Entre ambos portales, habitan las estrellas, que llevan en su interior un diamante, que algún día, deberá escoger que pórtico custodiar.
Así fue, como una vez, justo en el centro del planeta, en lo profundo de una enorme estrella milenaria, anidaba un diamante, a quien, por su edad, le había llegado la oportunidad de escoger. Éste, poco comprendía de su misión, sin embargo alzó la mirada al sol y apreció el calor de sus rayos penetrando en cada parte de sí mismo, pudo ver el brillo que llevaba, y así, enamorado de esta luz, lo eligió.
El diamante descendió de la estrella e inició la travesía en torno al sol, y fue recibido por el chaman que custodia el portal, quien en la luminosidad, lo prepararía para cumplir su labor.El diamante, maravillado, amaba al chaman, anhelaba crecer y ser como él. El chaman, que iniciaba a los diamantes, expresaba su amor, entregando gran parte de su esencia para ésta causa. Sin embargo, el diamante en su inocencia, entendía que este amor era sólo para él, y por esto estaba dispuesto a entregar todo su esplendor. Su color era cada día mas intenso, y aguardaba con pasión el momento en el que pudiera fundir su resplandor al del chaman del sol.
Pasaron los días, el momento había llegado, el chaman pidió al diamante que en ese amanecer lo escoltara .
El diamante, recordando aquel primer rayo que el sol depositara en su corazón, descubrió su pecho y comenzó a irradiar con total magnitud su luz; en ese momento llego la hueste de rayos color oro que asiste al chaman, y al que debía integrar su tinte el diamante. Aunque cada rayo emanaba un brillo singular, la luz se irradiaba con gran intensidad en una misma dirección. En ese momento el chaman dio la orden y descendieron al planeta por uno de los brazos del sol, buscando todo rincón de oscuridad que habitara en él, y depositando el fulgor que cada uno abriga en su pecho. Sin embargo el diamante, confundido, quería acompañar al chaman, evitando aceptar compartir el amor que éste ofrece, el que infinito e incondicional, hace posible la intensidad que irradia, para así custodiar el portal del sol que ilumina el planeta.
El diamante entristeció y comenzó a perder su brillo, poco a poco, hasta caer en un rincón oscuro del planeta que sólo él lograría llenar de luz. Así, llego la noche y el diamante dormido, lleno de tristeza y dolor fue recogido por el chaman que custodia los sueños, quien, advirtiendo el valor del diamante, enlazó uno de los rayos de plata, para así ampararlo en el valle mas profundo que existe en la luna, hasta que él decidiera despertar.
Transcurrieron días y noches hasta que el diamante abrio sus ojos, inmerso en temor y desconsuelo. Su brillo era débil, su corazón había olvidado el entusiasmo, el dolor le impedía comprender y el rencor diseñó el velo que opacaba su luz, oscureciendo cada sitio que el habitaba. Observando esto, el chaman que custodia los sueños, buscó llamar su atención, invitándolo a recorrer cada rincón de esa oscuridad. El diamante, apenado, pero aún osado, aceptó. Comenzó a transitar las tinieblas, descubriendo lo que ella ofrecía, percibiendo los espacios más oscuros que de ningún modo imagino existieran, y así cubierto de cólera y rebeldía, descubrió el sitio mas profundo de la luna.
Un día, agotado de tanta oscuridad, alzó su mirada y frente a el, vislumbró un vasto y bello lago, donde la luna guarda la linfa de cristal con la que baña las estrellas cada anochecer. Y cautivado por él, reflejó su mirada, descubriendo justo en el medio, el fulgor de la estrella de la cual provenía. Al contemplar su interior comenzó a liberar cada lágrima que guardaba dolor y tristeza, una tras otra, hasta que al fin, exhausto, cerró sus ojos y entregando su pena a orillas del lago, fue acogido en los filamentos de plata donde la luna atesora los sueños que confía al sol al amanecer.
Una vez más, el diamante despertó, ahora rebosante de luz, emanando su resplandor, integro, revelando filos de oro y plata, provenientes de cada portal, hallando legítima luminosidad que afloraba del centro del planeta, donde el amanecer y el anochecer comparten su esencia.
Así, el diamante, recordó su cometido y aferrando su raíz al giro eterno del amor, se convirtió en el chaman que custodia el interior del planeta, enlazando sus rayos al sol y a la luna, emanando color al atardecer.
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