Pero me casé con un beatlemaníaco que guarda como uno de sus mayores
tesoros la remera hecha jirones que documenta el paso de Paul por la
Argentina. Pósters, la colección completa de CDs y cada una de las
compilaciones editadas, la mayoría de sus discos y decenas de
cassettes con las cintas pegadas se integraron al paisaje cotidiano
de nuestro hogar. De a poco también se sumaron libros de fotos,
biografías, ensayos críticos, un cuento para chicos con dibujos de
John y decenas de objetos de memorabilia.
Al principio pensé que lograría resistirme al furor de la banda de
Sargent Pepper. Contrarresté con Elvis y sus mejores baladas, algo
de rock nacional y mi adorado Joan Manuel Serrat. El objetivo
siempre fue no ceder la plaza a la invasión de los cuatro de
Liverpool. Sin embargo, a poco de vivir juntos, a mi amor le surgió
una aliada. Y fue incluso antes de que la tuviese entre mis brazos.
Fue cuando un CD de versiones melosas para niños de sus grandes
éxitos se reveló como el mejor modo de calmar las patadas del
pececito inquieto que nadaba en mi vientre. Con auriculares a modo
de cinturón la panza creció al compás de un xilofón que marcaba el
ritmo de Hey Jude y Yesterday.
Se llamó María Agustina y ni bien pudo decidir por sí misma se
enroló en la guerra en el bando de su padre. Entonces las odiosas
canciones empezaron a sonar en estéreo en nuestra casa. Padre e hija
a veces coincidían en largas sesiones rememorando sus temas
favoritos.
Cuando cumplió 15 años, Agus despreció el tecno, el reggaeton y
otros ritmos de moda y convirtió el salón en un concierto de los
`60, donde sonaban sus canciones, la torta los tenía entronizados, y
la gente accedía con un ticket que imitaba el del célebre Hollywood
Bowl.
Fue así como mis dos amores aliados convirtieron mi vida en una
comedia con la banda de Submarino Amarillo. Pero me mantuvo firme.
Ninguno de sus temas ingresó a la memoria de mi computadora o mi
celular y viví casi 20 años refractaria a sus estribillos pegadizos.
Hasta que Agustina se fue a Bariloche. Me había preparado para el
viaje de egresados, suponía que nos haría madurar como familia. Pero
se convirtió en una tortura de diez días sin sus comentarios
certeros y su sonrisa cómplice, sin sus confesiones y sus reclamos
de hija mayor. Y se me hicieron insoportables. Y recurrí a sus
canciones para sentirme más cerca de ella. A tararear Love my do o
recordar como parodiaba la letra de All you need is love en una tema
de homenaje a su hermano Juan Manuel.
Estimados señores, ésta es una carta de capitulación. Están conmigo
en este momento en que los necesito para no extrañar tanto a mi
amor. Voy a agradecérselos inmensamente y a partir de hoy, tienen en
mí a su fan número 1. Prometo aprenderme sus letras y recitar de
memoria toda su discografía. Se lo ganaron.