“¿Cómo es que a la frutilla le dicen morango y a una simple gaseosa,
refrigerante? No entiendo cómo podemos hablar tan distinto dos
pueblos vecinos”, se quejaba a quien quisiese escucharlo. Y se
empeñaba en hacerse entender sin recurrir a traductores reales o
virtuales.
Tampoco quiso estudiar el idioma porque creyó que con un poco de
buena voluntad podría hacerse entender chapurreando portuñol o a
través del lenguaje de señas. Prefirió reírse de los equívocos hasta
familiarizarse con el idioma.
Por eso tres o cuatro veces al año, se dedicaba a tratar de
descifrar el portugués y acrecentar su exiguo vocabulario. Con los
funcionarios brasileños no había problema porque existía una mutua
voluntad de entendimiento. Pero no le resultaba tan fácil con los
taxistas, los empleados de los comercios y la gente con la que se
cruzaba en la calle.
Hasta que se enfrentó solo con el poder de confusión del portugués
que sólo los cariocas podrían hablar. Fue la mañana final de uno de
sus viajes cuando se propuso ir a comprar algunos regalos al
shopping. Mediante señas logró hacerse de varios juguetes y un
conjunto de ropa interior para su mujer. Después sintió necesidad de
ir al baño y de dejó guiar por los carteles ya que ignoraba como le
decían en Brasil a los sanitarios.
No le costó encontrar el baño de hombres pero quedó sorprendido por
el lujo y la amplitud que presentaban. Canillas doradas, espejos
biselados, mesada de mármol y cuatro empleados impecablemente
uniformados, dedicados a repasar y lustrar cada rincón. Cada vez que
un cliente salía de uno de los cubículos, uno de ellos entraba
raudamente para limpiarlo hasta que quedase impecable.
Al entrar notó que aquellos artífices de la limpieza conversaban en
un tono de voz que se le antojó anormalmente alto. Como tenía más de
una urgencia eligió un sanitario en lugar del mingitorio. Cuando
cerró la puerta notó que las voces iban in crescendo. No podía
entender de qué hablaban pero hubiese jurado que se trataba de un
tema polémico.
Mientras bajaba su cierre con manos torpes por los nervios, los
hombres de afuera ya estaban a los gritos. Se habían sumado al menos
dos voces con lo cual la gresca aquella adquiría proporciones
mayúsculas. Aunque se consideraba un ser valiente tuvo que admitir
que el pulso le temblaba y su orina describía una trayectoria
errática. Se veía solo en medio de una pelea de rufianes en un
shopping de Río de Janeiro. Conjeturó que los recién llegados podían
ser narcos de una favela de la ciudad, para los cuales trabajaban
los empleados de limpieza del shopping. Quizás se trataba de un
ajuste de cuentas y llegaría el momento en que abrirían a patadas
las puertas de todos los baños para eliminar a los posibles
testigos. Por eso prefirió olvidarse de aliviar sus intestinos. No
quería que la muerte lo encontrase con los pantalones bajos.
Para entonces, uno de los hombres gritaba con toda la fuerza de sus
pulmones y daba golpes en la puerta del baño más cercana a la
salida. Podía ser producto de su enojo, pero él prefirió suponer que
buscaban que saliese cualquiera que pudiese oírlos. La discusión
seguía en un tono acalorado. Las palabras no eran diferentes de las
que él había escuchado cientos de veces a sus anfitriones del
MERCOSUR: “nao”, “maluco”, “errado”, pero el tono era bien
diferente.
Cuando oyó que los golpes aumentaban creyó que era hora de salir y
enfrentarse con su destino. Al fin y al cabo, lo iban a descubrir y
quizás era preferible hacerles ver que él no representaba ningún
peligro para ellos.
Abrió la puerta y se deslizó afuera conciente de que la discusión
estaba en su punto más álgido. Aquellos hombres no lograban ponerse
de acuerdo y él estaba seguro que la conversación sólo podía
terminar de forma violenta.
Estaba por llegar a la puerta caminando despacio cuando uno de ellos
lo agarró del brazo. Lo hizo volverse y le habló a los gritos. Fue
incapaz de entender y menos aún de contestarle y solo atinó a emitir
algunos sonidos desarticulados. Uno de ellos creyó comprender algo y
largó una carcajada. Después le explicó en un muy mal español:
“Usted habla castellano, no? Mi abuela era argentina. Disculpe,
estamos discutiendo sobre la novela de las 8 y no conseguimos
ponernos de acuerdo si el doctor tiene que quedarse con la enfermera
o con la médica mala. La vio? A usted qué le parece?