A su alrededor, los transeúntes caminaban apurados.
Unos pocos se tropezaban con el bulto que ocupaba una parte de
la vereda y dejaban escapar una exclamación, en la que se
mezclaban el enojo y el asco. A otros les hacía gracia la
situación del hombre instalado en aquel lugar tan concurrido y
bromeaban sobre su probable estado de borrachera y su necesidad
de dormir una buena siesta.
Pero ninguna de aquellas personas se detuvo a ver si aquel
obstáculo en el camino necesitaba ayuda. Cuando pasaron junto a
él, Carlitos notó una interrogación en la mirada de su hijo.
Pero no supo cómo explicarle la situación y se apuró a entrar al
local.
Adentro, recuperó el sabor de aquel manjar de su infancia y
evocó para su mujer y su hijo las épocas en las que caminaba
Corrientes de la mano de su abuelo para conseguir algún libro de
la colección Robin Hood. Varias veces atisbó desde la ventana
hacia donde estaba aquel hombre en la calle y le pareció que
seguía en la misma posición y que nadie se había acercado a ver
qué le pasaba o llamar a una ambulancia. Aquel bulto se había
convertido en parte del paisaje urbano.
Cuando salieron, eligió pararse delante del hombre para que su
mujer y su hijo no pudiesen verlo. Una mirada le había bastado
para notar que el bulto yacía inmóvil en la vereda pero un hilo
de sangre salía de su boca y fluía quedamente, vereda abajo,
hasta perderse en la alcantarilla junto al cordón con la
parsimonia de quien no tiene nada que perder.
Manoteó su celular para pedir ayuda y descubrió que ya no tenía
batería. No se animó a pedirle a alguien que lo hiciese para no
asustar a su hijo. Todavía había situaciones que no podía
explicarle.
En
el estacionamiento le solicitaron un tiquet del restorán que él
no había pedido. Maldijo su desmemoria y dejó a su familia
instalada en el auto mientras volvía a buscar la constancia. El
hombre seguía tirado en el mismo lugar y el río de sangre no
dejaba de manar hacia el desagüe.
Libre de la presencia de su hijo, le explicó al encargado que
había alguien enfermo en la vereda, pero al otro no pareció
importarle. Sólo le alcanzó el teléfono para ofrecerle que
llamase a un servicio médico. Así lo hizo y le dijeron que
llegaría enseguida ya que había una ambulancia en la zona.
Oyó la sirena y volvió con los suyos. Cuando pasó con el auto
por enfrente del local, el cuerpo estaba cubierto con una sábana
blanca. Sintió que era el momento de explicarle unas cuantas
cosas a su hijo.
jueves, 3 de mayo de 2012