boca huele a lima, a maceración, a mundo.

deliciosamente cítrica, 

exquisitamente madura.

Exprimo los gajos de tus abultados labios.

Lágrimas fragantes te sorbo lentamente,

esférulas repletas estallan entre mis dientes

regalándome el temblor de tu voracidad.

Tus dientes mordiendo mis pezones me fascinan,

déjame ornar con ellos mi lengua.

Engarza tu húmedo rubí

en la corona de mi boca.

Derretiré esas alhajas

en el báculo que me gobierna.

 

Apostasías

exhortaré en el oráculo de los aquelarres.

Non plus ultra de las lealtades

que me tornan consecuente.

Non plus ultra de los sortilegios

para revocar tormentas.

La palabra y la carne

se conjugan en el crisol de la verdad.

La mediatés de la farsa alimenta fuegos fatuos.

 

Abra-alma-razón-dolor-pasión-herida-cadabra.

Que surjan los maestrantes de la paranoia.

Ángeles negros

cómplices de los enigmas humanos.

Que venga la bruja con la tiara de incontables duelos

y su longevidad me enrostre.

Que me enfrente

en el calvario de la mentira y la renuncia.

Que me revuelva

entre sus pócimas extirpándome los ojos,

devorándome el corazón,

el cosmos de mi vientre estéril invocando.

 

Otro sorbo, otra chupada más...

 

Ven ahora

en la aparente decadencia de mi cuerpo-mente.

Espétame tu burla

y los deshonores por creer en la falacia.

Arrójame a la hoguera del desprecio

para que se extinga mi recuerdo.

Esparce mis cenizas en el fango del olvido.

 

No, no actives otra vez la trampa que me infesta.

Sólo abre la jaula y déjame volar.

Mira en el horizonte

el batir de esas alas que un día te conturbaron.

Se alejan, se hunden

en el doloroso silencio que acalla tu pesar.

Otra vez los bisontes

curten sus pieles para cubrir mis hombros.

Gacela acorralada

tu sangre enciende las pasiones remitidas

tu cuerpo esbelto

y tu extraña soledad te justiprecian.

¡Ay! la mordida

atraviesa tus frágiles convicciones.

Eres presa de la voracidad que te acanalla.

 

Aún no,

prefiero tu anonimato a la evidencia  del nombre.

Te reconozco bajo el tacto de todos mis sentidos.

Tu desnudez

legitima el secreto para no nombrarte.

Tu vitalidad

no precisa de signos para descifrarte.

Imagino tu rostro

sin facciones que no te hacen predecible.

Belleza indescifrable que el ojo no rescata.

 

Mi voluntad

magnetizas a tus movimientos inigualados.

Te ofrezco mi ostra

para que unjas de seda los desvaríos…

…Ven, ven otra vez,

deléitame con tus maldades.

Con el oleaje acompasado de tu pelvis,

con tus desordenadas vibraciones.

Empieza con mandobles de samurai

de diestra a siniestra,

que esa espada preserve el territorio

y vergonzosamente no se repliegue.

Cauteloso lanza una estocada

a uno y otro lado de los párpados verticales,

salta y desciende cual ígneo vómito por encima del valle;

desplázate formando curvas suaves y regulares

tu voracidad alada clávame en la mitad de la sonrisa.

Caracolea siguiendo el rastro de las primeras lluvias,

Igual que el torero húndeme las banderillas del arrojo.

Penetra y retira cual garra félida que al roedor tortura,

penetra profundamente

y arponea en el fondo del sísmico ojo

con esa flecha que la cálida bruma rasga

estremeciéndose en el corazón de la tormenta;

penetra y retira suavemente

confúndete en el arco iris

que se esfuma cuando el sol se fortalece,

penetra y retira ágilmente

huye de la muerte cual venado,

extiende tus alas de cóndor en los riscos,

sube y baja en la convulsión del hacha

truncando la arboleda.

 

La palidez de la noche de mis abandonos se apodera.

Quema tu incienso

en el candelabro de las consumaciones.

Los monstruos de la lujuria en el humo se vislumbran.

Las sombras copulan, ondulan, ululan.

Vahos recargados de extravagancias sexuales

impregnan el olfato,

con una ráfaga de plegarias.

 

La bruja encaramada en el lomo de la luna

pretende destruirme.

Las lechuzas me vuelcan los conjuros

de su risa que no me alcanza.

 

…Señor de la máscara,

rostro impenetrable a las miradas.

Acércame tu cuerpo

de dios resucitado por los cultos.

Ámame como hombre

reencarnado en las pasiones.

Busca mis edenes

para que plantes el árbol de la dualidad.

Quiero untarme tu barro

para conocer tus debilidades.

Quiero sacrificar al cordero

para ser la vestal de tu flamígera ara …

Obsedida por la lascivia que me atormenta,

te imploro hombre clandestino:

toma tu daga y atraviésame.

Estoy lista para desangrarme

en el tálamo que prefieras.

 

Me atrae la incógnita de tu rostro embozado.

                        Vendaré mis ojos

para que los instintos me revelen tu caudal.

Ahora mis manos te descubren

en la dimensión de la oscuridad.

Mi olfato se dilata

para atrapar la mínima delación de tus olores.

Espíritus desertores

de esos pomos pletóricos de herejías.

Atropellan mis sentidos consumando inhibiciones.

Remolinos de deseos denigran mis íconos sagrados.

Abato las restricciones

y con los dulces fermentos me embriago

que de todos tus conventos emergen.

Mis ríos internos se agolpan en mi vientre

y amenazan desbocarse.

 

Una voz se va elevando

y se acrecienta en mi garganta.

Se deshace en gemidos.

Gemidos que me recuerdan a Kawabata

Gemidos silenciosos

de un hombre que no es hombre,

que arrastra el dragón truncado por la tormenta

hacia ese valle donde los rayos no revientan,

…genarios en el crepúsculo del degüelle

bebiendo la sangre que no los reencarnará

en el lecho de demandas asfixiadas;

tocarán, sentirán con la fuerza de su impotencia

trastornados en amor seráfico y dolorido.

Oh abandonados tristes hijos de Eva.

Delatados por deseos mortales

de hombres amputados,

resignados al deleite noctívago

casi luctuoso

de posar la vista

en la piel que no será tocada,

de las vírgenes narcotizadas sólo para sus ojos;

para aplacar la desolación de la vejez,

para llenar de vida la densidad

de la piel envejecida.

Tal vez un lamento por los días de esplendor

todo el llanto por la crueldad de mirar sin ser visto

dignidad que

La Casa de las Bellas Durmientes

concede para gozar con el distinto sueño

de aquellas a las que no alcanza en ninguna noche

en ninguna extraña noche

en ninguna distinta noche.

Ya su gloria no se yergue como el grito de Yukio Mishima

hundiéndolo en la inconciencia de la noche fugitiva,

en la que extinguió su diversidad.

Se refrenda en

Memoria de mis putas tristes

Garcíano, Macondiano, plagiador,

nonagenario de vida burdelesca

y esperanza centenaria.

Solitario comedor de vírgenes sacrificadas.

Sublimado,

redimido,

angustiado y resignado

por los tormentos que carcomen su abatido orgullo.

Hombre que es hombre

por los ardores del culo

que se aposentan en su inmaculada beatitud.

 

Fantasía de eunuco hace olvidar la escaldadura

restablece los arrestos disolutos de sus lances preteridos

cuando retozaba con las gacelas

que en su matorral se enredaban.  

 

Durmiente contemplador de la adorada Delgadina

compañera de lecho

flotando en sueños de valeriana

amante nocturna,

piel y carne,

senescente delirio,

flor temprana,

flor de estanque de corola no rasgada,

desconocida diurna,

de olores y formas conquistadas.

Yasunari desde otrora escribió con letras indelebles

Eguchi, serás tú el padre de las vírgenes durmientes.

Ancianos del mundo uníos y reclamad vuestro derecho

a vivir la dulce crueldad con los ojos vendados.

Si os dormís estaréis solos y tristemente olvidados.

 

No tendréis el valor del Incomparable Bukowski

en erecciones,  eyaculaciones, exhibiciones,

verdadero ángel subterráneo de alas rotas

viejo indecente,

procaz,

cínico,

único temerario sin centavo en el bolsillo

que apuesta a los caballos, folla, bebe, vomita y caga.

 

Es,

simplemente es,

heroicamente es,

 

contra toda la mierda del sistema defecando calaveras.

Creo que las ratas lo adoran y las arañas lo odian.

Underground, maldito jodedor de letras.

Agitador de coños,

profanador de culos.

La verdadera máquina de follar.

El vagabundo intelectual

               que se jodió al sistema.

 

Qué hacen ustedes merodeando en mi cabeza

Comecocos de lejanas sutilezas.

¿No advierten que hago honor a las penetraciones?

 

Gemidos sí, oh gemidos que me taladran.

Gemidos a borbotones…

Te siento como una efigie de mármol

que se apacigua entre mis manos.

Tu cuerpo extendido, escandaloso me reta.

Te inflijo la mordida esperada;

como estiletes me atraviesan tus dedos,

mis alas de coleóptero erizan.

Un himno gutural los gritos asfixia,

te arrastro hacia el hondo plañido

y tu cabeza apuntalo.

El licor macerado de olores salíferos

en tu boca se desagua.

Resuelves los acertijos y la cueva se abre;

la lengua hundes

en el canal licencioso de tus lamentos;

te apoderas de la cava bebiéndome por dentro.

Tu marfileño puñal me recorre para hundirse urgido

por tus temblores en el ojo de la concupiscencia.

 

Con furia inaudita arremetes

e impiadoso me espoleas.

Defiendo mi heredad al anónimo estrangulando.

Un ronco lamento me increpa desde el precipicio.

No lo escucho,

te acoso contorsionando mi pelvis.

Elevando mis caderas para instarte a ultimarme.

Esta noche tu piel flagelaré,

te clavaré la lanza crucificado mío

y esperaré el último suspiro que me inunde de fervor.

El preludio de tu orgasmo

me llega como un ronquido,

como un zumbido quejumbroso atronando en el panal.

R o d a m o s  anudados, descontrolados

enfangados por los delirios que nos atraviesan.

Ya nada queda sin que tú y yo no hayamos devorado.

Nada que el enjambre de deseos no haya agotado.

No puedes detenerte,

el acabamiento se avecina.

Paralizado en un espasmo libertario,

exhalas los últimos rencores.

 

Derrumbado sobre mí como una hoja desprendida

con el corazón latiendo en la tormenta del orgasmo.

Enmascarado, anónimo…

Innecesario descubrirte,

el arte de tu alcoba, en este delirio me legaste.

 

Nuestra intimidad estrujada

por las violencias que nos exceden.

Esa gaseosa desnudez

que se precipita ante tus ojos.

Te revelan las imágenes confusas

de nuestros cuerpos amándose,

ayer cuando la noche

se ha resistido a abandonarnos.

 

Mis vivencias

las han tejido las arañas del ensueño.

Cada historia me convierte en víctima

o victimaria de mi fatalidad.

A esos momentos de angustia y desenfreno

se han adicionado papiros colmados

de egolatría y predominio de aquellas suntuosidades

que nos agasajan la existencia.

 

Las esencias, aromas y perfumes

me han condenado al deleite de los sentidos.

Hechiceros del olfato, cómplices de mis intimidades

han doblegado mi voluntad a su devoción.

El incienso sosiega mi ánimo

y me induce a un estado de placidez,

de gozo espiritual de indefinible descripción.

Aspirar el humo de sándalo, canela, lavanda,

mordiéndome como una fantasía azulosa los sentidos, 

ha dosificado el ímpetu de mis pasiones,

mas no ha atenuado

la libido que se niega a ser sacrificada.

Su vaporoso aroma hurga en los templos de mi carne

lentamente un cúmulo de complacencias me disuelve.

Las últimas manos, los últimos labios resurgen

y siempre una cascabel hunde en mi negritud su siseo.

Espirituoso derrame, eyaculación odorífera

envuelves mi alma y a la beatitud me elevas.

Espiga aromatizada reina del imperio perfumado

tu médula odorante te entrona,

tu virtuoso olor mi rugido interior sosiega.

Cuando la angustia se empeña en perseguirme

no puedo abandonarte en mis islas de clausura.

 

Me he revelado como una mujer sensual,

apasionada, turbadora, orgullosa, intrépida,

extravagante y sobre todo femenina.

 

Tejedora nubia de la constelación de Eros

Girasol eclipsado por un sol agónico

Negritud misteriosa que atrae y envenena

Atalaya de obsidiana, dominio de Venus

Buitre engarzado entre suculentos muslos

Medusa de Saba, brebaje alucinador

Mensajera del corazón de África

Rincón oscuro que bordea el íntimo abismo

Bisonte de esas helénicas alturas

Lago en reposo que invita a ser surcado

Abertura misteriosa que rompe realidades

Promesa de sensaciones no sentidas.

 

Oscuridad vertiginosa y alada

Embriagadora sensación de dulzura

Suavidad acunada en el hueco de la mano

Exquisitamente sensual y peligrosa

Deliciosa soberana de negros laberintos

En la penumbra teje su red desvelada

un enjambre de manjares refinados

matas de sauce ululando en la cresta.

 

Monstruo ebenáceo anquilosado entre las ingles.

Poderosa cúpula de cristal asedado.

Recoge con la mirada de su ojo humedecido

los inútiles intentos de escapar a la molicie.

 

Fascinada oscuridad altiva se despliega.

Sensación que sólo en la ocultación seduce.

Ascenso y descenso, lisura, dulzura.

Placer intenso que los ojos no transfieren.

Soledad y gemidos convergen en su hoguera.

Sensación inefable que en los dedos se enreda.

Respuesta al aullido que la coherencia desgarra

Legión de tentadores se desbocan en su cima

Piel, carne, fluidos convergen,

la sienten, la presienten, se precipitan,

y nada, nada…calma el ardor de su presencia

 

Opium me abres las puertas del extremo oriente,

misterioso y fascinante,

sanguinario y antiguo.

 

Gota a gota sumiéndote en mi piel secreta

asestándome tu letal mordedura

confinándome en la redoma de tu ombligo lateral.

Tu hálito sofisticado y original,

convulsiona  mis preferencias,

derramándome el espíritu Imperial de la China

bajo tu fragancia de honda huella.

Armonía cálida,

afrutada y especiada,

mandarina, bergamota, muguete, absoluto de jazmín

con toques de mirra roja, vainilla, clavel,

pimienta, canela, polvo de oro;

pachulí, opopónax, ámbar, rosa, ylang ylang,

fragancias picantes y de alta concentración.    

Íntimas esencias

extraídas por el fuego

de arena y cenizas

tratando de reinventar el mundo de las apariencias.

Ascensión oleosa,

exaltas

la quintaesencia de tu perfume inquietante.

Poción con virtudes divinas

llevas en ti el mensaje de la lujuria,

soy reclusa de tu sustancia extraída 

de fuentes secretas y plantas exóticas.

Destilación,

símbolo material de la purificación moral.

Perfeccionamiento,

sublimación psíquica

penetrándome como una querellante roedura.

Germen de la verdad que brotas en el fermento de mi fe.

 

Opium más que Extravagance.

Byzance, Panthere, Rose Noir, Tribu

Jaipur, Chloe, Diva, Rome,

Poison, Volupté, Montana

En la sublimación del ser,

rescató mi esencia más pura

del seno de la tierra,

heredándome óleos,

bálsamos,

licores fermentados

y el símbolo del fuego en este extracto

de espíritu dorado.

Con Opium

me estrené como una  mujer  cosmopolita.

Lo incorporé a mi personalidad

como un valioso secreto de belleza.

Como una joya

que irradia fascinación a mi

femme fatale.

 

Piel de la seducción,

revistiendo el excitante aroma de mujer.

Hoja de tabaco deshidratada

destilada en esencia opiácea.

Látex desecado

que manas de la herida de la adormidera.

Opio descendiente

de una casta de envenenadores.

Restableces el narcisismo herido

calmando el dolor de la injuria.

Opio te casas con el hombre

para inducirlo a un fetal letargo.

 

Noble veneno

deshaces la garra del pavor del corazón.

Opium dulce opio,

fumándome fantasías en narguiles de oro y agua.

He permanecido fiel a tu exquisito veneno. 

Adicta a tu letal elíxir

que me ha condenado a tu esclavitud.

Voy a ti,

posesa de un delirio que me abrasa.

Tu alma líquida atrapada

en el cristal elíptico que te custodia

percibe mi desnudez

que exige ser profanada.

Tu larga lengua

se  a r r a s t r a  por mis oídos,

violentamente se enrolla a mi cuello

para descender

atrevida y lujuriosa por mis pechos.

Mariposas diáfanas esas gotas

que por mi cintura revolotean

y se posan en la mata encrespada

de mi flor carnívora.

Opium, opium

Elíxir, éxtasis, exultación

Amante mío.

Dame tu cuerpo.

Tu disolución.

Bésame.

Aletárgame para siempre con el ababol

que te mana incontrolablemente.

 

Extravagance

Criatura de vanidad depurada,

auto diletante narcisista,

librepensadora, libredecidora,

cínica, cruel, loca

extravagante,

perseguidora de contradicciones y ofensas.

Jazmín, palo de cedro, ambrax,

iris negro,

esencia de mandarina,

alma de sirena alada.

Deambulas en la noche bajo la tormenta.

Buscas en Notre-Dame al ser de la penumbra.

El silencio de su monstruosidad.

Gritos perdidos en la lluvia de improperios.

Gitana de cabellos púrpuras y cintura de esfinge;

me deshago en el follaje de esos dédalos

que esconden mi silueta,

que denuncian las fragancias

de ese húmedo crepúsculo

precipitado en el bambú interior

de mi manantial lechoso,

donde todas las plegarias

se sumergen en un río tempestuoso

de deseos satisfechos.

Delicioso repudio agitado

como una dulce exhalación mortífera,

jerarquiza rugientes espasmos tejidos

en la primorosa red del cristal orgásmico.

Saboreo impasible

el cianuro del odio y del desprecio;

fantástico potaje que penetra

en las cicatrices de mis manos

donde no leo ni designios ni  presagios,

donde solamente mi gravedad se manifiesta

en esa imperceptible e imparable oscilación.

Extravagance d’amarige deshaciéndose en la sonrisa,

evaporándose

cuando la ropa cae cediendo a la caricia,

encontrándome

en mi intimidad cuando abres el pozo

perfumado de mi secreto vaginal.

 

Efluvios perfumados como un eco derramado,

hasta el génesis de la civilización me trasladaron,

a la antigüedad

donde los mortales en rituales y ceremonias

exaltaban su poder y belleza,

extractando de flores, frutas y óleos subliminales,

las supremas esencias,

deleite de dioses.

El olor de la tierra en sus primeros partos

me invadió,

el fuego crujiendo en las cavernas

como un troglodita destructor

hechicero del miedo centelleando conjuros a las fieras.

Agua salvaje de diáfana pureza deslizándose

a través de montañas y llanuras;

el viento moviendo las aspas del tiempo, 

los olores esenciales cuando el ser en su inocencia,

afán de pureza originado en el recuerdo del paraíso,

nada codiciaba.

 

Rituales, sensualidad, placeres sexuales.

Satisfacción del triunfo en la batalla.

Transmutación del plomo recreando el caos.

Vértigo, adrenalina, muerte en el orgasmo.

Lujo envasado en recipientes de diorita,

alabastro,

frascos esmerilados,

cristal soplado,

plumaje multicolor de la vanidad.

 

Bagdad y Damasco volando en esterillas mágicas.

Palacios de cúpulas doradas y cuentos fantásticos.

Genios y brujas

concediendo deseos a sus ambulantes amos.

Reinas perversas,

princesas oprimidas,

duendes cómplices.

Cenicientas y bellas durmientes

conspirando por el beso.

Príncipes encantados y desencantados.

 

Bosques embrujados

donde el lobo, la perversa hada, el ogro

legitiman el deseo oculto a través de la mordida

el zarpazo, la deglución, la penetración no consentida.

Reina de Corazones,

conejos presurosos.

Situaciones incomprensibles

recargadas de invenciones y artificios,

fabulan el País de las Maravillas,

punto de equilibrio entre el sentir y el razonar

pesados en la balanza de la irrealidad

donde las exquisitas alas de la fantasía

nos elevan a los templos de la paranoia.

Hilos de extraordinaria finura engalanando

vestiduras exquisitas,

géneros de oro y plata vistiendo la nobleza.

Cantos atrapados en calabozos de mica negra.

 

Jaipur,

proliferación de gritos y alucinaciones.

Seres tenebrosos del más allá

tras la puerta dimensional de calosfríos.

Aventureros que han dormido a las centurias

para vivir el sueño de la eternidad tras la mordida.

Gargantas acariciadas por maligna boca

de la criatura que medra en las tinieblas.

Aullidos aterradores

en las noches frías del Kilimanjaro. 

Hambrientos mandriles

hundiendo la zarpa en la huida.

El grito de terror sacudiéndome en la niebla

como una dentellada incesante y dolorosa;

como una plegaria

que se desvanece en los inciensos.

Cumbres nevadas

buscando el fuego entre mis muslos.

Fascinante pirotecnia

hundida en los pozos perfumados.

Lámparas mágicas

liberando a esos nubios portentosos.

¡Oh! mieles negras untándome el aroma de la brea.

Potros salvajes en su belleza majestuosa.

Venid a mi,

azotadme con la arrogancia de vuestro linaje.

Azuzad esas serpientes

con colmillos de ónices y zafiros.

Romped las cadenas de mis convicciones

y concededme

la esclavitud del deseo hundiéndome doblemente.

 

Byzance corrómpeme con el lujo de tus esencias.

Con los excesos de la juventud

clavados en mi vientre.

Macabeo/Viura,

Sauvignon Blanc et Noire

y Shiraz uvas del Ródano

Oxiden en mi cava los racimos púrpuras de locura.

Ahí en esos momentos desenfrenados cuando el sol

asoma su cabeza fulgurante.

 

Agua de Byzance córreme como un río impetuoso,

transpórtame en el tiempo hacia la noche inagotable

para que mi pasión encuentre

en tu flauta de Byzance

la peligrosa belleza de tu afán asesino. 

 

Byzance abre tus cisternas para que mi ciudad sedienta

beba en tu entraña tu fresca humedad.

Abre la Gran Puerta Dorada de tu Imperio

para suplicar misericordia al Cristo de Constantino.

Me uniré a los himnos de Justiniano y Theodora

y tu historia mágica como una repetición extracta,

entre el aire y el espacio se deslizará,

retumbando en los siglos de Divina Sabiduría - Agya Sophía.

Tu esencia de Mármara y tus cúpulas de Estambul

sobrevivirán a la ilusión del fastuoso imperio

y una vez más oraré

antes de salir fuera de tus muros a morir.

 

Arrástrate por el fango de mis impudicias.

Carcome la retina de mis ojos nebulosos.

Resbala tu lengua exhumando

todas las perversiones de mis antros.

 

Lámeme despacio,

Saboréame… lentamente…

Desgájame en tu boca.

Mordida a mordida

conspira el asalto de mi carne.

 

Clava en mi espalda tus félidas garras.

Devela el puñal que me ha de matar.

Hunde en mi garganta tus dientes.

Posesiónate de la hembra perseguida.

Huele en mí el semen de tus pasadas noches.

Oscila el péndulo de tu lujuria.

Reconoce en mis senos el dolor que desnuda

y bésame otra vez con tus látigos labios.

 

Deja que mi boca del perseguidor se apodere.

Deja que la lava de mi cuerpo te absorba.

Derrámate maravilloso y pródigo.

Desciende al tibio surco entreabierto.

Huele el deseo que moja esos labios…

Abre sus púrpuras pliegues.

Chupa… lame…

Sodomízame con tu lengua.

Desemboca tu saliva

entre las pervertidas sombras

donde nuestras violencias se ensalzan.

 

Conquista con tu catadora convulsa

al tirano liliput que custodia la abertura.

 

Ahora…                           

húndete en el abismo anegado por mi lluvia

Hondo, muy hondo…

Abajo,

en el cieno donde se revuelve la verdad

donde el trueno potencia su bramido

donde el sol su cuello adorna

con las perlas que brotan de mi noche.

 

Las fragancias florales,

inagotables en la Biblia de los aromas,

mensajeras erotizantes penetran

y flotan como habitantes del recuerdo.

En esos remolinos donde la caricia se dilata

propician la fuga de sensaciones

y perturbaciones ópimas.

La calidez del sándalo,

dulces y sensuales,

esencias balsámicas,

exóticas, intensas

elegantes, discretas, 

con olor de cuero y de tabaco

ahumadas, maderadas, oceánicas, 

fascinación atrapada para deleitar los sentidos

rugido, mordida,

candidez, ternura,

pasión desmedida.

 

Volupté cabálgame como una noche infinita.

Piérdete en el laberinto de mi palidez,

y yo seré una poliandria de afectos y sensaciones.

Voluptuosidad del priorato esmeralda,

esfera translúcida corazón dorado efervescente.

Tu encanto fulgece a través del cristal

para asesinar dulcemente

con una gota en la nuca y los oídos

unas gotas en los senos, la cintura, los tobillos.

Fermento semencial

transmutado en óleo ambarino

que impetra bacanales en el lecho compartido.

Alma y carácter de tu interioridad,

letargo y fantasía;

tu esencia rompe las membranas de la alucinosis.

 

Montanas azules con torres de babel

desgarrando el firmamento que se aleja.

Vertebral extracto serpentino de grosella negra.

Volutas inspiradas de pimienta y cardamomo

derrochándose en el torbellino de jengibre y clavel.

Tempestades que desbordan los delirios del patchoulí

sólo para unirse en un dulce desenfreno

de vetiver, civet, castoreum envenenando

la íntima piel de mis desencuentros y perversiones

bajo la seducción de mis bragas.

 

Esfinge imperial

de atuendo dorado y Organza soberbia.

Tu aroma de mañana derramada duerme conmigo.

Me despiertan tus flores de naranjo y gardenia;

empieza a perseguirme tu nutrida madreselva;

se arrastra por mi piel penetrante tuberosa

para susurrar maravillosamente con notas de ylang ylang,

jazmín y cedro en mis pródigas sensualidades.

 

Trésor piramidal invertido del paraíso acuático.

Poción rosácea, vainillada, dulcemente sutil.

Frutos aterciopelados con suavidad de durazno.

Gualdo iglú derramando su exótica esencia de piña

para atraparme en el bouquet de sensualismos

comprimidos por el iris, heliotropo, jazmín

y sucumbir finalmente en la fortaleza de sándalo

en donde el almizcle se sublima acariciándome.

 

Agua Tórrida destilada en el canal de mis trópicos.

 

Rosa Nocturna llevando los vientos hacia el sur.

 

Rome encerrada en la Torre que inclina el péndulo.

 

Púrpura corazón esmerilado de Poison en mis latidos.

 

Esencia animal atrapada en la selva de Panthere.

 

Tribu rastreando las rutas del aroma

hacia mis raíces

de lirio sepultado en el fondo del ojal.

 

Olores a violeta y rosas denunciando mis besos.

Salvia, menta, tomillo deshaciéndose

en la Y de las maceraciones.

Cóctel de santidad y pecado

propician la fuga de los sentidos.

Como una Shongay

te ofrezco el aroma de mi vagina

 

Voluptuosidad y fantasía; susurro zigzagueante

seducción confinada en la densa piel misteriosa

del solitario loto que arrumba su azulada infinidad

hacia las cumbres lamaístas para raptar al hombre,

sepultado bajo el manto eremita del erófugo monje.

Los olores de la lujuria se contonean

en la cintura nómada de Samsara;

olores de hembra mundana, derroche-embriaguez de lucerna,

descubre su desvergüenza en la roja cúpula del Chakpori

donde se han abovedado las místicas plegarias

del sándalo, sagrado y sensual, para permitirme renacer

con el esplendor del Nirvana

en un intento de escape

y de renuncia al mundo de los sentidos.

Zanzíbar, lamasterio de absoluciones,

turbulencias ascéticas depuradas en el turbante grana 

que recoge los extractos de esa vanidad que te glorifica.

Se reúnen, se acopian, se abrazan, se penetran.

Esas esencias balsámicas con los karmas del nirvana

fusionan tu abdicada oración con la avasallante sensualidad

sólo para confirmar que el demonio te rascaba los testículos

mientras fingías sumisión a la orden de los castratti.

Esencia de mí, esencia de ti,

en un sólo espíritu de canela y mirra,

lujosa apariencia del pecado.

 

Oh espíritu del sexo posesionado de mi alcoba.

Ven como el hombre múltiple,

ojo, oído, nariz, lengua y piel.

Descubre la fetidez y la fragancia

de mi jerarquía sensorial.

Te daré minúsculas lágrimas de mi misma

para que tu estrategia evasiva

no abandone mis turbios labios

mojados por las desvergüenzas de tu acoso.

Las sábanas conservan

los aromas intensos e irrepetibles

que se deslizaron

por esos barrancos de tus cítricas intrigas.

 

Cuando el elíxir se haya evaporado totalmente;

oleré a tierra y mar, a musgo,

cardamomo, madera e incienso

oleré a mi esencia de mujer,

destilaré mi perfume interior e íntimo

oleré a mi misma,

porque yo soy el perfume.

                    

                      

He sido una depredadora de hombres.

Aplastada por una piedra de silencio y secretos.

Mantenida y encadenada en la cámara del terror.

Etiquetada por la arbitraria designación de géneros.

Me he rebelado a la prostitución del amo esclavista.

He descolonizado mi cuerpo

amando mi propio reflejo,

encauzando el potencial de mutualidad y diversidad

que extendía sus raíces

en mi fértil campo de realizaciones.

Manifiesto de las ocultas emociones y sentimientos

que me abrazaban en noches solitarias

en el desierto dominio de mis represiones.

Vergüenza y miedo

increpándome más que la repulsa mundana.

Fantasiosa virilización puberal

como una alternativa  para vivir mi interioridad

y la reconfirmación de mi innegable feminidad.

Impuse normas de conducta.

Me apropié del viento, de la altura de la luna

de los sonidos y colores de cada ser

para incorporarlos al breviario de mis exigencias.

Desprecié los conceptos

que nos acorralan y exterminan.

Busqué la belleza

más allá de las apariencias sensibles.

Amé la voluptuosidad atmosférica

de las flores humanas.

Aspiré el aroma de la sensualidad

en todas sus manifestaciones.

Descubrí mi potencial amatorio

como un taladro perforando la roca

en busca de la fuente escondida. 

Adopté la herradura

como el símbolo implantado entre las ingles

para resguardar mi preferencia.

 

Siempre

como objeto de deseo entre hombres y mujeres

he abrazado la pluralidad de opciones 

para compartirme.

No me he ocultado

tras la mentira infame para existir.

He rechazado

la estigmatización sin conflictuarme.

He sido defenestrada por marcar tendencias

y arrebatar el dominio a la arcaica reciedumbre.

 

La realidad ha torneado el instinto

para recrearme en la diversidad de las inapreciables sutilezas.

He vivido la pluralidad como una conquista.

Como una respuesta al derecho de ser como soy.

La perversión

como una fantasía que me hizo más humana,

descubriendo

mis propios placeres en otra diva como yo.

En el sueño de otra beija que se extravió

en la isla de Lesbos.

Donde hundir el desprecio de la generalidad

no es castigo por develar los placeres del gineceo.

Quién puede saber lo que mi pasión reclama

cuando en la molienda de fuego de mi trapiche

se escurren los jugos que precisan ser chupados.

Quién más que mi reflejo deleitándome

con la pecaminosa procesión de ateos;

quemando las cruces del engaño

profanando las tumbas farisaicas

demoliendo mamotretos de prohibiciones y calumnias.

 

Yo,

Mi hembra interior

mi yo inalienable

mi íntimo yo

mi intimidad perturbada y sacrificada

mi resguardado safismo

mi alma recóndita

mi único yo.

Mi grito entrañable aún no reconocido.

Mi condena y mi perdón en este edén de imperfectos.

Mi vientre fecundando impúdicos honores.

Mi lengua saboreando evangelios vulvares.

Mis evangelios vulvares deshaciéndose en las lenguas.

Mi verdad,

la verdad tuya y la de otras desertoras de la vara.

¿Por qué castigar la carne si el alma exige?

¿Por qué ignorar lo que los ángeles prefieren?

 

No me liberes, condéname.

No me comprendas, repruébame.

No me consideres, lastímame.

No me respetes, menospréciame.

Merezco este oasis aunque el desierto me sepulte.

 

Mujer y marida,

marido y amante perseguidor del gemido que agita

las turbulentas aguas de los lagos prohibidos;

que abre todos los laberintos

donde el monstruo pernocta y devora.

 

Eva bebiendo la miel   

de mis pechos y yo de su panal.

Me busqué

en sus labios raptores de mis ansiedades.

Me encontró

en el atardecer dormido de mi vientre,

insatisfecha como una leona que no mata.

Sus pechos y mi vulva, mis senos y su vagina.

Nuestros labios y nuestras manos mordiendo

y hundiéndose en la caricia abundante.

Ella como yo, hembras de una misma quimera,

sacerdotisas amputadas que no parirán jamás.

Prófugas de este mundo

creado por un dios de la otra orilla.

 

Me reconocí en la angustia de sus ojos infinitos.

Mares agitados por los imaginarios del decoro.

Discípula apasionada de las ninfas de Safo.

Luna derramada

en las bodas eternas de las hijas mutuales.

Compromiso indisoluble

del misterioso amor humano.

 

Me reflejé en el espejo

de mis carencias y demandas.

Acepté los retos de la carne

dirimidos por mi entrega.

No he negado a esos cuerpos de bellezas diversas

cantarme sus deseos.

Regalarme

su intensa feminidad al quitarse la ropa.

Encerrarme en sus movimientos

de una premeditación aborigen.

Copularme

con las violentas convulsiones de sus lenguas.

 

El gesto de la mano arreglando sus cabellos,

olorosos a noches equívocas,

a crines de yegua sublevada,

esparcidos como dunas sobre mi piel abierta.

Torsiones de caderas

exudantes de escozor  lujurioso…

Porque ellas intuyen

mis deseos y yo satisfago sus reclamos.

Tampoco he reprimido las urgencias

que me arrojaban a sus brazos

como una Herodías de prodigios simulados.

 

El mandato arbitrario

ha censurado esta pasión reflexiva. 

Los silencios y las soledades

del desprecio han sido cómplices.

Los débiles y las minorías

sin contemplación han sido degollados.

Ignoré las diatribas y comí de la fruta

negada en el Paraíso de Eva.

 

Coligado sendero de crestas y aros lívidos.

Espacios invadidos por deseosas espadas.                     

¿Quién ha permitido desembozar                                  

las insumisas concavidades de mi carne?

¿Quién desató la bestia de luciférico aliento

que pretende calcinar a mis diletantes discípulas?

 

El cenit de su esplendor no me cautiva.

No me atrae, no me azuza su grandeza.

Mi piel sólo quiere esos lésbicos labios

inhalar cada espacio con deseosa indigencia

que me arranquen gemidos caricias de escándalo

lenguas, dedos, partiéndome insurrectas.

 

Otra como yo me reconoce en el juego.

Otra me llueve dolores, espasmos,

me lame, resbala, suave, despacio,

se hunde en mi trébol, mis fantasías desborda.

Ella intuye mis reclamos salaces.

Ella me abunda y se bebe mis vinos.

 

Mis manos la buscan, la llaman.

La siento respirando en mis feudos.

Suplico sus labios para hundirme gozosa,

desfloro sus pechos besando, mamando;

roncos gemidos acrecientan mis ganas

late mi lengua en el holocausto atrapada.

 

Mis secretos escarbo en sus hondos abismos.

Desdoblo mis alas en su pliegue sedoso,

su saliva, su leche, su sangre

anegan mi túnel de húmedas fiebres,

resbala, me cubre, me baña,

su orgasmo me asalta me arrastra a la muerte.

 

Danzantes de Sodoma en los ocasos carnales.

Hienas azarosas de afilados instintos.

Arañas que se inoculan venenos.

Serpientes que se devoran y anidan.

Ángeles desalados del infierno sáfico.

Mi misma esencia, la que me habita.

 

Mi espíritu azaroso e impaciente,

aliento vivo de los acontecimientos vivenciales,

procuraba que los pruritos sensuales fuesen satisfechos.

Como única fantasía invoqué a los dioses de la carne

para inmolarme en el altar de las parafilias,

castigando o siendo castigada por las extravagancias.

 

La rama de junco y la caña de bambú se alternaban

para estimular mi esfera anal a un gozo kundalínico.

Una tormenta de azotes sodomizantes

cruzaron céleres

por las esferas cárdenas de ese horizonte occiduo.

Cilicio con olor a azucenas para santificar el dolor,

para elevarme al altar donde las desviaciones

se glorifican,

para avivar la rebajada facha del frontispicio viril

en una resquebrajadura del delirio.

 

En mi búsqueda de la extravagancia erótica,

convine en el escándalo

para dorar mi noviciado ambiguo.

Secuestré el beso de Judas

para adelantarme a la traición.

Me crucifiqué en la rauda soledad del orgasmo.

Mis fuentes lagrimales

se colmaron de perfumes atávicos;

y egipcias, hindúes, japonesas,

en el cenit sensual de sus misterios

fluyeron a través de mis ardores.

 

Aquellos monjes de pasiones encubiertas,

destrozaron mi túnica con sus garras de ascetismo;

con su onanismo solitario de renuncia a la hombría,

vivieron en mi carne

la castración infame del gozo terrenal.

Precipitadas manos entraron y salieron de mis celdas;

bebieron el cáliz de sus ausencias

en mis vertederos malditos;

me rociaron su semen durante siglos represado.

 

Desposeída de mi ropaje

peregriné por el monasterio de los buitres;

imbuida en un gozo mundano

de extrañas sensaciones;

extasiada en el tormento del azote cargado de centurias;

cada latigazo

los pecados de los condenados me inculpaba;

los gritos

brotaron de las paredes de sangre salpicadas,

estaciones dolorosas por el martirio evidenciadas,

místicas pasiones

para vindicarse ante el señor de la creación;

se encadenaron enmohecidas

por los efluvios del pasado a mi carne mortificada.

 

Lapidada en el vía crucis 

camino a la cámara de los sacrificios,

Magdala me dio a beber

leche y miel de su cántaro milenario.

En el paredón de lamentos de la indignidad humana,

sepulcro blanqueado por justificaciones miserables

pendía un Cristo crucificado

con los clavos del desprecio y de la incomprensión.

Judío,

zelota,

esenio,

revolucionario,

rebelde,

carpintero,

conspirador del orden de la Sinagoga,

hijo de Dios,

Salvador;

Todos en Uno.

Fracasaron en el Deicidio del rey sin trono,

rey coronado de espinas y manto de harapos.

Rey

que en Magdalena su hombría evidenció

y en Lázaro su divinidad derramó.

El que el hambre de sus prosélitos satisfizo,

El único grande en su miseria y sencillez.

Él,

mito,

verdad,

historia,

o simplemente fe.

 

Una muralla de cedro ocultaba el vientre en tinieblas

de esa catacumba

donde los apetitos perpetuos de los frailes

no se limitaron a los alimentos del espíritu.

 

Las puertas

con parsimonioso arrastre tras de mi se plegaron.

Mis ojos en la lóbrega caverna escudriñando

tallaron un agujero en el negro cielo de ese pudridero. 

Sentí la respiración de los fantasmas

espirándome el polvo del olvido.

Con sus labios marchitos de eternidad tocándome.

Yo, mortal flagelada

con demandas conservadas en el hielo,

sentía mi piel florecer al contacto de los incorpóreos.

De cada herida donde la palmeta se había hundido;

una ultrajante urticaria deliciosamente me escoriaba.

Lenguas invisibles

con frugalidad decantada me lamían.

Los gemidos se elevaban

como el humo de los inciensos.

Himnos místicos

de los lamasterios del Tíbet emergidos,

cada rincón tejido de silencio soledoso colmaron.

Carmina Burana, Carl Off, Zubin Meta.

Desde la alquimia de las voces y los sonidos

emociones y sentimientos anquilosados despertaron;

y pronto un aquelarre de cuerpos desnudos

viajeros de las tinieblas y de mundos deshabitados,

nos confundimos

en las aguas espirituales y corruptas

de todos los desenfrenos por las pasiones liberados.

 

Una y otra mano una batalla libraba 

para atenazar mi carne vívida y tierna,

para satisfacer los siglos de abandono enclaustrados

en la álgida tiniebla de los tiempos perdidos.

 

Los caballeros del limbo

por la impotencia carcomidos;

Los héroes defenestrados

por los epónimos inventados;

Las brujas

incineradas en las hogueras misericordiosas,

Los piadosos

custodios de la fe y de una moral convenida.

Papas y reyes, señores de la vida y de la muerte.

Confesos e inocentes

al banquete de la lujuria asistieron.

 

Esta mesa saturada

de manjares y viandas refinadas

confabularon

concesiones de bulas con perdones y promesas.

El decálogo del NO

por la herejía de los fluidos invalidado;

convirtióse en el mamotreto que todos pisotearon.

 

Ese hueco en el cielo de la bóveda

me acercó la ciudad y su bullicio;

las luces de las farolillos

difuminando las turbaciones de la noche;

el aire contaminado por los olores de la civilización;

la demencia

escapando de los cenagales ahítos de aviesos;

el hambre negociada

en las carpas de los circos gubernamentales.

Un estremecimiento me recorrió

como una descarga eléctrica;

el vaho del delirio esfumóse…

dejándome el cansancio de los siglos.

 

Te parecerá la odisea del paraíso

o el momento en que el Único creó el infierno

con la hégira de Luzbel.

Créeme, son vivencias conservadas en esa infinita

cápsula de la memoria.

Recuerdo esas sensaciones de placer intenso

sofocándome,

exprimiendo las vides en mis  lagares de maceración.

 

Mata Hari esparciendo veneno

en mis escorpiones vulvares.

Espía predadora de los goces al otro lado de la pared.

Disfruté ocultándome tras las persianas

para mirar furtivamente

la mutua confesión

de esos cuerpos entregados al placer,

regalándose para mis antojos solitarios.

 

Gemía con cada movimiento

con cada oleada de pasión.

El gesto evanescente perennizado en mi memoria

retrotraía la imagen de sus cuerpos juveniles

hermosamente engalanados.

La felina acrobacia 

de esos trapecistas del fuego y de las sombras;

la suntuosa hembra de caderas bamboleantes

despojándose el vestido en una elongación

lujuriosamente fantástica.

Su contorneada figura los prodigios de la mocedad delataba

bajo las máscaras de negra seda.

Doblaba su cuerpo,

revelaba su tarántula copiosa

destejía las redes de sus hondas intrigas,

atraía a su macho para devorarlo

con ambición arrolladora.

 

¡Oh! cuanto sufría por delegar a mi vista

fruición tan exquisita.

¡Oh! verdugos de mis ansias

desconocen el tormento que me causan.

Diabólicos fariseos

vulneran las debilidades de mi carne

plantando esos retoños que no emergerán.

¡Destrócenme,

hagan en mi su voluntad y déjenme beber

el dolor de la lejanía

en esta ocultación que me deforma.

 

Adelante bella niña, reconoce con tu mano la certeza

que se ha de introducir en la estrechez de tu noche.

Despójale de sus prendas

con la inigualable parsimonia de una geisha;

olfatea sus algas

y plántalo en mis sentidos.

Aspira para mi el dulce perfume de su jardín.

Retrae la cáscara de esa fruta erguida,

humedécela con el zumo de tus frescos pétalos.

 

¡Oh!

tortura diluyéndose en los calabozos del perjurio

¡Oh!

cruel Otelo hunde de una vez tu espada flamígera

y permite que el fuego purifique el temple del deseo.

 

Bello macho no desesperes en tu intento.

El sol se refracta con ímpetu

en el pináculo de tu orgullo.

Toma para mí esas fresas

que coronan las copas pálidas.

Muerde suavemente paladeando con placer,

conduce a la gacela de altivez escurridiza

por ese bosque de amapolas, 

alucínate

con el opio perfumado y mortal de su corola;

no renuncies al aroma del mar trayéndote la vida,

espera

que el torbellino como una anaconda te comprima.

 

El cristal permite traspasar la vista,

mas impide el gesto de posesión y ascensión.

He florecido en el ritual de la distancia.

Asistí como una mártir

a la celebración eucarística del amor.

Truncada por toda tentativa de acercamiento,

deslicé mis ojos

para vivir la revelación de otras penetraciones.

Me inoculé la sangre intrépida de la mancebía.

Erosionó en mi triste condición de espía

los deseos insumisos de una mujer que se sabe hembra.

Me bebí el tiempo que mis manos hurgaron

en los lechos mojados y lejanos de mis demandas.

Agonicé

con la dulce sensación de mi vagina colmada.

 

Ven a mi ahora que sabes que nada oculto.

Ven sigiloso y entráñate hasta el tuétano.

Aquello que conoces permanece inalterado.

Aquí, cerca del suicidio y de la gloria

el espanto y la armonía comparten la misma vena.

Nos desnudamos buscando las caricias que nos placen

sin contemplar que la noche ha desposado dos mil lunas

y que nuestra piel se va cubriendo de las primeras pesadillas.

Sigo siendo la que conociste en la burbuja suspendida.

Sigues siendo el loco indeciso que me atravesó la lengua.

Sigo siendo sin ser la misma en la lejanía de la tarde.

Sigues siendo sin ser tú en la romana lejana del sosiego

Tu cuerpo me derrota como una hélice partiendo el viento.

Tu palabra se debilita bajo el peso del pecado.

Y te hace falta libertad para negarme.

 

Nos pertenecemos en el grito y en el gesto.

En las emociones y sensaciones que nos identifican.

En el dolor de la ausencia y en la condena de la cercanía.

Nos escrutamos en el recorrido de la memoria.

Sobrevivimos a naufragios y temblores.

Te he sepultado dos veces con las arenas de mi sangre

y te he inhumando para soportar las pesadillas del silencio.

Has inhalado el opio en los aposentos de la magia

y te has recluido en mis áfricas epilépticas.

Has bebido la miel de mis profundidades

y te has derrumbado como una hoja después del cataclismo.

 

Mujer conjugada en el difícil verbo de la vida.

Palabra mayor en la clasificación gramatical.

Nombre propio y definido con sustancia y fundamento.

Cualquier adjetivo no magnifica mi solo nombre.

 

No pretendo hacerte comprender

las razones que enardecieron mis latidos,

hasta convencerme de sofocar los alaridos

con la dentellada clavada en la bestia intangible del horror.

Nada gravita en la esfera suspendida del tiempo.

El péndulo ha paralizado el movimiento

y el espejo no define la informidad de lo abstracto.

En el abismo de mis pupilas los cadáveres se aplastan

bajo el polvo indefinible de la metamorfosis.

El inevitable olor a senescencia

descomponiéndose en los sepulcros de la falacia

tensa el frágil hilo de la cordura.

 

Soy esa mujer que gravita entre huracanes

enfebrecida, enrarecida, acorralada

por las bestias del odio y la cobardía.

Soy la loca criminal que ha segado tus sembríos.

Soy el áspid que levanta su cabeza desde el suelo

para no perderme un solo trazo hasta la altura.

Soy esa mujer que vierte llanto y expande el grito

en el inasible epitafio de la vida.

 

Siempre viví para acumular nombres

y enamorarme de los rostros.

Mis amantes llegaban precedidos de alcurnia y feudo,

del nombre agnado a los ancestrales

caballeros de la conquista de los reinos de ultramar

buscando los tesoros sepultados.

No te niego que me seducía el oro

y su capacidad de convicción,

la comodidad, el lujo, el poder, la opulencia.

 

Nada en la naturaleza es tuyo,

sólo está contigo hasta que el

tránsito se hace necesario

y la delicuescencia te absorbe;

utilizas lo que necesitas

y dejas tu herencia a quienes te sobreviven.

 

Intempestivos eventos te precipitan 

a bogar en la tempestad

y no es volitivo

que el espíritu se juegue en la ruleta.

La vida

te depara cambios constantes sin pedir tu anuencia

y se torna imperativo aprender

a sobrevivir con fuego cruzado

para no ser aniquilado. 

 

La experiencia te enseña que la honradez

sucumbe ante el arca,

la dignidad se debate entre la lealtad y la oportunidad.

El compromiso es absorbido por la irresponsabilidad.

La amistad florece al amparo de la lisonja ambulante.

La vanidad destaca como el símbolo de la arrogancia.

Lo fatuo, lo trivial, lo insustancial,

marcan la decadencia del espíritu humano,

siempre conflictuado por la herencia ideológica

y por la dinamia con que el mundo se impone.

 

El culto al cuerpo

se ha convertido en la peor pesadilla.

Anorexia, bulimia, esqueletos caminantes

para satisfacer las exigencias de la estética;

aún cuando el cuerpo muestra los trastornos del castigo;

aún cuando la vitalidad amaina ante el sacrificio;

lo utilitario

se impone como una maldición de los tiempos.

Todo es un artículo de consumo y renovación.

El amor

es una adquisición que se licita en sobre lacrado,

el mejor postor se acredita el mérito de la subasta;

la excelencia del producto dependerá de la inversión.

 

Esta es la angustia existencial.

Vivir cohabitados por necesidades creadas,

por el marketing del Imperio que conquista…

a través de la lengua, la imagen, la tecnología.

Nos imponen una cultura extraña a nuestras raíces.

Nos asesinan el patriotismo y la identidad.

Lentamente se posesionan de la heredad.

Infamemente nos despojan de la dignidad.

 

La falocracia y la vaginocracia

son pericias burocráticas

oferta y demanda de favores

atrapados en los turbulentos ríos

de la concupiscencia.

Nuevamente la conciencia visceral

se impone a la razón.

 

No es relevante

en el mercado humano de la corrupción

conservar las manos limpias sin laceraciones.

Prolongarse en la sombra sin temores.

Mirar al astro sin temor a la ceguera.

Desnudarte sin vergüenza;

mi cuerpo es el templo de mi existencia

y ha sido profanado porque yo lo he permitido.

 

Decir lo que piensas, hacer lo que sientes

se opone a la mentira instaurada como forma de vida.

La verdad es un monumento olvidado.

 

Marginalidad y opulencia

infectan la misma llaga.

                              El hambre coagulada.

                              El dolor acalambrado.

                              El corazón latiendo en el ombligo

se chocan,

                 se muerden,

                                    se laceran

bajo la ignominia de la orgía estatal.

 

La infame y repugnante tiranía

                               de la oligoplutocracia

no satisface una conmoción biológica.

Las heces y micciones dolorosas

de riñones e intestinos purulentos,

hígados perforados de miseria,

a una pesadilla mecánica degradados,

oxígeno por la avaricia contaminado,

la vida sin dilación nos arrebatan.

 

Parapléjicos mandantes,

                                       concupiscentes del poder.

La prostitución burocrática instituyen.

La usura empresarial,

                                   el dispendio del erario,

las orgías sindicales y la cleptocracia,

en el culmen de un aquelarre partidista se acuerda.

Surgen entonces los oportunistas trepadores

esgrimiendo un chantaje vergonzante;

la sordera y la ceguera patrocinan

silenciando la verdad en heredad de asesinatos.

Se conculcan libertades,

                                       la conciencia se invade,

se proscribe la moral

                                  y el destierro del espíritu,

el caos se implanta en la ciudad atuguriada.

Calles violentas,

                           necrópolis de asfalto.

La ascendencia caínica se impone.

Muerte en el útero,

                               daga en la razón dirimente.

 

La decadencia social como un escupitajo,

hormiguea en las cloacas de la intriga,

                          con los deseos mutilados,

con una enfebrecida algarabía del silencio,

como perros destrozando la esperanza,

sangrando,

                  magullados,

                                      piedad implorando.

Por haber osado existir, castigados,

aplastados por el miasma del miedo

deletérea alucinación predadora del habla.

 

De los excrementos del caballo

creó Dios al hombre sedentario

                sangre azul en los dípteros circula,

                coprófagos de toda clase,

                sangre azul hasta en los  crustáceos.

 

La aristocracia es el engaño

                                       para justificar la anarquía,

de monarcas destronados y apellidos rimbombantes.

Alta sociedad,

                      Clase media,

                                           mayoría desposeída

Explotadores y explotados,

Tráfico de influencias,

vergonzosa manipulación del poder,

corrupto ejercicio del discurso,

allanamiento infame de la privacidad,

ludibrio y vilipendio a quien derriba la muralla,

                circo montado por el ápice estratégico,

                                      atropello de la dignidad,

el engaño,

                 la traición,

                                   la palabra degradada,

anarquía absoluta,

                    bandidaje de Alí y  los Cuarenta Ladrones.

Entre los hilos siniestros del caballero oro,

que imprime su sello en las máscaras estrenadas,

en el circunstante boato del dragón de turno

entre el coraje de vivir

                                     y el dolor de morir

entre el cadalso

                              y el esplendor de la vida fácil

entre la sangre derramada

                      y la sangre festinada

los jinetes de la componenda se beben los desfalcos.

Enemigo espontáneo del ciudadano honrado

es todo poder con todos los nombres llamado.

Se abate la ilusión víctima del desencanto,  

los testículos de los prohombres se devoran,

los pechos de las hembras se mutilan,

las voces de los libertarios se silencian,

los ojos de los visionarios se extirpan.

 

Falos y vaginas impacientes

de asesinos, ladrones y rameras,

policías, periodistas, poetastros,

escritores, escritorcitos, escritorzazos

megalómanos, acomplejados, cohechados,

violadores, violados, prófugos,

discapacitados, capacitados, insolventes,

intelectuales,  ignorantes, insurgentes,

matasanos, curas, indolentes,

sidosos, pervertidos, invertidos,

buenos, malos, mediocres

primera, segunda, tercera edad

mujeres de buena vida, mujeres buenas,

solteras, casadas, divorciadas, viudas

amancebadas, concubinas o simples mujeres

antropófagos, acróbatas, payasos

idiotas, imbéciles, estúpidos, locos

AAF, autores elitistas, autores explotados,

burócratas mercenarios del tiempo.

Sin otra opción que sobrevivir en la metástasis,

propalada por la ambición y la irrefrenable

dipsomanía que el poder desborda;

ante una concentrada mentira demagógica,

de la conspiración del sistema escapan,

revolviéndose en una deplorable búsqueda del edén

al otro lado donde laten los deseos insepultos.

 

Qué esperamos de este mundo en crisis,

Colonizado, invadido, clonado, robotizado.

A donde los ojos se vuelven la protervia se impone.

El cambio radica en siempre empezar desde uno.

Abolir la pereza, denunciar la corrupción burocrática.

Conculcar los derechos a los verdugos del pueblo.

Sembrar en los niños los valores sociales.

Honradez, lealtad, solidaridad, respeto y amor.

 

Invertir en la vida, combatir la ignorancia.

Suministrar el antídoto contra el cáncer moral.

Las oportunidades que sean cosecha de todos.

 

…Mira Wambutzara como diría Etza,

has abatido la dignidad 

sembrando hijos por doquier,

te has mimetizado en el salvajismo de tu origen

para imponer la ley de la especie dominante;

he llamado a tu conciencia con el rayo del perdón.

Has fracturado el cristal que acuñaba mi confianza,

mereces padecer el suplicio de la privación

de tu hombría.

Saca tu pene sin lamentaciones

que lo voy a cercenar.

Y mientras el indio protestaba

por la terrible decisión del dios;

el pene crecía descontroladamente

tomando la forma de una culébrida.

El dios cortó el instrumento de la virilidad

antes que adquiriera monstruosas proporciones.

Quedóse solamente un ápice unido a su cuerpo.

La parte que creció se convirtió en boa

y se perdió rápidamente en la selva.

Etza dijo: la boa nunca matará al hombre

veneno no destilan sus colmillos.

 

…Hasta en los momentos definitivos

nunca la oscuridad será total.

El dios interior proféticamente hablará.

Entonces un nuevo orden nacerá.

Puedes no ser el primero,

puede no fructificar tu esfuerzo,

pero el alma se habrá liberado de la carga inerte.

Y un sol regenerado te abrirá la actitud para triunfar.

 

Debo decirte que mis experiencias

han sido múltiples.

He disfrutado del espíritu teatral

que enmascaran los afeites;

drama,

misterio,

comedia,

suspenso,

maquillados en mi rostro.

 

La tragedia de Madame Butterfly

acercándome a la realidad oculta

en la ambigüedad de mis preferencias;

acaso lo que tememos expresar

por temor a la censura;

lo que debemos callar a gritos con ese dolor agudo

que nos quema como un estallido;

acaso el maquillaje obligado

para pasar inadvertidos en este mundo de agresiones.

 

¿Quién construyó el arca de géneros definidos?

¿Quién se inventó llamarnos hombres y mujeres?

¿Quién empaquetó dentro de los cuerpos

las debidas preferencias?

¿Quién formuló las leyes para excluirnos mutualmente?

¿Quién osó despojarme de mis derechos antes de nacer?

¿Quién me dio la cualidad de feminidad y sumisión;

 y me obligó a soportar  la cruz del vasallaje?

¿Quién me condenó al ultraje y al dolor?

¿Quién se apropió de mis emociones

sepultándome en el silencio más ingrato?

¿Acaso el poder de la vagina me ha heredado un trono

que legitima el pensamiento?

 

Me duelen dos milenios quizás más.

Esos antropófagos del pasado

mi sexo cercenaron,

a la incubación de la raza me redujeron;

me mataron tantas veces;

tantas veces mataron a mis hijos.

La igualdad es una utopía,

una locura que dejó de existir

cuando asesinaron a los Ches,

a los Bolívares,

a los Martís.

Se bebieron mi llanto;

Devoraron mi vida,

y me devolvieron hijos sin alma.

 

He parido mi desprecio,

no pueden arrebatarme el deseo de sentir

y de elegir con mis propias convicciones.

Prefiero el cuerpo al vaivén de los sentimientos.

El odio es más humano que el amor.

la pasión es más fuerte que la ternura.

La caricia se somete al desprecio,

la mentira es el código del habla,

la demagogia es la ciencia del ladrón,

la ley suprema se escribe con ceros,

los favores reposan entre las piernas.

 

Mi ética difiere de la ética de los otros.

Jamás acusará mi dedo

como jamás el primer golpe lanzaré;

pero a quien me afrente lo demoleré.

 

En mi sangre el sentir paralelo se confunde.

La placidez se dibuja en mi rostro

por las perversiones que me alimentan.

Los demás,

los de allá,

los de acá, 

fingen ignorar esos llamados que no se tamizan

por las convenciones;

porque son íntimos y humanos.

Porque son auténticos y reales.

Porque en el mundo la misoginia y la homofobia

se oponen a las manifestaciones del espíritu,

al verdadero yo que tiene derecho a voto.

 

No me corresponde a  mi revelarte

los secretos que me han confiado.

Pero sí debo decirte que en este escenario,

los guiones no excluyen la misma vertiente.

Es el principio de aceptar

Lo

que

yo

no

soy.

Sin asombro,

sin censura,

sin justificaciones;

la apariencia cae en la trampa del embuste

y nos venda los ojos del alma.

 

Los colores dramáticos

denunciaban mi estado de ánimo.

Rouge a lo Marilyn Monroe

para envenenar la sonrisa

con barbitúricos de soledad y hastío.

Pestañas postizas

para alcanzar el paraíso con la mirada

y perderlo en una noche desenfrenada.

Uñas de tigresa tan largas

como la incertidumbre del amante

abandonando el tálamo donde su cuerpo

se somete a las delicias de la esclavitud deseada.

 

Serpéntidas perlas resbalando por mi cuerpo

como una lluvia dorada de demandas suntuosas

que te arrastra a los mares voluptuosos

donde la sangre se condena.

Lentejuelas,

cristales,

piedras preciosas

titilando en mi asombro.

Vestuario lujurioso que insinúa y acosa los sentidos.

Perfumes y esencias,

varita mágica de la sedición embozada del deseo

transportándote al delirio donde suelen quedarse

desquiciadas las ensoñaciones.

Vanitá vanitatum et omnia vanitá

 

Fragüé cuidadosamente

la mujer única que ambicionaba ser,

ningún elemento de mi personalidad

se encuentra en otra,

el cincel de la naturaleza ha esculpido en mi cuerpo

las fantasías glamorosas de Kamasutra.

Las flores inmolaron sus pétalos para derramarme

la nota secreta de su fascinación.

Intelequia la peligrosa asesina de la ignorancia

discrimina el razonamiento de mi percepción.

Como Agya Sophía, mi fortaleza no declina

y me energizo refractada en los dobleces de mi cuerpo.

 

Incorporé

un estilo de seducción refinado a mi prontuario,

extravagancia

y sofisticación

como adeptos de mi séquito.

Desprecio

a la rutina prosaica

que amordaza y adormece.

 

Lujuriosa devaneaba mi belleza

con efluvios de mujer.

En un intento de sumisión a mí misma;

domestiqué mi hermosura e indócil sensualidad

que me recorrían con espasmos  pavorosos.

 

Nadie resolvió el enigma de mi soledad,

a nadie conferí el galardón de la usurpación.

El azar jamás me interesó con su juego ambiguo.

No me aventuré con la apuesta,

la suerte es el caos del cosmos.

La probabilidad te juega como el alfiler en el pajar.

El corazón es el péndulo de la intuición

y la razón es el pulso de la coherencia.

 

Instintos desconocidos

se revelaban en el confesionario del inconsciente,

rebeldías represadas

y esclavizadas por el esquematismo religioso

y la moral social antojadiza,

perfumes subterráneos

con aire indefinido desvaneciéndose

en la atmósfera rosa de una diversidad

que ahora empezaba a comprender y aceptar.

 

Escuchaba

gritos silenciosos de cuerpos encorsetados

dentro del anonimato del armario.

Caústicos pensamientos que en los últimos tiempos

se han filtrado como una queja desesperada.

Buscándome en el escándalo de la extravagancia,

en el comportamiento equivocado

o en el néctar

de la verdadera esencia

de mi yo.

 

Qué empeño abandonar el secretismo de la logia

para beber la amargura de la comedia cotidiana.

Qué valentía,

necedad

o estupidez:

Abrir la garganta en la opereta de los castratti,

adoptar la piel del arco iris

para seguir fingiendo

en el mundo de los demás,

en el de los otros,

en el que vivimos la mascarada asquerosa

renunciando a la autenticidad

en el que nos vendemos

para seguir siendo cómplices

de la ignominia acelerada.

Ese mundo lapidario que actúa en las sombras

y se oculta en el río aparente de la conveniencia.

 

El drama del tercer sexo me atraía

como la mariposa alrededor del candil.

Aquellos efebos extremados

maquillados vistosamente,

rostros imberbes

extraviados en los laberintos femeninos;

extraños cuerpos

modelando la imagen que desprecian;

deseos femeninos

atrapados en la piel de los Adanes;

falos que sangran el vino del deleite excepcional;

seducción enmascarada

que busca la noche para ser;

realidad deformada en el latido

que un espacio suplica.

 

Seres que habitan dentro de mi

y de todos.

Los únicos que han actuado en el circo de las pasiones

defendiendo el orgullo que vibra bajo la carne ansiosa.

Pelucas multicolores,

zapatos de tacón fino,

pantaletas de mallas negras

dibujando losanges

sobre el perfil de siliconas;

estrafalarios atuendos comprimiendo los torsos

contoneos de nalgatorio en el púlpito de promesas;

neblina drag en el escenario de las transformaciones.

Esos mancebos andróginos

en el tablado de sus libertades,

interpretan el dolor interno

que desgarra desde el vientre,

profunda úlcera oculta que no sangra,

intenso placer que brota avasallante.

Sólo en la matriz  nocturna cómplice de sus disoluciones,

prorrumpe

el grito del ser

que se transfigura

para vivir

a través de los ojos que los codician y repudian;

a través de la fantasía que las noches impregnan

en el ambiente recargado de imágenes sugestivas,

de esa sensualidad extraña y codiciada,

de esos cuerpos que estando definidos por el nombre

están modelados por la plástica del desencanto.

 

Caricaturas vivientes de la decadencia social, 

colores intensos recargados en ojos y labios;

rostros de rasgos exagerados y modificados

pintarrajeados con obscena furia,

máscaras de piel ocultándose de la infamia,

sobreviviendo noche a noche tras la neblina drag.

Criaturas  grotescas de posibilidades fantasiosas

mimesis gorgoriteando

todas las frustraciones

en los gestos doloridos y la voz ausente

de las reinas de la transformación.

 

Pinturas y fotos lujuriosas denunciando al ser diverso

en su mundo de concupiscencia.

Bocas abiertas como fauces de pterodáctilo

exhortando el silencioso trino de la única ave-reptil

que se emascula en su fecundidad.

Sembrío de espárragos maduros

en el jardín de hombres;  

racimos suculentos desgajados en la boca;

espléndidos machos decapitando el sol.

 

Rostros hermosos de facciones impertérritas

delataban placidez  por la conjunción encubierta.

Atavismo greco-árabe clonado en la apetencia paralela;

vaho plateado en el vínculo de soles mutuales.

 

El olor de la perversión se impregnó en el ambiente

 

Al ritmo de la frenética penetración bucal

mi cabeza giraba

mis manos temblaban

 y nunca conseguí fijar la vista.

Rendido deja descansar su cabeza

 sobre  mi pubis

mi miembro junto a su cuello…

 

Tenía la sensación de haber

sido estrujada impalpablemente.

 

Evanescido el tiempo aquel de su niñez.

Fortaleza de sus pueriles emociones.

Debacle de tempranas desventuras.

Senda de cotidianas escisiones.

Se forma su mundo incomprendido.

 

Bifurcado de recuerdos y presagios,

lánguidos años latiendo por su vida

acopia legados y señales

revive otroras y al mañana se proyecta.

 

Su estirpe varios mundos ha creado,

muchos ríos corriendo hacia su océano

sincretizan las esencias de la sangre

en el grial sagrado de la inmortalidad.

 

El imperio del dolor en sus ojos se estremece.

Las truncadas ternuras en sus manos se delatan.

El horror que la hoguera de la noche

su constricta alma ha sembrado de fantasmas,

el aliento del día ahuyenta con sus salmos.

 

Las humanas incoherencias enfrentadas,

luchan por ganar un espacio en su sepulcro,

los infiernos destronan todo juicio,

los cielos ensalzan las virtudes.

 

Sus sentidos se alienan y lo incitan

a hundirse en la clausura tormentosa,

arder en los días lujuriosos,

revelarse en la iridiscencia de las tardes.

 

Sólo tú arcángel de festines refinados

te has hundido en las aguas del delirio.

Sólo tú, el elegido de los valles solitarios

te has elevado sin seráficas plegarias.

Sólo tú el hijo del exilio

has liberado en el alarido tus silencios.

 

Dime:

¿por qué tu noche es nigérrima?

¿por qué el dolor gangrena tus entrañas?

¿por qué la fruición te exige el sacrificio?

En el cenotafio de las impiedades te has inhumado.

La bofetada de la brisa a tu rostro le has negado.

Has reprimido todas las sensuales experiencias.

 

¡Basta!

Levántate y camina.

Sigue el derrotero que los cadáveres no han tomado.

Desata las vendas que te han momificado.

Tu ser glorioso se renueva en la barca de la noche.

 

Con los primeros pavores del relámpago truncado

carcomido por la certeza de un acabamiento cruel,

toda tu vida parecía encogerse

ante esa dentellada inesperada.

 

¡Oh! Encantador de serpientes

las notas de tu flauta son estériles.

En la cesta permanece la víbora dormida.

 

El hermoso y altivo lirio blanco de tus profundidades

ha sido mutilado por la hoz de la absurda tiranía.

Pobre flor insípida y derrotada.

Mana un vino que no calienta ni embriaga;

se ha enfriado en la llama viva de su candil.

 

Vi tu desnudez perdiendo sus máscaras una a una.

Descubrí esa desgarradura en la denuncia de tus ojos,

condensado en un grito silencioso y desesperado;

has de beber la copa hasta las heces.

 

Miedo al fuego de un rechazo irresistible

lo sientes en tu sangre hirviendo

como una ola de desprecio interminable.

 

La llama ardiente de tu virilidad se ha consumido

mas yo estaré viva hasta que me destruyas,

nos despojaremos, nos odiaremos

pero ya nunca más seremos de nosotros.

 

Espejo roto,

Espejo empañado,

Espejo deformado

se ha extraviado tu imagen al otro lado,

se ha ocultado detrás de la vergüenza.

¿Deberás ser arrojado como un perro sarnoso

al infierno del desprecio y del olvido?

 

Desheredada mi vida

por el fracaso de la cáscara que me recubría;

mi desnudez como un maniquí descuartizado

con la abundancia de adornos y mentiras

¿puede acaso redimirlo ahora del crepúsculo

y vengarse de él reclamando su antigua gloria?

 

Herido de muerte

no has muerto.

Te desangras en el laúd de tu propio repudio.

La paranoia te ha raptado

para conservarte en su cementerio.

Tu noche no empieza ni termina,

tu día no llega ni se muestra.

 

Aún como las piedras del eslabón

a cuya chispa precede el ruido;

aún cuando la marea no se resigna a estallar;

ni las olas a deshacerse en las burbujas de su espuma;

ni el silencio a silenciar los gritos del silencio;

el supremo recuerdo de ese cuerno inflamado

en la esfera de mi plenitud dilatado;

el paraíso del árbol copioso no me ofrecerá.

 

Ya no arrojaré los leños al fuego;

no avivaré la llama fría de la fatalidad.

El recuerdo de tu gloria se evanesce

en un indefectible deliquio de mi carne.

 

Es inútil ya exhumar el rayo que me rasgaba.

Las paredes de mi alcoba

a la que entraste hace años;

te miran sin comprenderte…

Movimientos, giros, gemidos

enlutados se cubren con las sombras.

 

Yo la que ha blandido el acero

para degollar a la manada de ysatis.

Yo, la que ha despreciado la suntuosidad

ha renunciado a la opulencia,

hoy me encuentro en un sendero bifurcado

donde siempre la balanza se inclinará  

hacia el gólgota de cruces devastadas. 

Mientras te penetra un clavo más,  

enjugo tu rostro con el lienzo del dolor;

unto tu cuerpo con óleos y aromas purificadores,

libero tu noche de elfos y duendes,  

me enclaustro en tu fortaleza solitaria.

 

Navegamos en un mar de prohibiciones

revestidos de apariencias y fútiles decisiones;

la verdad hiere y se la ignora;

la calumnia, la falacia, la  impunidad

se convierten en las cortesanas bien pagadas. 

La miseria es la opulencia libertina del poder.

Posiblemente el sueño de la venganza somos

de aquel ángel desposeído de su gloria.

 

No acuso a nadie, exenta de falta no estoy.

No me pervierto confrontándome.

Vivo, y amo desmedidamente.

Siento esa convulsión al saberme amada,

al saberme la hembra de aquel que aún me ignora.

 

La revelación de mis intimidades me desnuda,

me descubre en una dimensión de desamparo

y  profundo desencanto.

No puedo ignorar que el tiempo se ha empeñado

en retenerme en la espuma de su memoria.

Y de aquella basta colección de recuerdos

te infidenciaré lo que mis evocaciones no han referido.

 

He sido pretendida  por hombres sin edad.

Ángeles y demonios que sus reinos me ofrecieron.

Efebos, imberbes,

verdaderas efigies de musculatura espléndida,

rostros de belleza olímpica, nítidamente perfectos.

Me debería haber bastado aquellos tesoros

comprimidos en la piel para mi deleite,

me debería haber bastado

sentirme adorada y envidiada.

Debería haberme bastado una migaja de amor

por el desprecio que mi alma desplegaba.

 

El hastío dilataba su maléfico abrazo

asfixiándome con la cuerda desidiosa;

empeño tras empeño

se desmoronaban muy a mi pesar

las obsecuencias de mis esforzados aspirantes.

Así construí una necrópolis de deseos insepultos

donde yo misma me inhumé

para reencarnarme en la noche dorada de tu feudo.

 

Desde la mitad del día catorce

tu tragedia de arcángel me precipitó en tu destierro.

Palabras y confesiones;

conjuros y promesas

me hicieron partícipe de tu banquete.

 

Seducida por tu cuerpo

y por la terrible realidad

que se alborotaba bajo la sombra de tu ombligo

sucumbí a todo intento de fuga.

Atrapada en el

Laberinto para Suicidas,

tomé el puñal de tus lapidaciones

lo hundí en mi garganta para purificarme;

mas la fiebre su incubación había iniciado.

Tras las noches me oculté.

Quise desvanecerme en la locura de tu

 Capitulación sin testigos

pero sus nefandas letras me encadenaron a tu historia

a esa

Caravana del Anonimato 

peregrinaje de inconfesiones  y mutilaciones

biblias expuestas a mis ojos,

donde la metáfora de tu aterradora soledad

se deslizó como una álgida certeza de tu infortunio.

Te descubrí en el aullido de la celda

donde expiraron las libertades de los subversivos.

Te encontré latiendo en la tibia humedad matricial

en un intento de retornar

al caos primigenio de la inocencia

para recuperar las virtudes 

que el mundo en expansión ha sacrificado.

La siempre oscuridad,

ínsula de perversiones y desviaciones

refugio de sicóticos,

neuróticos,

paranoicos.

El espejo y el laberinto.

El ser informe y el ser desconocido.

La confusión y la pérdida.

La tortura y la indecisión.

El puñal y el veneno.

El cuello y la vena.

La lluvia y los callejones.

La sicalipsis y el escándalo.

El sexo como purga y condena.

La huida y el acabamiento.

La astucia y la cobardía.

La inmarcesible ausencia de amor

La renuncia y el conformismo,

para alargarte mis labios convergieron,

para que Kolósimo Bartok finalmente pereciera

y emergiera del Ponto como una oleada de fuego

tu perdición y mi redención En la Cueva de su Boca.

 

Yo,

El que un día

        descubrió tu nombre

 confundido entre otros nombres.

El que persiguió tu caricia

más allá del asombro y de las metáforas.

Apenas un fantasma de tu noche indescifrable

El misterio sagrado que ahora palpita en el fondo de tu sangre.

 

Nada fui al amparo de las sombras

Tan sólo mi ojo dibujó tu carne

      al otro lado de la ausencia

Un rostro que lo fui adivinando

     desde la fascinación y el miedo

Acosado por la nostalgia

y aquella infamante agonía tatuada en los espejos.

 

La desesperación se hundió en mí

como un escándalo en el ocio de las tardes.

Indagué mis laberintos

 y la memoria me devolvió

Al abismo de tu camarote prohibido

Al gemido de tus lluvias doradas

A esta profanación que nos une y dispersa

         con el antiguo cristal de tus palabras y el olvido.

 

Jamás encontré una puerta

en la clamorosa pesadilla

de tus días compartidos.

Desde muy lejos propicié

el degüelle de los faunos

La destrucción de sus mundos.

Y nunca pude resolver

los enigmas del anverso y tus reflexos.

 

Tan sólo la sangre y su ebriedad

La salpicadura

y los ejércitos abatidos en el crepúsculo

Confabularon este ritual

que me atormenta con su devoración en mi tarde última.

 

Un espacio sin nombre

donde los ahorcados salmodiaron tu regreso

Un golpe satánico

que me convirtió en el juglar de tus banquetes

En el comedor de tu carne

como tantos amantes que fugaron de tu lecho.

 

Obsesionado por la seducción de las palabras

abrí tu sexo para flotar

en la profundidad de sus aguas y mi caída

Remontado en el corazón de tu espesura

Oculto entre lupanares y pantanos

esperé como el jaguar

que los vientos ululen más allá de sus ecos

para espantar los malos espíritus

de esta locura mía que nos mata.

 

Fue entonces

cuando la magia perdió su brújula

y me precipitó en la revelación que ya conoces.

Desde aquel vórtice de caos y de juramentos

Empiezo a hundir

mis dedos en tu cabellera de bruja milenaria

de lobezna sin manada en el horizonte de los búfalos.

 

Miro tu piel extendida sobre las sábanas

y un lamento extraviado

me ofrece la melodía de tu carne

El fragor de sus lamentos olvidados

La salacidad de tu lengua irrevocable

que me hurga y sodomiza.

 

Puta.

Delirio mío.

 

Ma petite amour belle

 

Deja que mi mano  te despierte

Que mi ojo resbale por el sendero impenetrable de tu cintura

Que mis versos desdibujen tu coherencia acostumbrada.

 

Déjame acariciarte

mientras elevo una plegaria

para que mi tortura no duela tanto y nos deleite.

 

Porque ahora

En este oasis de perversión y de entrega

lameré tu sexo implorando a Satán

y desataré el fuego que envicia tus caderas abatidas.

 

Voy a relamer tus vinos

y mordiendo tus pechos

bailaré para ti

aquel danzón que te desnuda y enloquece.

 

Baila.

 

Baila Khira maldita

 

Enciende mi falo

con la terrible inocencia

que extravió tu infancia bajo una farola

 

Bajo aquel desboque de caballos luciféricos

de donde ya luego

saltaron los cuchillos

Las palabras alcohólicas

sus manos sucias

Estos pájaros muertos que trizan la luna

y te devuelven desnuda

A mis calles vacías

a la ciudad evanescente que repudias como un grito.

 

Y ahora quiero sentirte aquí

Al otro lado de mi cansancio

Pegada a mi cuerpo

como una medusa de tentáculos dorados.

 

Te acariciaré los cabellos

para despertarte los sueños

Te acunaré en mis brazos

sin otra intención que hundirme en tu equilibrio.

 

Quiero extender mi mano

más allá de tu zona prohibida

Redescubrir tus fabulosos muslos

Profanarlos

sin detenerme en las

sinuosidades y arborescencias de tu pubis.

 

Deslizaré mis dedos un poco hacia arriba.

 

Sentiré ese ligerísimo bamboleo

de tus nalgas suculentas acercándose.

 

Toda tú moviéndote y girando.

 

Girando y moviéndote

entre encaje

gemidos

Y la búsqueda irresistible de nuestros apetitos.

 

Sí.

Una comunión interminable.

 

Un delicioso estallido entre tus carnes.

 

Una felina oscilación del péndulo

dentro de la esfera infinita

contenida entre las siete puntas

De esta inexorable estrella

Desnuda y anclada

en el fondo de nuestro dormitorio.

 

Curiosos y excitados

comenzarán tus labios

a buscar mi contrafoque

Lo besarán hasta reconocer

en la cueva de su boca

El frenesí inocultable que empina mi envoltorio.

 

Lo lamerás sin descanso.

 

Lo degustarás

saboreando su tibia y salobre humedad

Mientras mis manos

desatarán tu pelo

y buscarán desesperadas el acabóse

Remontando tu espalda y desdoblándote

en mitad de la cama.

 

Lejanamente

suplicarás que te abrace más fuerte

Que te acaricie los pechos

Que te hunda el placer

entre las piernas

como sólo yo puedo hacerlo.

 

Y te abandonarás confiada en mis brazos

 

Una y otra vez

En aquel remolino

De palabras y penetraciones compartidas

De gemidos y arañazos

donde solamente el amanecer

Empezará a desanudar

nuestros cuerpos

aún exaltados y semidormidos.

 

Después de ti.

 

Apenas puedo afirmar que no he muerto.

 

Manifiesto de aquellos días de ebriedad

de total entrega y pasión inacabable

todavía se levanta como una llamarada

y nos mantiene flameando en la tea del amor.

Halagaste mi alma aletargada y solitaria

entregándome la única confesión que será mi epitafio.

Y te replico:

No,

No te has cubierto con el sombrío manto.

Una aurora perpetua el retorno te procura

después del degollamiento;

en tanto yo  renazco  

de la inmolación necesaria de tu sol,

del desboque de tus ríos que me nutren.

 

Me diste a beber el rocío de la eternidad

que fluye de tu copa.

Te mostré el edén primigenio

cuando mi carne nacida de tu barro

fue condenada al exilio de este mundo,

tantos y tantos pecados,

tantas y tantas vidas hasta hoy.

 

Contigo la certeza.

Después de ti,

una vida que desconozco.

 

Hoy,

gravito en la parábola de tu universo

y me refracto en la consagración de nuestros vinos.

En el anochecer de tu trébol tupido

cuando tu lirio florece con su belleza definida

y se planta en mi estanque como un nenúfar.                     

 

Aquel ritual de todos los crepúsculos

para ofrecerme tu cuerpo,

esa extraordinaria desnudez que me revelas…

todo tú,

tu carne toda…

tersa,

deseable hasta el acabóse,

con esa lubricidad que mi satisfacción conoce,

emanando lujuria en el perfil que se agiganta

en medio de esos satélites contiguos

como un manojo de sauce trasnochado

para exhumarte la tibia miel que aflora con el grito.

 

Dilatas la caricia y yo estoy contigo,

extiendes el placer y mi energía no se agota.

La extenuación sólo se relega

cuando agotados de amar y amar

nos sorprende el alba entrelazados.

 

Eucaristía nocturna

acosados por esta inconsiderada locura

que nos precipita como el rayo al estallido,

al génesis de aquel momento

que juntó nuestros destinos.

Tu mano en mi seno.

Mi mano en tu falo

ofician el ritual del abandono,

de esa instancia en que nuestros cuerpos

sumidos en la inconciencia no se reconocen.

Unidos por el latido unísono del tiempo

que marca el retorno al lecho deseado,

a la deliciosa costumbre de amarnos.

 

Reconocernos en el opio

que emanan nuestros poros

para tentarnos mutuamente,

ante la inmovilidad aparente y vertiginosa

de la sangre que nos conmueve

con el recuerdo de los últimos gemidos,

arrogancias de cintura y de caderas,

erecciones al compás de voraces movimientos

…para atraernos a la guarida del sexo,

al dominio de esa intimidad que nos alucina.

 

En la embriaguez de las sombras aflora

la vampiresa de las noches inmortales,

renazco con el llamado de tu sangre,

extiendo mis alas de ultratumba

para volar contigo al catafalco de la eternidad.

Beso tu cuello y sin dolor

hundo mis demandas en el cáliz que te irriga,        

lamo el rocío púrpura que te anima

y eres una vez más el señor de la noche.

 

Poco a poco tu Babel me va revelando el enigma

al compás vigoroso de tu mano.

Me atraes hacia ti

escalo tus muros incrustándome en tu piel;

se posan tus labios por todo lo que es tuyo

Grito, vibro…

¡corazón mío!

¡cuerpo mío! 

¡gozo mío!

 

Derramamos licores sobre nuestros cuerpos,

nos libamos mutuamente,

dúo de jadeo acuoso

dúo entre la palabra oculta y el oído agudizado

lecho hecho y deshecho

tanta sombra minuciosa ocupada

en unir el vientre meditativo de mi abedul

al suceso distraído del fruto rodando por la tierra.

Descubro las tentaciones que te han convencido,

en tanto el incienso condensa los ardores

bajo el corsé de encaje y randa.

Los ligueros enmarcan el codiciado monte

donde sin remedio tus dedos se extravían;

y se enrumban hacia ese surco tibio y humedecido.

Medias de negra seda mis muslos te obsequian

se anudan a tu cintura

en los esponsales sin censura y sin cortejo.

Tacones finos desde su altura desbordan el torbellino

indetenible de tu lujuria,

tus deseos porfían en un mar de sensaciones.

Los aliados de todas las noches nuestras

obran como la mordedura de la víbora.

Seducciones de alcoba,

seducciones nocturnas

envuelven tus sentidos

para ser nuevamente la víctima de mis flagelos.

 

Una y otra vez suplicas que el remolino

de mi boca

desprenda la nieve de tu magnífico arrecife.

Un lamento,

casi una oración se clava en mi garganta;

al mismo tiempo que tus dedos me arrancan

la revelación que esperas.

 

Escarbo entre el musgo umbroso de mi declive

hasta encontrar tus huellas.

Aparto las celdas que la honda colmena resguarda.

Abro los grifos de mi acopiado cielo.

Mi gloria salina de medusa contráctil

de medusa huracán y tornado;

gloria de tinta blanca y lechoso espumarajo;

oceánico bramido ruta de algas y corales

mana y fluye como un río submarino

como magma que en el agua se trasforma.

Y tú penetras lentamente

hasta sentir la corona de mi noche húmeda…

empapándote.

 

Te meces como el oleaje en la tempestad.

Brioso como el équido cuando es libre.

Yo, como una potra en la estampida

esquiva,

perseguida,

y al fin domada,

retozo bajo tus patas

bajo la vestidura temblorosa

de los trémolos de violín que ejecutas.

 

Vuelvo a degustar los frutos exquisitos

de tu huerto,

me extasío en la belleza de tus formas,

en el terso

volumen

de tu trasero vertiginoso

que sopla el dardo allá en el fondo del espejo;

donde incienso,

sombras,

movimientos

y sudores

sucumben en la torsión de mis caderas.

Nada de ti queda sin que mis manos

y mis labios no te hayan gozado.

Somos animales

hechos para olernos,

perseguirnos,

cohabitarnos

destrozarnos

Hembra manumisa conquistada.

Única soberana de tu fortaleza.

Después de mí,

Cualquiera.

 

 

Me había convertido en deudora de la palabra.

Toda una infamante locura.

Un delicioso delirio

del que jamás he querido prescindir.

 

Sigue posando tus ojos sobre mi cuerpo entintado,

no me abandones y sigue junto a mi.

Junto a mi corazón

junto a las palabras que me brotan sin cesar…

 

Ahora,

mírame con tus ojos de esmeralda felina.

Bajo el prisma de la perfidia

o bajo el cristal de la aceptación.

Soy la que el camino final te ha señalado,

la que te ha estremecido con la confesión

de todos los pecados conscientes e inconscientes.

La que ha confinado tu aletargado sino

cada vez más devaluado por los terrores del escándalo,

por la consternación que la metamorfosis origina.

Soy el día en la eternidad de tu noche.

El grito que hiende tu conciencia

en el atardecer de tu vida.

Renovada,

acrisolada en la verdad única

llego a ti en el cenit de mi existencia.

 

Metamorfosis de la experiencia matérica

Simbiosis creada entre tú y yo

amo los surcos,

hendiduras

y ondulaciones

caprichosas

que el tiempo ha sensualizado en tu piel.

 

El cuerpo

se está desplomando por la atracción de la tierra;

mas los años

no afectan tus genitales de claras ideas;

te resta carne,

cárcel

y has de salir aún por encima.

El cuerpo no se agota hasta desaparecer.

No es acabamiento,

es total ausencia

y devolución a la tierra de las claves de la vida.

 

Llega la hiena para alimentarse de la muerte.

Se inmiscuye

En el misterio de la entrada y la salida

para que compruebes

la verdad de tu muerte y tu renacimiento

Y después: 

ausencia

como vivir de la carroña que somos.

 

Paraíso de monstruos tu cultivo entre ingles

No escarbo en tu tierra para replantar mi caricia

por tu pecho desfalleciente no se desliza mi mano.

Necesito ausentarme de tu cuerpo y del mío…

por un momento

salir del envoltorio para encontrarme fuera de él

con la nada,

nada

que me imprime un rango de muerte anticipada

disolución completa de mi ser

al que le sobra todo:

menos deseo.

 

El peso de tu cuerpo

se modifica con la claridad de tu entrega;

contrario al desvanecimiento

cada estación de tu carne,

tiene un umbral de entereza.

Las distintas encarnaduras del deseo propician

fuga de ti,

fuga de mí

no comunión inmediata.

Yugo primario

primera desvergüenza

ojo que atribuye carnalidad fácil.

 

Fuera,

Allá, está el llanto,

el ansia de romper las barreras,

más lejos aún, 

nada de lo que es.

 

Ven a mí en el corazón de la noche

y no me abandones jamás.

 

El pasado es apenas un recuerdo extraviado,

una prisión de la memoria que jamás me detendrá.

Los fantasmas que emigran del pantano

no lograrán sumirme en el légamo.

 

Soy la que te ama aún en el extravío de tu sexo,

sabiéndote investido por una corte de crisálidas

que no alcanzaron a desplegar sus alas

para volar con el aroma de la ausencia.

Mi único hombre y mi terrible enemigo;

quieres mi amor y me destruyes

lucho por tu amor y me detienes.

En ese laberinto al que perteneces,

donde la Minotaura cautivo te mantiene

en la antigua ciudad confundido,

por el prosaico rito destruido

emerjo como Excalibur

para concederte el privilegio de renacer

en otra entraña.

La mía,

La tuya.

 

Aún cuando la terna que el tiempo tornó cotidiano te arraiga,

me cimiento en la conquista que me entrona,

lo que se me ha concedido al amparo de la herejía;

la entrega absoluta de tu mundo incubado;

el prodigio de amarte que anuló el letargo

y evidenció que al otro lado del muro;

yo, en mi plenitud te esperaba.

Fusionados nuestros principios

albergo en mi sangre tu herencia

dicha y dolor cohabitan

el sino impetra a mi entraña

amarte más allá de la oblación.

 

No inquiero por qué es permisible amarnos

cuando nos vemos no existen razones.

No es sólo el placer que los afanes pretenden.

No es sólo el sabernos deseados.

No es sólo agotarnos en la exigencia del lecho.

Malditos, rebeldes, desertores, seremos.

El amor está vivo no es posible ignorarlo.

 

Ni demencia

ni olvido

ni distancia

ni silencio

ni heridas

ni quebrantos

ni inocentes

ni culpables

ni tú ni yo

podremos matar este amor.

 

Dejaré de ser,

y el amor, vivirá.

 

¿Por qué tú y no otro?

¿Por qué quiero tus manos?

¿Por qué tú y no otro?

Porque

al mirarte desnudo:

tan hombre,

tan mío

tan bello y perfecto

Adán de mi edén

árbol que me condena

pecado que me degusta

torrente que me arrastra

rayo que me parte  

ilusión que me germina

deseo que jamás se extravía

noche que se renueva

día que regresa triunfante

hombres que fuiste y los que serás.

Por prometerme tus ojos cuando nace la aurora

por despertarme gestando

por ser la caricia que late en mis labios

por ser la locura anclada en mi pubis

por ser la promesa que el ocaso redime

por confesar que mis brazos eliges

que a otra relegas por saborear mis delicias.

 

Por ser prohibido.

Por haberte atrevido.

Por tu libertad condicionada.

Por haberte entregado.

Por ser mi dolor.

Por ser mi clamor.

Por ser mi vida

y mi destierro.

Por ser mi destino.

Por ser mi sangre.

Por entregarme tu sueño.

Por dormir en mi pecho.

Por yacer en mi lecho.

Por hundirme tus uñas.

Por clavarme tus dientes.

Por marcarme tu hierro.

Por tenerme exclusiva.

Por gritar que me tienes.

            Por ser tú en mi.

¿Por qué tú y no otro?

Porque no quiero escribir sobre otros

Porque este poema habla de tí

Porque en cada letra quiero amarte

Porque quiero confesar que eres mío

Porque quiero revelar lo que mi cuerpo conoce

Porque quiero defender lo que todos cuestionan

Porque jamás tu hoguera se extinguirá en mi entraña

Porque eres sibarita y tu fruición me domina

Porque me sometes y sosiegas

Porque eres único y eres todo.

El único que me ha crucificado en el orgasmo

¿Por qué tú y no otro?

¿Por qué sólo tú?

 

Porque adoro tu sexo bien dotado

Porque tu olor me desquicia

Porque en el placer te prolongas

Porque soy exigente y tú te rebasas

Porque haces lo que quieres de mi

Porque eres manjar y extracto

Porque a nadie le importa

Porque puedo tenerte

Para que todos se enteren

Para que ella se muera

Para que tú te envanezcas

Para que derrames orgullo

Para que todos te envidien

¿Por qué tú y no otro?

Por ser el señor de la noche

Mi dueño absoluto

Mi rey y mi esclavo

Mi demonio y mi ángel

Mi defecto y virtud

Lo único que quiero

Lo único que deseo

Lo único que necesito

El único a quien amo.

por eso y por mucho más

Tú y no otro.

 

Permanezco aquí,

dentro de los límites de esta ciudad ineluctable,

cercada por las miradas y la respiración

de aquellos que no conozco.

Aquí, donde el ocaso me entregó tu cuerpo

hasta fundirme en tu rebelión al amanecer.

Floto dentro de esta burbuja

para apartarme del mundo

y evocar tu imagen haciéndome tuya

la primera noche de nuestras vidas.

Te ofrecí el dolor de mi soledad.

Un cubil sin olores de otras fieras.

Los arbitrios de mi voluntad

a tus deseos subordinados.

 

Después que la luna elevó mi agonía:

Ya no fui jamás mía.

Al unirnos en una comunión sin condiciones

dentro de la geometría de esa habitación extraña,

te cedí el dominio de mi vida.

Juré sin palabras que la infinitud de mis horas,

la péndola de tus latidos irían acopiando.

Hoy, sigo aquí, en el mismo lugar

siendo yo sin ser mía,

arrancando los días

para restarle a la ausencia el espacio,

para volar soberbia como el águila

y surcar la distancia en busca de alivio.

 

¿Los encantos de la ausencia?

Rea de la libertad

esclava de la esperanza.

 

Hoy, sigo aquí.

Con la íntima caricia

resbalando entre mis muslos.

Con el calor de tu cuerpo

cubriendo mi abandono.

En la brizna de polvo y de lluvia permanezco.

En la imagen a la puerta aferrada.

En el beso apretado que compromete el retorno.

Aquí,

de frente al sol y de frente al ocaso.

Aquí,

en este lugar donde aprendimos

que la noche no es el fin y el día no es el umbral.

Aquí,

en el refugio de las tempestades nuestras

donde consolidamos el amor que nos preserva.

Donde día a día,

descubrimos la tortura de la lejanía.

Donde hora tras hora construimos la infinidad

que nos convierte en súbditos

de este reino deseado;

en viajeros de esa fulmínea eternidad

que nos despierta

ante el choque de la mortalidad.

 

Y voy a ti,

sin importarme los presagios

que se ciernen sobre mi.

Subo por los escalones gélidos y umbrosos,

brutalmente desnudos, espectralmente vivos

y descubro los inexpresivos rostros

de centenas de hembras deshaciéndose en la bruma;

el frío extremado de esos pasadizos me sobrecoge

iluminados apenas con la luz que se filtra esquiva.

Todas las antorchas han dejado de arder,

el fuego se extinguió en esta lóbrega fortaleza,

me pesan las sombras que quieren detenerme,

gritos horrísonos se oyen por doquier;

me sobrecoge tanta soledad petrificada.

Cuantos secretos sepultados en esta fortaleza.

Cuantas almas demandando libertad.

Puertas y pasillos incomunicados.

Aposentos abandonados destilando olvido.

 

Veinte y tres recámaras distingo en la penumbra

veinte selladas y tres sin cerrojo.

Aquellas clausuradas por los almanaques vencidos

lucen una cadena por la consunción enmohecida.

El polvo que los siglos ha dejado escurrirse

cubre cualquier vestigio

que pudo al tiempo habérsele escapado.

Inconcluso un pasadizo en la oscuridad se precipita

donde se abisma la preteridad del solitario.

Allí colapsan los infiernos y paraísos abatidos.

Y en una autofagia desquiciante

la devoración de la propia vida.

 

Como el veneno en la sangre el dolor me carcome.

Euforia-pesar, triunfo-derrota, solectud-amparo.

Los latidos de esta extraña sensación

conjugados en un tiempo que fue mañana

amenazan romper la frágil mesura que me asiste.

Mis lágrimas fluyen insubordinadas

por los fantasmas que me acosan:

esos espectros a desaparecer se niegan;

un sentimiento aún los mantiene cautivos.

¡Háblenme espíritus aflictos!

denuncien al asesino que los segó

Impétrenme sus demandas.

 

Carcajadas lejanas de los muros brotaron.

Suspiros apagados en los oídos se disolvían.

Voces querellantes las estancias invadían.

Esa mujer indefinida, infame y carcelera

esgrime un tratado por el tedio invalidado,

el amor hace tiempo escapó a otro altar.

Prescribió ya el compromiso arcaico.

Ese infructuoso convenio intimida;

apariencia, mentira, fugas continuas

¿No adviertes que ya esa jaula desierta está ?

 

¡Señor  K…! ¡Señor  K…!

no se hunda en la vorágine de las indecisiones,

enfrente sus pasiones el pecho rasgándose,

es hora de ofrecer el rostro y estampar la firma;

la cobardía amordaza y el alma paraliza,

el tiempo es inexorable y no se detiene:

Recorra su existencia y reconozca los cadáveres;

momias de todos sus temores,

de todos sus rechazos;

de aquella que finalmente sucumbió

ante el conflicto de ya no ser o de ser sin sombra.

 

¿Lástima, costumbre o acaso obligación

ha esgrimido alternativamente para no sucumbir?

¿Cómo ha respondido al acoso lujurioso

de Circe sin que advierta su desidia?

¿Se le hizo tolerable no mirar a la Gárgola

mientras evocaba mi recuerdo?

Cuando la angustia empezaba a desquiciarlo

y mi aroma lo invadía reclamándolo

¿se hundía en el misterio e inventaba una dolencia?

Sus deseos

¿Qué pasó con sus deseos?

Le conmino a levantarse en defensa de lo nuestro

¿No soy yo?

La que a su vida belleza ha impregnado.

La que ha revalorado su ego abatido.

La que lo ha enseñado a vivir el presente.

La que lo ha exhortado a enfrentarse.

La que lo ha respaldado en sus sueños.

La que su autoestima ha valorado.

La que lo escucha en sus horas amargas.

La que aún en sus desvaríos lo ama.

La que ha aprendido a ser como quiere.

La que le ha confesado que el infierno

no es tortura y que el cielo no es la dicha.

La que no teme al dicterio enfrentarse.

La que defenestra razones inválidas.

La que aplasta serpientes.

La que por su hombre el alma condena.

La que despedaza con garras y dientes.

La que con ojos de Gorgona fulmina.

La que ante nada ni nadie se doblega.

 

Mis deseos

No los quiero aniquilados

ni víctimas del silencio.

No soy el cirio que en su esplendor se derrite.

No soy la emanación de su fuego.

Yo soy mi propio fuego.

Mi propia santidad.

El ojo que triunfa en su centro.

La voluntad que se emana de si.

Y soy imperfecta

e imperfecta soy

y te busco

y te reclamo

y te atraigo

y en el fango del cinismo me pervierto

y en el espíritu de la lujuria me convierto

y ante el acoso de tu carne me doblego

y con toda mi soberbia me arrastro

y ante el dolor de tu ausencia la daga suplico.

 

Perfecta muerte

agazapada en el ojo de mi creación,

triunfa en su centro ante la necedad del cíclope

cuya perfección tiende a dilatarse

en esferas amplias de la propia plenitud.

Cirio víctima de su luz que se expande;

se derrite mientras más ilumina,

se licua en las sombras de si mismo;

se emana cada vez más lejos de sí;

mas no puede resistirse a la disolución suya

que lo multiplica y lo hunde en el caos

que lo emana hasta querer todo abarcarlo.

 

Debo confesar

que todas las manifestaciones de mi alma

han estado bautizadas con el agua de la maldición.

He abatido a los espectros pasados y presentes.

He combatido las violencias que querían depredarme.

Te revelaré que después de una vida árida

en la cresta de aquel mediodía;

una violenta llamarada incendió el cirio de mis arrebatos

con una emoción vicariante casi mística;

vi al hombre que me ha perseguido sin decoro

aquel que me eternizó En La Cueva de su Boca.

Mi despiadada castidad adoró aquel alboroto.

Y desde entonces soy la perseguidora de mi perseguidor.

He recorrido el mundo,

he conquistado las distancias.

para unirme a su cuerpo

en aquella eucaristía que la vida me devuelve.

 

Habana, Febrero de 2004, viernes 6 - 13h30

 

He perseguido el rastro de tu aroma flotando

en intangible abismo de ejes temporales.

He venido en busca de mi propio amor.

La confirmación de un juramento

por la distancia quebrantado.

La viviente infamia no revelada

en el cenáculo de la noche última.

El gusto corrompido de la violada fidelidad.

 

Mi pecado cruza el océano para hundirse en este mar.

No preciso excusas ni pretextos,

no incurro en falta alguna.

Este argumento no me preocupa más que una paja.

Mi caso está fuera del apoyo de la ley.

No hay ventura

en los corazones que pernoctan en el miedo.

Soy la dueña de mi destino y hago lo que quiero.

 

He llegado para encontrarme con quien me espera;

el gitano de dos aguas y el villano de la alcoba;

el desgarre de distintas latitudes

como la ola fría que me ha custodiado

para desatar el viento que zumba y ulula,

que estremece y mitiga

que trae y lleva la nostalgia

y se eleva llevándose los recuerdos.

Hombre, heme aquí,

ante la incredulidad de tu mirada

ante la denuncia de tus sentidos

que escrutan mi presencia.

Ante las contracciones

de esa íntima sensación que te delata;

en un fabuloso movimiento que asciende

y atraviesa mi bóveda vaginal como un relámpago.

Tuyo es mi espíritu, lo mejor de mi misma

tú y la verdad serán siempre mi mejor argumento.

 

La ciega y velada alcahueta,

confinada en su oscuro albergue.

Ignoraba que el alma aflicta es un viajero silencioso

que parte hacia ese puerto desconocido.

Nada se interpuso ni nadie me detuvo. 

No hay distancia, ni tiempo, ni impedimento alguno

condición razonable, riesgosa o utópica

en que el espíritu azaroso no se precipite

como un fulgurante demonio.

 

Komodoro Miramar azotado por el viento

y el plañir de las olas

seduce a los nativos de latitud sur

lamiéndoles el sexo,

correntazo a los testículos,

pulsaciones vaginales

inquietudes que trepan,

que hormiguean,

que alborotan,

gorgoriteo de la sangre,

carne tumultuosa suplicando la caricia

concierto de lujuria,

acopio de maldades y pervertidas ansiedades 

flamígeros escorpiones

clavándose el aguijón de desvergüenzas.

 

Allí, con la cara al viento

sintiendo bajo nuestros pies el bramido del océano

que contra el acantilado muere,

exhortas tu secreto:

la revelación de la cara oculta bajo las máscaras

el descubrirte a ti mismo como un prófugo,

corredor de largo aliento,

escapista de interrogatorios y torturas,

fantasma entre hemisferios.

¿Te cercioraste que el brebaje dure quince días

para que la alucinosis te confiera libertad

y los verdugos del miedo la lengua te liberen?

Ahora ya no puedes detenerte,

el escenario está dispuesto y la obra anunciada.

 

Soy el  deseo que permanece inalterado

aún cuando te asaltan,

soy la única mujer, amiga,  rival, amante y proxeneta.

Soy el amor, el odio, el delito,

Soy sobre todo la que te tiene.

Y mío eres nombrándome a la mitad de la noche

con el sexo partido entre el sueño y el horror.

 

Oportunidad ¡Oh! enorme es tu culpa,

me has tentado con la promesa de su amor.

Con el juramento inapelable de su cuerpo.

Tornóse la desesperación  muda y el delirio frenético.

El silencio litiga con el susurro de los cuerpos.

Escucho raudos moverse los requerimientos de la carne;

imposible detenernos, la intriga ha iniciado su debacle:

Encrestado penacho ultraja

la íntima cicatriz hundiendo la cabeza

húmedo contacto siempre apetecido y desquiciante

nunca el cuerpo es suficiente cuando la pasión es iracunda.

 

Bungalow 777,

 

En la penumbra del santuario,

lejanamente el delirio de la secta nos invade,

hablando sin palabras Babalao de mi espíritu se apodera,

llama que lame mis íntimos abismos,

puñal de fuego

asesinando y resucitando en mí a todas las mujeres

mueren las honradas resucitan las putas

mueren las putas resucitan las honradas.

 

Los tambores, los tambores...

palpitan y penetran golpe a golpe…

súbito temblor de la piel sobresaltada

por la llamarada inquietante de la sangre;

mi cuerpo se subleva, me masturbo, me acaricio

poseída,

posesa,

para no perder el recuerdo me resisto,

mi voluntad obedece a una inaudible voz que me ordena  

asesinar el tiempo, falso esclavo del deleite,

lacayo inmortal de la eternidad,

antropófago del recuerdo.

 

Cortejo de seducciones en vuelos de mariposa

danza frenética, contoneo, donosura, bamboleo,

estremecimiento de nalgas, vulva contráctil

vorágine desenfrenada de movimientos

vapores, agujeros, calentura,

cercan al indomable envoltorio.

La locura es el inicio

y el deleite el camino sin retorno.

No escapa nada a la sed de los instintos

ni al reclamo de la ausencia;

nos bebemos el cianuro del delirio,

nos corrompemos

hasta dejar exhaustas las exigencias del deseo,

sólo para tornar a amarnos

más precarios y animalizados,

otra vez a la sombra de la cuchicheante conspiradora,

donde mis secretos pensamientos no son míos ya.

Todo te lo he dado... para siempre.

 

10 - 16 de febrero de 2004

 

Confinados en Línea y 4, 812 por la maga de mirada negra

asediados por las ganas y urgencias desmedidas,

una legión de deseos y perversas sensualidades

descontroladas nos atacaron,

hundiéndonos en el magma del delirio.

 

Siempre ese latido empapado es carnada apetecida

llamarada que la carne íntima desgarra

con gusto depravado,

lujuria, protocolo y notario de la vergüenza para muchos

Afrodisíaco para temerarios,

impúdico paraíso de sensaciones,

única posibilidad de ser

para inventar el pecado sin restricciones.

 

Discípulos de la carne conjuramos el grito del placer.

Seiscientos días de asedio

y el félido resiste en la Kueva de mi Boka,

devoración mutua que no mengua ni mitiga los ardores,

pieles abiertas para tragarnos a mordidas y arañazos.

El retrato de mi cuerpo evidencia el vientre torturado,

marcas deformándonos la carne

tras los requerimientos y abusos

gritos diletantes revelando la consumación del orgasmo.

Día a día devotamente nos amamos

y todos supieron de nuestra gesta.

Expectantes el cansancio

y el tiempo jamás nos detuvieron.

Enredados en un laberinto de sentidos insurrectos,

sólo declinamos ante el reclamo insistente del sueño,

oliéndonos como fieras para reconocernos al despertar,

para emerger del violento abismo

donde súbitamente nos condujo la delicuescencia,

alejándonos del mundo que nos priva de sensaciones.

 

Hans Otto Dill extrañado por el descaro manifiesto.

Patricio y Marú en las termas cristalinas de Mar Azul;

azorados por la vorágine que nos arrastraba

al cráter del deseo, han comprendido

que cuando se ama el miedo no es excusa.

 

He de abrasar tu ausencia

para que el vino que escancia el abandono me embriague,

he de olvidar que hasta ayer mi carne te supo,

que hasta ayer en las sábanas la utopía humedeciste,

que la hiena de garganta lechosa

desgarraba al león de negra melena.

 

Ayer cuando en la ebúrnea esfera

se dilató el aullido de dos lobos apareándose

más allá de la envoltura del tiempo

y las desquiciadas ensoñaciones;

más allá de la emboscada oval

donde compartimos el estremecimiento,

donde el dolor y la angustia se evidenciaron,

donde la sensualidad y la lujuria

nos corrompían plenamente:

más allá del ocaso te amaba

posesa, asesina de todos tus orgasmos.

 

Cuando la noche desbrujulada

te extravíe en otro lecho;

cuando sienta la algidez

de tu fantasma que me muerde la espalda,

cuando el silencio me imponga tu recuerdo,

cuando el abandono me imponga el silencio,

cuando el dolor me clave el aguijón de la angustia,

cuando pudiendo llamarte me quedo a olvidarte;

habré demolido la escultura de mi idolatría

habré renunciado al último hombre...

 

Cuántas veces hablaron de ella y de sus intimidades

cuántas más la plagiaron y la prostituyeron.

Habana, la hembra más codiciada y esquiva,

inasible soberana

embargada por la infamia del septentrión americano.

Naciste libre y los sueños quieren mutilarte.

Tu ropaje blanco a los hombres de brea envuelve

y en las hembras morenas el altivo garbo realza.

Amalgama de idealismo y ausencias impuestas

Adobe disecado con la sangre en el mar regada.

 

Belleza inigualable gravita en esculturales cuerpos

con miradas de Caribe desbordado,

desbordado mar en la miradas.

Relojes de arena deslizando el alboroto de los sexos.

Pieles con aroma a alquitrán y obstinación.

Olor de privaciones y santidades inventadas.

Tormento de libertad y derechos conculcados.

Dolorida inocencia de virtudes impuestas.

Horizonte siempre occiduo con un sol soberbio.

Despiadada pobreza en la Isla del Tesoro.

Perversidad autosuficiente con la indiferencia del tirano.

Cómo sobrevivir entre las fauces del dragón.

Cómo vivir entre la paranoia y las pesadillas,

entre la posible fuga y el calambre estomacal.

 

Paseo del Prado descarado, vaporoso, insinuante

espera el pisoteo de su abierto sexo

para engendrar escandalosamente todos los hijos

que jamás parirá su útero masculino

y que jamás llevarán el nombre de la infamia.

Rambla habanera,

esfinge denegrida,  

virgen de asfalto.

Parfum de toilette, esencia natural.

 

Tritón y Neptuno desde el celaje

calan su tridente en el atolón

donde las anguilas del deseo

inundan la noche costanera.

 

Capitolio, majestuoso,

enclavado en la división de Las Habanas

procesa la alquimia cultural

que por las añosas calles se evapora.

Añejos y fétidos olores dispersa la historia

de esas arterias aplastadas por el tránsito de los sueños.

Aves de caza fulminadas a tiro de fusil y de ignominias,

golondrinas enjauladas en la tumba del olvido.

 

Ven acá mi amol, te voa a decil que  eso no impolta  ya!

no conojco otra vida que'jta vida

ni otraj calles que ejtaj donde he paseado mi donaire

mira tú, pa’que quiero eso que jamás se meá de dal

soy una hija de la Revolución y mi padre es el Che

me debo a  la consigna "Patria o Muelte" Venceremos

¿Qué tú quuierej? Ejte e mi paí. Veldá que sí

la pobreza ej de epíritu, vamos que te pasa

Mira, nuetraj contrusione que el tiempo va detruyendo

son el ropaje que los hombre

han diseñado pa’ pelsonalisàa Cuba

Como tu véj chica,

la decadencia ha desmaquillado los frontispicioj

toda esa belleza se malchita

pol que Cuba no tiene plata pa'restaural

Nada se ha contruído depué de la Revolución 

desde el Capitolio pa’ Lhabana

socialismo sí, imperialismo no.

marihuana no, sexo sí.

 

En las ingles del coloso Capitolio me descubrió Cuba

la enorme mentira fraguada para convencer a los estultos.

Igualdad ni en el hambre, ni en la oportunidad,

Mercado negro de la divisa imperialista,

ron y sexo pa’ignorar que la miseria se trafica.

Isla tórrida, revolucionaria viuda del Ché.

Huérfana de afectos esperas que tus hombres nuevos

te hagan parir la patria que tantas veces te mataron.

 

La leyenda ha magnificado al Caballero de París

transformándolo en una estatua de bronce prodigiosa.

Cuerpo metálico tocado y manoseado,

cubierto de súplicas y deseos de crédulos errabundos

tropel de manos resbalan por su orinecida fábula

en un intento de arrancar la fantasmática concesión.

Deslicé mi mano por su endurecida entrepierna.

Le imploré en su oído indiferente y sin tiempo

no privarme de la verga que me ha fustigado,

evitando que los viandantes escuchen mis demandas,

sólo para atentar piadosamente contra la maledicencia

y desbaratar la ingenuidad como soporte de ilusos.

 

Malecón, piedra amurallada detiene al acróbata Atlántico

cansado de estrellar su coito frente al Maine.

Monumento que enrostra la derrota al invasor.

Desde que mi padre me insertó la ínsula en el pecho

he creído en la verdad como derecho y denuncia.

He despreciado el prosaísmo y la falsedad. 

He sido adepta del corazón y del espíritu.

He perseguido la belleza para crecer con ella.

 

Nadie se amaba,

nadie reclamaba una mano, un hombro o un pecho.

Los únicos invericundos apocalípticos.

Los únicos seres que evidenciaron el amor por doquier.

Los que abrazándose, besándose, oliéndose, tentándose

con descaro e indecencia

en el cónclave de la Revolución,

sin importarnos 

que el socialismo es Cuba, Martí, Che y Fidel.

Demostramos que amarse es gratuito y permisivo.

Que amarse es enseñanza, no obediencia.

Amarse es creación no beatitud.

Amar es entrega, es descaro, y no pecado.

 

El culmen del descalabro lanzó sus dardos.

En el vientre del Alejo Carpentier.

San Carlos de la Cabaña,13 de febrero de 2004,

has declarado tu apostasía;

el auto exilio de la Puta que te abrió su matriz para gestarte,

el divorcio de aquella perturbación categórica

tan característica en tus textos;

la ruptura del cordón umbilical

que te permita desnudar tus emociones. 

Tu voz monocorde, inalterada siempre,

su tono ha variado,

por una emoción demoledora estrangulada 

que mi oído como un espasmo ha podido capturar

estrellándose en los rostros atónitos de los contertulios;

ignorantes de la fulmínea descarga de tu confesión.

 

Hace año y medio conocí a Khira Martínez,

has declarado,

poeta entre las vertientes del deseo atrapada

y el espejismo que se esconde en las metáforas.

Fueron míos sus labios a los muros de papel condenados.

Fue mía esa aérea mirada por el tapiz del silencio aplastada.

Fue mía aún sin haberla poseído.

 

Por remotas callejuelas meditativo erraba,

mi pasado abominando y despreciando el presente

que me había hastiado y me estaba aniquilando.

La asfixia existencial mis ilusiones estrechaba

con violencia insistente,

conturbaba mis ideas provocándome delirios.

La postración de una vida momificada

se ha ido desdorando por el deterioro emocional,

ha sucumbido a la infamia del tedio.

La absurda cotidianidad de los días compartidos

sepultaron mi espontaneidad,

hundiéndome bajo el mismo techo

donde se han estrellado mis expectativas,

el no tener ya nada que descubrir ni inventar,

todo ese fardo de irrealizaciones y renuncias,

me estaba conduciendo al exterminio.

 

Cuando la lluvia me ha devuelto a la soledad encajonada

he advertido la humedad deslizándose por mi cuerpo;

ensimismado en mis reflexiones

no había descubierto sus tentáculos penetrándome. 

La parálisis con su pértiga me había dopado; 

evasión de mí mismo, descontrol de mis sensaciones. 

 

La estación lejanamente me espeta su presencia.

Perdido en un enjambre de gente que corría,

su perfume inconfundible me abrazó como una llamarada,

el dardo tembloroso de su olor a su presencia me arrastró.

Sus ojos inmensamente tristes,

mirándola me han sorprendido. 

Bella, como el primer día en que la descubrí,

ha venido hacia mí. 

Nos hablamos con la mirada y los gestos desprendidos,

le he confesado mi tragedia como una expiación,

he justificado mi cobardía con el temor al rechazo

por no haberla buscado desde que su mensaje desesperado

"Lates en mi sangre pero no te siento" 

se clavó en mi infortunio. 

Desde ese día he perseguido su rastro como un lobo ávido,

desde ese día mi corazón se encadenó a su nombre

y empecé a amarla y a perseguir su belleza

para tratar de descifrar la fascinación que ejercía en mi.

 

Ha sido mía cuando descubrí sus labios

hundiéndose en mi desespero,

desde la denuncia inmóvil de su rostro congelado;

desde el anonimato de mis días errabundos

desde la frialdad de mi lecho compartido y solitario.

 

Su cuerpo sació mi voracidad y acalló mi grito

aquella tarde fugitiva cuando el sol agonizaba…

con el gong del crepúsculo que lo liquidaba.

Su fuente se vertió prodigiosamente en mi desierto.

Hechicera, ogresa, tirana, bella mía

Me devolvió el alarido y de su belleza me embebí.

Ya nada importaba.

Ella me había devuelto la luz que hace tiempo se opacó.

Me he dedicado a vivir, para amarla,

a amarla para vivir. 

Me he entregado con la certeza de que ella es ese faro

que me ha de conducir hacia la salvación

o hacia las tinieblas.

Dos solitarios, prófugos de la rutina

que en sus carencias se han reconocido;

que en su  dolor se han delatado;

decidieron aplacar la angustia,

enfrentarse a la nada y luchar contra el mundo

para que la muerte reúna lo que la vida no ha desunido. 

Desde entonces he vivido la vida,

la he amado como se debe amar a una mujer,

todos los días,

todas las noches,

sin tregua,

enfebrecido,

enceguecido,

dolorido

buscando su cuerpo para encontrar alivio,

esperando su palabra para acudir a su  llamado,

solamente a su lado he sido el hombre que nunca fui. 

La asesina burocrática no me intimidó con sus trampas.

Desbaraté toda artimaña para correr nuevamente a sus brazos,

detenerme en cada sinuosidad de su tentador cuerpo,

extasiarme en la placidez de sus orgasmos, 

exorcizarme del tormento eternamente erguido,

para sentirme palpitando en el éxtasis de su boca. 

 

¿No es acaso más importante vivir,

rendirle tributo al amor,

dedicarse en absoluto a la mujer que uno ama? 

Aquello lo concebí como un ritual todo este tiempo,

ahora ella es mi mujer,

la amante que a la hoguera de su deseo me ha condenado;

la experiencia más bella que pueda desear mortal alguno.  

La pluma fue silenciada, castrada en su creatividad,

porque fui Dios en el infierno de su carne,

ya sólo levanté mi mano para acariciarla,

para escribir en el lecho la historia que hoy ustedes conocen. 

 

Me he dedicado a vivir, a amar para vivir.

 

El crimen ha sido revelado.

El recital sólo fue la lanza que suscitó el derrame

de pieles enfebrecidas

cuando los ángeles se rindieron para adorarte.

Atentado flagrante a la virilidad de los machos atónitos.

En hembra deseada y envidiada

convirtióme la declaratoria. 

Se encendieron piras en los ojos circunstantes,

pretendían carbonizarme en la hoguera

de cardos de sus lechos infructuosos.

Mástiles intentando enarbolarse

donde tú plantaste un bosque de hartura.

Silencio roto por las quejas bajo las braguetas,

vaginas defraudadas reclamando histéricas

la embriaguez de la mía.

Campaneaba el tañido del miedo lapidándome;

la ira de esas mujeres insatisfechas me fusilaba.

Apoteósica Khira, sólo se vive el momento.

 

El encanto de la Habana.

Cálida lengua de follaje tropical.

Escarcha swaroski derramada bajo las vestiduras.

Tesoro turquesa de los mares cristalinos.

Miel de arena poblando las edénicas playas

doblegaron tu lengua caballo mío.

 

No lejos de la conmoción desatada por tu confesión

y aún sintiendo los tentáculos

de admiradores y detractoras,

allí mismo me arrastraste hasta una celda

para aliviar la apremiante queja de tu opulencia.

Esas cosas tuyas, esos arrebatos tuyos

me revelan tu historia y la incertidumbre confirman.

Seré amada,

hasta cuando mi hambre permita al aullido expandirse.

 

Y esa noche

no se rindió al amanecer del 14 de febrero,

cuando nos reconocimos en la ebriedad de la pasión.

 

Troneras que en otros tiempos al mar otearon

ojos inmóviles y áridos direccionados a la bahía

pasadizos oscuros, tránsito de bucaneros y prontuariados

¿Habríanse tallado en paredes y pisos

rostros doloridos de valientes y cobardes

gemidos y alaridos, gritos de impotencia?

Sentí como un vaho gélido y antiguo, envolverme.

 

He ahí, El Morro, fortaleza erigida para vigilar el mar;

prisión  de aquellos a la esclavitud opuestos,

de los otros que osan ser desemejantes,

de esos que intentan combatir con la pluma al dictador.

Cañones enfilados

que antaño buitres de pólvora vomitaron;

hoy sus corroídas gargantas

son el marco para instantáneas, 

para retratarte como un corsario

conquistándome a cañonazos;

regalándome la Cuba socialista

que el imperialismo intenta arrancar.

 

Esta noche amor mío, ponte la máscara del anonimato

quiero exorcizar a las brujas que me precedieron,

estamos en la tierra del deseo y la sangre contiene todas

las emociones que podamos exigir,

invocaré los poderes de Yemayé

para que tu danza me abra el espíritu

y me glorifique en la posesión de tu carne

cuando haya devorado tu cabeza.

 

Has despertado mi apetito

con la seducción  que se agranda ante mis ojos,

la madera misma en su fibra íntima

talada para la constante hoguera.

Unge tu cuerpo con los óleos inasibles del amor

y déjame beber las primeras gotas de esas tempestades

que se precipitan cuando la carne ha sido acariciada

y la sensación de placidez y ternura permanece.

Ven aquí, al lado de mi angustia y mi deseo,

empieza a deshojar

la piel marchita de los antiguos eclipses,

acaricia la piel nueva que esta mañana

ha sacrificado a las orugas para llenarse de lenta seda.

Tan sólo en la mañana, minutos hace me despertaste

trepado sobre mí,

dentro de mi.

El tiempo se escapa como una exhalación

el tiempo apremia amado,

ponte la máscara de los apetitos corruptos

esta noche quiero corromperme y ser la mujer perversa,

quiero ser la puta que a su antojo te domestique,

quiero alejarte de la vida muriente que te anquilosa

quiero devolverte la ilusión que has venido a buscar.

 

Me he vestido para tus ojos,

me he perfumado para conmocionarte y doblegarte.

Urde todas las fantasías que mi cuerpo te provoque.

Desde aquí propicio el olvido de otros mundos decadentes,

el degüelle de la última loba que devoró tus testículos.

Micciona sobre mí

y demarca el territorio que nadie ha de conquistar.

Hoy sólo quiero perderme en la oscuridad de tu atalaya,

encontrar tu orgullo erguido, lamerlo una y otra vez

descender hasta tu cóccix

y hundir mi lengua en tu apretado caracol.

Cuando tus dedos hurguen mis cabellos

y empuñes el cabestro

cuando tus caballos hayan galopado hasta la otra orilla

dejaré que tu lengua relama y succione

la raja lúbrica que te obsesiona;

desataré mis lamentos en el fondo de tu coherencia,

gemido de olas,

despiadada acrobacia

precipicios ardientes,

lenguaje de sensaciones

desbordará mi cuerpo en un goce al que me afirmo

porque tú nunca te detienes.

Empezarás a descender

por los escalones de la abyección más deliciosa;

ni un resquicio inútil de vergüenza

se escudará en la oscuridad,

la luz de la farola nos mira sin descaro

su ojo ardiente no se complace en delatarnos.

Ronca voz, ronca súplica desde el fondo de la codicia

desde el delirio y la sensualidad de tu hazaña,

me dejo arrastrar para que te hundas por fin en el istmo.

Tú, comedor de mi carne,

celebrarás como hombre la conquista de la hembra,

anclarás como animal de cuatro patas tu dominio

y hundirás tus dientes afilados

como reptil para corroerme en tus vísceras.

No se agotarán las instancias del placer

te regalaré mis orgasmos interminables

treparé a la cima del desenfreno

apremiada por tus exigencias

me doblaré y desdoblaré persiguiendo el apocalipsis

llegaré al Samsara

con la promesa que no ha podido ser revocada, 

mas te preservaré hasta el final

cuando toda resistencia sea vana.

Me suplicarás

tatuar en los espejos

mi cuerpo enroscado

a tu cintura

me mirarás por detrás en la vorágine desatada

entrando y saliendo,

ondulando sobre tu crisis

sentiré tu respiración agitada,

miraré tus ojos extraviados,

tu rostro de mártir, 

me abrazaré a tu cuello

cuando el desgarro te parta el vientre

cuando liberes eyaculando el gran orgasmo

en el único grito que me posee y te crucifica.

Más allá de ti y de mi misma.           

                        Sabrás que después de mi, sólo yo.

 

Mi amolll, venga pa’ movel le la bola

déjese de boberíaj chico

que rico tu ejtáj

caramelito mío.

 

Guillotina mortal y precipicio vivencial.

Infarto de hemisferios

tiranizados por un himen fantasmagórico.

Apoteosis dorsal

en el develizamiento de placeres opuestos.

La bautizan como el oscuro albergue

donde los extravíos se glorifican

y la sangre inicia su renacimiento.

 

Decir vagina, es decir mujer

Ser mujer es esencia y origen

Vagina es dolor y placer.

Vagina es identidad de hembra.

Existencia oscura, cálida humedad.

Túnel contráctil, plancton lechoso.

Caviar para el gusto refinado.

Arena movediza, mar abovedado.

 

Decir vagina, es decir mujer

mujer es universo de sensaciones;

vagina es encuentro de dos mundos

sarcófago, cripta de los deseos,

vértigo en un abismo de tentaciones,

viaje hacia la profundidad inasible,

arribo a la realidad y a la fantasía,

apoteósica convexión de magmas.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Decir mujer es decir poder.

Vagina es olor a océano.

Vagina es misterio tras la abertura.

Mordida que regenera.

Cordel que se ciñe a la garganta.

Acero que desgarra los lamentos.

Fluidos lamiendo las orillas.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es conmoción y suspenso.

Vagina es refugio bajo la cumbre.

Barranco ascendente entre carnosos cardos.

Prisión deseada, encanto irresistible.

Incursión placentera que alaridos arranca.

Odisea única hacia el orgasmo.

Viaje que no termina al reconocer la autonomía.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es tierra virgen y arada.

Vagina es era que recibe la semilla.

Es boca que tritura con los labios.

Vagina es raja lúbrica, tajo abierto.

Hueco que devora los sentidos.

Alambique que tamiza flujos y reflujos.

Clepsidra gorgoriteando clímax.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es opuesto convergente.

Vagina es arca de tesoros olvidados.

Vagina es collage de inquisiciones.

Territorio al placer subordinado.

Cueva de temblores y rugidos.

Ojo de agua en medio del desierto.

Puerta que se abre a los misterios.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es verbo que construye.

Vagina es cerradura siempre abierta,

es oleada dentro de la bruma,

lecho marino para algas seminales.

Canal de aguas esenciales que no se agotan.

Gotera que desagua ofertas y demandas.

Vaho que se posesiona del olfato.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es árbol de la vida.

Vagina es rama con la fruta.

Acceso a la conciencia de los hombres.

Razón que se agita en las entrañas.

Credo que vindica la lujuria.

Vagina es el paraíso prometido.

Único infierno que es condena voluntaria.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es tratado de lo eterno.

Vagina es albor y apogeo del deseo.

Vagina es sumirse en el olvido del instante.

No morir cuando la muerte llama.

Vagina es regenerarse en su alquimia.

Reflotar en un mar de turbulencias.

Triunfo y derrota del alma y de la carne.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es llanura y cumbre.

Vagina es calma y reposo al inicio del ascenso.

Es aceptación y gloria al coronar la cima.

Vagina es turbulencia en su meditada soledad.

Es clamor de lluvia en el estío.

Vagina es suspenso cuando la vela se despliega.

Es colapso cuando naufraga el navegante.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es huracán,  suave brisa.

Vagina es tumulto de emociones.

Íntima caricia que el aliento pasma.

Vagina es conjuro que la voluntad doblega.

Enigma que se revela en su GE.

Vagina es la aventura que se vive,

segundo a segundo sin perder la brújula.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es determinación y puerto.

Vagina es altar donde el vínculo se crea.

Incienso, mirra, oro, la ceremonia ofician.

Es seguridad donde se ancla el sentimiento.

Vagina es cultivo que germina.

Es cosecha que satisface en la jornada.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es manantial y fuego.

Vagina es leña que consume las pasiones.

Es lava que abrasa y calcina.

Vagina es llamarada de los karmas.

Es rayo que se parte en la hoguera.

Vagina es un torrente que no amaina.

Un caudal que rebasa las represas.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Mujer es inteligencia empírica.

Vagina es gozo indescriptible.

Es pedido de conquista y posesión.

Vaivenes que seducen y aniquilan.

Es rugido de la fiera al acecho. 

Es sensación de espacio y pertenencia.

Vagina es el poder sobre el cerebro.

 

Decir vagina, es decir mujer.

Decir mujer, no es decir vagina.

 

Entre las sábanas se desliza tu mano buscándome

Sobre mi piel susurras:

 
Tus piernas que hace poco

aprisionaban mi cintura

desdobladas se desparramaron en el lecho.

 

Otra vez te había amado 

Otra vez tu cuerpo sus aromas me convidó. 

Tu cuerpo mío,

enteramente bello y deseable;

mío sólo mío,

para mis ojos.

Te reconocí y te supe mía.

 

Mi mano ensartada a la tuya

no me atreví a desatarla.

No quise dejar fugar el encanto.

 

En la difusa oscuridad

dos colgajos de semen

sobrevivían en tu pubis despoblado.

Mi última sacudida

delicuescía sobre ese naciente musgo.

 

Plácida y pálida

casi cérea;

con una débil humedad cubriéndote

continuabas sin moverte.

Ni un quejido.

Ni un suspiro.

Te llamé con mis ojos.

Tus oídos aletargados no me oían.

Inerte seguías sumida en el silencio.

Reposando al lado de tu asesino.

 

Tu vientre latía imperceptiblemente.

Allí estaba la herida de mayo respirando.

 

Dormías

Estabas viva.

 

Anoche vigilaba tu sueño.

Contemplaba tu cuerpo abierto

después de haberte amado.

 

Ha llegado el momento de abatir la terrible sospecha

que me inculpa los crímenes que no he cometido.

No acusaré a Satán  por ofrecerme la fruta corrompida.

No he de condenarlo al desierto por pretender mi alma.

He de exculparlo de toda participación en la catástrofe

que hasta hoy te conturba y te sume en el desconcierto.

No tengo otra intención

que impugnar las acusaciones equívocas

que desde el púlpito de los mercenarios cuestionaste

sobre mi conducta en la última travesía.

Si fragüé un escandaloso atentado para reducirte.

Si conspiré con la ciudad para destrozar tu sueño.

Si no me abstraje en tus deleites.

Si te llené de vergüenza  por la dolorosa desnudez

de esa fiebre que me envolvió en un vértigo de locura,

asumiré la falta inmolando mi soberbia

y en el paredón donde a los incautos ajustician.

Purgaré estoicamente en el columbario del exilio

alejada de los terrores que fraguaron mi caída;

hasta que las cenizas de dolor se desvanezcan.

 

Presiento que esta declaratoria ante el mundo

es inevitable, para que mi alma

no sea deudora de tus derrotas y lamentos.

Me relevará del paredón de los terribles dicterios

que tu lengua enredada profirió la última vez que nos vimos.

Me purificará en la pila de las absoluciones,

mientras tú continuarás enterrado

en una intacta sepultura de conveniencias,

desentrañando lo inexplicable

y denunciando tu exclusión de mis proyectos.

Esa perversa obsesión calada en el fondo de mi mente

estaba incubando la horrenda pesadilla

desde el momento mismo de mi preñez.

 

He de admitir que ignoraba toda la infamia

que mi cuerpo iba perpetrándome silenciosamente

con esa zarpa intangible que desgarraba mi cerebro

carcomiendo lentamente mi deleznable voluntad.

 

El sueño no muy lejano

de dejarme conquistar por la rancia meretriz,

de dejarme apasionar por la nobleza del mundo antiguo,

insistentemente me escindía

entre el miedo y una íntima ambición.

 

Los herederos del nombre me llamaban con la sangre.

 

Atravesé el gaseoso enjambre de las horas

encaramada en el vientre de la inmensa tintorera,

adormecí el recuerdo para ver con nacientes ojos

el mundo desconocido desnudándose para mí.

Un concierto de aeronaves pululaba en Le Prat

El monstruo se abrió el costado y emergimos a la floración.

Flotamos en la atmósfera senescente de los conquistadores.

Retornamos al inicio cuando los mares fronteras abatían

y los bucaneros repletaban sus naves de doblones.

 

Barcelona se descubrió glamorosa en el auge de la tarde.

Derramaba la bella,

los colores del Mediterráneo

sobre la cresta  alargada del día.

La noche se retrasó a propósito

para suspender en las retinas

la rebeldía del sol negándose a partir.

 

En la Rambla barcelonesa

Corredor sin fin,

Callejón de los Milagros,

Teatro mágico donde la realidad fascina.

Gran circo de la civilización y las culturas

Prodigios e ilusiones al ojo embelesan.

Ni barreras ni cerrojos se levantan

para detener el tren inexorable de los deseos.

Cómo no dejar que ese cielo alucinante me desquicie.

Cómo no sentir los delirios de aquellos que me rozaban.

Cómo negarme a la fiesta de emociones que me regaban.

Sin pensarlo habría sido la Magdalena que luego lapidarían.

El grial donde todos beberían el vino de la transformación.

Habría sido el sacramento para los perjuros.

El único pecado que el tiempo no hubiera olvidado.

 

La brisa del Mediterráneo

nos flagelaba con gélidos lamentos.

Las embarcaciones excitadas levemente,

se bamboleaban en la dársena impasible.

La honda boca de la noche se descoyuntaba para tragarnos.

Los olores más corruptos en una oleada de intrigas,

se disipaban en su garganta mancillada.

 

La oscuridad es un desvarío.

Un laberinto donde los sentidos se extravían.

El buró donde todas las ignominias del alma se pacta.

Prisión de exaltaciones donde la carne se precipita.

Ceguera preservada para ser sin escándalo.

Alcahueta, encubridora.

Mujer indefinida de fatales encantamientos.

Tugurio devastado por los excesos que nos rebasan.

El único feudo que pisoteamos y adoramos.

Casa de locos, refugio de miserables.

Horizontalidad, verticalidad, arrastre,

confabulados en la dulce caverna donde eyaculamos

todas las miserias que nos asemejan.

 

En un tumulto de falos comprimidos y vaginas asfixiadas,

se retorcían mis desquiciadas palpitaciones y extrañezas.

Penetrándome con desvergüenza los olores fermentados

la fatiga, el odio, la ansiedad del barullo condal;

me iban hundiendo

en los dantescos infiernos de las estaciones.

Desde algún lado me estallaban

lucecitas y nombres impronunciables.

Digerida por la serpiente de cercanías

su vientre angustioso, atestado, fétido, indigesto;

me provocaba un vértigo imparable

cuando intentaba mirar por las ventanas.

Corriendo hacia atrás entre tinieblas y resplandores

pretendía equilibrarme entre el desplazamiento y la inercia

Entre la persecución y el abandono.

 

Y Caí, 

 

           Caí,

 

                  caí

                        

                          caí…

                      

Provenza,

Sabadell          

Montaner

Vaixador de Valvidriera

Hospital General

Saint Cugat

Terraza

Rubí…

                                    …Apártense

 

No permitiré que me arranquen

como a un c

ó

a

g

u

l

o

 ¡repulsivo!

 

Aléjense de mí adefesios sin feria.

No estoy dispuesta a aceptar el argumento

que justifique el despojo.

Si he de ser condenada

que sea por el crimen de amputarme la conciencia.

 

Atrás, atrás, gusarapos malditos.

 

Permanezcan en el fondo de este laberinto sin espejos

confundidos en la espesura infinita que intimida

para que mis desvaríos descubran la lejana estrella

suspendida en el sextante donde el último hombre

yace sepultado.

 

La gran conmoción de las culturas

ha desbordado a todos esos cismáticos gesticulantes,

rebeldes sin causa, causa aparente o causa de rebeldes,

parapetados en la Sagrada Familia de Gaudí

flamean la pisoteada bandera de la igualdad.

Entre tanta gente y el fuliginoso enjambre nochero,

la percusión de los metales penetra con cada alarido

con cada aullido de sus peligrosas libertades.

 

¿Estarían artistas e intelectuales confabulándose

en este Foro de las Culturas para detener la masacre?

¿Estarían dispuestos a mutilar las manos asesinas

¿Las manos que disparan, que envenenan, que despojan?

¿Las que escriben dictámenes genocidas?

¿Las que se adornan con la sangre violentada?

Represión armada, terrorismo siniestro

¿Alguien habrá denunciado la infamia del poder?

¿Algún miserable se habrá delatado en su inopia?

El petróleo, Iraq, Afganistán, Cuba, Venezuela

Gran Cultura que el Tamerlang imperialista ambiciona.

Ideología maniquea, política monopolar

imposición del águila en el escudo universal.

 

Paz o conflicto el punto de equilibrio inabordable.

El mito o la realidad.

El retorno a las fuentes oponiéndose a la modernidad.

Globalización frente a identidad nacional.

Educación para la integración social

o hacia el individualismo.

Manifestación del pensamiento crítico y divergente.

Sensibilidad receptiva ante la complejidad cultural.

Integración, animación, sensibilización.

No despojo, no muerte.

¿Propondrían abolir el desencanto que me iba despedazando

en este cementerio de escarnios e indiferencias?

 

Enterrada bajo el peso de una incomprensión faraónica,

estigmatizada por tus miradas inquisidoras

y el buitre de tu concupiscencia;

aborrecí  mi cuerpo y la prominencia del delito

que poco a poco me iban carcomiendo.

Atroces  tornarónse los colabozos de los días

azotados a cada instante por una ansiedad monstruosa

que me iba vaciando la ilusión sin descaro.

Ningún apetito me despertaba  tu carne.

No me conmovía el escandaloso alboroto

de ese exquisito manjar.

Una terrible sensación de repugnancia y vértigo

me estaba trastornando la existencia.

Buscaba en tus llamadas el sosiego para mis lamentos,

el prodigio oculto entre los pliegues dilatados

de tu gran fantasía.

Abandonarme a la intemperie

prescindiendo del angustioso dardo del pensamiento.

Noche tras noche en Saint Peré,

rasgué los lienzos de mis despojos

para escurrirme bajo tu cuerpo sintiéndome detestable.

Me exigías ser el centauro de cópula salvaje.

Una maldita condenada a tu sexo para que sobrevivieras.

El objeto escandaloso de tus urgencias varoniles.

No culpas, no penas, no pecados,

No, acusaciones, ni reclamos sin sentido

No explicaciones, ni mentiras, ni verdades defraudadas.

Yo sólo he sido la víctima del atentado de agosto.

La cínica que se partió por un rubí sin valor.

 

Encapsulada, 

atuguriada,

comprimida

en el intestino fabuloso del Talgo,

mi angustia removió los estados dormidos.

Una persecución insoportable me aplastaba.

Esos ojos frente a mi observándome sin decencia.

Las exhalaciones de aquellos alientos nauseabundos

asqueándome;

y junto a mi, grandiosas olas de odio revolcándome

en las úlceras purulentas de tus deseos insatisfechos.

Cómo escapar de aquella tortura.

El ciclópeo monstruo ha clausurado todas las salidas.

Herméticas  ventanas obstaculizan el escape.

No me mires, no me hables.

No ves que yo en mi desvarío te sacaré los ojos.

Te arrancaré la lengua para que ni una sola palabra

me denuncie tu extrañeza.

Permaneceré a tu lado con el compromiso de tu odio

hasta que tu puñal vengador  recorra todo mi cuerpo

en una orgía de lágrimas y súplicas fingidas;

hasta que el claustrofóbico túnel se derrumbe

y nos aplaste con toda la pestilencia que nos infecta.

 

Austerlitz,

macilenta,

lóbrega

y fría

nos descubrió un claustro deslucido por las deyecciones

de esas viles palomas que vinieron a conturbar mi ansiedad

con sus mortíferos excrementos;

elevándose como una invocación de las cloacas

como una maldición oscilante clavada en mi olfato.

Con un  torcido afán persecutorio y complotado.

 

París,

he llegado a ti desde la infancia

donde mi inocencia te concibió

como una mujer de aristocrática belleza.

Allí en la profundidad de mis sueños te conservé

para resucitarte en la vorágine de ambiciones amputadas.

Quiero hundirme en la delirante fascinación

que tu historia ha ido levantando.

Quiero que el corazón recóndito de tu logia

me revele las incógnitas que he venido a buscar.

Devuélveme la ilusión.

Devuélveme el alma que he perdido en este trance.

Déjame llegar a tu santuario como Magdala.

Déjame iniciar el recorrido de mi sangre en tu altar.

Seré una Plantard para conservar la estirpe del mar.

En mi grial descifraré las incógnitas crucificadas.

Anularé los ensalmos para que las lanzas

no hilvanen más heridas que impidan el retorno.

Quiero descubrirte en la fantasía de mis noches pueriles.

Quiero recorrerte desnuda para saberte mía.

Hurgaré tus entrañas debajo del asfalto.

Oleré la pudrición de los monarcas.

Exhumaré a Bonaparte para comprobar el asesinato.

Víctor Hugo, Baudelaire, Flaubert, Sartre

revivirán en mi la genialidad de su pensamiento.

Pero no seré una miserable perseguida.

Ni me acosará la decadencia del amor.

En mi defensa, la náusea transformará las apariencias

y las flores del mal no fulgurarán en mis jarrones.

 

Abofeteada por un sol perezoso.

La bruma de esta ciudad

me hundió aún más en la horrenda desesperación,

aquella a la que ignoraste entre Perperignan y Toulouse

cuando me acusaste de haberte abandonado.

Cuando esa especia con su piel enrollada y áspera

vertió vinos de discordia

embriagándonos con amargas aversiones.

 

Apenas un gesto amortiguado

una sonrisa hipócrita intenté proyectar;

ya todas mis emociones se habían petrificado.

Desconocía mi voz y aquellos sentimientos

que hasta ayer me han mantenido fiel a tu recuerdo.

Una extraña me habitaba.

Otra que era yo misma dentro de un corsé viscoso.

Aborrecí mi cuerpo y el engendro que crecía.

No podía comprender como llevando tu simiente

el fermento del odio infectó mi sangre.

Atenté contra todo lo que mi amor había construido.

Sentir o no sentir

no esclarece la conspiración de mis afectos.

Siempre tu desnudez me ha causado asombro.

En aquellos días tu desvergüenza me horrorizaba.

Consideré una animalidad tus pretensiones.

Tus demandas me despojaban de mi intimidad.

De mi yo cómplice en esas horas de pesadumbre.

 

Tus manos, me quemaban, me herían

Tu cuerpo se desmoronaba como La Tour Eiffel

que la veía abalanzarse sobre mi,

atravesarme con su armadura ferruginosa,

ensartarme millares de luces de su esqueleto rutilante

para calcinarme con su colosal vanidad.

Ese Arc du Triumph

disparó las peores diatribas con que me amedrentaste.

Tus ponzoñosos halagos rebajaron mi orgullo.

Me denigraste hasta  convertirme

en un esperpento abominable.

Mi cansancio y melancolía arrastrados

por les rues no podían ser más vilipendiados.

De les Cimentiére Mont Parnasse y

Mont Martre;

me atraía la soledad de esas tumbas abandonadas,

quise habitar una de ellas

para que mi silencio no siguiera importunándote

ni mi desprecio tornándote más vil.

Pére Lachese,

Tal vez esperaba inhumar

lo que mi cuerpo en crisis protegía a pesar de mi.

Allí estaba la posibilidad de lapidar mis desatinos.

Lanza la primera piedra.

Véngate de las humillaciones que te hirieron.

Inflíngeme:

todas las brutalidades que tu alma dolorida suplica.

Termina de una vez con este tormento

que ha cavado un abismo de profundos rencores.

Que ha sembrado cardos en tu corazón.

No te arrepientas.

Por esta sola vez ármate de valor.

Dególlame.

Arrójame en una de aquellas fosas profanadas.

Junto a la famosa tumba de Jim Morrison;

porque mientras visiten su sepulcro, pisotearán el mío

y así, inadvertidamente la anónima yacente

jamás será olvidada.

Nadie vindicará el crimen.

Mis hijos exigirán las cenizas

para unir el recuerdo y el dolor en la misma urna.

 

Perdida vagué por las infinitas veredas del camposanto.

El llanto afloró con la lluvia que se precipitaba.

Me tomaste la mano y nos refundimos en la estación

atestada de cobardes huyendo de los reclamos fantasmales.

La serenidad me sobrevino con la caída de las hojas.  

 

Pigale en esa pluviosa tarde

nos seducía con los brazos aspados del Moulin Rouge;

con el polvo púrpura del tiempo anquilosado en sus paredes,

con las marionetas esperpénticas de esculturales divas

movidas por el fantasma del noble libertino;

el genio deforme, Prior de la orden del Can-Can

el Gran Maestro Toulouse Lautrec.

Amo y señor del antro.

Ogro honrado por la magia de su paleta

y la eternidad de su trazo.

Divino portento que ha preservado para la historia

el espíritu fabuloso del baile impúdico

con aquellas voluptuosas bailarinas inmortales

que ofrecían los encantos del derriére

en una efervescencia de saltos y destapes;

deslizaban la seda hasta la mitad del muslo,

donde se detenían las miradas decorosas

y el deseo su ascenso empezaba.

Ofertorio de impudores los manjares que se exhibían.

Antes cubiertos para no vulgarizar su encanto.

Ahora esa carne abundante se prodigaba

en las bandejas que todos manoseaban.

Las damas del placer nos arrastraron

hasta la intimidad sin barreras de algún cabaré,

para ofrecernos las mieles degustadas

de sus colmenas despojadas

al final de una danza en la que paulatinamente

los secretos púdicos oficiaban el ritual heleno

para aturdirnos con la sensualidad y destreza

de sus movimientos lánguidos,

agitadas cual libélulas en el acabamiento,

cual tarántulas en la conjunción mortífera.

La lubricidad de las mesalinas no nos infectaba.

Nuestras emociones estaban comprimidas

por un doble empaque de frigidez.

Descubrimos

que una necesidad más profunda que la carne

estaba llamando a nuestros corazones.

¡Perdóname te grité!

Implorante, reducida, afiebrada,

entre aquella algarabía de cuerpos.

Me hundiste tus dedos casi entumecidos.

Desesperadamente te aferraste a mis labios.

Colgado como una mariposa

chupaste el polen acopiado de mis consunciones.

Querías reanimar la pasión que se me había congelado.

Arrancarla del umbrío desierto inconsecuente.

Buscando tus mimos me envolví en tu pecho.

Me revolví entre tus brazos intentando derretir ese

témpano que me inmovilizaba.

Y te lloré mi triste condición de invalidez.

Quise

¡oh cuanto lo deseé ¡

Desvanecer el maleficio que aún no percibías

y que me estaba secando el corazón.

Nos palpamos para devolvernos las ilusiones

Para sentirnos aún perteneciéndonos.

Compartiéndonos en esa penetración silenciosa.

En esa respiración dolorida.

En esa confesión que la ingenuidad nos devolvía.

Que nos restituía los días del otro lado del océano

cuando sin el perfume del odio nos amábamos.

 

Place de Clichy humedecida por la lluvia primaveral

detonó el frío que nos perseguía desde Barcelona.

Protegidos por le paraplui de abrazos nos internamos

en el laberinto subterráneo de trenes y metros,

hasta que Saint Ambroise empapado

nos empujó al ático de Saint Maur;

bajo el adormecimiento de las palomas que detestaba.

 

París llegaba a su fin dejándome acalambrada

y sumida en las tinieblas del desconcierto

después del atentado de los escalones sin fin

en la oscuridad del socavón de múltiples gargantas.

 

En medio de la bruma que se levantaba,

surgió Alemania.

Düsseldorf cálida congregación de ciudades

en una noche de ficción me destiló el vino

que adormeció esa malévola perturbación.

Bellefield, amarillado con las flores del diesel

plantó espantapájaros de energía eólica

para que el dios del viento no sople destrucciones.

Webelsburg, entre brumas y escenarios mágicos

en el cielo ha pintado las estaciones del tren.

Hermes volando sin alas hacia la fantasía,

desaparece entre el celaje y las ilusiones.

Paderborn/Westfalen

Hoher Dom;

Renaissance-Rathaus

Frías, inmóviles, soberbias

enclavadas en la médula primaveral

con sus esqueletos de granito y alma de renacimiento

han retado al diluvio de los siglos.

En las entrañas de la Hoher Dom,

el silencio de las catacumbas

el sueño de las momias ha preservado.

 

Delbrück me invocaba desde el fondo del recuerdo.

Entrañables brazos me tendieron el puente del reencuentro.

Tantos afectos dormidos, tantos años vacíos

enclaustrados en el ático de la nostalgia.

Allí en un rincón del tiempo Teresa espera.

Allá en otro recoveco de la gran caverna

Rómulo camina hacia el laberinto de la nada

y lo ignora.

Del mismo ombligo el norte y el sur parten

Y el mismo suelo norte y sur comparten.

El centro es el vínculo que une el este y el oeste

Con ráfagas de memoria colgando en el olvido

 

Tal vez aquí en donde mi existencia se confirma

el cáncer que carcome mi cerebro se eclipse

y logre recuperar las imágenes 

que no han acudido a mis súplicas.

Rietberger Str. 31, 33129 Delbrück

He llegado persiguiendo el rastro del jaguar

para reunir las huellas que me devuelvan a mi tribu,

el aroma de la leña y del humo dispersándose

en la choza de quinchas y paja de mis antepasados.

Los juegos con milillos y sampedros

el sambenito, el venado, el escondite.

Los terrores del tuío rascando las paredes

chinacuros y san jorges espantándonos en las chacras.

Pindo marañón, jerga mauca enroscándose

en la retina lejana del árbol de naranja.

 

Tulipanes como jamás mis ojos concibieron

me asaltaban con sus colores exquisitos

y sus cúpulas rutinarias abiertas hacia el cielo.

Los jardines del Edén habían sobrevivido al genocidio

en esta ínsula de Alemania.

No recordaban los delirios del sargento autodidacta.

Eugenesia de una raza inventada.

Exterminio de judíos, conculcación de riquezas.

Hornos crematorios y cámaras de gas

para acabar con la conspiración de un pueblo

que se estaba llevando el mundo a pedazos,

que llenaba sus arcas y ocupaba sus espacios;

que imponía su espíritu y la Ley de la Torá.

El mundo en el tirano puño del nacional-socialista.

Cruces esvásticas el símbolo nazi.

Caos, demencia, arrogancia en la botas.

Siembra de sangre con semillas de plomo.

Delirio imputable al poder del Fürher

y a los perversos instintos de lobo estepario.

 

Verde, verde, verde

Bruma, lluvia, frío en la tierra del kaiser.

Tras la niebla surgían los sobrevivientes del pasado.

El Kastillo de Kafka en plena Metamorfosis.

La muerte en Venecia ahogada en lagos espurios.

El derrumbe del Muro que levantó la ignominia.

No pudo la antropofagia destruir el sueño más puro.

Vivir el sueño de la vida sin una vida aletargada,

sin tiranos, sin cañones, sin bombas ni metrallas,

sin huérfanos de padres, de hijos, de esposos;

sin la orfandad de los afectos

porque el corazón quedó trunco de latidos.

Germania heredó la tierra gélida y castrada.

Casas esperpénticas con gritos y aullidos desesperados

ocultos tras los sótanos y buhardillas,

pisos, paredes y techos simulados

que permitían engañar a los ojos de la Gestapo.

Más de medio siglo desde que el horror fue confinado.

Otras generaciones viven el ahora.

Buscan el perdón y la paz proclaman.

La tragedia fue un cáncer que fulminó el pasado.

No existe memoria de la persecución más horrenda.

Sólo esa dama diacrónica se empeña en la denuncia.

 

Finge para que tu pesar no me alcance has proclamado.

Miénteme que no puedo soportar tu invalidez.

Píntate ese rostro demacrado para que no me espantes

¡¡¡¿No te has visto el horror añejo que te delata?!!!

Dónde está tu bella cara y la fina maldad de tus gestos.

El opio que tantas veces me adormeció en tu vientre.

Tu juguetona seducción que me empinaba sin demora.

Ingratas y malévolas ofensas proferiste,

las más dolorosas y letales

que hubiera querido oír de labios de mi amado.

 

¿Cómo podía  modificar mi conducta

si  mi cerebro estaba escindido de mi cuerpo?

¿Cómo detener esa procesión interna que me inhabilitaba?

No podía imponerles a mis sentidos y emociones

que la conspiración abortasen,

si estaban empeñados en degenerarme,

en sangrarme hasta la última gota de cordura.

 

Tú otra vez me abandonaste

en el avispero de mis tinieblas.

Seguí derrumbándome sin que hicieras nada

para ayudarme.

Te lamentabas de mi silencio mas no aligeraste mi calvario.

Tus manos de Poncio Pilatos

me clavaron en la cruz de tu cobardía,

mientras veías desde la ventana

las tumbas que el sueño te espantaron.

 

Qué maleficio ha caído sobre mi.

Qué desconocidas desgracias me acechan.

Ya ni el dolor con el cual he convivido

lograba apartarme de la obsesión que me taladraba.

Todas las noches moría con el vientre aplastado.

Con la asfixia comprimiendo mis pulmones.

Con la terrible angustia de no despertar jamás.

 

Sobresaltada, en la oscuridad reteñida me levanté.

Encendí la lámpara y te miré desnudo

al otro lado de la distancia.

Un sacrílego mandato te imploré.

Un débil ruego que reunía el polvo de mis fuerzas.

Un deseo implorante de que me ultrajes por última vez.

Sólo esa queja dolorida, casi gutural.

Casi como un ronquido

disparado desde el fondo de las entrañas.

 

¡Culéame! ¡Culéame!

 

Te grité desfalleciente.

 

Atónito, asustado,

no condenaste la blasfemia.

Con un alarido el carnicero inguinal despertó.

Mi lecho fue invadido por hambrientos escorpiones.

La inmunda a la que aborreciste te suplicaba

perpetrar otro atentado contra su roída fortaleza.

En mi sepulcro de iniquidades,

en mi confín de torturas

en mi jergón de faquir

consumamos todas las violencias relegadas.

 

¿Soy tu hombre?

             me inquiriste

con un lamento atorado y tembloroso.

 

¡Sí!, ¡sí lo eres!

Alcancé a barbotear en el ojo de la oscilación,

desde el trapecio donde tu pasión me había encumbrado.

¿No ves mi sangre corriendo por mis piernas?

¿No me sientes indefensa y deshecha

ofreciéndote mi carne como en la última cena

para que tus zarpas me marquen como otra de tu hato?

¿Buscando nuevamente mi infierno en tu cuerpo?

 

Permanecimos uno dentro del otro.

Sin proferir ni una sola palabra más.

 

El Kastillo que había levantado se estaba desmoronando.

 

Yo soy tú al otro lado de la puerta

El miedo que te desangra

El veneno que te paraliza

El espejo donde tu rostro

no es más que el mío

desde el navajazo de mi demencia.

 

Estampida de búfalos salvajes  tu atormentado pubis

deleite que desenmascara las violentas  intimidades

cuando la mano descubre la caricia ineludible.

Caleidoscópico laberinto de elipses atrozmente bellas.

Perfectas esferas seminales de irritante intriga.

Hartazgo de uvas maduras prontas a sangrar.

Tu retorcida sangría rocías sobre mis ambiciones

leche milagrosamente intacta

añejada en la impía invocación autosuficiente. 

 

Tú, hombre mío, vigor mío, poder mío,

has oprimido a los festinadores de mi carne

depravados e insumisos tentadores.

Las lágrimas que no han podido ser lloradas

han brotado en cuanto has degollado mi tragedia,

exudando los profundos rencores que me confinaban.

Ese agujero de diamantes diluidos,

acecha con una emoción castamente perversa

el derrumbe vertiginoso de tu priápico alboroto.

 

Esclavitud semencial a golpe de crucifixiones.

Saxófono vertiginoso tu concierto carnal.

Pisoteado por el aliento vivo de la pezuña salaz

me ofertas la persecución sin tregua de mis gemidos,

la desgarradura, la herida, la sangre, la asfixia,

inundaciones, desbordamientos, plenitud.

 

En la íntima humedad escarba solitaria

esa torre temblorosa de púrpura capilla,

acecha y se conjura con su médula esencial

para ser ascendida y descendida en su firmeza.

Trepada en tu cima te descifro mi incógnita.

Te abro mis cántaros se derraman mis bocas.

 

En la yerma noche de mis violetas sombrías,

casi con devoción, con terror contemplativo,

el inmenso deseo arponea la carne apretada,                                           

ansiedad reverbera en mis labios estriados.

 

¡Oh! Dolor  que acalambra y acanalla.

Descarga, ramalazo, suplicio instantáneo,

quemadura, desgarro, insolente demanda,

esa fiera indomada me hunde el colmillo,

su azote fustiga mis últimos hitos;

en su armadura se desgarra la grieta;

mis piernas intentan comprimir tu cintura,

clavada en el lecho mis caderas vomitan.

 

Paralizada,

con el terror florecido,                            

crucificada por los dolores del mundo,

mis lamentos decrecen en una escandalosa agonía.

Hábilmente en mi oído

Se desliza una húmeda víbora.

Tacto y ojo, tacto y sabor

Pavura… dolor…  ansiedad

¡ya no importa!

Desflorado mi espíritu en el abandono se exulta.

Vencida en mi ofrenda,  me doblega tu caos. 

Inusitada experiencia en hembra perfecta  me torna.

 

Lánguida, abatida entre mis alas caídas, 

me invade el olor de tu orgullo inviolado. 

Tu recoveco me atrae como el puñal al sicario.

Me conturba esa espiral vociferante y cerril.

Me deprava el fango donde se quebranta el espíritu.

Extiendo mi aliento por tu palpitante sutura.

Eclosionan tus flancos con bárbara oleada.

 

Se posesiona mi boca de ese manjar improbado,

degusto, siseo, arrastro mi lengua sinuosa,

vibrante, royendo, mojando tu ego;

la introduzco en esa tibieza inviolada.

Tu ovillo apretado poco a poco me abre

rutas de aroma, desconocidos olores.

Ráfaga de espasmos inundan ese vicariante camino.

Despiadada pureza a mi olímpica lengua se rinde.

Sensaciones extremas en ese culto te inician.

Me hundes tu grito, tu noche me entregas.               

Ahora soy,

la cancerbera de mi Kastillo tomado.

 

Una sola alga arrollada a la balsa

Una sola hebra abrazada a tu espalda.

El solo murmullo del placer gritando.

Una sola voz, una sola imagen.

En la desnuda soledad te late.

 

Un cuervo destroza mi nombre.

El minotauro aplasta mi rostro.

El fuego calcina mis huesos.

 

Un alarido te cuelga del vientre.

Unos ojos acechantes destrozan tu pecho.

Tu corazón quiere, tu corazón, sólo.

 

Vientre y espalda el látigo fustiga

¡Si, sí! la amo,  la amo gritas

mi corazón a ella se lo he dado.

 

Mi corazón pendulando irregularmente

en la espiración de ese mayo noctívago;

enfrentado al reloj de la soledad turbulenta

y a aquellos golpes sordos en el fondo de mi entraña;

no extinguió uno solo de sus latidos.

Sentía bajo mis caderas una sensación incesante

y densa de miedo intestinal a la muerte.

La cuchilla del carnicero empezó a desmigajar

el tibio algodón carnoso de mi vientre.

Acorralada como un animal en el sacrificio

mis ojos se iban extraviando en la arbitrariedad

de lo absurdo.

 

Mi boca conservaba el sabor a náusea.

 

Como un inmenso gong resonaba en mi cerebro…

 

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Khira Martínez 
Afrodisíaco para temerarios

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