Pero lo que más lo desconcertaba, sin lugar a dudas, era la
infelicidad de su padre. Bastaba verlo cada mañana, la mirada
perdida y los hombros caídos rumbo al trabajo. O verlo volver
con un cansanso visceral a cuestas. Por la noche sólo le
quedaban fuerzas para prender el televisor y apurar una tras
otras las botellas que su madre compraba cada día y le alcanzaba
con puntualidad y sumisión.
El hombre dejaba llevar su mente entre programas de chimentos y
concursos infames sin pestañar siquiera. A veces balbuceaba sus
recuerdos entre lágrimas. Otras se enfurecía por nimiedades y
comenzaba a gritar intempestivamente. Pero eran las menos. La
mayoría de los días, el alba lo encontraba desmoronado en el
sillón del comedor mientars Nico y su madre se empeñaban en
levantarlo para que fuese a trabajar.
Nico intentó hablar con su mamá. Le propuso pedir ayuda, pero
ella no sabía a quién acudir. Se había casado grande y su esposo
le llevaba unos cuantos años. Ninguno de los dos tenía padres ni
hermanos y prefería no franquearse con ninguno de los amigos que
los visitaban. La persona más cercana que tenía era ese hijo que
lo confrontaba con la realidad que no quería ver.
Así que madre e hijo aprendieron a disimular la apatía de ese
hombre que más parecía un fantasma. Cuando él perdió el trabajo
por sus infinitas llegadas tarde, ella asumió la responsbailidad
de mantener la casa. Aceptó algunos trabajos de costura y se
empleó de noche cuidando a una anciana enferma. Cuando empezaba
7º grado, Nico entendió que tenía que despertarse y desayunar
solo, mientras veía a su padre tirado en el sillón del comedor.
Una mañana llegó al colegio particularmente triste. Ni siquiera
el cariño de Agustina le devolvió la alegría. La noche anterior
hubo más alcohol y más lágrimas de su padre que él no podía
explicarse. El hombre seguía dormido en el sillón frente al
televisor que nadie había apagado.
En la primera hora tocó clase de Cívica. El profesor llegó
embalado a cumplir con la efeméride que marcaba el calendario
escolar: 2 de abril, Día del Veterano de Guerra. Desplegó
láminas, repartió fotos y dedicó un buen rato a proyectar una
película sobre la guerra. Entonces Nico sintió que la mirada de
algunos de los personajes e incluso de los chicos de las fotos
periodísticas se parecía a la de su padre. Intuyó en la mirada
del hombre que cada día se sentaba a perderse en las imágenes
del televisor, todo aquel viento, el mar bravío y mucho del
fragor de la batalla.
Se confió al docente y juntos chequearon en una lista de
veteranos. Su padre estaba entre los que jamás habían tramitado
una pensión. Nico pensó que algunos pesos no lo iban a liberar
de los recuerdos. Creyó entender, y decidió que esa tarde iba a
quedarse con su padre, frente al televisor.
jueves,
31 de mayo de 2012