De la verdad y otras mentiras ensayo de Francisco Martínez Negrete
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La verdad es que no hay tal, no hay verdad alguna, o sea, como decía Octavio Paz, las redes para pescar palabras están hechas de palabras y las palabras no son verdad sino puras pinches basureras palabras[1], nada más. Entonces, ¿qué de la verdad? Sólo afuera de las palabras se puede hallar pero, ¿cómo comunicarla? y, más acá, ¿quién quiere comunicarla? Y no se trata de crear un lenguaje nuevo porque aún sería lenguaje y no verdad. La verdad no necesita de lenguaje alguno, y mientras sigamos como momias arropándonos con las vendas de nuevas o viejas palabras que nos otorgan la ilusión de ver, cuando en realidad no vemos nada más que lo que tales palabras nos permiten, habremos de concluir que jodidos estamos, hasta el fondo. La filosofía busca racionalizar esa locura llamada existencia; la poesía, más humilde, acaso aspira —con germina pasión dylanesca— a celebrarla. De topo a tropo a trompo, topito sale volando sin saber qué le pasó. Calibremos la locura, la extensión del desmadre, la realidad virtual de la película. El mundo es una mancha en el espejo, apuntó David Huerta. Sólo el espejo es real. ¿Qué coños es un espejo? La neta es que no hay nada que decir, o más bien hay nada que decir, fuera de las palabras, donde nada puede ser dicho, pero, ¿cómo, por quién, para qué? Por eso el poema es decepción, tras haber dicho todo no fue nada —¿tras haberte trepanado de vislumbres, ves cómo se disuelve? Lo vuelves a leer: Heráclito tenía razón, un poema no puede ser sentido igual dos veces. Pero el problema no está en el poema, otro espejismo más del esencial quebranto. El problema está en la naturaleza eminentemente ficticia —los budistas dirían impermanente— de lo que tomamos por y damos en llamar real. La escritura es la peor de las mentiras. Uno escribe porque está solo y no tiene con quién hablar, uno escribe para hablar consigo, para divertirse así: —...en su fondo se esconde y se divierte, decía el gordo Lezama; un juego bastante iluso, si lo vemos bien. En el silencio como estallido, explosión continua del Todo indiferenciado, el perro y yo valemos lo mismo, la estrella es una lágrima en donde cabe el universo entero. La poesía —perturbador reflejo de un reflejo— desbarata la convencional imposición de lo así llamado real para acercarnos peligrosamente a la salvaje experiencia de vivirlo; por eso quema, por eso incomoda: muchos la veneran, pocos la leen y menos aún se arriesgan a ser leídos por ella. La “realidad" parece ser. anhelo y apetito expanden su fantasmagoría: Vi a una sombra tocar / la mano ele una sombra / en Bleecker Street, cantó el poeta Paul Simón... ¡Qué más! La “realidad" a-parece, sólo la a es real. ¿La realidad y el deseo? La realidad es deseo, y el deseo anhelo y el anhelo vapor, el que dejan los fantasmas al arder, al consumirse(r) en el tiempo. De la beldad a la verdad, de Garcilaso a Roberto Calasso. La verdad de la belleza es que se acaba, pero es precisamente en ese acabamiento —como bien avisaron Edgar Alian Poe y José Lezama Lima— donde alcanza su mejor definición. Algo que no haya sido dicho o que pueda decirse aún de manera mejor presuponen —amén del ojo para avisarlo y de la factualidad del hacerlo— una tarea titánica: la revaloración subjetiva y canónica de todo lo dicho hasta ahora. Pocos siguen a conciencia el precepto poundiano. Los poetas se leen, los pintores se miran, los amantes se besan, las estrellas, aun muertas, parecen reflexivas: al afán inefable, la vanidad del espejo. Los buenos poetas, como los buenos amantes, se esperan hasta el final, hasta que la poesía se corra enterita: provocan, aguantan, mantienen la tensión más acentuada hasta que el poema saca lumbre, entonces se sueltan, montan y surfean la más descabellada de sus olas. En el fondo somos Uno: en el fondo, ahí donde no llegan las palabras. Lo demás es lenguaje, Pessoa lo decía: ...todos los sueños del mundo; calderoneémosla aún: todos los sueños: el mundo. El mundo y sus lenguajes, qué pesadilla: si aun en un mismo idioma —como afirmó Eduardo Lizalde— cada cosa es babel, lo más sano es optar, con talante budista, por el silencio. ...No solo en plata o viola truncada / se vuelva, mas tú y ello juntamente / en tierra, en polvo, en humo, en sombra, en nada. Quién más o mejor que Góngora para advertir —con acerados rayos de carbunclo-nictálope— a través de la engañosa textura de lo real su esencial constitución onírica. Una metáfora sobrepone tres lecturas. De nuevo don Luis: ...a batallas de amor, campo de pluma. La primera imagen: dos aves se engarzan, suspensas en lo alto, en salvaje aleteante pasión difícilmente discernible de una batalla a muerte; en su fiereza amatoria se despluman, quedando éstas —único rastro de la ardiente lid— regadas por el campo. La segunda, doméstica y mullida, nos habla de un colchón hecho de plumas, del intento de Cultura por civilizar a Amor, esa bestia irracional, ingobernable. La tercera no es reductible ni deducible, no necesita interpretación, y sólo se nos entrega en la cifrada luz de su insólita belleza. Nadie sale vivo de aquí, mascullaba el Rey Lagarto; en efecto: de la pesadilla de Dios nadie despierta... ni Dios. La poesía —elocuente— es siempre muda, los versos —ya lo veía con claridad Sor Juana— fantasiosos intentos por apresarla-expresarla. Lo mejor de la poesía: el intacto poema-por-venir. Girar hasta desaparecer / en el centro del torbellino / el ojo vuelto hacia su punto fijo / ahí donde ya nada, nunca, nadie. Ante el horror del porvenir los topoetas nostálgicos huyen al pasado que creó el presente que promete tal horror: al topoético complejo de avestruz, la patada voladora de lo ignoto. Cuando todo falló, el hombre nuevo: cero nacionalidad, cero religión, cero ideología y la sola dignidad de tener por señas de identidad el ser del Universo, de la Existencia entera. A la muerte de la familia, la resurrección de la tribu. Si todos somos Uno, tú. Dios v una hormiga son lo mismo. Cristo no fue cristiano, el otrora salvador de cáfila beduina —hoy dead guru de millones de bovinos—, Índigo y revoltoso, fue brody de la banda más parrapa, poco se preocupó de parecer respetable y gustaba cotorrearla con putas y rateros. En el colmo de su más prendida lucidez se proclamó hijo de Dios, ese huérfano, pagano, exhilarante —y ciertamente anónimo— sinónimo de Amor. Por eso, y no otra cosa, lo mataron. ¿Quienes? Los mismos que hoy en yeso veneran sus despojos. Para el poeta futuro el principio no será dual: la Existencia será Dios; la mujer el templo, el hombre el oficiante, el amor la única —y gozoza— liturgia; la suma de las imágenes posibles siempre igual a la ceguera del espejo; todas las religiones tan sólo caminos para llegar a la única; como bien apuntaba Lautréamont —y vislumbraba Lamantia— ...la poesía será hecha por todos; el futuro dorado, o no será. Notas: [1] El adjetivo en itálicas es de David Huerta, en algún lugar de Incurable, de cuya página no puedo acordarme. |
Francisco Martínez Negrete
Publicado, originalmente, en
Periódico de Poesía
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Nueva época No. 10 / primavera de 2005
Link de la publicación (pdf): http://www.archivopdp.unam.mx/index.php/2809
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